Aprender, a base de….

foto: blog80burgos.blogspot.com

Éramos bastante brutos, más que brutos, asilvestrados diría yo. La mayoría de nuestros juegos de niñez tenían que ver con la fuerza bruta. Las guerras de piedras – las piedras no tienen ojos, era frase preferida de nuestros mayores- los combates de espadas, el hinque –para hacerlos, poníamos las varillas en las vías del tren-, etc. resumiendo, para habernos matado.

En la escuela era bastante normal ver brechas en la cabeza, golpes y moratones por doquier, y las rodillas, qué me decís de las rodillas, esa sufrida parte del cuerpo del niño, que junto con la cabeza competían y se disputaban entre ellas el doloroso “honor” de acaparar el mayor número de golpes y heridas. De mi generación creo que no quedamos ninguno con la piel original en nuestras rodillas, la hemos regenerado tantas veces que ha pasado del status de piel a la de pellejo. Qué le vamos a hacer.

El ritual de la curación de las heridas variaba en función de quien te lo hiciese, me explico, si el accidente acaecía cerca de casa de tus abuelos y era la abuela la que te curaba, era muy probable que te tocase sufrir la tintura de yodo y eso escocía un montón, por el contrario, si te accidentabas cerca de tu casa y te curaba tu madre la cosa cambiaba bastante –se notaba la evolución de una generación- entonces ya te aplicaban nueva tecnología, la mercromina, y esta no dolía. Si la avería era muy gorda se acudía al Cuarto de Socorro y entonces estabas los suficientemente “acongojado” como para acordarte de si escocía o no. De todos modos, acudir a ese sitio le daba a tu herida una categoría que no tendría si te la hubieran curado en casa.

Otro modo de tener “galones de guerra” era el número de pintadas de mercromina que llevases a cuestas, eso se valoraba mucho. Siempre se agrandaba el perímetro real de la herida para dar sensación de mayor gravedad. Éramos así. Hace tiempo que la mercromina la fabrican incolora y qué queréis que os diga, un niño sin marcas rojas de guerra es como un jardín sin flores, no?

También jugábamos a las canicas, a la trompa, y a otros juegos menos violentos, pero eso ya lo contaré en otro momento.

Agur