Wall Street frutero….

Mercabilbao, en Basauri,  es la prueba de la evolución de una ciudad y de la adaptación de sus necesidades a una realidad actual. Las tiendas de ultramarinos –que bonita palabra- han existido toda la vida y su suministro se efectuaba desde los almacenes situados en la calle de Ronda.

Paseando hoy en día por esa calle, me resulta casi imposible de reconocer lo que en su día fue “el Wall Street frutero” de Vizcaya. Me resulta muy difícil el imaginarme la calle llena de almacenes de fruta, de camiones, de carros tirados por burros, de isocarros.

Los que hemos tenido la suerte de haberla conocido en plena actividad, recordamos aquellos camiones Pegaso –entonces me parecían gigantescos- subidos en las aceras descargando las naranjas, el bullicio que se armaba a primeras horas de la mañana, el ruido de los isocarros cargados con los ramos de plátanos envueltos en papel y paja. Era una locura. A mediodía pasaban las brigadas de limpieza y quedaba la calle perfecta para que los niños fuéramos a comprar golosinas al único oasis que existía en el centro de la calle: Casa Galindo.

Había otro almacén de frutas, el de Urréjola, pero este estaba en la otra parte del puente de San Antón en la calle Urazurrutia.

El silencio, no era precisamente la virtud de la que podían alardear los habitantes de la zona. Al ruido de los camiones había que añadir el de los carreteros que pedían paso a viva voz, el de los descargadores con su saco de esparto al hombro y demás personal necesario para que “aquello” funcionara. Menos mal que a esas horas de la mañana solo aparecían los profesionales, la gente de “miranda” no acudía, era lógico, podían haber aparecido con una coliflor en la cabeza y unas naranjas a modo de lentillas. La tecnología no había llegado y se hacían todas las maniobras de carga y descarga con el único sistema que se conocía: “la tracción a alubias”. Recuerdo, que por la tarde quedaba en la calle un olor ácido, debía ser de la fruta que caía al suelo y acababa machacada.

Cuando paseo por la Ronda los recuerdos me obligan a ir más despacio, aquella infancia….

Agur

Bilbaino = fanfarrón….

“Los bilbaínos son unos chuletas, unos fanfarrones, se creen el ombligo del mundo, etc.”. Llevo toda la vida oyendo lo mismo. Este tópico es como una marca de nacimiento, hagas lo que hagas siempre la llevarás encima.

Visto lo visto y dándole vueltas a la neurona he llegado a la conclusión de que con una simple formula matemática se puede explicar el porqué de nuestra forma de ser.

Antes de nada debo decir que esta formulación sólo es válida para los bilbaínos de nacimiento y/o de corazón.

Vamos a ver, si tú, en tu fuero interno y dentro de un baremo del uno al diez consideras que vales siete, debes alardear de que vales diez, porqué? por que siempre te va a llegar el “tontolaba de guardia” que bien por envidia, bien por manía, te va  a poner a caldo y te va a bajar tres puntos, con lo cual te quedas en siete, tu real situación.

Ahora bien, si tú vas de bueno diciendo que vales siete y teniendo en cuenta que el susodicho individuo –prácticamente imposible de erradicar- va a seguir estando ahí, te bajará tres puntos, con lo cual te quedas en cuatro y esa no es tu verdadera posición.

Resumiendo: bilbaíno más tres es igual a bilbaíno real.

Espero que este ejemplo sirva al departamento de iniciativas culturales de nuestro Ayuntamiento y les ayude a aclarar al resto del mundo un poco más la idiosincrasia de los bilbaínos.

Agur

Las prisas no son buenas..

foto: cienciadicente.blogspot.com

Dice mi psicólogo, que deje de preocuparme tanto por mi neurona, que el cuerpo humano tiene recursos para reparar los daños sufridos por agentes exteriores. No sé si creerle, parece majo.

Uno es lento de “entendederas” y necesita más tiempo de lo normal para “coger” las cosas. A la velocidad que van, no me da tiempo de asimilarlas, cuando tengo una “pillada” ya no vale, porque ha salido una nueva y vuelta a empezar y así llevo varios decenios. Señores de la tecnología, por favor, tengan compasión de los que vamos más lentos, piensen que no nos da tiempo a meternos en la cabeza todas sus novedades.

El otro día se reían en la cuadrilla cuando les dije que el cambiar de canal en la televisión cada vez me cansaba más, eso de tener que levantarte del sofá para darle al botón cada día se me hacía más cuesta arriba.

Te pasas la infancia, asimilando que los malos eran los indios y resulta que eran los blancos los que iban a quitarles sus tierras, que si el limón era malísimo para la sangre –no sé qué glóbulos te comía-, ahora resulta que es muy bueno para la salud, el pescado azul era peor que el blanco, ahora resulta que es al revés, y así un millón de cosas. Ya está bien.

De la tecnología mejor no hablamos. Que si la web 2.0, que si la realidad aumentada, -pues anda, que no es jodida la realidad, como para aumentarla-, que si el libro digital –seguirán castigando con los brazos en cruz en los colegios- que si la nube -que manía, con lo a gustito que se está tomando el sol- .

Así que, es normal que tenga la neurona como la tengo, se ha pasado la pobre toda la vida metiendo y borrando información, lo que hoy vale, mañana no y así seguimos sin visos de que esto se tranquilice. Las prisas, solo son buenas para la abuela de la fabada.

Hace muchos años, había una pintada que decía “que paren este mundo que me quiero apear”. Me lo estoy pensado. No sé lo que me dirá el psicólogo en la próxima consulta.

Agur

Las dos cosas no…….

Foto: onomatopeyistas.blogspot.com

De niño, lo asumes con naturalidad -no te queda otro remedio-. Sabes que cuando has hecho alguna trastada, el resultado es, bronca y castigo. Cualquier pifia tenía al llegar a casa su penitencia correspondiente y su “letanía”.

Uno, que ha sido bastante patoso, tenía la mala costumbre, de caerse y mancharse cuando estábamos en casa preparados los domingos para salir a la calle. La bronca no se hacía esperar, esa bronca se dividía en dos partes, primero, te miraban si te habías hecho daño, si veían que estabas ileso del incidente entonces venía la segunda parte, “pero ya ves como te has puesto” “encima tendré que matarme a frotar para quitar esa mancha, con lo difícil que es” “si es que este niño es tonto”. Después venía el castigo, personalmente prefería la bronca, todo lo que me decían me entraba por un oído y me salía por el otro, pero el castigo había que cumplirlo, aunque también es verdad que a la madre siempre se le ablandaba el corazón y me indultaba antes de tiempo.

Lo mismo ocurría en la carretera con los agentes de la autoridad, si te habían pillado ya te podías preparar, “que si podías haber provocado un accidente”,” que si tienes que conducir con más cuidado”, la bronca era en plan paternalista, pero ¡ojo! eso no te evitaba de la sanción y eso si que fastidiaba bastante más.

De la escuela, mejor no hablamos. Con la afición que tenían aquellos maestros a dar “leña”, raro era el día que no llevábamos alguna “gavilla” para casa. Al llegar y enterarse de lo que había pasado, otra vez “leña” acompañada de la frasecita “si te ha dado el maestro, es que algo habrás hecho”, y de su correspondiente bronca. Eso era educación preventiva, como la SGAE, que te cobran un canon en los CD por si se te ocurre “piratear” alguna canción.

Vamos, que no son así las cosas, si hay bronca, que haya bronca y si hay multa, que haya multa, pero las dos cosas juntas no. Por favor, no.

Agur

La demora….

Foto: Lady Madona

La palabra demora creo que fue la primera expresión “complicada” que siendo muy pequeño aprendí su significado.

En los años 60, la telefonía en los pueblos se basaba en concesiones que daba la compañía a particulares para que estos realizasen las labores de centralita. Normalmente estaban situadas en los portales de las casas y como mucho les hacían un pequeño cuarto donde colocaban la central telefónica, como os imagináis, la intimidad no era una cosa muy habitual en los locutorios, menos mal, que entonces el teléfono se utilizaba para acortar distancias y no para alargar conversaciones.

El aparato en cuestión estaba lleno de clavijas y cables que con especial maestría manejaba el “operador”. Recuerdo la frase “Haro, me copias, Haro, me copias” yo no entendía que quería decir aquello de copiar, pero pronto aprendí lo de “la conferencia con Bilbao tiene tres horas de demora” así que, no quedaba más remedio que esperar tres horas y volver pasado ese tiempo para poder hablar con la familia.

Mi única neurona, acostumbrada a ese sistema pronto sufrió una modificación, la llegada de los teléfonos a las casas particulares fue el primer paso, peor lo pasó –la pobre- cuando me dieron el primer teléfono portátil, ahora me han regalado un último modelo, solo le falta saber menear la cazuela para que haga un buen pil-pil.

Como ya está muy afectada –será por la edad- he decidió dejar de pensar, mirándolo bien, no hace falta, el teléfono lo hace por mi, “es la hora de tomar la pastilla de las doce” “a cien metros tiene la farmacia más cercana” “su amigo está en la siguiente manzana” susurra una voz femenina desde el cacharro. Trece llamadas me ha costado aprender que no hay que tocar el botón verde de la pantalla para descolgar, que hay que deslizar suavemente el dedo por la superficie táctil. Mi sobrina de cuatro años me está enseñando a manejarlo, hay que joderse, para esto hemos llegado hasta aquí.

Agur