Muy bien atado

40 años del hecho biológico, la plasta que les vamos a dar. Que, de hecho, les estamos dando. La mía, breve, se lo prometo. Una recomendación literaria, concretamente. De acuerdo, no muy literaria, porque si es cuestión de estilo, El sueño de la Transición es más bien un truño. Con ínfulas, quizá, pero truño. Tengan en cuenta a modo de descargo que su autor es un militarote de cuna. En grado de general, nada menos, ahora en una muy dicharachera reserva. A tal punto que, sin pedírselo nadie más que su ego, ha acabado cantando la gallina.

En apenas 350 páginas, bastantes de ellas prescindibles, Manuel Fernández-Monzón Altoaguirre —toma nombre— manda a hacer gárgaras el cuentito de hadas al uso sobre el inmaculado paso de una dictadura a una democracia y chispún. No lo hace largando por boca de ganso, sino apoyado en los archivos que él mismo alimentó en sus años de machaca del SECED, que luego sería CESID y ahora CNI.

Negro sobre blanco se explica que Juan Carlos, Adolfo y Torcuato llegaron al humo de las velas. El invento echó a andar con Franco vivo, y por indicación, orientación y financiación de la CIA, y en segundo plano, la República Federal de Alemania. ¿Teoría de la Conspiración? Para serlo, documentada al milímetro y aportando hechos irrebatibles y asaz reveladores. Como ejemplo más nítido, la lista de los captados por los servicios secretos del régimen entre los que fungían de aguerridos opositores para ser los prohombres de lo que viniera. Felipe, Polanco, Fraga, Cabanillas, Tamames, Areilza, Paco Ordóñez, Cebrián, los Múgica Herzog… No falta uno. No falla uno. Atado y bien atado.

Atado y bien atado

Casi tengo que ayudarme de los dedos para hacer la cuenta. 38 años del hecho biológico, eufemismo oficial que se empleaba entre la aprensión, el horror vacui y el choteo. Al equipo médico habitual se le terminaron los circunloquios y el trozo de carne que llevaban meses tajando y recosiendo palpitó por última vez. Vaya muerte de mierda en varios sentidos. Para el finado, porque con lo que él fue, le tocó irse para el otro barrio hecho una puñetera pasa babeante, temblequeante e incapaz de controlar los esfínteres. Para sus millones de víctimas, porque la diñó cuando la naturaleza le puso el tope y ni un segundo antes, haciendo, si cabe, la derrota más humillante. Daba cosa brindar por algo tan escasamente heroico. Qué cabrón, al final ha tenido que palmar en su cama, decían algunos al chocar los vasos por un futuro… que tampoco fue como se lo imaginaban.

Esa fue otra. El tiempo demostraría que aquellas palabras del dictador que se tomaron por bravuconada voluntarista estaban llenas de verdad. Joder que si lo dejó todo atado y bien atado. Ahí tenemos a su sucesor a título de rey, Juan Carlos el breve, eternizándose en la jefatura del Estado. “De la ley a la ley”, dijo el prestidigitador hoy olvidado Torcuato Fernández Miranda, y fue cuestión de meses que el Fuero de los Españoles se transmutara en (sacrosanta) Constitución, sublimación suprema del lampedusianismo: todo cambió para que nada cambiara. Qué más da lo avanzado que pudiera parecer el texto, si junto a toda la morralla ornamental que no había intención (ni necesidad) de cumplir, se blindaba lo importante, oséase, la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, que gallea el artículo 2. Con las fuerzas armadas en el papel de garantes de la tramoya. Como paso previo, el gran gol por toda la escuadra, una amnistía que no era sino un decreto de punto final. Y Franco descansó en paz.

Tragar y callar

Vayamos haciendo acopio de palomitas, que no nos va a faltar entretenimiento en los catorce meses —sí, todos esos todavía— que quedan de legislatura en la CAV. Lástima que no resultará la pelea igualada y emocionante que nos gustaría a los que apreciamos el buen pugilato político. Tendrá más de pressing-catch amañado donde de antemano están repartidos los papeles de los contendientes. Al PSE, ni lo duden, le toca encajar las guantadas y callar. Mejor, con una sonrisa, como la que exhibieron anteayer José Antonio Pastor e Idoia Mendia al proclamar urbi et orbi que les volvía locos de felicidad tener que comerse con patatas el paletón de enmiendas a sus presupuestos que les había echado encima su socio y sostén.

Ojo, que en el paquete va un caprichoso canon de capitalidad que se le ha ocurrido a la supernova en ciernes Maroto y la fumigación de las ayudas a las víctimas de motivación política. Si lo primero pasa como gamberrada, lo segundo es una tarascada lanzada a muy mala leche contra lo poco en que hemos visto medianamente firmes a los socialistas vascos. Pues ni por esas. Testuz abajo y a seguir tragando quina.

Entre tanto asesor con fluorescente adosada en el entrecejo debería haber por lo menos uno que advirtiera de los beneficios de dar un puñetazo en la mesa de vez en cuando. Cada chantaje pagado es el anticipo de otros dos o tres por venir. Acabará López subiendo a la luna para ponérsela a los pies de Basagoiti, y ni aún así dejará de pedir el agasajado más pruebas de amor, o sea, de sumisión.

Que alguien en Nueva Lakua se detenga a echar cuentas y vea si les sale rentable ir entregando los barcos y, además, la honra. En el ejercicio puede ser de ayuda la tabla con los resultados de las últimas elecciones. Innegable, sí, el batacazo del PSE, pero así y todo, le sacó unas traineras de votos al PP. Es la tercera fuerza vasca. ¿Por qué se deja mangonear por la cuarta?

El mérito de Basagoiti

En cuatro o cinco censos de perdedores del 20-N he visto que junto a los fracasados de manual —Zapatero, Rubalcaba, López—, en los capítulos finales figuraba el nombre de Antonio Basagoiti. Si nos atenemos a esa aritmética maleable de la que hablaba ayer, es rigurosamente cierto que los populares vascos han sido la deshonrosa excepción del ascenso gaviotil. En la CAV apenas han rebañado 700 votos más que en 2008 y han mantenido los 3 escaños que le vienen de serie por la normativa electoral. Ha sido gracioso ver cómo culpaban a ese forúnculo llamado UPyD de haberles afanado papeletas, y más despiporrante aun, escuchar a Iñaki Oyarzábal y Laura Garrido que si se miraba el conjunto de Euskal Herria (ahí estaba el chiste), eran la fuerza más votada.

Excusas de pésimo pagador al margen, reitero que el resultado de la sucursal mariana en esta parte del mundo no ha sido, a primera vista, para descorchar txakoli. Sin embargo —aquí viene la paradoja—, eso no le resta ni un solo mérito al líder del PP vasco. Lo mismo que en los equipos de fútbol hay delanteros centro y centrales rompepiernas, en la política hay figuras que tienen la misión de marcar goles y otras, no menos importantes, que deben destruir el juego del rival. Ahí es donde se las pinta solo Basagoiti, que ha convertido en guano no pocos de los 180.000 votos que ha perdido el PSE, su adversario —no lo olvidemos— en estas elecciones.

También es verdad que López y la pléyade de áridos y pastóridos que lo circundan son especialistas en marcar en propia puerta, pero podrían haber obtenido un resultado un poco menos bochornoso si no hubieran metido al enemigo en casa. En estos tres años ejerciendo de sostén con encaje de Nueva Lakua, lo que realmente ha hecho el PP ha sido vaciar la despensa de votos socialistas en Euskadi. Los otros, hipnotizados por la makila, no se han dado ni cuenta. Y aún queda otro año para rematar la faena.

Aritmética inexacta

En cuanto las matemáticas bajan de las pizarras académicas, te das cuenta de que no son una ciencia tan exacta como presumen. Vamos, que dos y dos son cuatro, pero según y cómo. Nótese, por ejemplo, que la apabullante mayoría absolutísima del PP se ha conseguido con cuatrocientos mil votos menos —sí, menos— de los que al PSOE le sirvieron en 2008 para apañar una agónica mayoría simple que lo tuvo mendigando pactos toda la legislatura.

Que no nos timen los cantores de gesta que dicen que Rajoy tiene barra libre para hacer lo que a él, a Merkel o a la agencia Fitch les salga de la sobaquera, porque el de Pontevedra apenas ha rascado unas miles de papeletas más que en su derrota anterior, cuando a puntito estuvieron de mandarlo a casa. Se pongan como se pongan los titulares con la inestimable ayuda de la ley D’Hont y la legislación electoral vigente, en el Estado español no ha habido un vuelco para las antologías. Como mucho, una ramplona alternancia en el poder convertida en apoteosis por el hostiazo del PSOE, que sí ha sido histórico sin matices ni ambages.

Donde de verdad han ocurrido un puñado de cosas que aún no contaban con precedente —y ya llego al puerto que de verdad quería— es en el marcador final del 20-N en Euskal Herria. En una columna (CIS… ¡zas!, se titulaba) que les da derecho a rechiflarse de este escribidor, anoté como el que se pone una venda para una herida futura que en todas las elecciones generales reunían más votos los partidos llamados constitucionalistas que los soberanistas y/o nacionalistas. La norma se quebró, y de qué manera, el domingo.

Que eso se quede en anécdota o acabe haciendo categoría dependerá, en buena medida, de la actitud de las formaciones abertzales que han protagonizado el sorpasso. De entrada, no es buena señal que se enzarcen enseñándose los votos y los escaños. Aquí las matemáticas sí van a misa: sumar es mejor que dividir.

Noche electoral

Ánimo, que ya queda menos para las ocho de tarde, el momento en el que empieza la parte más entretenida de unas elecciones. Todo lo anterior —la convocatoria, la campaña, los sondeos, los debates e incluso el instante mismo de echar o dejar de echar la papeleta— tendrá su puntito, no digo lo contrario, pero no deja de ser la guarnición. El auténtico solomillo llega cuando se cierran las urnas y, en algo así como un ejercicio de natación sincronizada sin ensayar, en todas las emisoras y cadenas de radio salta al unísono la cabecera del programa especial correspondiente.

Ni se imaginan el reventón de adrenalina que se produce en ese instante en las redacciones. Da lo mismo que se lleven a las espaldas decenas de noches electorales cubiertas o que, como va a ser el caso, ya se sepa que estos comicios los van a ganar sin bajarse del autobús Goldman Sachs y Merril Lynch. La emoción siempre está ahí. Fíjense en el tono de voz con el que les saludará esta tarde y pronunciará las primeras palabras Xabier Lapitz en Onda Vasca. Notarán que no es el mismo con el que arranca cada día Euskadi Hoy.

A partir de ahí, no parpadeen, porque todo ocurre muy deprisa. Los avances tecnológicos nos han birlado aquellos legendarios conteos que se extendían hasta la madrugada y aún había que aguardar al día siguiente para conocer el marcador definitivo. Hoy para las diez y cuarto estará todo el pescado vendido. Quedarán, si cabe, cuatro o cinco chicharros sin dueño fijo al albur de los caprichos del señor D’Hont y sus diabólicos cocientes.

En esa celeridad explosiva están la gracia y la esencia. Doble contra sencillo a que las encuestas a pie de urna del minuto uno no se parecen al escrutinio de las cien primeras papeletas de las nueve y todavía menos al resultado final. Lo mismo, con las declaraciones desde las sedes o los análisis a vuelapluma en el estudio. Y lo mejor: mañana habremos olvidado todo.

CIS… ¡Zas!

Espero que sepan perdonar que, tras el diluvio del fin de semana, venga este humilde juntaletras pertrechado de un jarro de agua helada y se lo vierta sin piedad colodrillo abajo. Debe de ser esta sangre galleguísima que corre por mis venas (haberlas, haylas) o un fatalismo que crece al ritmo de mis canas, pero cuanto más miro y remiro la quiniela del CIS para la CAV y Nafarroa, menos descabellada me parece. No digo que vaya a ser un pleno al 23 —los escaños que nos corresponden— pero sí que tal vez no le ande tan lejos. Nadie gana a caprichosas a las urnas vascas. Desde junio de 1977 a mayo de este mismo año hay una larga serie de resultados que nos situarían en las antologías de la paradoja, si no directamente en los prontuarios psiquiátricos sobre esquizofrenia y personalidad múltiple.

¿Es posible que tras unas elecciones que nos retrataban con unas ganas locas de mambo soberanista vengan otras, sólo seis meses después, donde aparezcamos casi tan rojigualdos como el que más? La respuesta la tendremos el 20-N. Mientras, contamos con no pocos indicios que apuntan hacia ahí. Si bien ha sido el barómetro oficial el que ha provocado las taquicardias, en el último mes he visto media docena de encuestas —cocinadas a beneficio de obra, de acuerdo— que ya salían por una petenera similar; la única diferencia es que situaban al PP en lugar de al PSOE como primera fuerza. Tal cual.

Hay factores más o menos técnicos que lo explicarían. Aunque no se da el dislate del 25-25-25 de las autonómicas, la distribución de escaños por territorio y esa ruleta rusa llamada Ley D’Hont ayudarían bastante. Súmese que en la conciencia colectiva abertzale éstos son unos comicios que ni fu ni fa. Si todo ello se rubrica con una campaña en la que el PP se dejará llevar, el PSE se pondrá de perfil y los que se repartirán las guantadas serán PNV y Amaiur, nadie se extrañe de que el CIS se acerque a la verdad.