Evaristo Antivacunas

Me pregunta una querida compañera si creo que lo de Evaristo cediendo el escenario del Buesa Arena a los magufos antivacunas es para tanto. Le contesto que ni para tanto ni para tan poco, e inmediatamente después le confieso que ya me rondaba en la cabeza una columna al respecto. De hecho, el día anterior había tenido bastante repercusión un tuit mío en el que decía que parece ser que también teníamos un Bosé autóctono. Nuestros viñetistas Asier y Javier lo clavaron en su dibujo en el que el líder de La Polla entonaba el “Amante bandido” del antiguo ídolo del pop hispano devenido en anunciador del apocalipsis.

Lo cierto es que, más allá de los estilos musicales diametralmente opuestos, el paralelismo es inevitable. El blandito intérprete de canciones chicle tiene en común con el agreste trovador contestatario el zumbe visionario y conspiranoico. Más allá de la tontuna del Buesa con el logo invertido de la Organización Mundial de la Salud, el de Agurain tiene una amplia bibliografia presentada denunciando el control social y delatando su ignorancia enciclopédica sobre absolutamente todo. Servidor, que de adolescente se gastó unas pesetas en sus discos y en sus conciertos, no puede ni siquiera hacerse el sorprendido. Muy pronto quedó claro que el sistema tenía un cómodo hueco para los antisistema que en lo musical se mueven en los mismos circuitos que las más alienadas de las bandas de los 40 principales. Como él mismo cantaba, “Moda punk en Galerías”. Por lo demás, lo más gracioso del episodio es que solo gracias a que el 90 por ciento de la población se ha vacunado pudo celebrarse ese concierto.

Negacionistas duros y blandos

Era lo que nos faltaba. En el mismo instante en que vuelve a arreciar la pandemia —¡y lo que nos queda!— aparecen en nuestras calles piaras de conspiranoicos, nazis sin matices, tontos de baba, bronquistas que se tienen por antisistemas y, en fin, memos de variado pelaje. En nombre de la libertad, manda pelotas, descuajeringan el mobiliario urbano y nos devuelven a ese anteayer no tan lejano de humo, pedradas, carreras y pelotas de goma. Me alegra constatar de saque que, salvo algún regüeldo en las inmediaciones de Vox, esta vez no parece haber políticos que caen en la tentación justificatoria de los sembradores de gresca. Eso que nos llevamos por delante, aunque yo no puedo evitar anotar aquí que todos los que queman contenedores se parecen como un moco a otro.

Por lo demás, y más allá de estos vándalos de manual, me preocupa que parte de sus letanías vayan calando entre personas que no van a salir a romper cristales. Seguro que hay alguien así en su entorno. Parapetados en un hartazgo que tiene parte de real y mucho de impostura infantiloide, pregonan la maldad infinita de cualquier medida que les impida seguir campando a sus puñeteras anchas. Como los otros, esta buena gente berrea también que están cercenando nuestros derechos básicos, como si contagiar el bicho al prójimo fuero uno de ellos.

El fin del sistema

Vuelvo de unas vacaciones de diez días disfrutadas a partes casi iguales en un pequeño pueblo que no sale en ninguna guía y en una gran capital turística. En ambos lugares y en los respectivos viajes de uno a otro más el de regreso a mi casa —dos mil kilómetros en total— me he encontrado con hordas de seres humanos de amplísimos bolsillos. Allá donde mirara, corrían con igual alegría las modestas rondas de vermú con tapa incorporada que las prohibitivas comandas de combinados alcohólicos acompañadas de generosas raciones de gambas o ibéricos. Y no era solo una cuestión del sector hostelero. Ante cada caja de cada local comercial abierto he visto interminables colas formadas por individuos que aguardaban a que les cobrasen, y no precisamente a precio de ganga, toda clase de quincallería de quinta, sexta o séptima necesidad. Teniéndome por un tipo austero por lo general, debo confesar que yo mismo he participado de esa ligereza de cartera con un levísimo, apenas imperceptible, sentimiento de culpa.

Mientras derrochaba y (sobre todo) contemplaba cómo derrochaban los demás, me rascaba la cabeza pensando en lo poco que se parecía el brutal espectáculo consumista que se desplegaba a mi alrededor con el paisaje lunar que me pintan una y otra vez en algunos medios y no digamos en las redes sociales. ¿Esta es la crisis sistémica, la antesala de la muerte inminente del modelo-que-nos-ha-traído-hasta-aquí, los postreros estertores del malvado y alienante capitalismo antes de dar paso a un nuevo orden requetejusto y megaigualitario que lo flipas mazo? Joder, pues yo no lo diría. Pero quizá esté equivocado.

El fin del sistema

Como el abuelo de Víctor Manuel, me he sentado en el quicio de la puerta —en mi caso, con el pitillo encendido entre los labios— a ver pasar el cadáver del bipartidismo, y creo que tres cuartos de hora después, el del sistema político español en pleno, incluyendo la monarquía de reestreno. Lo están aireando a todo trapo en los dos canales de teleprogre, entre anuncios de coches, colonias para machotes y el ultimísimo grito en cachivaches tecnológicos. Debe de ser que los publicistas y las empresas que hay detrás son la recaraba de la estupidez y venden su mercancía entre los que los quieren tirar por el barranco de la Historia. O a lo peor es justo lo contrario, que son bastante más avispados que la media, y saben que ahora mismo los bolsillos más desahogados y los caracteres más antojadizos se concentran en la audiencia de esos programas. El tiempo nos dirá si se están haciendo el harakiri o, como ha venido siendo desde que existe el capitalismo, si están cubriendo el jugoso nicho de mercado de los antitodo de pitiminí. “Moda punk en Galerías”, cantaba ya hace treinta años Evaristo, bañado a lapos por un público que hoy solo esputa (con perdón) cuando se lo manda el médico para unos análisis.

¿Por dónde iba antes de perderme en digresiones inútiles? ¡Ah, sí! Peroraba sobre la inminente vuelta a la tortilla de la que seremos testigos privilegiados y felices, según los que leen el porvenir en los posos del gintonic. A la casta, sea eso lo que sea, apenas le queda teleberri y medio. Será sustituida por un ejército de seres angelicales que nos inundarán de pan, amor y fantasía. Qué maravilla.

Indignación rentable

Mucho cuidado, que la indignación acabará cotizando en bolsa. Igual que la lluvia es una oportunidad de negocio para los vendedores de paraguas y chubasqueros, este temporal incesante de motivos para soliviantarse está forrando el riñón de unos cuantos vivillos tan dotados de olfato como faltos de escrúpulos. Su especialidad es la bilis hirviente. La adquieren a granel y a coste cero directamente de las instancias gubernamentales y aledañas. Cada recorte, cada medida injusta, cada arbitrariedad, cada corruptela son una mina en potencia de donde extraer y poner en circulación toneladas de lucrativo sulfuro social.

¿Cómo se convierte eso en plusvalía? De cien formas. Tertulias televisivas y/o radiofónicas a doscientos, trescientos, cuatrocientos euros la hora. Artículos de prensa —mayormente digital, que es lo que se lleva ahora— cada vez más panfletarios que buscan las tripas y eluden el cerebro. Manuales de instrucciones para la insurgencia o así escritos a varias manos y de venta en kioscos, librerías y grandes superficies. Conferencias, ponencias, jornadas, encuentros y bolos diversos con caché variable; es recomendable uno gratis ante una asociación de vecinos o similar de cuando en cuando a modo de promoción.

Como se ve, métodos en esencia tradicionales, porque al final no hay nada más convencional que lo pretendidamente alternativo. El otro día, sin ir más lejos, en un programa del hígado reconvertido por las bravas en supuesto debate, la portavoz de la plataforma de afectados por la hipoteca y la neocelebridad contestataria Beatriz Talegón protagonizaron un encontronazo que en nada envidiaría a las enganchadas de Nuria Bermúdez y uno de los Matamoros. Carne viral para Youtube —que es donde lo vi yo— y pico de audiencia. En las pausas publicitarias, ristra de anuncios de perversas corporaciones que no se dan por enteradas. Para ellas, los cabreados son un nicho de mercado.

Patxi va de guay

Si no había motivos para indignarse, sulfurarse y hasta encabronarse, taza y media. Con la caña de pescar bien cebadita de suficiencia paternalista y curil a partes iguales, Patxi López se dirige en video y por escrito a lo que enseguida se ve que para él es una chavalada revoltosilla. Tiene guasa. El día 3 del corriente puso proa a la petición de Bildu para reunirse con él alegando que su menda no se arrejuntaba con proscritos, pero ahora pierde el cinturón para ver si pilla cacho en este río revuelto. Otro indicio que revela que en su imaginario y en el de los contumaces palmeros que lo aconsejan, los que se han echado a la calle son una panda de primaveras que se puede merendar con un poco de labia y cuatro trucos de asesoría de imagen. Dicho en el lenguaje ya en desuso de su generación y la mía, va de guay.

Y, aunque no lo sepa, no se va a comer un colín con forma de voto porque él encarna, junto a muchos políticos de todos los partidos, justamente aquello que ha provocado la cólera que cada vez llena más metros cuadrados de asfalto. Aunque se los retrata como soñadores que piden el poder para los soviets, la reclamación principal es que dejen de tomarlos por tontos de baba. Son aspiraciones que se contestan con hechos, no con palabras ni palmaditas comprensivas y falsarias en el lomo.

Anda tarde López para coger ese tren. Tiene demasiada bibliografía presentada. Pacta con quien había jurado no pactar, defiende a muerte a quien enmierda la cooperación internacional y se compra terrenitos en Somoto y Marbella, silba mirando a la vía ante sus conmilitones que cobran dietas que no les corresponden, fumiga ideológicamente a discreción, pone al de la porra al frente de su aparato de propaganda y se cepilla en dos años diez de avances sociales. Como símbolo de su mandato, una foto de nuevo rico repatingado en una chaselongue. Y ahora finge empatía con los que él mismo ha contribuido a cabrear.

Protesta, que les joroba

Suelo llevar en la cartuchera, siempre listo para desenfundar, un discurso entre cínico y resabiado que corta como una navaja de Albacete vacilones reivindicativos. Básicamente se trata de tirar de memoria histórica para recordar que incluso las que ya se han hecho son revoluciones pendientes. Las bellas consignas se las lleva el viento y, al final, suele tocar volver a la miseria cotidiana con la pancarta entre las piernas. El cabrón del Sistema es tan grande que hasta tiene unos discretos bolsillos interiores para albergar a los antisistema, muchos de los cuales van saliendo de ahí por su propio pie según renuevan el carné de identidad o aprueban oposiciones. Andando el tiempo, a algunos te los encuentras poniendo ojitos de yonohesido en carteles electorales que chorrean photoshop.

¿Lo ven? Sin querer, ha vuelto a salirme el pinchaglobos en que nos hemos convertido por despecho bastantes de los que no encontramos la playa bajo los adoquines. Y no, esta vez no era mi intención largarme la clásica perorata paternalista de rebotado de viejas barricadas sobre las miles de personas que se están echando a las calles estos días al grito de “¡Democracia real ya!”. Todo lo contrario. Pretendo dejar constancia de mi respeto y mi admiración hacia cada una de ellas. Para mi no son ni perroflautas, ni ilusos, ni borregos manipulados, ni cualquiera de las mil etiquetas que les están calzando los que les miran con el fastidio de los señoritos que no soportan que un descamisado se apoye en la carrocería de su BMW.

Los aguafiestas pronostican que no conseguirán nada. No es cierto. Por de pronto, ya han triturado las teorías que sostenían que aquí no se movería nadie. Tal vez no hayan llegado a poner de los nervios a los dueños del balón, pero sí los han incomodado lo suficiente como para hacerlos balbucear melonadas -¿eh, López?- en sus mítines. Y han logrado también que pensemos. Por ahí se empieza.