A dos velas….

foto: boiron.es

Tengo una duda, no sé si los niños de ahora nacen teniendo menos mucosidad o es que son más limpios, pero resulta difícil encontrar un niño con mocos colgando.

En mi infancia, recuerdo que era bastante normal tener amigos del colegio o del barrio que llevaban siempre pegadas una o dos hermosas “velas” – así le llamábamos a los mocos colgantes-.

La fisonomía de las “velas” cambiaba en función de la hora del día. A primera hora estaban compuestas por un liquido poco espeso y brillante que el niño, en un acompasado ritmo lo hacía subir hacia el orificio nasal y la gravedad se encargaba de volverlo a bajar. Si la abundancia de mucosidad obligaba a aumentar la velocidad en el ritmo, y no disponía de pañuelo, optaba por limpiarse en la manga del jersey, se solía ver a menudo unas mangas brillantes en la zona cercana al puño y eso no era más que una acumulación de mocos que durante la jornada el chaval había ido depositando. Pensándolo bien podía servir de impermeabilizante.

A medida que pasaba la jornada la capa exterior de las “velas” se iba endureciendo en contacto con el aire y adoptando un tono más verdoso. Había comenzado un proceso muy similar al de las estalactitas, la capa exterior adquiría dureza  y por el interior fluctuaba en constante subida y bajada el líquido mucoso. Si en esa situación el niño se limpiaba se podía ver cómo le quedaba parte de la capa exterior de la vela adherida a la piel –creo que de esa situación nació la idea del adhesivo de contacto-.

Había algunos –los más cochinos- que, para evitar el proceso de limpieza optaban por dar un fuerte impulso hacia el interior de la fosa nasal y le desaparecían por un buen rato. No quiero pensar en el lugar de destino de esa mucosidad.

La palabra “mocoso” acabará perdiéndose por falta de niños a los que poder aplicársela. Qué le vamos a hacer.

Agur

Las temidas notas…

Foto: poralgolodigo.blogspot.com

No nos engañemos, en nuestra infancia uno de los momentos más críticos era la entrega de las notas. De sobra sabíamos nosotros las que habíamos aprobado o no. Pero siempre nos quedaba el reducto de la compasión del maestro, a ver si por una remota casualidad –que casi nunca se daba- se apiadaba de estas almas arrepentidas llenas de dolor y con la gran promesa de corregirnos, no nos cateaba. Por intentarlo no se perdía nada.

De las buenas notas ni hablo, a mi me contaron que había uno, que conocía a otro que tenía un vecino que las sacaba y en su casa le dieron un montón de regalos. Estoy seguro que eran leyendas urbanas. De las malas y regulares ya puedo hablar por experiencia propia.

En mi situación estábamos la mayoría, recuerdo una tarde de Septiembre, paseando por El Espolón de Logroño, en un banco estaban sentados un padre con su hijo, el padre tenía en la mano la cartilla de notas y una cara de pocos amigos que había que verla. El hijo parecía una estatua de cera, ni se movía, vista la situación se podía adivinar que las notas no eran todo lo buenas que hubiera deseado el chaval. El padre miraba las notas y seguido fijaba la mirada en la cara del hijo, de vez en cuando le decía “con estas notas a dónde vas a ir” “te crees que yo me estoy deslomando para que tú hagas el vago”. El chaval levantó la cara y me miró, nos cruzamos una mirada de comprensión, mentalmente le dije que aguantase el chaparrón y que siempre que llueve descampa, no sé si me entendió. De pronto, el padre le cogió por el hombro y gritando le dijo “te voy a dar dos hostias…” paró uno segundos de gritar y más suavemente le espetó “bueno, con una de pueblo te vale y te sobra…”. Se hizo el silencio.

Al hijo le notaba que le costaba tragar la saliva, era normal, con la acumulación de órganos que tenía en la garganta, que si la tráquea, las amígdalas, las gónadas –se le habían desplazado hacia esa zona- , etc. Al final la sangre no llegó al rio.

Me marché pensando que de esta vez me había librado y que tenía que seguir disfrutando de las vacaciones. Mundo, mundo…

Agur

Como el chocolate…

foto: museosdeoficios.com

A la taza. Como el buen chocolate de toda la vida, así era una de las usuales formas de corte de pelo infantil en los pueblos. En la década de los cincuenta y sesenta hacía “furor”. El sistema era bien sencillo, se colocaba un tazón -de aquellos del desayuno- boca abajo, en la cabeza del sufrido receptor y se cortaban todos los pelos que quedaban fuera del perímetro exterior del tazón. Claro, con este sistema se aplicaba el único socialismo que se permitía entonces, “el socialismo peluqueril”, era evidente que todos los críos iban iguales, todos llevaban la misma tonsura monacal.

El corte, tenía sus cosas buenas, como la rapidez con que se ejecutaba, pero también las tenía malas, como dejar totalmente al descubierto las orejas. No sé por qué razón, pero en aquellas épocas los niños nacían con los pabellones auditivos bastante grandes y eso no es síntoma de que con la edad  no vayas a padecer sordera. En los pueblos, el tener las orejas al descubierto de esa forma tan estridente tenía su valor, si se ponían muy rojas es que hacía mucho calor y si les picaban es que hacía mucho frio y era el principio de los “sabañones”. Qué cosas… con verle por las mañanas las orejas al niño ya sabían el tiempo que hacía.

Una de las pocas variantes que sufrían los poseedores de la tonsura era los domingos para ir a misa, entonces les untaban la cabeza con “brillantina” y les quedaba el pelo duro como si llevasen un casco. Ni el mayor de los huracanes hubiese podido mover aquellos peinados.

La raya en medio, a un costado, el flequillo, etc. eran modas que fueron llegando poco a poco. La cresta de los punkis vino mucho después.

Agur

El efecto gaseosa…

foto: universalbody.es

“Aitor, bájate ahora mismo de ahí” “Gabriela, no le muerdas a tu hermano” “Asier, quítale el zapato de la boca a María”……..

6 de la tarde, un atardecer caluroso envuelve el recinto de juegos de una plaza céntrica de Bilbao. Sentado, observo a los niños jugar, las madres hablando entre ellas no paran de reprochar a sus hijos –algunas con un tono bastante más elevado de lo normal- las travesuras de estos. Pasa media hora, la situación sigue igual, la pobre María no consigue zafarse del pesado de Asier y Aitor sigue subido por las ramas del mecano. En un acto de puntualidad británica, cada cinco minutos las madres vuelven a recriminarles su actitud.

Pasado un tiempo escucho decir a una progenitora “hay que ver como cansan estos niños”. Vamos a ver señora, los niños no le cansan, lo que le cansa es estar cada cinco minutos dándole bocinazos a su hijo y poniéndonos a todos la cabeza como un tambor. Los niños no hacen ni puñetero caso a lo que les dicen sus madres, normal, si están constantemente dándoles instrucciones, es lógico que “pasen” de ellas. De pronto, observo una técnica que a corto plazo da muy buenos resultados, a largo plazo, ya veremos. Viendo que es la hora de merendar, noto que varias madres utilizan el mismo recurso “Aitor, mira lo que te he traído” Gabriela, tengo una sorpresita” “Asier, mira lo que tengo”, los niños, que antes no hacían ni caso, ahora se presentan como rayos ante sus madres.  Parece ser que estamos criando una generación de personas que solo van a actuar si obtienen el rendimiento inmediato, que peligro…

A las gaseosas se les va la fuerza por la boca y parece ser que en esta plaza también.

¡¡Andrea!! Bájate ahora mismo,  que el tobogán no es para subirlo andando…es mi sobrina, hoy me ha tocado cuidarla.

Agur

Espero que al recibo de…

Foto: heraldo.es

“Espero que al recibo se estas cuatro letras os encontréis bien…” Este era el encabezamiento oficial para las cartas en los años cincuenta y sesenta. Que tiempos. La liturgia que llevaba el escribir una carta era siempre la misma, el folio en blanco –los había, con unas líneas muy finas para escribir derecho- cerrar el sobre humedeciendo con la lengua, el sello dejaba un sabor bastante malo –luego vinieron los autoadhesivos, pero no era lo mismo- y al buzón. La ilusión de recibir una carta no se parece en nada a recibir un mail o un sms, y si lo miras bien, al final también es una forma de recibir noticias, pero no es lo mismo. El olor y el tacto del papel nos dejaba recuerdos de la persona que nos escribía –había quien perfumaba las cartas-. Prometo que volveré a escribir cartas, es una de las muchas cosas que he ido abandonando.

Ahora nos enfrentamos a las nuevas tecnologías, cuando recibimos un sms, más que leerlo tenemos que adivinar lo que pone.

En mi caso puedo decir que cuando me mandan los sobrinos algún sms no me aclaro con el texto, pero ¡¡ojo!! cuando quieren pedir algo, entonces la cosa cambia mucho, hay que ver, con qué claridad escriben el texto y con qué sutileza aplican la gramática, vamos, que lo dejan perfecto, por qué será?

No sé si serán apreciaciones mías –la edad hace estragos- pero me da la impresión que estos jóvenes tienen mucha cara.

Para ir al compás de los tiempos, el otro día me dieron un breve cursillo de escritura rápida para los sms. Lo puse en práctica y le mandé un mensaje a un amigo. A los pocos segundos me contestó muy cabreado diciéndome que él no era homosexual ni le apetecía nada participar en una orgía. Asustado le llamé, para explicarle que lo que yo le quería decir era, que si el próximo sábado íbamos al monte a por setas. Parece ser que no capté bien la forma de escribir los mensajes. Todo se aclaró, pero creo que nunca más volveré a usar esa nueva forma de escribir.

Agur