Los problemas de Patxi….

foto: jugar.uphero.com

El perro de mi amiga se llama Patxi, así figura en su cartilla de sanidad y no seáis mal pensados porque Patxi tiene 7 años. Mi amiga está muy preocupada por el problema su perro, resulta que Patxi a pesar de la edad que tiene, sigue sin “estrenarse”. Ya sé, que de esa forma se evitan problemas de cachorros y demás rollos, pero cuando le veo me da una pena, me mira con su carita perruna y parece que me dice: “aquí estoy sin conocer hembra y según están las cosas dudo de que algún día lo haga, que vida más perra llevo”, no me digáis que no os da pena.

Patxi no tiene pedigrí, es un chucho “vulgo vulgaris” bonito sí, honrado formal y trabajador, también, pero los demás perros le miran por encima de la paletilla y eso duele, y más a un perro y aunque os parezca mentira, esa es la causa principal por la que Patxi no conoce su media naranja.

Para salir del paso, le han intentado comprar una perrita hinchable. Han mirado en todo tipo de catálogos y solo han encontrado muñecas con chicas rubias, morenas, pelirrojas, etc. Pero de las de cuatro patas, nada de nada.

Si nadie quiere que Patxi entre a formar parte de la familia de su perrita, por lo menos hago un llamamiento para que alguien con visión de futuro ponga un negocio de esos con luces rojas en la puerta, no me acuerdo como se llaman, ¡¡eso!! un Perri-Club, al menos se podría “desahogar” de vez en cuando.

Patxi tendrá sus defectillos, como todos, pero de lo que estoy seguro es de que no es nada racista, en este momento con tal de rellenar esa pieza del puzle amoroso que le falta, le da igual una pekinesa, que una gran danés, una pastor alemán y si se tercia hasta una chihuahua. Que duro es el celibato forzado.

Os seguiré informando.

Agur

El descubrimiento…

No hace mucho, vi en un programa de televisión una noticia que hablaba de uno de los últimos negocios que existían en Bilbao dentro de un portal. Antiguamente era muy común esa forma de negocio, los había de todas las profesiones, zapateros, quincalleros, golosinas, etc. Rara era la calle del Casco Viejo que no tuviese en ninguno de sus portales algún “adosado”.

En el portal de casa de mis abuelos había un zapatero remendón. Maroto le llamaban, supongo que sería su apellido, yo no lo he conocido por otro nombre. Era el zapatero del barrio, además hacía las veces de cartero –no había buzones- él se encargaba de distribuir las misivas a medida que los vecinos iban pasando por delante de sus “instalaciones”. Maroto hacía las veces de confesor del portal, conocía mejor que nadie a sus habitantes, era el “internet” de los años 50.

Resulta increíble el pensar que en tan poco espacio se puede desarrollar un negocio, una ventanita era la zona de “recepción de materiales” y la misma servía para la “expedición de materiales”. Una cajita de madera con muchos departamentos servía de almacén de puntas, tachuelas y “defensas” –eran unas chapitas que se colocaban en la suela para evitar el desgaste-, un bote de pegamento de contacto abierto con su brocha impregnaba de un olor peculiar a todo el portal. Que recuerdos…

Hasta los siete años siempre había conocido a Maroto sentado en un pequeño taburete con su delantal de cuero –casi negro- con un resto de cigarro en la boca, el saludo amable y siempre recluido en su garita. Pero un buen día el mundo se me vino encima, hice un gran descubrimiento, vi a Maroto subido en una escalera y me di cuenta que tenía piernas, lo mismo que había cojos y mancos yo pensaba que Maroto era una persona pegada a un taburete, pero no, la cruda realidad me devolvió a la vida. Me empezaba a hacer mayor…. A partir de ahí, mi vida fue distinta.

Agur

Wall Street frutero….

Mercabilbao, en Basauri,  es la prueba de la evolución de una ciudad y de la adaptación de sus necesidades a una realidad actual. Las tiendas de ultramarinos –que bonita palabra- han existido toda la vida y su suministro se efectuaba desde los almacenes situados en la calle de Ronda.

Paseando hoy en día por esa calle, me resulta casi imposible de reconocer lo que en su día fue “el Wall Street frutero” de Vizcaya. Me resulta muy difícil el imaginarme la calle llena de almacenes de fruta, de camiones, de carros tirados por burros, de isocarros.

Los que hemos tenido la suerte de haberla conocido en plena actividad, recordamos aquellos camiones Pegaso –entonces me parecían gigantescos- subidos en las aceras descargando las naranjas, el bullicio que se armaba a primeras horas de la mañana, el ruido de los isocarros cargados con los ramos de plátanos envueltos en papel y paja. Era una locura. A mediodía pasaban las brigadas de limpieza y quedaba la calle perfecta para que los niños fuéramos a comprar golosinas al único oasis que existía en el centro de la calle: Casa Galindo.

Había otro almacén de frutas, el de Urréjola, pero este estaba en la otra parte del puente de San Antón en la calle Urazurrutia.

El silencio, no era precisamente la virtud de la que podían alardear los habitantes de la zona. Al ruido de los camiones había que añadir el de los carreteros que pedían paso a viva voz, el de los descargadores con su saco de esparto al hombro y demás personal necesario para que “aquello” funcionara. Menos mal que a esas horas de la mañana solo aparecían los profesionales, la gente de “miranda” no acudía, era lógico, podían haber aparecido con una coliflor en la cabeza y unas naranjas a modo de lentillas. La tecnología no había llegado y se hacían todas las maniobras de carga y descarga con el único sistema que se conocía: “la tracción a alubias”. Recuerdo, que por la tarde quedaba en la calle un olor ácido, debía ser de la fruta que caía al suelo y acababa machacada.

Cuando paseo por la Ronda los recuerdos me obligan a ir más despacio, aquella infancia….

Agur

Bilbaino = fanfarrón….

“Los bilbaínos son unos chuletas, unos fanfarrones, se creen el ombligo del mundo, etc.”. Llevo toda la vida oyendo lo mismo. Este tópico es como una marca de nacimiento, hagas lo que hagas siempre la llevarás encima.

Visto lo visto y dándole vueltas a la neurona he llegado a la conclusión de que con una simple formula matemática se puede explicar el porqué de nuestra forma de ser.

Antes de nada debo decir que esta formulación sólo es válida para los bilbaínos de nacimiento y/o de corazón.

Vamos a ver, si tú, en tu fuero interno y dentro de un baremo del uno al diez consideras que vales siete, debes alardear de que vales diez, porqué? por que siempre te va a llegar el “tontolaba de guardia” que bien por envidia, bien por manía, te va  a poner a caldo y te va a bajar tres puntos, con lo cual te quedas en siete, tu real situación.

Ahora bien, si tú vas de bueno diciendo que vales siete y teniendo en cuenta que el susodicho individuo –prácticamente imposible de erradicar- va a seguir estando ahí, te bajará tres puntos, con lo cual te quedas en cuatro y esa no es tu verdadera posición.

Resumiendo: bilbaíno más tres es igual a bilbaíno real.

Espero que este ejemplo sirva al departamento de iniciativas culturales de nuestro Ayuntamiento y les ayude a aclarar al resto del mundo un poco más la idiosincrasia de los bilbaínos.

Agur

El jamón más grande del mundo….

foto: barbacanteruel.es

Cuando salíamos a la calle por la tarde a jugar era costumbre preguntar qué te habían puesto en el bocadillo. Nos juntábamos los colegas de barrio y nos enseñábamos las interioridades de la merienda:  los había de mantequilla con azúcar –hace años que no he visto a ningún niño con ese bocadillo- de pan con chocolate, de chorizo, etc.  A mi amigo Juanito siempre le ponían de jamón.

De pequeño, mis vacaciones eran de varios meses en un pueblo de La Rioja, y desde que llegaba hasta que me marchaba, todos los días, en el ritual de verificación de bocadillos, a mi vecino Juanito siempre le aparecían sendas lonchas de blanco tocino entre pan y pan. Él decía que era jamón, yo no lo entendía y pensaba ¡qué jamones más raros hay en La Rioja!, el caso es que pasaba el tiempo y en aquel tocino no se veía ni una triste nota de carne.

Peor era lo de Gervasio, otro colega, este tenía la extraña costumbre de comerse los quesitos con el papel plata de su envoltorio y los cacahuetes con la cáscara, la verdad es que tenía unos amigos de lo más raros. El pobre Gervasio, de mayor acabó en una sucursal bancaria de director. Que se le ve a hacer.

El resto de amigos eran más normales, quitando a Toñito que se trababa un poco al hablar –de mayor se le corrigió– y a Selmito (Anselmo) que le pisóo una yegua y le dejó un pie a la birulé, pero había que verle correr cuando íbamos a mangar melones.

Pasados tres meses de mi llegada, un día le intenté explicar a Juanito que lo que le ponían en el bocadillo era tocino y no jamón como él decía, pero él, con su sabiduría popular, me dijo que lo que pasaba era que todavía no habían llegado a la carne. Imaginaros el tamaño que debía tener aquel jamón… Es que si lo miras bien, ya ni los cerdos son como antes.

Agur