Muy harto tenía que estar el propietario del negocio para poner este cartel. En un comercio, en el centro de Soria, en los años 80, estaba colocado en un escaparate y rodeado de alambres a modo de barrera.
Por si no se aprecia bien, aquí os dejo el texto:
Me están rompiendo las lunas y robando repetidamente, y ya muy harto…aviso a los ladrones (cerdos, mamarrachos y sinvergüenzas, que me han robado, y a los que piensan hacerlo) que todas las partes de la tienda, interiores, alambres, etc. están conectados a alta tensión eléctrica.
DURANTE LA NOCHE
Y os aviso (a pesar de que gustaría “que estiraseis la pata”) porque no quiero más problemas.
El año pasado volví por esa zona y ya no estaba la tienda, ahora había una flamante sucursal bancaria, está visto que al final le ganaron la partida al pobre tendero….
Dice mi psicólogo, que deje de preocuparme tanto por mi neurona, que el cuerpo humano tiene recursos para reparar los daños sufridos por agentes exteriores. No sé si creerle, parece majo.
Uno es lento de “entendederas” y necesita más tiempo de lo normal para “coger” las cosas. A la velocidad que van, no me da tiempo de asimilarlas, cuando tengo una “pillada” ya no vale, porque ha salido una nueva y vuelta a empezar y así llevo varios decenios. Señores de la tecnología, por favor, tengan compasión de los que vamos más lentos, piensen que no nos da tiempo a meternos en la cabeza todas sus novedades.
El otro día se reían en la cuadrilla cuando les dije que el cambiar de canal en la televisión cada vez me cansaba más, eso de tener que levantarte del sofá para darle al botón cada día se me hacía más cuesta arriba.
Te pasas la infancia, asimilando que los malos eran los indios y resulta que eran los blancos los que iban a quitarles sus tierras, que si el limón era malísimo para la sangre –no sé qué glóbulos te comía-, ahora resulta que es muy bueno para la salud, el pescado azul era peor que el blanco, ahora resulta que es al revés, y así un millón de cosas. Ya está bien.
De la tecnología mejor no hablamos. Que si la web 2.0, que si la realidad aumentada, -pues anda, que no es jodida la realidad, como para aumentarla-, que si el libro digital –seguirán castigando con los brazos en cruz en los colegios- que si la nube -que manía, con lo a gustito que se está tomando el sol- .
Así que, es normal que tenga la neurona como la tengo, se ha pasado la pobre toda la vida metiendo y borrando información, lo que hoy vale, mañana no y así seguimos sin visos de que esto se tranquilice. Las prisas, solo son buenas para la abuela de la fabada.
Hace muchos años, había una pintada que decía “que paren este mundo que me quiero apear”. Me lo estoy pensado. No sé lo que me dirá el psicólogo en la próxima consulta.
De niño, lo asumes con naturalidad -no te queda otro remedio-. Sabes que cuando has hecho alguna trastada, el resultado es, bronca y castigo. Cualquier pifia tenía al llegar a casa su penitencia correspondiente y su “letanía”.
Uno, que ha sido bastante patoso, tenía la mala costumbre, de caerse y mancharse cuando estábamos en casa preparados los domingos para salir a la calle. La bronca no se hacía esperar, esa bronca se dividía en dos partes, primero, te miraban si te habías hecho daño, si veían que estabas ileso del incidente entonces venía la segunda parte, “pero ya ves como te has puesto” “encima tendré que matarme a frotar para quitar esa mancha, con lo difícil que es” “si es que este niño es tonto”. Después venía el castigo, personalmente prefería la bronca, todo lo que me decían me entraba por un oído y me salía por el otro, pero el castigo había que cumplirlo, aunque también es verdad que a la madre siempre se le ablandaba el corazón y me indultaba antes de tiempo.
Lo mismo ocurría en la carretera con los agentes de la autoridad, si te habían pillado ya te podías preparar, “que si podías haber provocado un accidente”,” que si tienes que conducir con más cuidado”, la bronca era en plan paternalista, pero ¡ojo! eso no te evitaba de la sanción y eso si que fastidiaba bastante más.
De la escuela, mejor no hablamos. Con la afición que tenían aquellos maestros a dar “leña”, raro era el día que no llevábamos alguna “gavilla” para casa. Al llegar y enterarse de lo que había pasado, otra vez “leña” acompañada de la frasecita “si te ha dado el maestro, es que algo habrás hecho”, y de su correspondiente bronca. Eso era educación preventiva, como la SGAE, que te cobran un canon en los CD por si se te ocurre “piratear” alguna canción.
Vamos, que no son así las cosas, si hay bronca, que haya bronca y si hay multa, que haya multa, pero las dos cosas juntas no. Por favor, no.
La palabra demora creo que fue la primera expresión “complicada” que siendo muy pequeño aprendí su significado.
En los años 60, la telefonía en los pueblos se basaba en concesiones que daba la compañía a particulares para que estos realizasen las labores de centralita. Normalmente estaban situadas en los portales de las casas y como mucho les hacían un pequeño cuarto donde colocaban la central telefónica, como os imagináis, la intimidad no era una cosa muy habitual en los locutorios, menos mal, que entonces el teléfono se utilizaba para acortar distancias y no para alargar conversaciones.
El aparato en cuestión estaba lleno de clavijas y cables que con especial maestría manejaba el “operador”. Recuerdo la frase “Haro, me copias, Haro, me copias” yo no entendía que quería decir aquello de copiar, pero pronto aprendí lo de “la conferencia con Bilbao tiene tres horas de demora” así que, no quedaba más remedio que esperar tres horas y volver pasado ese tiempo para poder hablar con la familia.
Mi única neurona, acostumbrada a ese sistema pronto sufrió una modificación, la llegada de los teléfonos a las casas particulares fue el primer paso, peor lo pasó –la pobre- cuando me dieron el primer teléfono portátil, ahora me han regalado un último modelo, solo le falta saber menear la cazuela para que haga un buen pil-pil.
Como ya está muy afectada –será por la edad- he decidió dejar de pensar, mirándolo bien, no hace falta, el teléfono lo hace por mi, “es la hora de tomar la pastilla de las doce” “a cien metros tiene la farmacia más cercana” “su amigo está en la siguiente manzana” susurra una voz femenina desde el cacharro. Trece llamadas me ha costado aprender que no hay que tocar el botón verde de la pantalla para descolgar, que hay que deslizar suavemente el dedo por la superficie táctil. Mi sobrina de cuatro años me está enseñando a manejarlo, hay que joderse, para esto hemos llegado hasta aquí.
Hoy día no se hacen las cosas como antes. Mucho diseño, mucha estética, mucha conceptualidad, pero lo que es fortaleza de construcción, dudo mucho que se asemejen a las de antaño.
Digo esto, porque creo que ni el mismísimo Palacio Euskalduna se podría comparar en resistencia a los cines de parroquia que había en mi infancia. Aquello era fortaleza. Aguantar a doscientos “asilvestrados” dando patadas en el suelo como locos, acompañados de gritos y aplausos cuando en la pantalla aparecía por el horizonte el séptimo de caballería, que venían a salvar al chico bueno en el momento que estaba a punto de morir en manos de unos malvados indios. El sonido de aquella trompeta era la señal para que la marabunta se pusiese en marcha. Eso era aguante.
Tenemos que contar el peso de la “chavalería” y añadirle los kilos de cáscaras de pipas y restos de chuches que poblaban el suelo, además hay que contar con los “individuos” que habitaban en el cine escondidos en los pliegues del tapizado, que aunque su peso no era mucho individualmente hablando, al ser masiva la concentración, el peso se dejaba notar. Si a esto, le unimos el concepto vibrador que podía tener la sala en momentos puntuales, ya os contaré.
El olor a pino Menforsán, tapaba el resto de “perfumes” y socializaba el cine. Los cines mas “pijos” utilizaban otros ambientadores, “Ó de té” “Ó de vete tú a saber” el caso era diferenciarse.
Menos mal que los niños de ahora están más civilizados, solo se alteran, cuando a un “gormiti” le ataca un ser espacial y le destruye, o cuando Bob Esponja se pelea con su amigo Calamardo, –mi sobrina me pone al día- de todos modos, viendo una película de indios creo que no actuarían como nosotros, lo más probable es que a través de su móvil y conectados a Internet, conseguirían quitar la financiación a los indios y de esa forma se morirían solitos y ya no habría que dar patadas al suelo. Visto de esta manera entiendo que ahora hagan los edificios más débiles.
Agur
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