Una pitón, el techo de un 4×4 y demás aventuras

Sigo contándoos mi periplo por tierras malayas. Después de pasar el día haciendo trekking por Taman Negara, la jungla más antigua del planeta, nos animamos a realizar un safari nocturno por un palmeral de esos que tanto hay por esas tierras. En la jungla difícilmente puedes adentrarte con un coche, no hay carreteras, y bien está así, ya que es un Parque Nacional y está protegido. Aunque la selva no andaba muy lejos, estaba a escasos kilómetros de donde nos encontrábamos. La selva y también muchos animales que habitan en ella.

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Foto: http://han-travel.com

Quedamos en la orilla del río y ahí estaba el 4×4 preparado para salir. Llegué la primera y el simpático guía que nos estaba ya esperando me mostró mi asiento. «Tú te pones aquí » me dijo. Ese lugar era nada más y nada menos que la parte delantera del ¡¡techo del coche!! Al principio pensaba que estaba de broma, pero cuando vi que se arreglaba una especie de almohadón y se sentaba, lo tuve claro, una aventura más estaba al caer. Sin pensarlo dos veces me subí ahí arriba. En cuanto todos los demás se fueron acomodando detrás de mí y en la parte trasera del todoterreno, salimos hacia el bosque de palmeras.

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El primer kilómetro lo hicimos por carretera comarcal a 80 kilómetros por hora. Imaginaros mi cara, creía que iba a salir volando. Ya en la carretera del bosque, la cosa fue más tranquila. Después de alrededor de un cuarto de hora salvando charcos por el palmeral, el primer animal que habita en estos curiosos bosques nos salió a saludar, era el gato leopardo o prionailurus bengalensis.

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Este felino asiático es aproximadamente del tamaño de un gato doméstico pero más delgado y con patas más largas. Tiene el cuerpo cubierto de puntos negros de diferente tamaño. A lo largo de la espalda corren de dos a cuatro hileras de manchas alargadas que le dan aspecto de leopardo.

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¡Vimos un montón! En cuanto descubrimos uno, muchos más salieron a saludarnos, incluso cachorritos, todos encantadores. Pero el plato fuerte estaba por llegar.

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El ojo experto del guía intuyó a lo lejos un animal que serpenteaba por el barro a unos cuantos metros. ¡Y así era! No nos lo podíamos creer, se trataba de una pitón de unos cuatro metros de largo. El chófer salió a alumbrarla, ¡qué valiente! Yo preferí quedarme en el techo, que en ese momento me parecía un lugar de lo más confortable. Y más aún cuando el guía nos contó que la pitón llevaba tiempo sin comer ya que tenía el cuerpo aplastado y eso, según nos dijo, es señal de que llevan mucho tiempo sin probar bocado. Fuimos afortunados, no debe ser muy habitual ver uno de estos ejemplares.

Pitón

Lo cierto es que no son venenosas aunque matan a su caza por asfixia. Primero muerden agarrando su presa con la boca y después enrollan rápidamente su cuerpo alrededor de ella. Los humanos somos demasiado grandes para este tipo de serpientes constrictoras. No obstante hay que andar con mucho ojo ya que son animales salvajes.

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Otros animales que vimos eran algo más amables. Uno de ellos fue este pequeño primate autóctono al que le encanta colgarse de cables, se le conoce como loris. Sus movimientos son lentos y algo cómicos. Es una rara especie de mono, oriundo de las selvas de Sri Lanka, con grandes ojos y largos dedos. En el mundo de la noche es donde más cómodo se siente. Es muy gracioso verle moverse, dicen que su velocidad es de unos 55,5 cm por segundo. Este gracioso y simpático animal está desgraciadamente amenazado ya que se trafica con ellos y además se está poco a poco destruyendo su hábitat. El guía nos contó que se le suele ver casi siempre colgado de cables eléctricos, desde luego un sitio no muy adecuado para ellos.

Otros animales de hábitos nocturnos que tuvimos la suerte de ver fueron las lechuzas. Estas rapaces nocturas le daban un toque mágico a nuestra aventura. Y ver no, pero escuchar, escuchamos a un montón de anfibios que poblaban todo el bosque. Una noche mágica, de esas difíciles de olvidar, que nos dibujó una sonrisa permanente en nuestro rostro. Una de las experiencias más bonitas que he vivido. Sin duda, en parte también por haberla disfrutado a la intemperie, bajo un increíble manto de estrellas sobre nuestras cabezas y desde un asiento de excepción.

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