Foto de principios del siglo XX en la Plaza Elíptica

Miércoles 5 de enero de 2022

La Sra del sombrero floreado, elegante por cierto, es mi amama Aurelia. No estoy seguro si el del sombrero canotier sea mi aitxitxe, que era de Mundaka y de llevar una gorra llevaría la de capitán de la marina mercante. Una bonita foto sacada de una pequeña caja de fotos pegadas a cristales. Lamento mucho  no haberle preguntado en vida que hacían en la Plaza Elíptica posando como para un poster de la Villa en la principal plaza de la ciudad. Están muy elegantes y, o celebraban algo, o el ser de Bilbao imprime carácter.

Me encanta el edificio trasero, derruido para construir un feo armatoste, de tan mal gusto como el del Banco de Santander. Es un edificio que veo ahora y que lamento su desaparición. Son cosas que le dan carácter a una ciudad y no las birrias que nos construyen. La gente que destruye el paisaje de una ciudad no debería volver a ella y es que el ensanche de Bilbao era y es de catálogo. Una pena que ese edificio tan bonito no exista.

Detrás de la fotografía, escrito a lápiz, está  el dato  del lugar: ”Plaza Elíptica” y es que nunca, para el Bilbao de nuestros padres y abuelos, la Plaza Elíptica ha sido Plaza Moyua. Nunca. Lo es ahora por una mala decisión en relación con el Metro. Han consolidado el nombre de la mejor plaza de Bilbao, con el  nombre de un alcalde de la dictadura de Primo de Rivera.

El historiador Jon Penche nos ilustraba con un dato de la mayor importancia. Nos decía que tras la entrada de las tropas franquistas en Bilbao, en junio de 1937 y de haber usurpado la alcaldía José María de Areilza al republicano Ernesto Ercoreca, uno de los primeros acuerdos de ese ayuntamiento franquista fue ponerle como nombre a esa plaza la de Federico Moyua, decisión que desgraciadamente se sigue manteniendo en el tiempo.

Con esta foto, de la que lamento no saber más, he querido traer al hoy aquel ayer y aquellas cosas que hacían nuestros mayores y que nosotros no respetamos. Tirar ese edificio es irrespetar a la Villa como llamarle Moyua a la Plaza Elíptica.

Plaza Elíptica. Nada de Moyúa, alcalde de la dictadura.

Martes 4 de enero de 2022

Durante el franquismo, nadie llamaba a la plaza Circular, plaza España, ni a la Plaza Elíptica, Plaza Moyúa. Llegada la democracia y no sin bronca, se tuvo el cuajo de hacerlo, se le cambió a la plaza España su nombre oficial y se le puso el popular de plaza Circular. Lo mismo pasó con la Avda del Ejército a la que no fue fácil ponerle Avda del Lehendakari Agirre ni que volviera a su designación oficial de Sabino Arana, la Avda. Primo de Rivera. Pasó lo mismo con Balparda que se bautizó como Autonomía. Para una segunda tacada quedaron varias entre ellas la plaza Elíptica con tan mala fortuna que al ponerse allí una parada del Metro, este nombre por su uso le ha dado nombramiento a lo que siempre en Bilbao ha sido plaza Elíptica. Creo que ha llegado la hora de poner las cosas en su sitio mucho más habiendo sido Federico Moyua un alcalde no electo sino puesto ahí a dedo durante la dictadura de Primo de Rivera y quien manu militari anexionó Deusto a Bilbao.

A raíz del debate abierto, estas han sido algunas de las opiniones:

A. M.: El tema de la Plaza Elíptica es recurrente y tiene Vd toda la razón. La plaza es elíptica porque así se diseñó por los padres del ensanche y no Moyúa. Gran torpeza de Metro Bilbao de nombrar esa estación «Moyúa»! Antes pasábamos por la plaza Elíptica, ahora nos «bajamos» en Moyúa… en fin. Siendo esto así, por qué a la Alhóndiga se le ha cambiado el nombre a Azkuna Zentroa? La Alhóndiga se construyó como alhóndiga y siempre se le ha conocido con ese nombre (por cierto es lo único que le une a su antiguo uso y si no sería por eso la mayoría no sabríamos ni qué significa). Y por qué Azkuna y no Josu Ortuondo? Por qué a uno nada más y nada menos que la Alhóndiga y al otro nada de nada (que yo sepa en todo caso). Mucho de lo que recogió Azkuna se sembró en las legislaturas anteriores. No me parece justo. En cuanto al aguilucho fascista de la plaza Elíptica. A veces me pregunto si no sería mejor dejar los símbolos fascistas Pero al mismo tiempo poner una placa explicativa en eus., esp., fr., en., bien grande de por qué está eso ahí y de qué significó. Sino, al final, aparte de quedar impunes en los tribunales sus crímenes tb quedarán impunes en nuestras memorias. Personalmente el escudo de España con o sin aguilucho en semejante edificio en plena plaza Elíptica me hace daño a los ojos igual.

Ramón Goldarazena y Basterra: Egun on Iñaki: Aun cuando en la mayor parte de las ocasiones discrepo del contenido de sus escritos, no me duelen prendas, en esta ocasión, de dar toda la razón a su exposición. La Plaza Elíptica es y será para los bilbainos [no voy a extenderlo al lenguaje inclusivo], no tanto para los que viven en Bilbao sin conocer su historia, la única forma de denominar a la citada plaza. Otro tanto cabría decir de la Alhóndiga [lo de Centro Azkuna lo dejo para…]. Dada su relevancia en el PNV, ¿no cabría, por su parte,¿ solicitar al Sr. Aburto el retorno a una nomenclatura que nunca debió alterarse? ¿Tomaría en consideración su atinada proposición? De paso, ¿no era para los bilbainos – sin acento – imperativo, mantener el nombre de la Plaza de los Auxiliares? ¿Qué hace ahí, salvo por la imposición, de nuevo, del Sr. Azkuna [el lo escribía Azcuna: ver su panteón de/en Durango] por cierto, muy poco bilbaino, la histriónica columna con la decapitada cabeza de Don Miguel Unamuno y Jugo? ¿no cree que tanto gasto de energía personal en relación con su amada Venezuela, podría ser un poco aminorado en favor de la defensa, como la que hoy hace, de nuestro Bilbao, querido y sufrido. Agurrak.

Caústico: Quizás si hubiera una iniciativa ciudadana para pedir que se cambie les hacen caso. Y si lo hace justo antes de las municipales, mejor. Si no, corremos el riesgo de que le llamen Moyua Square por aquello de la globalización. Aunque sea elíptica.

Feliz año. Seguiremos leyéndote.

Antitodo: Urte berri on.Los bilbaínos de toda la vida la llamamos elíptica y nos conocemos casi todas las calles.

Los nuevos bilbaínos (yo tengo dos) no conocen la mitad de las calles y mucho menos quienes eran los que le dan el nombre.

Por cierto, Alejandro Urkidi tiene toda la razón. Un saludo.

Julian Iturbe: Estando muy de acuerdo con el contenido, me pregunto, que hay que hacer para despertar al o los dormidos y colocar ELIPTICA en lugar de Moyua en dicha estación?. Será que las conveniencias mandan?

Gaizka: Iñaki, decir que anexionaron por las bravas a Deusto y no haber reconducido la situación después de 40 años gobernando Bilbo y la Diputación bizkaittarra más otros 36 el gobierno vasco no deja en muy lugar tu comentario…creo que algo falla..!!

Avanza el autoritarismo aunque hay esperanza.

Lunes 3 de enero de 2022

La confianza en la democracia se debilita en América Latina; también en esta región avanza el autoritarismo. No obstante, hay motivos de esperanza para el año próximo, a juicio de Uta Thofern. Es un buen análisis el que hace. Sin sectarismo.

“Antes que nada, digámoslo: a los dictadores de la región les va estupendamente. En Nicaragua, Daniel Ortega iniciará su quinto período de gobierno, tras haber encarcelado a casi la totalidad de la oposición antes de las elecciones y haber acallado al resto. En Cuba, Miguel Díaz-Canel aguantó el chaparrón de las inesperadas protestas de mediados de año y logró sofocar otros intentos. Para quienes no están a gusto en la isla, el amigo Ortega ofrece últimamente libre visado; un gesto al estilo Lukashenko, porque la idea es, naturalmente, que los que huyen de Cuba incrementen la presión migratoria en Estados Unidos. Y ahí está también Venezuela, donde el gobernante Nicolás Maduro puede contemplar satisfecho cómo la oposición se desmonta a sí misma. El Parlamento elegido democráticamente en 2015 acaba de autoconcederse una prórroga y volvió a confirmar el mandato del presidente interino, Juan Guaidó.

De todos modos, potenciales o autodesignados dictadores como el presidente salvadoreño, Nayib Bukele -quien entretanto cambió en su cuenta de Twitter ese autoconferido título por el de «Ceo”- ya no dan importancia a opiniones vertidas en Europa o Estados Unidos. Bukele, con sus ínfulas machistas, sigue disfrutando de gran popularidad en El Salvador. Aún cuando su introducción del Bitcoin causó protestas, el socavamiento de la división de poderes no llamó tanto la atención.

También en América Latina, el así llamado Occidente constata con una frecuencia cada vez mayor que sus propuestas ya no son tan irresistibles y sus amenazas ya no surten tanto efecto. Dictadores, autócratas, cleptócratas y otros que quisieran serlo, disponen de otros interlocutores, como Rusia y China. Son países que no se interesan por los derechos humanos, la democracia o el Estado de derecho. Países que saben ocultar hábilmente su propio autoritarismo planteando críticas a voz en cuello o poniendo en duda la integridad de la comunidad valórica occidental. Críticas que, por lo demás, a menudo son justificadas; a fin de cuentas, también en las democracias se cometen tremendos errores. Pero, a diferencia de lo que ocurre en Rusia o en China, en las democracias los gobiernos pueden ser desbancados en elecciones.

Y, mientras el sistema social estadounidense sufre una creciente presión migratoria que fomenta la polarización, ni Rusia ni China tienen motivo para temer verse sometidos a semejante prueba. Nadie quiere irse para allá.

Pese a todas las críticas que se pueda hacer a Estados Unidos, ese es el destino soñado para los latinoamericanos que huyen de la violencia, la injusticia social y la falta de oportunidades. Demasiada gente ha perdido en los últimos años y décadas la esperanza de poder generar cambios positivos en su propio país.

Tanto más potente parece la señal emitida por Chile en los pasados días (y meses): en una democracia, una sociedad civil despierta puede cambiar muchas cosas; en una democracia, es posible un cambio de gobierno pacífico; una democracia puede incluso dotarse de una nueva Constitución. Lo ocurrido en Chile refuta no solo las dudas en torno a la democracia chilena, sino también aquellas en torno a la capacidad de funcionar de los sistemas democráticos en sí.

El recién electo presidente Gabriel Boric ha demostrado que se puede transformar las protestas en política. Al reconocer rápidamente su triunfo electoral, sus adversarios demostraron lo que es el decoro democrático. La población chilena demostró, con su elevada participación, que se ha sacudido la resignación. Y el resultado de los comicios demuestra que participar vale la pena. Naturalmente, también Boric tendrá que someterse al examen de la realidad, porque tendrá que luchar a diario por lograr mayorías para llevar a cabo su política. También la nueva Constitución debe ser aún redactada y sometida a referéndum. Los procesos democráticos son más lentos que las decisiones relámpago de los autócratas, pero son más sostenibles.

También la democracia colombiana se suele poner en tela de juicio, y hay buenos motivos para dudar de los valores de algunos representantes de la clase política. Sin embargo, están dadas las bases para efectuar cambios por la vía electoral. Colombia conoce la alternancia pacífica en el poder y el presidente Iván Duque es leal a la Constitución. No desbarató el acuerdo de paz con las FARC sino que lo siguió implementando, aunque en forma vacilante e imperfecta. Las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2022 podrían convertirse en un nuevo plebiscito sobre cómo seguir actuando con el acuerdo de paz, que aún carga con el lastre del fallido referéndum de 2016. Estos comicios también podrán dar voz y mandatos a la parte pacífica del movimiento social de protesta de los últimos meses, y demostrar así que la violencia no es un requisito para el cambio.

Brasil será el siguiente test para la democracia que, bajo el gobierno del ultraderechista presidente Bolsonaro, tan autocrático como impredecible, se ha mostrado capaz de sobrevivir. Los comicios parlamentarios y presidenciales de octubre de 2022 demostrarán cuán fuertes son las corrientes democráticas y qué influencia tiene la sociedad civil. El expresidente izquierdista Luiz Inácio «Lula” da Silva tiene buenas posibilidades, en vista de sus alianzas con otros sectores políticos, pero ya no representa un verdadero nuevo impulso. Sin embargo, Lula podría velar, como hombre de transición, por un refortalecimiento de la fe en la democracia en Brasil. Probablemente Brasil tenga que ir otra vez más a las urnas para obtener una política que plantee alternativas a la disyuntiva entre el Estado benefactor o el capitalismo depredador, y proporcione al país un modelo económico sostenible y autosustentable.

En la última década, más de dos millones de brasileños dejaron su país, como millones de otras personas, ya sea de México, Honduras, Guatemala, Haití, o de dictaduras como Venezuela, Cuba y Nicaragua. En situaciones difíciles, que se aguarde en espera de cambios es pedir demasiado. Generar cambios es arduo y toma tiempo. Pero en una democracia eso es más factible que en una dictadura.”