Doble condena

Los presos de cualquier organización son rehenes, como poco, por partida doble. En primera y más obvia instancia, les priva de libertad el Estado que los ha enchironado de acuerdo o no con las garantías procesales. El segundo grillete, que no atiende a razones jurídicas y es implacablemente arbitrario, se lo impone la propia disciplina —anótese la palabra— a que pertenecen. Como percibo ceños fruncidos en la concurrencia, aclaro que hablo de todo tipo de grupos. Lo que describo se da igual en guerrillas insurgentes, cárteles de la droga, clanes del navajeo de barrio, mafias varias, bandas terroristas o tenidas por tales, o cualquier otra asociación cuya actividad esté fuera de la legalidad vigente. Desde el instante de su detención, quienes forman parte de alguna de estas ligas deben atenerse a la reglamentación interna y cumplir a rajatabla las disposiciones previstas para el momento de la caída bajo el guante de la ley.

La parte cómoda respecto a los que van al banquillo de a uno es que no tienen que romperse ni la cabeza ni el bolsillo buscando abogado. Eso corre por cuenta de la organización, que también decide la estrategia de defensa. Si por razones coyunturales conviene sacrificar un peón para salvar una torre, así se hará. ¿Veinte años? O cuarenta, por el bien de la comunidad.

Una vez entre rejas, los carriles están trazados. Los carceleros visibles marcan unas pautas y los invisibles, que son todos y ninguno, el resto. Incumplir las primeras supone una sanción oficial. Saltarse las segundas implica un castigo peor: quedar fuera del grupo. Una elección verdaderamente endiablada.

Echevarriatik Etxeberriara

Me puse a ver Echevarriatik Etxeberriara cargado de recelos y prejuicios. Temía que, como he comprobado tantas veces, el tic justificatorio —o incluso el glorificador— se colara entre las buenas intenciones declaradas. “El documental trata de indagar en la importancia que ha tenido la violencia dentro del mundo de la izquierda abertzale [en Oiartzun]”, había leído en la escueta nota de presentación que hay en la web del trabajo que firma Ander Iriarte. Mi duda estaba en si las indagaciones buscaban concluir, en una línea ya muy explorada y puesta en práctica, que aunque matar, secuestrar y extorsionar no está del todo bien, hubo un momento en que hubo una buena causa para hacerlo. Un puñado de fotogramas me bastaron para comprobar que el asunto no iba por ahí.

Para los suspicaces a la inversa, me apresuro a aclarar que ni de lejos se intenta hacer la consabida caricatura de los descerebrados criados en territorio comanche y dispuestos a apiolar en nombre de Euskal Herria a quien se les cruce en el camino. Ni siquiera hay un afán de equidistancia o buenrollismo. Son, sin más y sin menos, una hilera de testimonios, todos de personas que pertenecen a la izquierda abertzale en su sentido más amplio, que cada espectador tiene la responsabilidad de interpretar. Lo complicado y a la vez estimulante es que no son relatos cuadriculados. Incluso quienes pueden representar determinado estereotipo sorprenden saliendo por donde no se esperaba.

A falta de espacio, reservo estas últimas líneas para animarles a localizar el documental —temo que no será fácil— y someterlo a su criterio. No les pesará.

Bronca menor

He contemplado entre la curiosidad y la perplejidad ma non troppo la crisis en la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco, asunto que, no nos engañemos, revestía cierto interés solo para periodistas y políticos. Al resto de los administrados, que difícilmente ubicarían cuatro o cinco nombres de consejeros, les resultan absolutamente ajenos los protagonistas de esta tormenta en un vaso de agua. Divertida ironía, teniendo en cuenta que, a la vista de los comportamientos y las declaraciones, lo que sea que haya pasado ha tenido su tanto que ver con los egos. La otra gran paradoja, rondando el estrambote, es que en un organismo que se llama como se llama y que tiene los objetivos que tiene se haya vivido un conflicto para el que bien poco ha servido la metodología al uso. Un posible aprendizaje para quien estuviera dispuesto a asumirlo sería que entre el dicho y el hecho hay una distancia mayor que la aparente y que muchos teoremas quedan de cine en el papel, pero se estrellan en la práctica. Aprovecho para repetir otra vez que a la paz y la convivencia les sobran escuadras, cartabones y tiralíneas y les falta hundir los zapatos en el barro real.

Las demás lecciones son aun de menos fuste. El Gobierno podría tomar nota de la escasa utilidad de marear perdices o de silbar a la vía cuando surge un problema, máxime si hay quien aguarda con la lupa cargada para hacer un Everest de una tachuela. Los que van con la defensa de las víctimas en astillero, mejor si se cortan un poco, que al cacarear dejan expuesto todo el plumero. Y como corolario, lo obvio: no hay nadie imprescindible.

La república que no fue

Será que se me está avinagrando —más aun— el carácter, pero este año he llevado muy mal las conmemoraciones de la segunda república a las que yo mismo me sumaba con gran entusiasmo no hace tanto. Por alguna extraña razón, que puede ser haber leído bastante sobre ese tiempo irrepetible, en lugar de soltar la lagrimita y dejarme arrastrar por la ola emotiva, he ido de berrinche en berrinche al comprobar lo poco que se parece el pastiche naif de algunos fastos seudonostálgicos a lo que pasó en realidad entre el 14 de abril de abril de 1931 y el último parte de guerra. Puedo entender vagamente los motivos de la idealización, pero me niego a aceptar la reescritura de los hechos como si se tratara de un cuento de hadas y brujas al gusto del infantilismo en que ha decidido instalarse esa cierta izquierda de la que no dejo de escribir últimamente. Está fatal la intolerancia a la frustración que provoca el presente, pero extender el vicio del autoengaño al pasado roza la patología.

Como anoté en otro aniversario, yo sigo reivindicando sin rubor la república imperfecta, una época en la que junto a los sentimientos más nobles proliferaron excesos, ingenuidades, atropellos, corrupción, caciquismo, fanatismos y, desde luego, políticos tan canallas o más que algunos de los actuales. ¿Tememos que por reconocerlo estemos justificando a los que se la llevaron por delante? Con ello solo estaríamos demostrando una conciencia culpable y, de propina, desdeñando la oportunidad de aprender de los errores. Y eso nos condena a la eterna añoranza de algo que no fue y que muy probablemente jamás volverá a ser.

Pobres contra pobres (2)

Hago notar que el título de esta columna con prórroga no es mío. La expresión salió de los labios de la líder de la Plataforma Anti Hipoteca, Ada Colau, que acusó a la presidenta andaluza, Susana Díaz, de estar enfrentando a “pobres contra pobres”. El soplamocos tuvo un inmediato y estentóreo aplauso en las redes progresís, donde las frases de cinco duros cosechan el éxito que no alcanzan los argumentos. Como hace mucho que retiré de mi dieta las ruedas de molino, comprendí al primer bote que lo que estaban diciendo Colau y sus jaleadores es que entre los desgraciados también hay clases: está el puñado susceptible de redención, tan resultón para fotos y consignas, y luego, la legión de apestados completos a los que les toca morirse del asco sin rechistar. Literalmente sin rechistar, pues en cuanto empezaron a quejarse por el agravio respecto a los (semi) realojados de la corrala Utopía, les fueron cayendo las consabidas teóricas: “No se dan cuenta de que sus verdaderos enemigos son los bancos”, “Se dejan manipular por los medios de la derecha”, “¡Qué insolidaria y egoísta es la incultura!” y otras tantas soflamillas podridas de superioridad moral… lanzadas, como suelo apostillar a mala baba, desde aparatejos que cuestan lo que no ingresan en un año los insultados.

Ni de lejos soy fan de la trepadora Díaz. Me consta que este cirio lo montó el indecente alcalde pepero de Sevilla en comandita con una entidad bancaria. No se me escapa la obscenidad que supone ver a ABC o TVE dando voz a quienes desprecian. Pero tampoco que cierta izquierda tiene una idea muy asimétrica de la justicia social.

Pobres contra pobres

Mucha corrala y mucha utopía, pero al final, lo que va a los titulares es lo que se mercadea en la realidad contante y sonante de un despacho con moqueta, alrededor de una mesa de madera noble probablemente bien surtida. Lo importante es que el pacto rosi-rojo no se ha roto. En la letra pequeña, allá por el quinto o sexto párrafo, el apaño sobre las personas que supuestamente estaban en el origen de la bronca. Dejamos las llaves por un rato a ocho y se las quitamos a los demás, aprovechando que las cámaras están a otra cosa. ¿Es que la suerte de un puñado de desgraciados va a echar abajo un gobierno? Hay que ser tonto del haba para jugarse el coche oficial, las dietas, la posibilidad de favorecer a los amigos o los embriagadores pies de foto con el nombre adosado a un cargo por unos desharrapados que, literalmente, no tienen donde caerse ni vivos ni muertos.

Me van a decir, ya imagino quiénes, que soy injusto al presentar este relato descarnado de cómo se recosieron los rasgones del ejecutivo bipartito andaluz. Es más fácil acordarse de las muelas de Pepito Grillo que repasar en la moviola los acontecimientos y hacer examen de conciencia, qué tiempos aquellos en los que la autocrítica significaba algo para la izquierda. Ocurre que en esta ocasión sería demoledora. De principio a fin, la actuación de IU en lo que un periódico ha llamado a mala gaita la crisis de los okupas ha sido manifiestamente mejorable. El caciquismo a la inversa sacó a la luz el eterno agravio subterráneo al que nadie quiere mirar: hay una miseria fotogénica y otra condenada, no solo por el vil capital, a joderse y callar.

Intocables

Como la Justicia es igual para todos y tal, el censo de aforados en el reino hispanistaní asciende a 10.000 caballitos blancos. Es decir, diez millares de individuos que, en caso de comisión presunta o fehaciente de un delito, solo pueden ser juzgados por el Tribunal Supremo. Importa tres que se trate de un calentón en una discusión de tráfico, una agresión sexual, malos tratos, un atraco a mano armada, la organización de una banda parapolicial o los cohechos y cazos de rigor. Llegado el momento de rendir cuentas, les cabe acogerse al sagrado jurídico de una instancia que tiene por costumbre echar pelillos a la mar en un par de folios. Felipe González, Yolanda Barcina o José Blanco son tres de los muchísimos agraciados por esta lotería trucada. La colección de indicios clamorosos que habían recopilado voluntariosos instructores de a pie se quedó en papel mojado cuando llegó a la mesa de los supertacañones con galones en las puñetas, tipos, por lo demás, que adeudan su puesto a los mismos sobre cuyas faltas deben decidir. Hoy por ti, mañana por mi.

Para mayor abundamiento en el sobeteo de bajos que supone este flagrante agravio, todavía tienen el desparpajo de vendérnoslo como una salvaguarda de la democracia. Juran, o sea, perjuran, que el aforamiento no es un privilegio sino el modo de preservar a los representantes de la soberanía popular de denuncias y/o querellas de motivación política. Ya, por eso en Francia o Italia solo hay un cargo —el de jefe de estado— sujeto a esta prebenda y en Gran Bretaña o Inglaterra no hay ninguno. Luego se ponen como hidras si se los señala como casta.