Franco, ¡presente!

Francisco Franco vuelve a ser, como en el delirante documental de Sáenz de Heredia, ese hombre. Por más señas, católico y valeroso militar que se alzó contra un régimen caótico con el fin de restaurar la monarquía democrática. ¿Y no era un pelín totalitario? Qué va, si cabe, una gotita autoritario, mínimo defectillo que quedaba compensado por su probada capacidad de inteligente liderazgo y su inquebrantable espíritu de sacrificio por el bien común. Eso, sólo como aperitivo. El resto de las virtudes del ferrolano con voz de flauta quedan convenientemente inventariadas en la ardorosa pieza firmada por el autoproclamado historiador y franquista sin complejos, Luis Suárez, para el diccionario biográfico de la Real Academia (española) de la Historia.

La broma -macabra, por supuesto- ha costado casi siete millones de euros públicos y, como era de sospechar, empezó a pergeñarse en tiempos del glorioso gobierno de José María Aznar, ese otro hombre. Se trataba, lisa y llanamente, de ganar la guerra civil por segunda y definitiva vez. Había que cerrar la boca a tanto fastidioso reivindicador de la memoria histórica que andaba removiendo las cunetas y sacando a la vista el pasado que tanto había costado enterrar. Y había que hacerlo a la luz del día, con la frente alta y adornándose con cortes de mangas, sabiendo que de un tiempo a esta parte el viento sopla a favor y ya no hay por qué ocultar los correajes.

Algunos se tomaban a guasa a Vidal, Moa, y el resto de la piara de reescritores del anteayer. Las soplagaiteces que contaban en sus libruchos, vendidos en torres a la entrada de El Corte inglés, parecían demasiado atrabiliarias para que cualquiera con un dedo de frente les concediera el menor crédito. Ahora toda esa bazofia revisionista tiene sello oficial y es cuestión de un par de cursos que pase directamente a los manuales escolares. Es la versión de los hechos que quedará, nos guste o no.

Con todos y contra todos

Tendemos a pensar, no sin motivo, que las campañas electorales son los periodos en los que los políticos mienten con más profusión y ligereza. Nueve días después de la última llamada a echar la papeleta y, a la vista del obsceno teatro al que estamos asistiendo, tenemos argumentos para empezar a sospechar que las trolas post-comicios son, si cabe, de mayor calibre y enjundia que las que se avientan como reclamo en la subasta previa. Ese voto que supuestamente habría de servir para cambiar el país se convierte en una ficha de casino con la que los tahúres del Urumea, el Arga o el Ibaizabal apuestan al bacarrá de los pactos, sean o no contra natura.

Para aumentar el grado de hastío y la sensación de engaño, los participantes se entregan a la ceremonia proclamando fariseicamente que actúan como intérpretes del mensaje de las urnas. En su labor de traducción inversa, toman sólo la parte del discurso que les interesa, es decir, la que les puede asegurar más moqueta que pisar. Lo que va a misa para Gipuzkoa no sirve para Araba, es matizable para Navarra y discutible para Bizkaia. Según el trozo de pastel a que se aspire -y dónde-, respetar la lista más votada es un principio irrenunciable o una tontería que no va a ningún sitio.

Me declaro incompetente para adivinar cómo va a terminar este baile del abejorro. Mi capacidad de análisis entró en colapso al leer en este mismo periódico que representantes del PSE y de Bildu se reunieron de extranjis para ver el modo de birlarle al PNV la presidencia de las Juntas vizcaínas y, cambalachearse en ese trasiego un par de municipios. Era lo que faltaba, después de ver a los jeltzales yendo a setas y a Rólex, de escuchar a Basagoiti llamando al partido de Urkullu a un pacto de hierro para reilegalizar en la práctica a la izquierda abertzale o de comprobar cómo los socialistas estrenan cada minuto una baraja diferente. Todos juegan con todos contra todos.

Auge y caída de Odón

La canción del adiós de Odón Elorza no está, como seguramente él hubiera querido, en un disco de La Oreja de Van Gogh, sino en uno de Eskorbuto -qué diferencia- titulado Demasiados enemigos. Como a cualquiera que amenace con hacerse eterno en el poder, muchos le nacieron porque sí y otros le llegaron de la inevitable legión de agraviados que provoca la pura rutina de un gobierno prolongado. Sin embargo, la mayoría se los trabajó a pulso y casi con entusiasmo durante el tiempo que ha tenido en sus manos la vara de mando.

Creerse indestructible es el más clásico, el más tonto y el más humano error de los que van revalidando mayorías. Si, como parece ser el caso, la arrogancia ya venía de serie, el hundimiento estrepitoso es sólo cuestión de calendario. A él le tocó el pasado domingo a eso de las diez la noche, cuando el conteo de papeletas le desmintió cruelmente su condición de semidiós para dejarlo en otro político más arrojado a la cuneta por la fuerza centrífuga de las urnas.

Los hay que, llegado ese momento funesto y aunque estén que se coman las paredes, saben salir del lance con gallardía y dejan un cadáver bonito para la historia o, si se tercia, aciertan a dar el primer paso hacia una nueva vida en otro destino y con otros galones. No ha sido el caso de Odón, que optó por el enfurruñamiento del niño que no admite que se le ha escachuflado su juguete favorito. Su berrinche empecinado sólo ha servido para acrecentar la algarabía de la larga cola de acreedores que aguardaban cobrarse las muchas cuentas pendientes. Ha tenido que ser muy aleccionador para él ver que la comitiva de los que venían con la garrota la encabezaban sus propios compañeros de partido.

Tendrá que dejar que pasen unas lunas hasta que curen las heridas. Tras las fases del duelo -negación, ira, pacto, depresión y aceptación-, Elorza estará en condiciones de volver a la primera línea. Y será muy necesario.

Se traspasa líder

Ha llegado el momento de dejarse de miradas estrechas y reconocer las virtudes sinnúmero del hombre al que los vascos del trozo autonómico debemos dos años de prosperidad, abundancia y contagiosa alegría. Francisco Javier -o sea, Patxi- López Álvarez encontró un país destruido, roto, deshecho, lleno de piojos, lleno de cadáveres, saqueado miserablemente por el nacionalismo y la masonería (esto lo he copiado de un video de internet) y lo condujo con mano firme y templada a las puertas de la felicidad. A nadie sino a este prócer generoso y preclaro, portugalujo a fuer de español, adeudamos cada grano de azúcar con que endulzamos nuestro desayuno y cada átomo de esperanza que salpimenta nuestra diaria existencia. Sin él no somos nada.

Si no comprenden a dónde llevan estas emocionadas líneas que probablemente hayan causado más de una taquicardia, se lo explico con una historia. Un paisano le pregunta a otro qué tal es el burro que compró en la última feria. La respuesta no se hace esperar: “La mejor inversión de mi vida. Casi no come forraje, trabaja por tres, es manso, leal, limpio… Una joya”. Con ojos de deseo, el amigo pregunta: “¿Me lo venderías por seis mil euros?”, a lo que el otro, tras dudar, contesta que sí. “En nombre de nuestra camaradería, que si no, no lo suelto”, le explica.

Meses después de la transacción, el compadre comprador se encuentra con el mercador y se le lanza a la yugular: “¡Menuda bazofia de burro me colocaste! Es vago, revoltoso, glotón, sucio. Lo peor de lo peor”. El interpelado sonríe y le espeta: “Uf, como le vayas haciendo esa propaganda, no se lo vas a vender a nadie”.

Apliquémonos el cuento. En medio de la trifulca socialista hispana, unos cuantos barones de Ferraz y algún que otro periódico afín creen haber encontrado en López la gran esperanza blanca. Están dispuestos a importarlo al precio que sea. Si queremos que se lo lleven, ya sabemos lo que nos toca.

Responsabilidad

Nuevo número uno en la lista de martingalas de deglución obligatoria: responsabilidad. Después de diez años (versión más generosa) con el calendario parado, cuando parecía que por fin nos íbamos quitando las telarañas, listos para dar ese primer paso con el que se empiezan a recorrer los mil kilómetros que decía Confucio, desde el otro lado de la línea imaginaria las campanas tocan a rebato. Arriesgándonos a convertirnos en estatuas de sal, volvemos la vista y comprobamos con pasmo que las están tañendo los monaguillos del cambio. Con las rodillas temblonas y la nuez del tamaño de un melón, vociferan que hay que tener altura de miras, visión de país, compromiso con los proyectos estratégicos y, como corolario de todo eso, la puñetera palabreja, que pronuncian silabeando: res-pon-sa-bi-li-dad.

Ahora salen con esas. Talmente como si DSK pregonara la abstinencia carnal, los que sembraron los polvos de la ilegalización que devinieron en este pifostio institucional en que hemos encallado nos quieren pegar el timo de la estampita. Pretenden, los muy tunos, que los demás actúen de acuerdo con unos principios que ellos no reconocerían ni aunque se los cruzasen a dos palmos de la jeró. Ya les podía haber dado el mismo acceso de dignidad aquella noche de marzo de 2009 en que la tragaperras trucada les puso en línea las rosas empuñadas y las gaviotas.

Se fumaron entonces un puro con la sensatez que en este trance reclaman a los cuatro vientos y estrenaron una entente que tenía la revancha por única divisa. Amorrados a la mandanga identitaria, disciplinando a los disidentes, alpistando a los mansos y, sobre todo, poniéndose de perfil ante los problemas reales, durante el último bienio han perpetrado un desgobierno sistemático del que, para más inri, se ufanan. Nadie ha obrado tan irresponsablemente como los que, al ver que la cosa se pone fea, demandan a los demás que sean responsables. Anda ya.

Berrea post-electoral

Cuando los números se tornan levantiscos y las poltronas se alejan, los partidos desempolvan el breviario de letanías y se ponen a recitar con beatitud que los acuerdos entre diferentes son la esencia de la democracia. Qué joíos, bien poco tienen presente ese mantra en la molicie de las mayorías absolutas, donde a los de los escaños de enfrente se les reserva la prepotencia del rodillo y una mirada displicente cada vez que son apaleados en una votación. Luego, las urnas, que son mobili qual piumas al vento, dictan otro reparto del pastel y entra la histeria pactista. La oposición es un lugar yermo y frío al que no son capaces de adaptarse algunos bípedos políticos que necesitan amamantarse cada poco en la generosa ubre pública.

En ese minuto del psicodrama estamos ahora, en plena berrea postelectoral que debe dar pie a una coyunda provechosa para el país y, mayormente, para las formaciones que compartan fluidos gubernamentales. De momento, y aunque a todos nos consta que los teléfonos echan humo, el juego de seducción está siendo medianamente discreto. No es sólo porque seamos vascos y en nuestra innata ineptitud para el flirteo se nos atragante lo de dar el primer paso. Lo que complica la cosa es el puzzle que salió del 22-M y nuestra propia historia reciente. ¿Cómo explicar a la clientela que toca irse al catre con quien hasta hace diez minutos has estado a trompada limpia? Es cierto que las memorias de los parroquianos flaquean, pero es difícil que pasen por alto las heridas que aún supuran.

No sienta nadie, por cierto, la tentación de poner unas siglas concretas a lo que acabo de escribir. El dilema es aplicable a cualquiera de los partidos que aspiran a mandar en los muchos minifundios en que ha quedado dividida la tierra de nuestros pecados. A los que echaron la papeleta -democracia real, ¡ja!- no les queda otra que aguardar a que las ejecutivas escojan con tiento con quién aparearse.

Riesgos de soñar

Como esas galletas de la fortuna que hemos importado últimamente por aquí, las elecciones del domingo traían una leyenda en el reverso del envoltorio: “Ten cuidado con lo que sueñas, porque puede convertirse en realidad”. Hamaikabat, Ezker Batua, Aralar y también el PNV, en ese papel de agridulce vencedor al que parece haberse abonado, no precisan de ningún nigromante que les interprete la sabia conseja. Ya son lo suficientemente explícitos sus respectivos números, que marcan desde la hora cercana al adiós de los dos primeros a un balcón con vistas al abismo para la formación de Patxi Zabaleta, pasando por la necesidad de hacer malabares aritméticos casi imposibles para los jeltzales.

Lo que no cabe ahora es engañarse. Aunque los cálculos anteriores a la sentencia del Constitucional sobre Bildu no contemplasen unos resultados tan espectaculares, hasta alguien que sólo leyera el Marca o el Hola tenía claro que la vuelta de la izquierda abertzale tradicional a la legalidad cambiaría el mapa. De momento, el del reparto de influencia institucional; el otro, ya veremos. Sabíamos que ocurriría y, de hecho, viendo las cifras en bloque, el fenómeno se ha producido de una forma muy similar a los deseos que se venían expresando en voz alta. ¿Abríamos la boca grande o la pequeña cuando hablábamos de la mayoría social de este pueblo?

Es comprensible el sentimiento de haberse inmolado o haber sufrido un tremendo bocado a cambio de nada o muy poco. Si ponemos las luces largas, sin embargo, comprobaremos que el sacrificio era necesario y, más allá de las siglas, la única inversión de futuro que cabía hacer. En ese sentido, incluso los que más han perdido (incluyo a una parte del PSE) pueden sentirse ganadores. Nos pasamos la vida proclamando que estrenamos tiempos nuevos, y esta vez tiene toda la pinta de que es verdad. Si este era el precio de deshacerse de ETA, bien pagado está. Mañana empieza hoy.