Allá quien se lo trague

Quizá sea una impresión personal, pero diría que nos toman por gilipollas cosa fina. Cabe una opción peor, que es que, efectivamente, lo seamos y se estén aprovechando de ello. O una intermedia, que consiste en que no siéndolo, actuemos como si lo fuéramos porque ya casi todo nos importa una higa y por una paz, bien está un avemaría. Conste en acta que eso también es una claudicación que facilita el trato que nos dispensan.

Bien es cierto que allá quien trague con un embeleco tan burdo como el que nos están tratando de colar el par de truhanes advenedizos que encabezan el vetusto PSOE y el rancio antes de tiempo Ciudadanos. Dos días llevan haciéndose la ola, celebrando como la rehostia en verso de los acuerdos un apaño que, amén de ser imposible llevar a la práctica, ni siquiera da para la investidura monda y lironda de Sánchez y que luego se vaya viendo. Y aún tienen los santos dídimos de ir proclamando que “no es cuestión de aritmética sino de política”, palabras literales de uno y otro, que los retratan no se sabe si como unos mastuerzos, unos desahogados, unos primaveras, o todo al mismo tiempo.

Por si faltara algo a la gran estafa, cuando el dúo dizque dinámico se pone por separado a detallar los términos de la componenda —a la vera de ese cuadro de Genovés que es una chufa cósmica; gran metáfora, solo que no en el sentido pretendido—, resulta que las versiones se parecen entre sí como los hermanos Calatrava. El chico del Ibex cuenta una novela al gusto de sus poderosos señoritos y el zagal de Ferraz, entre otras rojeces, da por muerta la Reforma Laboral. ¿Quién miente? Seguramente, los dos.

El ‘no’ era claro que sí

A lo de Grecia se le llama hacer un pan con unas hostias. Y eso, en la versión suave. Hace solo una semana, ¡una!, el pueblo soberano y cabreado expelió un no como la catedral ortodoxa de Atenas. Más de veinte puntos por encima del . Puesto que nadie tenía demasiado claro sobre qué se votaba, se llegó a la interpretación más o menos compartida de que la ciudadanía griega le había hecho un inmenso corte de mangas a los que nombramos como acreedores. Se sobreentendía, y como tal se celebró en la Plaza Syntagma original y en las mil réplicas progresís allende las tierras helenas, que el primer ministro y proponente en jefe de la negativa, Alexis Tsipras, quedaba facultado para llevarla ante los eurotacañones a ver qué se les ocurría.

Pues hete aquí que a los mentados se les ocurrió, de buenas a primeras, endurecer la propuesta original que condujo a la convocatoria del plebiscito. Eso fue tal que el jueves de la semana pasada, y Tsipras, glu, glu, glu, tragó. Pero no acabó ahí la cosa. En las reuniones del sábado y el domingo en que debía firmarse el acuerdo que ya los poderosos mercados habían amortizado, Alemania y otro puñado nutrido de estados decidieron tomarse venganza de la ofensa que supuso la consulta. Por sus bemoles, recrudecieron sádicamente las condiciones y plantearon la disyuntiva final: o bajar la cabeza o fuera del euro.

A estas horas, ya saben cómo acabó la extorsión. Con su no gigante bajo el sobaco, Tsipras dijo sí. A la fuerza, literalmente, ahorcan. Llevo un buen rato frente al teclado preguntándome si Grecia sigue siendo, como proclaman más de tres, el modelo a seguir

Grecia, otra hora de la verdad

Me sorprendo a mi mismo contando a los oyentes de Gabon en Onda Vasca que el próximo domingo llega la hora de la verdad para Grecia. Es exactamente lo que dije de cara al referéndum de hace solo cinco días, que a su vez es la fórmula empleada ante cada una de las decenas de reuniones de urgencia del Eurogrupo, el Consejo Europeo o la institución que toque. No les hablo de un periodo de tres o cuatro meses. Ni siquiera de un año. Desde 2010 llevamos con la martingala del todo o nada, el ahora o nunca y el no va a más. Salvo la eterna Merkel, hemos visto cómo cambiaba todo el elenco de mandatarios comunitarios y estatales, pero el ultimátum supuestamente improrrogable se ha mantenido en términos idénticos. Y siempre ha habido un plazo más, seguido de otro, otro y otro.

¿Es el que vence pasado mañana, con la decisión sobre la enésima propuesta de Tsipras, el punto de no retorno definitivo de verdad de la buena? No seré yo quien lo asegure, por mucho que vaya teniendo pinta de que ya no puede quedar mucha más cera que la que arde. Pero miren solamente lo que ha ocurrido con el referéndum de hace menos de una semana. Su sola convocatoria y no digamos ya el monumental ‘no’ que salió de las urnas parecían anticipar un plante en toda regla, un giro sin posibilidad de marcha atrás o la quema de las naves, escojan la metáfora que quieran.

Pues ya ven que no. Los llamados acreedores tienen ahora sobre la mesa una propuesta helena que rebasa las líneas rojas que llevaron a la convocatoria de la consulta popular: subida de IVA y, sobre todo, recorte de pensiones desde ya. Con Grecia, nunca digan nunca jamás.

Vía vasca

No sé si causa más perplejidad o melancolía la presentación, a tres cuartos de hora de unas elecciones, de la propuesta de EH Bildu para construir una (¿O es la?) Vía vasca hacia la independencia. Cabe plantear la misma duda respecto a la respuesta, si es que lo fue, del PNV, poniendo como requisito antes de alcanzar un gran pacto algo que su presidente, Andoni Ortuzar, nombró como “el fin reconocible de ETA”.

Empezando por esto último, es difícil que esa condición, aunque obedezca a la lógica y sea absolutamente deseable, no suene a pretexto. De hecho, al que fue más utilizado durante los años del plomo, seguramente entonces con mucho sentido. ¿Lo sigue teniendo hoy? Juraría que habíamos convenido, siquiera tácitamente, que si bien el escenario actual es manifiestamente mejorable, ya se dan las circunstancias mínimas para poder abordar la asignatura eternamente pendiente. Otra cosa es que se quiera, se pueda, o se sepa cómo hacerlo.

Hasta que no se aclare ese asunto de una vez por todas, estaremos dando vueltas a la noria y comprando boletos para la decepción o, en el mejor de los casos, la resignación. Poco me parece que ayude a romper esta perversa espiral una propuesta que lleva unas intenciones y, sobre todo, unas siglas bien visibles en el frontispicio. Es indudable que puede ser útil de puertas adentro, para marcar perfil ante los propios militantes y simpatizantes. O como emplazamiento que ponga en un aprieto mediano a la formación con la que se libra un cada vez más encarnizado combate por la hegemonía. Más allá de eso, se diría que el objetivo anunciado se aleja en lugar de acercarse.

Baiona, un paso atrás

Al primer bote, parecía algo maravilloso. Representantes de todas las sensibilidades (aunque no de todas las siglas) de Iparralde, con subrayado especial para las no abertzales, suscriben un texto para avanzar en el camino de la normalización. Qué envidia, Bidasoa abajo, ver a destacadas figuras del PSF o la UMP prestándose a aparecer en una fotografía que aquí ni nos atrevemos a soñar. Y no solo eso: mientras en la demarcación autonómica —y no digamos ya en la foral— una coma se convierte en una barrera infranqueable, los políticos del norte del país han sido capaces de ponerse de acuerdo en nada menos que dos folios completos. La decepción, en mi caso, llegó al leerlos.

Pintaban muy bien los primeros párrafos. Poco que objetar a la petición al gobierno francés para que se implique en el proceso y busque una interlocución con ETA. Completamente de acuerdo en el catón penitenciario, es decir, fin de la dispersión, acercamiento, libertad condicional con los mismos requisitos que cualquier otro preso, o liberación de reclusos gravemente enfermos. ¿Ayudas para la consecución de empleo, vivienda o acceso a ingresos de jubilación a quienes abandonan la cárcel? Empieza a sonarme a agravio comparativo con el común de los mortales.

A partir de ahí, simplemente me rebelo. ¿“Suspensión de los procedimientos jurídicos y policiales contra militantes de ETA”? ¿“Exclusión de los delitos políticos en la aplicación de la Orden de Detención Europea”? ¿“Elaboración de una ley de amnistía para los asuntos ligados al conflicto vasco”? El de Baiona es, siento escribirlo, un documento de parte. Y un gran paso atrás.