Los padres de Nadia

Oleadas de indignación contra los padres de la niña Nadia Nerea. Muy justo el cabreo ante un comportamiento repugnante sin matices. Pero si se fijan con atención, entre las costuras de las durísimas diatribas percibirán también una hipocresía monumental. La inmensa mayoría de los que más berrean por la estafa son exactamente los mismos que nos colaron la historia envuelta en la natillaza lacrimógena de costumbre. Valiente panda de fariseos, indecentes bomberos pirómanos, haciendo caja de pasta y ego a la ida y a la vuelta. Todo es bueno para el convento, la sensiblería de aluvión de los primeros reportajes y la rabia con moralina adosada de los últimos.

Señalo, sí, a los medios, pero con mayor irritación a ciertas personas concretas. Aquí y ahora me cisco en algunos de nuestros blogueros favoritos, siempre a favor de corriente, buscando el aplauso facilón. Y aún debo extender la lista a los que, al otro lado de la pantalla —el papel ya casi no pinta nada—, son (¿o somos?) cómplices necesarios de la existencia de circos nauseabundos como el que nos ocupa.

Jamás censuraré tener buen corazón ni actuar por el impulso de los más nobles sentimientos. Cuidado, sin embargo, con confundir la solidaridad con la beneficencia. Y más todavía, si el error nos lleva a creernos salvadores de la Humanidad (y de paso, darle un barrido a la conciencia) por haber ingresado 20 euros en una cuenta corriente. No olvidemos, por lo demás, que habitamos entre desaprensivos ni la brutal conclusión que acarrea este caso inmundo: la única verdad es que la niña padece tricotiodistrofia, una enfermedad hoy por hoy incurable.

Allá quien se lo trague

Quizá sea una impresión personal, pero diría que nos toman por gilipollas cosa fina. Cabe una opción peor, que es que, efectivamente, lo seamos y se estén aprovechando de ello. O una intermedia, que consiste en que no siéndolo, actuemos como si lo fuéramos porque ya casi todo nos importa una higa y por una paz, bien está un avemaría. Conste en acta que eso también es una claudicación que facilita el trato que nos dispensan.

Bien es cierto que allá quien trague con un embeleco tan burdo como el que nos están tratando de colar el par de truhanes advenedizos que encabezan el vetusto PSOE y el rancio antes de tiempo Ciudadanos. Dos días llevan haciéndose la ola, celebrando como la rehostia en verso de los acuerdos un apaño que, amén de ser imposible llevar a la práctica, ni siquiera da para la investidura monda y lironda de Sánchez y que luego se vaya viendo. Y aún tienen los santos dídimos de ir proclamando que “no es cuestión de aritmética sino de política”, palabras literales de uno y otro, que los retratan no se sabe si como unos mastuerzos, unos desahogados, unos primaveras, o todo al mismo tiempo.

Por si faltara algo a la gran estafa, cuando el dúo dizque dinámico se pone por separado a detallar los términos de la componenda —a la vera de ese cuadro de Genovés que es una chufa cósmica; gran metáfora, solo que no en el sentido pretendido—, resulta que las versiones se parecen entre sí como los hermanos Calatrava. El chico del Ibex cuenta una novela al gusto de sus poderosos señoritos y el zagal de Ferraz, entre otras rojeces, da por muerta la Reforma Laboral. ¿Quién miente? Seguramente, los dos.

Nicolás y otros farsantes

De todas las historias recientes, ninguna me ha subyugado tanto como la de ese truhán semialevín que han dado en llamar el pequeño Nicolás. Al fondo a la izquierda, los ortodoxos me reprochan que me tome a chunga lo que debería indignarme como otra muestra más de la podredumbre hispana. Pero por más que lo intento, soy incapaz de cabrearme con este imberbe con cara de llevahostias que se la ha dado con queso a la crema y la nata de la peperidad y territorios aledaños. Y lo mejor es que lo ha hecho colándose en la cúpula del trueno, practicando un modo de entrismo que deja en aficionados a los teóricos trostkistas que predicaban la infiltración. Lo gracioso del caso es que él mismo profesa la fe política de los pardillos —julas o julais, se dice en la jerga— a los que ha hecho morder el polvo.

Como a la juez que le tomó declaración, no me acaba de cuadrar que un niñato, por muy de Nuevas Generaciones que sea, se la pegue con tan aparente facilidad a consumados maestros de la estafa como la mayoría de sus víctimas. Algo más debe de haber que todavía no se nos ha contado y que probablemente no lleguemos a descubrir, porque como sabemos por timos más pedestres, como la estampita o el tocomocho, los que pican suelen obrar con peor fe que los que los endosan.

Añado el nombre del pollo pera a mi lista de farsantes favoritos. Ahí están Tania Head (o sea, Alicia Esteve), presidenta glorificada de las asociación de víctimas del 11-S sin haber pisado Nueva York el día de autos, o Enric Marco, que durante años provocó llantos con sus historias de Mauthausen, donde jamás había estado. ¿Culpa de los engañadores o de los engañados?