Ahora el miedo es naranja

Qué cabrito es el miedo, todo el rato cambiando de bando. De un tiempo acá, se diría que ha vuelto al lugar de costumbre tras una breve incursión turística al otro lado de la linea imaginaria. Sé que las consecuencias de esto tienen su punto trágico, pero como tantas veces me ha ocurrido en un funeral, no puedo evitar que me entre cierta risa floja al asistir a determinadas reacciones. Hasta anteayer no más, cualquiera que aventase la menor crítica sobre Podemos, además de recibir una hermosa colección de collejas dialécticas de a kilo —“¡Inda, eres un Inda!”, “¡Marhuenda, más que Marhuenda!”—, era acusado de estar acojonado ante el inminente fin del régimen-del-78. “Su odio, nuestra sonrisa”, salmodiaban los believers de la porra (que no son todos, ni siquiera la mayoría, seamos justos) en lo que sonaba a copia pobretona de la célebre frase de Arnaldo Otegi.

Es gracioso que en este minuto del partido, quien podría tatuarse tal bravuconada en la frente es el maniquí venido a más que atiende por Albert Rivera. Y con él, su creciente séquito de harekrisnas o, con mayor motivo, los tiburones del Ibex 35 cuya mano mece la cuna —a mi no me cabe ni media duda— del suflé naranja. Si, tal y como aseguraban los centuriones de Iglesias Turrión, los ataques en los medios y en las redes sociales dan la medida del canguelo que se provoca en los contrarios, ahora mismo el Freddy Krueger de la política hispanistaní es Ciudadanos. Generalmente con buenos motivos, pero también porque sí, nadie está recibiendo tanta estopa, con tanta mala hostia y desde flancos tan amplios, como el partido del figurín. Curioso.

Andalucía, vieja política

Aclaro de saque que tengo la peor de las opiniones sobre Susana Díaz. Basta escuchar su cháchara ramplona durante cuarenta segundos para estar seguro de que no tiene ni pajolera idea de prácticamente nada. Su errático y pinturero discurso da, siendo generosos, para animar una de esas excursiones en autobús que en realidad son un cebo para vender baterías de cocina o apartamentos en multipropiedad. Pero por esas cosas de la llamada democracia que es casi mejor no pararse ni a analizar, ganó las elecciones del pasado 22 de marzo con una holgura considerable. Su partido, el PSOE, le sacó 14 escaños al PP, 32 a Podemos, 38 a Ciudadanos y 42 a la desbaratada Izquierda Unida. Una sucesión de palizas inapelables. Cabe, en efecto, argumentar que las formaciones perdedoras reúnen en conjunto mayor representación, pero hay que tener pelendengues para hacerlo en serio, sabiendo que estamos hablando de aquella famosa suma de Ana Botella de peras, manzanas… y hasta algún níspero.

Esas fuerzas no van a construir, bajo ninguna circunstancia, una alternativa de gobierno. Por tanto, impedir que se nombre presidenta a la candidata de la lista sobradamente más votada, aun cuando lo permita un reglamento chapucero, es literalmente joder por joder. Vestirlo con presuntas nobles intenciones como la lucha contra la corrupción es, además de una triquiñuela burda, un sarcasmo. De propina, también es una muestra de la vieja y rancia política que dos de los partidos que mantienen el bloqueo —Podemos y Ciudadanos— dicen combatir. Y lo peor es que dentro de unos días, uno, otro o los dos darán marcha atrás. Apuesten algo.

¿Se desinflan?

Por estos lares se entierra tan rápido como se encumbra. Muchos de los mismos que no hace ni nueve meses nos pronosticaban que Podemos se llevaría por delante el supuesto viejo orden han comenzado a pregonar el principio del fin de la supernova. “Se desinflan”, aseguran los adivinos de lance copiándose unos a otros la fórmula y apoyando sus sentencias en encuestas tan creíbles o increíbles como las que —insisto— apenas anteayer anunciaban el famoso asalto a los cielos.

Es innegable que en no pocas ocasiones, las profecías tienden a cumplirse a sí mismas. Máxime, si ello depende de un cierto número de seres humanos que se dejan acarrear de arre a so y de so a arre con despreocupación ovina y en la paradójica creencia, manda pelotas, de que están tomando las riendas de la Historia. Puesto que el milagro morado ha ido creciendo, no totalmente pero sí en buena medida, a partir de estas personalidades volubles y gregarias que van donde va Vicente, habrá que ver cuántos de los que se apuntaron alegremente se desapuntan con idéntica ligereza. En este sentido, parece cierto, y no deja de resultar divertido, que una cantidad reseñable de los primeros adeptos se han pasado a la nueva formación emergente, es decir, Ciudadanos. Y la prueba es que Iglesias Turrión ha empezado a atizar a Rivera con la parte gorda del zurriago.

Entonces, ¿eso es que, en efecto, se desinflan? Francamente, no me precipitaría con el augurio. Quizá el fenómeno haya perdido algo de fuelle, pero el 24 de mayo está a medio tiro de piedra. Bastará un par de campanadas (nada descabelladas) para que vuelvan a cambiar las apuestas.

Los nuevos jacobinos

Noticias frescas: el figurín Albert Rivera está a favor de eliminar el Concierto vasco y el Convenio navarro. Manda pelotas que una obviedad de cajón de madera de alcornoque se destaque en los titulares como si fuera el descubrimiento de un nuevo sistema solar. ¿Tan floja memoria tenemos que no recordamos que la hoy segunda formación emergente fue parida en la disolvente Catalunya para enarbolar la bandera de la indivisibilidad de la patria y que una de sus martingalas de cuna es la denuncia de los supuestos privilegios de los que llaman (insultando) reinos de taifas? Lo sorprendente habría sido que el nuevo niño mimado —ya veremos por cuánto tiempo— del Poniente y el Levante mediático español saliera cantando las bondades de la foralidad y los derechos históricos.

Si somos honestos, no hay nada que reprochar a Ciudadanos en esta cuestión, pues en ningún momento han ocultado sus cartas. Al contrario, quizá debamos agradecer a los pujantes naranjas que su coherencia esté provocando que Podemos, que venía jugando a sí, a no y a ya veremos, se esté retratando como el partido centralista y jacobino que sospechábamos los peor pensados. Ahora que se ha visto claro que los de los círculos compiten por el mismo electorado —oh, sí, así de triste— que los de Rivera, los del politburó sacan a paseo los discursos más rancios. Tras Monedero hablando de sueños irreales, disparates y aventuras comunes de 500 años, Iñigo Errejón acaba de rematar alertando contra la “fragmentación y regionalización extrema” y anunciando una ofensiva para “romper la dinámica cantonalista”. A ver quién les paga la próxima Fanta.

Perplejidad naranja

Son tiempos interesantes. En el sentido chino de maldición, pero también en el puramente literal. Se está poniendo muy entretenida la cosa para los que tenemos el vicio de la observación —o fisgoneo, según— de los devenires y aconteceres políticos. Si, dejando de lado el muy sustancioso panorama que disfrutamos entre el Ebro y el Bidasoa, ya íbamos servidos con la barrena de los dos grandes [nótese la cursiva] partidos españoles, la irrupción espectacular de Podemos, la zozobra interminable de Izquierda Unida o el hundimiento a ojos vista de la chalupa de Rosa de Sodupe, el cruce de todas esas circunstancias y alguna más ha provocado la eclosión de esa cosa que atiende por Ciudadanos.

Confieso que, de entre todos los fenómenos mencionados arriba, este es el que más me cuesta comprender. Fíjense que, aunque tampoco me olí ni de lejos —como tantos que ahora presumen de lo contrario— el apoteósico éxito de la formación de Pablo Iglesias Turrión, una vez que se ha dado, me resulta perfectamente explicable. Quiero decir que puedo citar los mil y un factores que creo que han contribuido al terremoto morado y, desde luego, soy capaz de meterme en la cabeza de los muchos tipos de sus votantes potenciales. Sin embargo, con el partido de Albert Rivera, ni modo, que diría Chavela Vargas.

Se me escapa completamente qué puede empujar a alguien a respaldar un proyecto que a cien kilómetros canta a grosera operación artificial. Bien es cierto, y quizá por ahí puedan ir los tiros, que estamos hablando del lugar donde la final del cagarro televisivo llamado Gran Hermano VIP congregó a cinco millones de personas.

Operación Ciudadanos

Llevo unos días, no sabría precisar cuántos, que a la vuelta de cada esquina mediática no paro de darme de morros con ese tipo con aspecto de yerno perfecto que atiende por Albert Rivera. En cualquiera de los formatos que se les ocurra. Si no es en el moribundo papel, es en versión digital, en magazines de radio de variado pelaje, o en cualquiera de las cien mil tertulias televisivas, igual en las progresís que en las fachunas. Cual si hubiera accedido al don de la ubicuidad, ahí está el cansino fulano vendiendo su moto ante obsequiosos compañeros de mi gremio que le despliegan la alfombra y se las ponen como a Fernando VII.

Palabra que no soy dado en absoluto a las teorías de la conspiración, pero ante tal bombardeo y tan contumaz, empiezo a sospechar que hay en marcha una Operación Ciudadanos. ¿Con qué objetivo? Eso ya no lo tengo tan claro. A primera vista, se diría que se trata de construir un antídoto contra la emergencia imparable de Podemos. Plagiando descaradamente, por cierto, la fórmula que ha llevado al éxito fulgurante a la formación de los círculos.

Según las encuestas, que a saber si son cebos o estudios medianamente creíbles, la cosa está funcionando bastante bien; cuarta o quinta fuerza, y subiendo. Donde me pierdo es en si los potenciales votantes de la cosa se los arramplarían a Pablo Iglesias, como parece la intención de los que nos meten a Rivera hasta en la sopa, o saldrían de otros caladeros. Estaría por apostar que, aparte del mordisco al chiringuito infecto de Rosa de Sodupe, no pocos vendrían del PP o de lo que le reste al PSOE. O sea, un pan como unas hostias.