Parecida repugnancia

Perdonen la comparación un tanto frívola, pero en la cuestión de Ucrania me ocurre como con la final de la Champions de este año: no voy con ninguno. Ni siquiera me sirve el mal menor. Aquí no caben los decimales. Tengo motivos similares —no diré exactamente iguales— para deplorar de los grandes bandos que nos imponen, e incluso intuyo que, como suele suceder en la inmensa mayoría de los conflictos, hay posturas intermedias que ni llegamos a conocer. Pero no, el maldito pensamiento binario, que es un refugio de perezosos, bravucones y maestros Ciruela, impone la alineación obligatoria. Ni siquiera es necesario que la adhesión sea por acción. Es corriente que sea por omisión: quien no está con nosotros está contra nosotros y sanseacabó. Y los tales nosotros estamos a tres mil kilómetros de los disparos.

¿Cómo explicar que no son excluyentes las repugnancias que me provocan los fascistas del Maidán y los matasietes prorrusos? Y lo mismo, respecto a los valedores de estos y aquellos en la pinche comunidad internacional. Ahí sí que el calco es perfecto. Los intereses de la UE y Estados Unidos por un lado y los de la madrastra Rusia por otro son de una bastardez pareja. Es de miccionar y no echar gota que para mostrar rechazo a los mangarranes de la troika y al tío Sam haya que cantarle loas al genocida probado Vladimir Putin. Bien es cierto que esto último revela la tendencia al postureo malote de esa seudoizquierda —no hablo de toda, líbreme Marx— que a estas alturas de la liga sigue creyendo que al otro lado del muro residían la libertad, la igualdad, la fraternidad y una prima del pueblo.

A vueltas con Kennedy

Menuda hartura de Kennedy, oigan. Sí, fue la semana pasada, pero a mi todavía me dura la indigestión del atracón de monográficos, programaciones especiales y piezas de aliño para ir espolvoreando en los telediarios. Que no se conformaron con el día D. Todo el mes dando la brasa con la gran efeméride ilustrada una y otra vez con las mismas imágenes —llegué a esperar que en alguna de las tomas se salvara— y la misma prosopopeya de copia-pega. El gran líder del siglo XX, el hombre que cambió América y el mundo, la figura que marcó una era, el recopón de la baraja y no sé cuántos excesos hagiográficos más. Al asistir a la orgía laudatoria, yo pensaba en un célebre personaje de Getxo —lamento no recordar el nombre— que cuando le vino uno de su cuadrilla de txikiteros con la noticia, todo lo que hizo fue encogerse de hombros y preguntar: “¿Y a mi qué me importa? ¿Qué ha hecho Kennedy por Algorta?”.

Ni por Algorta ni por (casi) ningún sitio. Su mayor aportación, y sin pretenderlo, ha sido al cine, a la literatura y a la prensa popular. A riesgo de ser asaeteado como el día que me atreví a soltarle un par de yoyas a Sartre, afirmo que de su presunto legado, me quedo con una docena de pelis, series de TV, novelas y ensayos que lo toman como excusa. Y para los ratos de pereza intelectual, con las historias morbosas que lo atañen a él o a su familia, imán para las desgracias más truculentas… y fotogénicas. Por lo demás, la única bondad que le encuentro es que Nixon era peor, y hasta eso sirve de poco, porque unos años después, el grandísimo sádico mentiroso acabó mangoneando Estados Unidos y el planeta desde el despacho oval.

Tampoco me sulfuro de más. Estas líneas son una descarga menor y una reflexión ínfima sobre cómo se escribe la Historia. Un tipo de bragueta suelta que conquistó el poder gracias a la Mafia es propuesto como el gran modelo a imitar por las generaciones futuras. Sintomático.

Espías como nosotros

Lo del espionaje en masa y a discreción es tan grave que la única opción que nos queda es tomárnoslo a chunga. De verdad que antes de ponerme a teclear he estado ensayando un tono severo o como poco, circunspecto, para denunciar la ofensa a todas luces intolerable. Pero se me suelta la risa, creo que la tonta o la histérica, y se me va al carajo el discurso sobre la tremenda ignominia que es verse convertido en ala de mosca bajo el microscopio del gran hermano. Si, en general, el pataleo sirve apenas como desfogue y casi nunca para cambiar las actitudes o los hechos contra los que creemos estar rebelándonos, en un caso como este, la utilidad de la protesta es aún menor. Ya me gustaría ser uno de esos columnistas modelo “Se van a enterar estos malandrines del Pentágono” y cascarles aquí y ahora, sin ponerme rojo como la nariz de un político que no nombro, una filípica de pantalón largo sobre la desvergonzada intromisión permanente en el templo sagrado de nuestra intimidad. (¿Ven la chorrada que acabo de escribir? Pues eso era justamente lo que quería evitar)

Nos vigilan, sí. Al común de los mortales cuando busca en internet un hotelito con encanto en las Alpujarras y a Angela Merkel cuando parraplea por su móvil. Y ni a la baranda de Europa ni a nosotros nos queda más alternativa que sulfurarnos a beneficio de inventario, quizá con la diferencia de que ella se lo puede soltar a la cara y en palabras desabridas al jefe de los mirones, que para mayor tocadura de pelendengues, resulta ser un tipo que en su día creímos que era diferente.

Probablemente ahí está la cuestión. Obama no es diferente. Ni de Bush, ni de Putin, ni de Netanyahu… ni, mucho me temo, de cualquiera de nosotros mismos, que actuaríamos de un modo bastante parecido si tuviéramos los medios para ello. Tire la primera piedra quien no haya echado una miradita como al despiste al guasap de su pareja. Sin mala intención, claro.

Sleepless in Ohio

En la madrugada del martes al miércoles la gente de bien roncaba sus sueños, mientras un puñado de frikis sin remedio nos chutábamos en vena el conteo electoral en ese país que vemos tanto en las películas y las series de televisión. Se notaba, de hecho, que buena parte de la culturilla exhibida la habíamos mamado echando un ojo a “El ala oeste”, “Cinco hermanos” o, los más al día, “Homeland” y “The Newsroom”. Ni se les ocurra apurarse si no les suena ninguno de los títulos. Ya les digo que somos un ganado muy peculiar y, en consecuencia, pastamos un tipo de farlopa que no se agencia en cualquier lado ni a cualquier hora. La desventaja es sabernos atrapados por un vicio muy mal visto que nos hace buscar excusas peregrinas —¡no te imaginas qué noche me ha dado el crío!— para justificar las ojeras y el consumo compulsivo de café la mañana siguiente. A cambio, gozamos de placeres vedados al común de los mortales como pontificar sobre la importancia del resultado en Ohio. “El que gana en Ohio se lleva todo”, soltamos con la naturalidad del que dice que es malo comer melón antes de acostarse o que las nubes de panza de burra traen siempre lluvia.

Y eso es el nivel básico. Lo de Florida tiene más intríngulis. Ahí toca ir adaptando los comentarios a un escrutinio lento como las pelis de Kurosawa que, para colmo, va cambiando de signo cada tres minutos. Cuando se ponía en cabeza Obama, había que dejar caer que se percibía el apoyo de los latinos. En cambio, si era Romney el adelantado, lo suyo era recordar que el recuento del voto de los condados demócratas se hace casi al final. En cualquiera de los casos, se quedaba como Dios evocando la foto finish del año 2000 entre Bush Junior y Al Gore.

Total, que entre glosas a la paradoja de Massachusetts y puyas sobre la cara de sota de Sarah Palin en la Fox, llegó la aurora. Con ella, el veredicto: el mundo no cambia de dueño. A dormir… otros cuatro años.

Hello, New Hampshire

Si hoy vuelve a ser martes y todos nos hemos hecho tan sobrinos del Tío Sam como parece, toca aplicarse en New Hampshire, allá en la esquinita superior derecha del mapa del Imperio, concretamente en la región de Nueva Inglaterra. Su capital es Concord, con unos poquitos miles de habitantes menos que Portugalete y unos cuantos más que Errenteria. Como en USA cualquier ente animado o inanimado debe tener un apodo, lo llaman “el estado del granito”. Además de por eso, es conocido porque en las matrículas de sus coches se puede leer el lema “vive libre o muere” —una exageración como otra cualquiera— y, sobre todo, porque es el trocito del paraíso de las oportunidades que abre las primarias en año electoral.
Vaya, veo manos levantadas. ¿Eso no era en Iowa, donde los dichosos caucus que nos metieron desayuno, comida y cena la semana pasada? Pues no, aquello fue, digamos, el aperitivo o si lo prefieren, el ensayo general. Las primarias, lo que se dice primarias con todos sus sacramentos, arrancan hoy en este lugar donde en enero el termómetro está siempre en negativo. Luego vienen Carolina del Sur, Florida, Nevada, Maine, el supermartes a primeros de marzo y todo un no parar hasta agosto, que es cuando los partidos —en este caso, sólo el Republicano— nombran al verdadero candidato y ahí empieza la segunda parte de la chapa, que será el cuerpo a cuerpo entre el designado y Obama.
No se preocupen si se han se han perdido. Hasta el 6 de noviembre tienen diez meses por delante para sacarse el cursillo con sobresaliente. Y ahí es de donde partía y adonde quería llegar yo. Por alguna razón que no termino de explicarme, a los medios de comunicación nos ha dado cansina con lo de las elecciones en Estados Unidos. ¿Acaso no hay asuntos más urgentes y, desde luego, más cercanos a los que dedicar los menguantes recursos informativos de que disponemos? Parece que no y así nos luce el pelo.

Extraño en un tren

Junto a las imágenes personales e intransferibles, esas que conservarán el salitre de las lágrimas, en mi álbum del Día después haré un hueco al video de Patxi López tratando de dejar una declaración para la Historia al ritmo del bamboleo de un vagón. Nada más parecido al belga por soleares o al dandy con lamparones de la canción de Sabina. Aquellas palabras que sus discursistas habían tallado en caoba y bañado en el pan de oro que requería la ocasión acabaron luciendo como una baratija. No fue solamente que el traqueteo del convoy las ensordeció. Tuvo peor efecto aun ver cómo quien habría de pronunciarlas con solemnidad necesitaba concentrar sus esfuerzos en luchar contra las leyes físicas del movimiento. Con ningún éxito, claro. Lo visual casi siempre puede con lo sonoro y lo que permanecerá en nuestras retinas es un tipo afectado por el baile de San Vito que movia los labios mientras por la ventanilla se sucedía un paisaje anodino.

Como me han abroncado amistosamente varios oyentes de Gabon de Onda Vasca y hasta algún ilustre invitado, puede que, al lado de la enormidad del momento que estamos viviendo, esto sea una anécdota mínima en la que no merece la pena entrar. Ya habrá, me dicen, otras oportunidades para tirar de cachiporra. Me resisto, sin embargo, a verlo así. De hecho, en esa especie de sketch de Vaya Semanita que nos largó López por toda declaración institucional encuentro una alegoría perfecta de todo su mandato y, por supuesto, de su papel en esto tan importante que nos está pasando. Simplemente, él no ha sido otra cosa —Hitchcock me perdone— que un extraño en un tren. Un mercancías —esta vez perdónenme ustedes por la metáfora facilona— que, o estaba en vía muerta o iba en sentido contrario al de la responsabilidad que se le supone al presidente de los vascos y vascas del trocito autonómico. Es probable que le quede menos de lo que piensa para descarrilar.

Villanos liquidables

Lo llamativo no es que lo hayan hecho, sino que nos lo hayan contado. Por las novelas de John Le Carré y las películas de salvadores del mundo sabíamos que liquidar villanos es algo rutinario, pero siempre discreto o, un peldaño más arriba, absolutamente secreto. En el contrato de los ejecutores quedaba claro que nunca podrían reclamar la gloria por sus acciones y que en caso de fiasco, se iban a quedar más solos que los Tudela, pues un gobierno respetable no podía reconocer que usaba el Derecho Internacional como papel higiénico. Ahora, qué cosas, se tira de la doctrina de aquel torero que sostenía que acostarse con Ava Gardner y no pregonarlo era tontería. Pues con cepillarse (en otro sentido, claro) a Bin Laden pasa lo mismo. Hay que vocearlo a los cuatro vientos un cuarto de hora después de haberlo hecho. Se pierde ese halo de misterio de la literatura de espías y, a cambio, se gana popularidad en las encuestas.

Ahí quería llegar: no había motivo para andarse con disimulos ni con prejuicios de pitiminí. A la peña le va el ojo por ojo y no es casual que en la calle la primera acepción de “justicia” no sea la de los diccionarios, sino que se emplee directamente como sinónimo de “venganza”. La prueba está en el jolgorio al que se entregaron miles de probos ciudadanos del imperio, distinguibles de los fanáticos que festejaron los atentados del 11-S únicamente en que no llevaban turbante. No hay mejor argamasa para el populacho que los enemigos comunes, ya sean interiores (algo sabemos aquí de eso) o exteriores.

Cito todo esto sin escándalo, sólo como pura constatación. Es el mundo en que vivimos, sin más. Las reglas del juego se han clarificado. Ya es oficial que cualquiera que crea que tiene una cuenta pendiente puede ir a cobrársela y tirar al mar lo que le sobre sin miedo a que se le eche encima la ONU o el Tribunal Penal Internacional. ¿Asumimos las consecuencias?