Manipula, que algo queda

Pues se siente, pero no. Miren que es un tipejo capaz de lo peor, pero el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, no dijo que no abría los comedores escolares en Navidad porque no quería fomentar la obesidad infantil. Soltó, sí, la chorrada demagógica de que entre los niños madrileños el mayor problema relacionado con la nutrición es el sobrepeso, pero no estableció relación de causa-efecto con la no apertura de los comedores. Eso fue cosa de un titular de los de buscar clics y retuits a tutiplén, y de hecho, la información contenía el video donde cualquiera que acudiera sin anteojeras podía comprobar el tirabuzón que se había largado el redactor. Ni por esas: a González le cayeron bofetadas a mansalva por algo que, por una vez, no había dicho.

Otro bocachancla de tronío, el ministro español de Interior, Jorge Fernández, se ha visto en una calcada. Quedará para los restos en las hemerotecas que el otro día espetó a los que critican las devoluciones de inmigrantes en caliente: “Que me den la dirección y les mando a esta gente”. La cosa es que el entrecomillado no es mentira del todo, sino algo peor, una media verdad. El ministro lenguaraz pronunció, en efecto, esas palabras, aunque no exactamente en el orden en que se transcribieron, y en compañía de otras que matizaban bastante el mensaje. Igual que en el caso anterior, hay un video para hacer la prueba del nueve… si no fuera porque la sugestión colectiva consigue que se oiga lo que se pretenda.

Sé a lo que me arriesgo con estas líneas y lo asumo. Simplemente, no me gusta la mentira. Ni siquiera cuando va a favor de mis causas.

Fabricando pruebas

Como sabemos de largo por aquí arriba, la policía española opera a menudo exactamente a la inversa de lo que marcan los manuales. En lugar de tirar de un hilo y ver a dónde conduce, decide de antemano a quién hay que echar el guante, y a partir de ahí, se dedica a recopilar las pruebas que demuestren la culpabilidad del que quieren llevar esposado al cuartelillo. Dado que buscar pistas e indicios es demasiado laborioso, máxime cuando el objetivo elegido puede ser del todo inocente, lo más práctico es saltarse ese paso y proceder a la creación de elementos probatorios a medida. Ni siquiera hace falta esmerarse en la confección. Por un lado, está la manga ancha de las togas judiciales, y por otro, que siempre habrá un medio amigo —o un plumilla con ínfulas de sabueso— para que un par de fotocopias chapuceras conviertan en delincuente a quien no lo es.

Tiene toda la pinta de que el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, ha sido la penúltima víctima de este modus operandi. Durante cuatro días, ha tenido que sufrir otras tantas portadas del diario El Mundo que le acusaban de haber tenido una multimillonaria cuenta en Suiza. Se aportaba documentación filtrada directamente desde las covachas policiales que ha resultado falsa. Una carta de la Unión de Bancos del país helvético certifica no solo que Trias jamás ha sido cliente de ninguna entidad de aquellas latitudes, sino que la numeración del depósito que se le atribuía es un invento chusco. Y lo más grave es que hay periodistas que aseguran haber recibido presiones del ministerio de Interior para que dieran pábulo a la trola infecta. Pura marca España.

Mordazas, según

—El ministro Fernández quiere crear un organismo que controle lo que se publica en los medios de comunicación y, si procede, imponga sanciones a los que se pasen de la raya.

—¡Maldito fascista! ¡Pretende amordazarnos para impedir que divulguemos las maldades del sistema! Pero no nos va a callar. Se va a enterar el tal Fernández.

—¿Fernández? Qué cabeza la mía, ha sido un lapsus. El que lo propone es Pablo Iglesias.

—¡Ah, bueno! Eso es otra cosa. Tiene toda la razón. Es urgente parar los pies a la caverna y castigar a esos plumíferos mentirosos al servicio del gobierno o, lo que es lo mismo, del capital. Y si hay que cerrar algún periódico, alguna radio o alguna televisión, se cierra.

Se trata de un conversación ficticia, pero verosímil. De hecho, se basa en lo que la crema y la nata progresí bramó cuando el mentado Fernández advirtió —y cumplió— que iba a perseguir a los revoltosos de las redes sociales y las aleluyas que cantan los mismos patanegras de lo guay sobre la (antepen)última ocurrencia de Iglesias. Basta cambiar el sujeto de una oración para que la miga que contiene merezca interpretaciones diametralmente opuestas.

Por desgracia, ya ni siquiera sorprende que el fenómeno se dé ante un asunto que debería estar fuera de concurso, especialmente para quienes hemos denunciado la clausura de más de un medio por los santos pelendengues del poder. La lógica —es decir, la ilógica— que llevó, por ejemplo, a la fumigación de Egunkaria es idéntica a la que maneja el gurú de moda. Y manda pelotas que los primeros medios a los que cabría aplicar su edicto son los que le han aupado al púlpito.

Brocha gorda

Viene de perlas tener un ministro de interior mentiroso e inhumano como ha vuelto a demostrar ser el ínclito Fernández. Sus fácilmente desmontables trolas y su asquerosa falta de sensibilidad respecto a la tragedia de Ceuta —“perdón, técnicamente fue en Marruecos”, llegó a decir— es la coartada perfecta para que un tremendo problema se convierta en pimpampum de chicha y nabo. ¿Nos remangamos, tomamos aire y vamos a la cuestión de fondo? No sea usted iluso ni tocapelotas, columnero. Y avisado queda de que como vuelva a llamar tragedia al vil asesinato fascista de quince desgraciados, le pintamos una F de facha en la frente y le ponemos mirando a Cuenca. Disfrute del momento, cándido plumilla, y súmese al pelotón de acollejamiento, que aparte de ser divertido, se saca una pasta, McLuhan bendiga las tertulias; las que pagan bien, no como la que conduce usted en la radio, menuda birria y menuda ruina.

Llevo días mordiéndome los dedos para evitar una descarga de bilis como la precedente. El remedio ha sido peor que la enfermedad porque el sulfuro se me ha disparado más allá de lo recomendable para escribir y me sale el tono desabrido del que pretendía huir en esta cuestión. Pero como no soy de mármol, soy incapaz de evitar el cabreo ante quienes se tiran en plancha a lo mollar del asunto y evitan las espinas. Que sí, que hace falta ser desalmado para no denunciar ese macabro tiro al negro que perpetró la guardia civil en El Tarajal. Sin embargo, quedarse ahí y únicamente ahí es apuntarse a la ley del embudo. También hay que preguntarse cómo evitar que vuelva a ocurrir. Eso, como diría Rajoy, ya tal.

La navaja de Fernández

Como todo lo que rodeó la operación judicioso-policial del miércoles fue tan chusco tirando a cutre salchichero, quedó en quinto plano una de las soplagaiteces con las que el ministro Fernández quiso justificarla. Después de soltar la manoseada martingala del tentáculo —cómo les gusta la palabreja a los jefes de la porra—, el chisgarabís al mando de Interior aseguró que los detenidos “sometían a los presos a la tiranía de ETA”. La cita es literal. Oséase, que la aguerrida Benemérita fue enviada en socorro de los desvalidos y atribulados cautivos para liberarlos del descarrío impuesto y ponerlos en el buen camino, que es el que gira a la diestra y está limpio de aquelarres en antiguos mataderos. Fue una misión no ya humanitaria, sino directamente redentora y purificadora de almas. Leyendo al derecho los renglones torcidos, se diría incluso que, contra lo que han vociferado algunos, no se trataba de echar otro tabique al llamado proceso de paz, sino de orientarlo hacia la dirección acertada.

No cuela. ¿Seguro? Eso pensaba yo hasta que ayer vi que algunos medios, y no precisamente del ultramonte, se engolfaban con esta versión de catequesis. Lo divertido era que la alternaban impúdicamente con la opuesta. Dependiendo del párrafo que se leyera, los arrestados fueron los muñidores del comunicado del EPPK del día de los inocentes y del acto de Durango o los que trataron de impedir a toda costa lo uno y lo otro en su condición de irredentos partidarios del Egurre eta kitto.

Junto a esta interpretación multiusos, todo quisque, incluyendo el que suscribe, hemos aventurado motivaciones de variado tenor sobre la (pen)última deposición del chapucero Fernández. Para dar con la más atinada, me remito a un principio que raramente falla, la Navaja de Ockham: “En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta”. Vamos, que por lo común, dos y dos tienden a ser cuatro.

Homenajes o así

Lo que son las asociaciones mentales… Llevo un par de días alternando el tarareo de una canción de Pablo Milanés que me trae muy buenos recuerdos con el martilleo de esa rima de dos de mosqueo que termina hablando de unos cataplines que se van de viaje. La culpa es de una palabra que se repite mucho últimamente y que ha dado pie al enésimo debate semántico-jurídico: homenaje. La bronca jesuítica versa, como estarán al corriente, sobre si el término citado es equivalente a recibimiento, acogida (“incluso calurosa”, como matizó Josu Erkoreka), enaltecimiento —del terrorismo, se entiende— o, en la parte más alta del pentagrama, exaltación.

Curado de varias modalidades de espanto y, por narices, acostumbrado a nuestra querencia por sacarle punta a las bolas de billar para clavarlas en el costillar del de enfrente, opto una vez más por mi proverbial equidistancia, que no es ni proverbial ni equidistancia. Vamos, que en lugar de por un bando (ni siquiera por ese que algunos malvados me atribuirían), me decanto por la contemplación de la refriega. Ustedes, yo, Grande Marlaska, Fernández Díaz, Beltrán de Heredia, Permach y hasta el otero que me denunció el lunes pasado sabemos perfectamente qué son y qué dejan de ser los actos a los que nos estamos refiriendo. Otra cosa es que todos los mencionados tengamos también una sardina a la que arrimar el ascua, una parroquia a la que dirigir el sermón, unos intereses creados y otros por crear y, vaya, sí, hasta una ideología o similar. Eso es lo que complica la cosa, es decir, lo que la simplifica: cada cual ve lo que quiere ver o, si somos aun más precisos, lo que necesita ver. ¿Fue de roja directa lo de Iturraspe sobre Neymar el otro día en San Mamés? No contesten, era una pregunta retórica. Y en el caso que nos ocupa, exactamente igual, con el agravante de que aquí se juegan algo más que tres puntos. Espero que haya terminado de confundirlos.

Moncloa ríe

Algo sí ha conseguido el ministro Fernández. Bastante, en realidad, y uno se pregunta si estaba en su plan inicial o si ha sido chamba. Tanto da. El caso es que su redada a la (no tan) vieja usanza contra Herrira le ha venido con propina. Además de contentar a la claque del ultramonte jugando a ser Chuck Norris y pasándose el derecho por la ingle, ha logrado que la bilis dialéctica vuelva al punto de ebullición. Han regresado a escena las palabras afiladas, las diatribas incendiarias, las demasías acusatorias, los verbos y descalificativos arrojadizos. Y con todo eso, no lo negaré, actitudes policiales inaceptables. La consecuencia inmediata y descorazonadora: una piedra de toque que podía servir para demostrar que hay cuestiones a las que se hace frente más allá de las siglas y las banderías —y esta es una de manual— acaba haciendo que salte el cerrojo de la caja de truenos. ¿Cómo articular la “respuesta como pueblo” que se reclamaba en la primera hora de los registros y las detenciones, si acto seguido, el mismo portavoz que hacía el llamamiento sitúa fuera del tal pueblo a decenas de miles de personas? En las zahúrdas de Moncloa las risas resuenan. Divide y vencerás.

Ante una situación como la que describo caben, por lo menos, dos actitudes. La de carril, la facilona, la pavloviana, consiste en elegir trinchera y dejarse arrastrar por las inercias, las rencillas y las cuentas eternamente pendientes para convertir en enemigo a quien podría hacer compañía tras la misma pancarta. Tenemos gran experiencia en ello. Solo es cuestión de tirar de repertorio: hijoputa, pues anda que tú. La otra opción, muy pocas veces puesta en práctica (pero casi siempre con éxito), requiere hacer trabajar a la materia gris y, desde luego, refrigerar la mala sangre hasta ser capaces de responder a esta sencilla pregunta: ¿Es más lo que nos une o lo que nos separa? Según cuál sea la conclusión, así nos irá.