No saber perder

Desde el 24 de mayo hacia acá, uno de los espectáculos más divertidos que se nos ha dado contemplar es la creciente e histérica congoja de los otrora reyes y reinas del mambo que se han quedado colgados la brocha. Además del trabajo a destajo de las trituradoras de papel —y hasta algún incendio como caído del cielo en dependencias municipales—, estos días han cantado la Traviata las esperpénticas chorradas que han salido de labios de los atribulados perdedores, con Yolanda Barcina y Esperanza Aguirre destacando por lo patético. Todas esas invocaciones descangalladas a la alternativa KAS, la Alemania prenazi, la Argentina de Perón, la Venezuela de Chávez o el minuto antes del apocalipisis final, aparte de ser una gachupinada, retratan a la manga de hooligans que las han soltado como obtusos melones incapaces de distinguir la democracia de una onza de chocolate.

Humanamente, se comprende la rabieta de quienes pensaban que su culo era imposible de desatornillar de la poltrona. Y se puede uno imaginar también el tremendo comecome ante el despiadado cambio de bando de las alfombras y los trienios de porquería que ocultan. Pero ya que les toca desalojar, cuánto mejor para su recuerdo —que es todo lo que les queda a algunos— que lo hubieran hecho con una mínima elegancia, mostrando incluso contra pronóstico que también saben perder y bajarse de los machitos sin montar una escandalera monumental. Total, está escrito que, aunque esta vez han salido de golpe un congo y medio, a la inmensa mayoría de los derrotados les está aguardando, a tres cuartos de vuelta de puerta giratoria, una suculenta sinecura.

Ahora el miedo es naranja

Qué cabrito es el miedo, todo el rato cambiando de bando. De un tiempo acá, se diría que ha vuelto al lugar de costumbre tras una breve incursión turística al otro lado de la linea imaginaria. Sé que las consecuencias de esto tienen su punto trágico, pero como tantas veces me ha ocurrido en un funeral, no puedo evitar que me entre cierta risa floja al asistir a determinadas reacciones. Hasta anteayer no más, cualquiera que aventase la menor crítica sobre Podemos, además de recibir una hermosa colección de collejas dialécticas de a kilo —“¡Inda, eres un Inda!”, “¡Marhuenda, más que Marhuenda!”—, era acusado de estar acojonado ante el inminente fin del régimen-del-78. “Su odio, nuestra sonrisa”, salmodiaban los believers de la porra (que no son todos, ni siquiera la mayoría, seamos justos) en lo que sonaba a copia pobretona de la célebre frase de Arnaldo Otegi.

Es gracioso que en este minuto del partido, quien podría tatuarse tal bravuconada en la frente es el maniquí venido a más que atiende por Albert Rivera. Y con él, su creciente séquito de harekrisnas o, con mayor motivo, los tiburones del Ibex 35 cuya mano mece la cuna —a mi no me cabe ni media duda— del suflé naranja. Si, tal y como aseguraban los centuriones de Iglesias Turrión, los ataques en los medios y en las redes sociales dan la medida del canguelo que se provoca en los contrarios, ahora mismo el Freddy Krueger de la política hispanistaní es Ciudadanos. Generalmente con buenos motivos, pero también porque sí, nadie está recibiendo tanta estopa, con tanta mala hostia y desde flancos tan amplios, como el partido del figurín. Curioso.

Teléfono letal

La vida mata. Es la única evidencia científica a la que aferrarse. Un disparo de Kalashnikov, una ensalada de pepino, el alero de un tejado sin revisar o un extorero invadiendo nuestro carril a toda pastilla pueden salirnos al encuentro en el momento menos pensado y mandarnos prematuramente a ese árbol que hay en todos los pueblos para colgar las esquelas. Una vez ahí, dejarán de ser de nuestra incumbencia todas esas bagatelas -pactos postelectorales, penaltis injustos, tradiciones populares arrojadizas- que nos entretienen hasta que llega el instante en que un forense anota el día, la hora y el minuto de la parada cardio-respiratoria. Luego, seremos un recuerdo que, por más que nos hayan querido, se irá difuminando hasta tender a cero. Literalmente, no somos nada.

¿Y este arrebato filosófico-determinista? Comprendo su confusión, pero deben echarle la culpa a la OMS, que desde hace dos días me tiene reflexionando sobre el sentido de la existencia a cuenta del informe -o lo que sea- que advierte que los teléfonos móviles son potencialmente cancerígenos. No dicen ni que sí ni que no. Lo dejan en un quién sabe más dañino que cualquier certeza.

Ni siquiera aclaran si “posible” es sinónimo de “probable”. Los muy taimados expertos tiran la piedra, esconden la mano, y allá se las apañe cada cual con sus miedos. De un rato para otro, los más pusilánimes empezamos a pensar que hacer o atender una llamada es pagar un pequeño plazo del futuro tumor cerebral. Lo peor es que, como además de pusilánimes, somos tremendistas, nos resignamos al eventual suicidio por entregas, incapaces de renunciar, a estas altura de la era tecnológica, a esa cajita mágica que nos tiene siempre localizables.

Supongo que es inútil pedir más luz a quien sepa del asunto. Los heraldos del apocalipsis sostendrán que el móvil es un arma mortífera y sus primos requete-escépticos dirán que un vaso de agua es más nocivo.