Resentido. Eso me dicen por haber escrito aquí mismo que no tengo la menor intención de reconciliarme con quien, por otro lado, jamás estuve conciliado. Viniendo de quien viene, lo tomo como elogio y como indicio de que no debo de andar tan descaminado. El clásico Ladran, luego cabalgamos, que en este caso es, además, una brutal proclamación de cómo se espera que funcione el invento a partir de ahora.
En realidad, un suma y sigue, el continuose del empezose, porque ya llevamos un buen rato en que los que han tirado de pistola deciden quién es o quién deja de ser amigo o enemigo de la paz. Desde el otro día, se ha añadido un requisito extra para no ser considerado torpedeador del nuevo tiempo, o sea, del nuevo nuevo tiempo, puesto que también se ha decretado otro cambio de era sin haber agotado la anterior. Esa recién nacida condición sine qua non para ser de los buenos, de los que facilitan, de los que reman en la dirección adecuada, es darle gracias a ETA. Tan perverso como suena.
Lo habrán visto estos días en varias versiones. Pintarrajeado guarramente con spray en las paredes, en alguna bucólica portada o en esas pegatinas vintage en las que sobre el hacha y la bicha se lee en azul desvaído no sé qué de que todos tenemos que dar un poco para que unos pocos no tengan que darlo todo. Ese fue el regalo por haber apretado los dientes para acudir a lo nunca visto, la lectura de la herencia de una organización que se decía revolucionaria y socialista en un palacio de manda carallo. Quiero pensar que estamos a tiempo de despertar de la siesta y tomar las riendas del futuro. Pero no lo veo nada claro.