¿Fue un éxito el 8-M?

Me intuyo minoría absoluta y es altamente probable que esté equivocado. Agradeceré infinitamente ser desmentido. Con datos y argumentos, por favor, que los bufidos, los te vas enterar de lo que vale un peine y los sé dónde vives están muy vistos y tengo comprobado su nulo efecto sobre mi peculiar manera de pensar. Y en el caso que nos ocupa, así le lleve dadas tropecientas vueltas, sigo sin ver dónde está el éxito arrollador del último 8-M que me cuentan por tierra, mar y aire todos los medios, incluyendo los míos.

Por supuesto, no niego las inmensas y diversas en mil sentidos movilizaciones que volvimos a ver en nuestras calles. Ni la ocupación de la centralidad informativa de sur a norte y de oeste a este, algo que, por otro lado, quizá fuera lo que nos debería mover a la suspicacia. ¿A nadie le resulta extraño tal unanimidad en el morado? ¿Por qué quienes han de salir perdiendo, y mucho, con la satisfacción de las reivindicaciones feministas han participado tan alegremente en la difusión de las demandas y han estado en primera línea de pancarta?

Dejo ahí la pregunta junto al recordatorio incómodo de que la jornada se planteó como una huelga. Y ahí sí que no hay lugar para los paliativos. Prácticamente todo funcionó como cualquier otro día. Se dirá, con razón, que muchas mujeres (y muchos hombres) no pueden permitirse perder los ingresos de esas horas. Pero eso se sabía antes de lanzar el pulso. Cuidado con la otra brecha, la que separa a las convocantes de las convocadas. Eso, sin contar que no consumir habría sido bastante para que se dejara notar la incidencia del paro y no fue así. Tan solo lo anoto.

Ya es 9 de marzo

Pues ya es ese mañana al que aludía —y me consta que no era el único— en mi columna de hace 24 horas. Tras lo visto, no cambio una coma. En todo caso, corrijo y aumento: la movilización en las calles ha sido incluso mayor de lo esperado. Hay motivos para la alegría de quienes han convocado los diversos actos. También para no racanear la condición de histórico de lo logrado. Es verdad que no se ha inventando el mundo y que en el pasado hubo mareas reivindicativas de gran calado, desarrolladas en contextos sociales y temporales bastantes más jodidos que el actual. Pero después de haber convertido el 8 de marzo en rutina casi machacona que pasaba sin fu ni fa, esta vez se ha conseguido marcar la agenda. Como dije ayer, no solo la pública; también la íntima.

Reconocido y aplaudido, si hace falta, todo lo anterior, déjenme que sea el tiquismiquis que ustedes conocen. Primero, para reiterar que han vuelto a sobrarme los hombrecitos condescendientes venga y dale con las palmadas en la espalda a quienes no las necesitan. Cansinos ególatras paternalistas, joder. En el lado contrario, mi respeto entregado a las mujeres que tomaron la firme, meditada y argumentada determinación de no seguir los paros y, según los casos, no participar en los actos. Seré muy corto, pero para mi es una muestra de empoderamiento del recopón. Y, desde luego, me parece una actitud infinitamente más honesta que la de las no pocas adalides de la cosa que estuvieron en la procesión y repicando. Vaya rostro de mármol las del #YoParo que, sin necesidad económica por medio, buscaron una excusa para saltarse el descuento en la nómina.

No basta con palabras

Una vez más, y pierdo la cuenta de las que van, lo sorprendente es que nos sorprenda. ¿Cómo puede ser que siga habiendo agresiones sexuales en las fiestas con lo bien que nos quedan los lemas, los avatares, las manitas rojas o las huellas moradas? ¿Por qué misterio insondable los agresores no se detienen en seco ante nuestras contundentes e inequívocas requisitorias? ¿De qué mecanismo demoníaco se sirven los violadores para evitar que hagan mella en ellos las formidables concentraciones, marchas, movilizaciones o lo que sea en que les dejamos claro clarito que No es No, que ojo al cristo que es de plata y que a ver si vamos a tenerla?

Me canso de escribirlo. Supongo que no están de más las bienintencionadas campañas, las coloristas y hasta multitudinarias salidas a la calle o las diferentes expresiones públicas de rechazo a los depredadores. Pero mal vamos si nos persuadimos de que una pegatina o un pin son el remedio. Y me temo que en esas andamos. Basta ver cómo en Sanfermines o en cualquier otra fiesta todo este material se reparte y se recibe como si fueran estampitas de la Virgen de los Remedios para combatir el flato.

Se diría que se busca —y tristemente, se consigue— un efecto balsámico sobre las conciencias. No pongo la palabra por casualidad, pues de ella deriva otra que se repite machaconamente, también a modo de exorcismo: concienciación. Que sí, que cada vez estamos más concienciadas y concienciados. ¿Quiénes? Pues las personas que jamás de los jamases forzaríamos a una mujer ni justificaríamos a quienes lo hacen. Tendríamos que actuar, y no exactamente con palabras, sobre esos tipejos.

Temperatura social

La soberanía vasca, ¿sola o con sifón? O sea, ¿por las malas o con pacto? Ya quisiera tener la respuesta, pero les confieso que no me alcanza la clarividencia para tanto. Por un lado, se me hace cuesta arriba la idea de acordar lo que sea con quien, aparte de haber demostrado ser mal cumplidor, no quiere ni oír hablar del peluquín. Por otro, mi posibilismo me dice que lo del portazo y el ahí te quedas está muy bien como bravata, pero tiene muy pocos visos de realización práctica.

Menudo dilema, ¿no? Siento decir que, en realidad, no lo es. Ojalá llegue a serlo, porque eso significará que hemos llegado al punto en el que hay que tomar tal decisión. Ahora mismo solo es un debate de fogueo, una pura discusión teórica con el riesgo añadido de dividir (más) a quienes afirman compartir una causa común. Tanto dará que hayan ganado quienes abogan por el divorcio civilizado o los que prefieren cortar por lo sano, si en el momento del envite resulta que no hay el suficiente número de personas para respaldar una u otra vía.

Estará bien que los que nos decimos soberanistas vayamos pensando cómo afrontar la salida de España, y mejor todavía, que tengamos diseñado un país por el que haya merecido la pena el viaje. Sin embargo, no podemos poner el carro delante de los bueyes, salvo que nos estemos haciendo trampas en el solitario y todo esto sea una cínica manera de no conseguir nunca lo que aseguramos que queremos. A día de hoy, lo que nos hace falta es la temperatura social necesaria para echar a andar. Mientras los esfuerzos no se centren ahí, solo estaremos comprando boletos para una nueva frustración.