Quiroga, doble dislate

En una sola mañana, la del viernes pasado, Arantza Quiroga protagonizó dos de las mayores torpezas que se recuerdan en la política vasca, subsección autonómica. ¿Qué tenía en la cabeza la presidenta digital de los Pop cuando le fue al lehendakari con la bronca del documento que le había pasado bajo cuerda a la izquierda abertzale? ¿Acaso pensaba que Urkullu, en su proverbial y a veces autolesiva prudencia, iba a pasar por alto que ella y su jefe genovés tuvieron en sus manos el papel de marras antes incluso que el presidente de Sortu? El zasca fue de antología. Cualquier otro que se hubiera llevado un planchazo así, habría tratado de confundirse con el paisaje, pero vaya usted a saber guiada por qué demonio interior, la abochornada en público volvió a dispararse en el pie. Con postas, además, porque si la primera metedura de gamba delataba su bisoñez, la segunda se adentraba en las palabras mayores de la deslealtad y las malas artes.

Hete aquí que después de que Rajoy exigiera un silencio de hierro sobre la reunión clandestina del martes, va la delegada de la gaviota en Vasconia y se lía a pregonar la materia reservada del encuentro. Ya habría estado suficientemente feo que lo cotorreado respondiera a la verdad, pues si se dice punto en boca, es punto en boca. Lo que roza lo incalificable es que la largada fuera una fantasía animada que parecía directamente dictada por Ángeles Escrivá, fabulista de corps del ex diario de Pedrojota.

¿Amnistía? ¿Medidas de gracia? Ya, y una estatua ecuestre de Otegi en la entrada del Parlamento, no te joroba. Escapa a mis entendederas el porqué del monumental dislate en dos tiempos de Quiroga. Me apena, en cualquier caso, haber tenido que presenciarlo. Siempre he defendido, y me resisto a cambiar de opinión, que más allá de caricaturas facilonas, es una política que está muy por encima de la media de sensatez y valía de la mayoría de sus predecesores.

El PP no es la UCD

Veo que, fuera de los entusiastas asistentes y sus palmeros mediáticos, el PP no ha conseguido vender la moto de la unidad sin fisuras tras sus ejercicios espirituales en Valladolid. Se ha antojado muy forzado tanto eslogan de cinco duros trufando los discursos pronunciados en tono de arenga incluso por los que no están adornados por las dotes de la prosodia. Total, para acabar siendo objeto de mofa y befa, que hay que ver la torrentera de chanzas —puestas a huevo, todo hay que decirlo— que se están haciendo a cuenta de las consignillas “EL PP o nada” o “España ha vuelto”. ¡Cuánto daño ha hecho El ala oeste de la Casa blanca! Y sí, mucho pabellón puesto en pie aclamando hasta a los que cambiaban el agua, pero cualquiera que haya visto en Discovery Channel un par de documentales sobre el comportamiento de las masas notaba a leguas el cante a terapia de grupo y a catarsis de plexiglás.

En resumen, que el partido (casi literalmente) de Mariano se fue de Pucela como había llegado: más cerca de la mandarina clementina que de la piña. ¿Y eso es grave, doctor? Pues aquí pego un giro discursivo y proclamo que no demasiado, los achaques normales de sostener un gobierno en época de turbulencias, de no haber purgado suficientemente los intestinos de sus propios detritus ultramontanos y —añade el psicoanalista— de retrasar sine die el asesinato del padre. Por lo demás, la gaviota está en condiciones de enterrarnos a todos. Quizá ya no con el rodillo de la mayoría absoluta, pero sí como primera fuerza en España sacándole a la segunda más de lo que dicen las encuestas. Y como quiera que la tal segunda es indistinguible del PP en media docena de cuestiones fundamentales, esas que llaman de Estado, ya podemos darnos por jodidos.

Moderen su optimismo, pues, quienes auguran que el imperio genovés caerá con el mismo estrépito con que se fue al garete la UCD hace treinta y pico años. No tiene pinta.

El gatillo de Sémper

¡Cómo andan de revueltas las placas tectónicas al fondo a la derecha! Y lo bien que lo estamos pasando, oigan, asistiendo al intercambio de guantadas y zancadillas desde el palco y como a quien no le va nada en el envite. ¿En qué acabará la tormenta en el paraíso diestro? Se me ocurren dos opciones. O el PP suelta lastre por estribor para convertirse de una vez en un partido de derecha civilizada como hay en otros lugares del mundo… o involuciona (todavía más) para competir en extremismo con las hijuelas ultramontanas que se le han desgajado. Anotación mental: manda huevos la brasa que da con que no se le rompa España una formación a la que le salen secesiones internas como champiñones tras el aguacero. Lo malo es que a los disidentes en fuga no les pueden mandar los tanques. Les queda rezar para que a Aznar no se le crucen los cables y se vaya a liderar Vox. No caerá esa breva, pero imaginarlo resulta orgásmico.

De todos los focos del incendio en el nido de la gaviota, el que más me entretiene —diría incluso que me interesa— es el que nos toca más de cerca. Ya es mala leche que el mejor diagnóstico de la situación por la que atraviesa la sucursal local de Génova se lo tengamos que tomar prestado a un pedazo de rojo como Gramsci: hay un PP vasco viejo que no acaba de morir y un PP vasco nuevo que no acaba de nacer. Si las tensiones eran hasta ahora latentes y disimuladas, parece haber llegado el momento de escupirse las verdades a la jeta. No era ni medio normal que los actuales dirigentes, los llamados Pop, encajaran sin rechistar las collejas atizadas por los del búnker.

Me resultó muy estimulante la alusión de Arantza Quiroga a “los que vienen de Madrid con billete de vuelta”. Y más, si cabe, lo que afirmó Borja Sémper en Onda Vasca: “Acabarán diciendo que somos los que apretamos el gatillo”. Cómo nos suena lo uno y lo otro, ¿eh? Nunca es tarde para caerse del guindo. Que cunda.

Cinco siglos

Si yo fuera catalán, soberanista y creyente, le pondría toneladas de cirios a Sant Cugat (en castellano, San Cucufato) para que el PP monte todos los fines de semana una chanfaina patriotera como la que acaba de dejar al planeta sin reservas de vergüenza ajena. Aparte de dar para escribir cuatro tratados de psicopatología, el desfile de caspa, facundia, suficiencia moral y arrogancia mendaz cuenta tanto como cien incendiarios mítines independentistas. Efecto bumerán, tiro por la culata, pan con unas hostias o, pensando mal, que el happening no estaba diseñado para los naturales del lugar donde se celebró, a los que se da por perdidos, sino para elevar la moral de la talibanada centralista del exterior. Más motivos para el desafecto.

Fuere como fuere, el espectáculo resultó un non stop de la chabacanería. Montoro sacándose de la manga birlibirloques para disimular el expolio, Rajoy hablando de amor como lo hacen los maltratadores, Mari Mar Blanco exhibida a modo de estampita de la virgen de la culebra con el hacha, Sánchez Camacho relinchando no sé qué de machetazos… Resulta casi imposible escoger el despropósito más ruborizante, pero si hay que hacerlo, me quedo con María Dolores de Cospedal gritando a voz en cuello que los catalanes ya eran fieles y felices súbditos de España hace cinco siglos.

Tal barbaridad equivale a porfiar que la Tierra es plana, que los niños vienen de París o que el autor de estas líneas es el vivo retrato de Brad Pitt hace quince años. Pero claro, es lo que ocurre cuando los cátedros de reconocido prestigio y camisa azul se ponen la ideología por montera y dan en proclamar, sabiendo que es una trola infecta, que la nación española se engendró en el tálamo de los reyes católicos. Los bodoques sin media lectura, como la de los finiquitos simulados y diferidos, se lo tragan y lo recitan cual papagayos. Y los que se inventan la Historia son los demás, no te jode.

Muertos con dueño

Quien pierde o le es arrebatada la vida deja incluso de pertenecerse. Se convierte en adosado de posesivos pronunciados por los demás —mi muerto, tu muerto, su muerto…— y, si hay rencillas entre los que se reclaman deudos, en motivo de trifulcas y querellas. No solo por lo material; la disputa alcanza a la propia memoria del finado, de la que unos y otros se reivindican usufructuarios exclusivos. Desolador espectáculo, cuando esa especie de sokatira necrófila se produce a la vista de todo el mundo, como acaba de ocurrir con los homenajes contraprogramados a Gregorio Ordóñez. Por un lado, la familia carnal, y por el otro, la ideológica, con apenas una hora de diferencia entre acto y acto. Seguramente, la primera tenía más derechos que la segunda, y por ello, las siglas deberían haber dado un paso atrás ante los lazos de sangre o los matrimoniales. Bien es cierto que si el PP lo hubiera hecho, desde la otra parte alguien habría señalado la claudicación como la prueba definitiva de que el difunto tampoco le importaba tanto, y tal cual se lo habrían echado en cara. Las reyertas funcionan así.

No es nada nuevo entre nosotros la patrimonialización de las víctimas. En más de un velatorio se han dispuesto guardias junto al cadáver para evitar que se acercaran a presentar sus respetos y sacarse la foto quienes no eran bienvenidos. Aunque las emotivas crónicas no solían recogerlo, en algunos funerales había placajes, zancadillas y codazos por conseguir un puesto como portador del féretro, especialmente en el costado donde había más cámaras. Por no hablar de los comandos de increpantes apostados en la puerta de la iglesia o del cementerio para hacer comprender a determinados asistentes que, literalmente, nadie les había dado vela en el entierro.

Lo llamativo es que, entonces como ahora, los protagonistas de estos macabros episodios daban y dan lecciones magistrales sobre dignidad y respeto.

El PP paga mejor

Doy mi más efusiva bienvenida al circo del politiqueo a esa panda de chusqueros resentidos y ególatras que atiende por Vox. Y ya que lo acabo de escribir, señalo la decepción que me provoca tan melifluo nombre. Cuánto más juego nos daría una denominación rimbombante que incluyera al natural o en forma de derivados las palabras España, Nación y/o, por qué no, Patria. Por no hablar, claro, de ese color verde moñas que han elegido como distintivo, cuando lo suyo era el rojo y el gualda o, en plan finura y sutileza, oro combinado con grana. No sé yo cómo va a acoger tal claudicación de saque la parroquia a la que pretende vender la moto el grupúsculo neonato.

Sí, de momento, grupúsculo y hasta excrecencia menor, como se evidenció clamorosamente en el debut con picadores ante la prensa. En la mesa, una individua con tres mil seguidores en Twitter, un ser humano convertido en mascota, un simpático caradura locuaz que ha picado en todas las flores de la derecha, un exjoven cachorro verborreico que no ha pegado sello en su vida y una momia (muy bien conservada) del liberalismo tardofranquista. Haciendo de claque, señoronas empeletadas de Serrano y dos o tres antiguos portavoces de hipersubvenciadas asociaciones de víctimas del terrorismo. Ni siquiera el deseado Vidal Quadras hizo acto de presencia.

¿Y los otros? ¿Dónde estaban los extremocentristas vociferantes del PP, esos que llevan años amagando su salida ante no sé qué supuesta traición? Pues dónde iban a estar: cada cual, en su bien remunerada canonjía. No están los tiempos para renunciar a pastizales y embarcarse en aventurillas de vaya usted a saber qué recorrido. Que una cosa es ir de boquilla con la dignidad y los principios, y otra, arriesgarse a aligerar el bolsillo. Si la cosa saliera medio bien, como el invento de Rosa de Sodupe, ya se vería. De momento, Génova paga mejor, incluso a los molestos pero en el fondo inocuos michelines.

¿Frentes? ¿Qué frentes?

Para prolongar el gustirrinín provocado por las fotos del Carlton y de las calles de Bilbao a reventar, nada mejor que la quejumbre ramplona de los que andan con tembleque de piernas. No me refiero a la talibanada ultradiestra —Marhuendas, Federicos, Abascales—, cuyos regüeldos están amortizados, amén de resultar divertidos por lo patético, sino a los de un poco más acá en la gradación ideológica. Hablo de congregantes de una derecha que se pretende templada, del centro sedicente (e inexistente) y hasta de esa izquierda que tal vez lo fue pero hace tiempo que no lo es. En un alarde de brillantez intelectual, es decir, de toda la que son capaces de reunir tipos y tipas que no pasan de destripaterrones de la política, andan anunciando el nuevo apocalipsis del frentismo.

¿Frentismo? Las pelotas, treinta y tres. Los últimos episodios de esa peste que nos tocó padecer, les recuerdo, fueron el interminable trienio sociopopular en la demarcación autonómica y el aun más extenso periodo del binomio UPN-PSN en la foral. Está bastante demostrado que los que verdaderamente se pirran por las santas alianzas hasta el punto de no tener más programa que promoverlas son los que enarbolan la rojigualda en una mano y la Constitución en la otra. De hecho, la inmensísima suerte que tienen es que, especialmente en la CAV, al otro lado no hay un frente sino dos fuerzas (un partido y una coalición) que pugnan por la hegemonía. El día que cambie eso, que me temo que va para bastante largo, las plañideras tendrán motivo para llorar en serio… mientras otros sonrían.

Así que menos lobos, y menos agitar espantajos. Todo lo que ha ocurrido en las últimas horas es que la estupidez supina al tiempo que perversa —tanto monta— del aparataje del Estado español consiguió el prodigio de unir a ambas formaciones para exigir en la calle algo que ni siquiera tiene que ver con ser o dejar de ser abertzale: el respeto.