Una victoria de Hazte Oír

Continúo con el blues del autobús, que en realidad era una milonga. O mejor dicho, es, en presente de indicativo, porque la vaina sigue adelante corregida con recochineo en cuanto al mensaje y aumentada en número de vehículos. Cualquiera en la piel de los pergeñadores de la campaña habría hecho lo mismo. Insisto en el final de mi columna anterior: se les ha regalado una notoriedad que jamás pudieron imaginar cuando decidieron salir al asfalto a dar la nota. Y si ya lo imaginaban, casi peor, porque eso quiere decir que la manga de carcas que atiende por Hazte Oír tiene tomada la medida a las furibundas huestes progresís que entran como Miuras a cada trapo que les ponen delante. (Apunte mental: estudiar si es que en el fondo son cual para tal o, incluso, si se dan sentido mutuamente)

Habrá quien se plantee, como yo mismo llegué a pensar al primer bote, que esta zapatiesta de diseño también le ha venido bien al mensaje original, al que pretendía concienciar sobre la transexualidad en general y la transexualidad en la infancia en particular. Aquí volvemos a darnos de bruces con la enorme diferencia entre la opinión pública y la opinión publicada. Es decir, en las chachitertulias y las guachicolumnas, seguramente puede parecer así. A ver quién se atreve siquiera a dar la levísima impresión de no tenerlo claro. Ahora bien, pongan ustedes la oreja en la cola del súper (no vale una delicatesse) o en la barra de una taberna de barrio (no vale un gastrobar hipster), y se toparán con esa parte de la realidad que se prefiere ignorar. En esto, el común de los mortales está más cerca de Hazte Oír que de Chrysalis.

El blues del autobús

Parecía que no se podía superar el esperpento en el psicodrama colectivo del autobús anaranjado hasta que llegó el juez y mandó que el trasto se quedara en cocheras. De la decisión no digo ni pío. Ahora, respecto a la argumentación del auto, no me digan que no vuelve a ser otra vez lo del infierno empedrado de buenas intenciones. Sostiene el magistrado Juan José Escalonilla que los mensajes de la guagua fletada por los fachuzos de HazteOir “suponen un acto de menosprecio a las personas con una orientación sexual distinta a la heterosexual”. Pues ahí la ha pifiado su señoría, porque según han corrido a explicar los peritos en estas intricadas cuestiones de la palabrotología, lo que realmente se ataca en las leyendas es la identidad de género. Lo definitivamente grotesco es que la prohibición se fundamenta precisamente en la metedura de pata, que para más inri, se repite varias veces en el texto.

Aún queda territorio para profundizar el sinsentido. Se me ocurre, por ejemplo, que la organización ultramontana que echó a circular el bus grafiteado presente el correspondiente recurso basándose en la cantada. Lo chusco residiría, en este caso, en que los carcamales niegan con igual rotundidad los conceptos “orientación sexual” e “identidad de género”.

Quizá no lleguemos hasta ahí. HazteOir tiene suficientes motivos para retirarse en este punto de la astracanada con la satisfacción de haber conseguido su propósito. Aunque la hayan paralizado, su fétida campaña ha tenido un eco infinitamente mayor al que hubieran soñado. Allá donde tenía que calar, su mensaje ha calado. Piensen gracias a quiénes ha sido.

Buenos fines, malos medios

No vale todo. Por supuesto que no. Ni siquiera por una buena causa. De hecho, el propósito más noble queda bastardeado cuando en su nombre se usa intencionadamente el juego sucio. La mentira, la manipulación o eso que una vocera de Trump ha bautizado con jeta de titanio como “Hechos alternativos” ponen en evidencia a quienes, a falta de escrúpulos y argumentos, los utilizan como atajo hacia sus fines. Insisto, por meritorios que estos sean. Y peor, si la sórdida estrategia incluye un ataque de mala fe a una persona, que en el caso que nos ocupa, reúne, además, la condición de representante de la soberanía popular.

Cierto, son mis palabras. No creo, sin embargo, que la opinión que expresan esté muy lejos del mensaje que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco lanza a las plataformas antidesahucios en el auto de archivo de la denuncia que presentaron contra Iñigo Urkullu por haber aportado datos sobre el desalojo de una mujer en Gasteiz. Ocurrió, seguro que lo recuerdan, en el debate electoral en EITB. Interpelado por una de sus adversarias, el entonces candidato a la reelección aportó los citados datos, que desmentían la versión —como poco— exagerada que se había hecho circular. “Lo único que está haciendo es constatar una realidad y lo que es más importante, cumplir con su obligación de mandatario público”, anota el TSJPV junto a media docena de consideraciones en las que deja claro que no hay falsedad, revelación de secreto ni intromisión en ninguna intimidad. El daño está hecho. No tanto al lehendakari como a la verdad y a la propia causa justa a la que supuestamente se pretendía servir.

¡Dentro vídeo!

Si todavía no les ha dado por ahí, les animo a echarse a la retina alguno de los vídeos de la nueva campaña del PP. Ojo, que digo alguno; como se traguen los siete, se arriesgan a un lavado de estómago y/o cerebro. Bastará con el primero que se difundió, que según mis entendederas, viene a ser resumen y corolario del resto, amén de perfecto contenedor de la consigna que se pretende inocular en el cerebelo del respetable: “Aún (nos) queda mucho por hacer”.

Ese santo y seña tiene su qué, efectivamente, pero es cuestión menor al lado de la parte formal de los anuncios de marras. El gran hallazgo, que en realidad es una copia de otras varias copias que ya se han utilizado en publicidad y propaganda para vender motos diversas, está en la puesta en escena y, especialmente, en los intérpretes. En calidad de tales figuran Mariano Rajoy, María Dolores de Cospedal, Carlos Floriano, Javier Arenas y Esteban González Pons. Como si no hubiera cámara, el quinteto de mandarines genoveses —¿dónde está Soraya SdeS, por cierto?— conversa en confianza y tono de mecachislaporra sobre lo que les cuesta colocar su mercancía a la plebe eternamente insatisfecha. En lugar de soltarlo así, claro, lo disfrazan de “a lo mejor somos nosotros, que lo comunicamos una gotita regular”.

¿Habrá quien comulgue con semejante rueda de molino? Seguramente, ni ustedes ni servidor estamos capacitados para contestar a tal pregunta. Concluiríamos a bote pronto que no solo no nos surte efecto, sino que nos provoca mala leche, risa o ambas. Ocurre que el vídeo no está pensado para personas como nosotros, signifique esto lo que signifique.

Manipula, que algo queda

Pues se siente, pero no. Miren que es un tipejo capaz de lo peor, pero el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, no dijo que no abría los comedores escolares en Navidad porque no quería fomentar la obesidad infantil. Soltó, sí, la chorrada demagógica de que entre los niños madrileños el mayor problema relacionado con la nutrición es el sobrepeso, pero no estableció relación de causa-efecto con la no apertura de los comedores. Eso fue cosa de un titular de los de buscar clics y retuits a tutiplén, y de hecho, la información contenía el video donde cualquiera que acudiera sin anteojeras podía comprobar el tirabuzón que se había largado el redactor. Ni por esas: a González le cayeron bofetadas a mansalva por algo que, por una vez, no había dicho.

Otro bocachancla de tronío, el ministro español de Interior, Jorge Fernández, se ha visto en una calcada. Quedará para los restos en las hemerotecas que el otro día espetó a los que critican las devoluciones de inmigrantes en caliente: “Que me den la dirección y les mando a esta gente”. La cosa es que el entrecomillado no es mentira del todo, sino algo peor, una media verdad. El ministro lenguaraz pronunció, en efecto, esas palabras, aunque no exactamente en el orden en que se transcribieron, y en compañía de otras que matizaban bastante el mensaje. Igual que en el caso anterior, hay un video para hacer la prueba del nueve… si no fuera porque la sugestión colectiva consigue que se oiga lo que se pretenda.

Sé a lo que me arriesgo con estas líneas y lo asumo. Simplemente, no me gusta la mentira. Ni siquiera cuando va a favor de mis causas.