CATALUNYA Y EL PAÍS VASCO, VISTOS POR RUBÉN DARÍO EN 1899

Viernes 24 de febrero de 2017

Ruben DarioRubén Darío, aquel gran poeta nicaragüense nacido en 1867, llegó por primera vez a España en octubre de 1892 para asistir como representante diplomático de su país a la conmemoración del IV centenario del descubrimiento de América, que tuvo lugar en Madrid el 12 de aquel mes. Luego anduvo de acá para allá por tierras de Sudamérica y de Europa, y fue en enero de 1899 cuando nombrado corresponsal en este continente de La Nación de Buenos Aires desembarcó en Barcelona y envió su primera crónica a aquel diario.

La misma fue reproducida años después el 27 de febrero de 1919 en la revista «Ideas y Figuras» de Madrid, y parece oportuno y útil para la historia aportar algunos de los conceptos de Rubén Darío sobre la España de aquel tiempo, es decir, de 98 años atrás.

España acababa de sufrir el desastre de Cavite con el hundimiento de su escuadra y el país estaba naturalmente desmoralizado. Pero así y todo, para él, la Cataluña que veía era algo vivo, y así escribe: «Observo en todos, aquí, que la nota imperante, además de una señaladísima demostración de independencia social es la de un regionalismo que no discute, una elevación y engrandecimiento del espíritu catalán sobre la nación entera, un deseo de que se consideren esas fuerzas y esas luces aisladas del acervo común, solas en el grupo del reino, única y exclusivamente en Cataluña, de Cataluña, y para Cataluña… Se va más allá de un deseo contemporizador de autonomía, se llega hasta el más claro y convencido separatismo. Allí en América sospechamos algo de esto; pero aquí ello se toca y nos hiere los ojos con su evidencia. Dan gran copia de razones y argumentos desde que uno toca el tema, y no andan del todo alejados de la razón y la justicia».

Y luego seguía Rubén Darío con esto tan interesante que escribía en su crónica para La Nación de Buenos Aires:

«He comparado, durante el corto tiempo que me ha tocado permanecer en Barcelona, juicios distintos y diversas maneras de pensar que van todas a un mismo fin en sus diferentes modos de exposición. He recibido la visita de un catedrático de la Universidad, persona eminente y de sabiduría y consejo; he hablado con ricos industriales, con artistas y con obreros. Pues os digo que en todos está el mismo convencimiento, que tratan de sí mismos como en casa y hogar aparte, que en el cuerpo de España constituyen una individualidad que pugna por desasirse del organismo a que pertenece, por creerse sangre y elemento distinto en ese organismo; y quien con palabras doctas, quien con el idioma convincente de los números, quien violento y con una argumentación de dinamita, se encuentran en el punto en que se va a la proclamación de la unidad, independencia y soberanía de Cataluña, no ya en España, sino fuera de España. Y como yo quisiese oponer uno que otro pensamiento al alud en la conversación con uno de ellos, habló sencillo, en parábola y en verdad, con una elo­cuencia práctica irresistible: «Vea usted, somos como una familia. España es la gran familia compuesta de muchos miembros; éstos consumen, éstos son bocas que comen y estómagos que digieren. Y esta gran familia está sostenida por dos hermanos que trabajan. Estos dos hermanos son el catalán y el vasco. Por esto es que protestamos solamente nosotros; porque estamos cansados de ser los mantenedores de la vasta familia. Dos ciudades hay que tienen los brazos en movimiento para que coman los otros hermanos: Barcelona y Bilbao. Por eso en Barcelona y en Bilbao es donde usted notará mayor excitación por el ideal separatista; y catalanistas y bizkaitarras tienen razón. Debería comprender esto, debería haber comprendido hace mucho tiempo la agitación justa de nuestras blusas, la capa holgazana de Madrid».

Aporto estos textos simplemente como un documento histórico de la época, para que se sepa lo que ya estaba en el ambiente a últimos del siglo XIX, en su penúltimo año de 1899. Como esta crónica de Rubén Darío no debe ser muy conocida, creo que es bueno dejar, constancia de ella, para que los investigadores tengan un testimonio más en sus estudios del cómo y el qué de la península Ibérica, de la unidad de España que se pretende uniforme, y todo ello le sirva de motivo de reflexión al lector. Entiendo que este juicio de Rubén Darío no guste en Madrid, en otros lugares de la piel de toro, pero viene bien traer a colación esta reflexión de un intelectual sobre algo que lleva más de siglo y medio reivindicando su reconocimiento.

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