Cicatrices abiertas del genocidio ruandés

Aunque en abril abunden los “días D”, ninguno es contra los genocidios, tal vez por ser humanamente evidente la posición en contra o quizá porque el genocidio que comenzó en Ruanda el 6 abril 1994 no despierte interés suficiente, pues de hecho no se habló entonces de “genocidio ruandés” sino de hechos genocidas. Sutil matiz gramatical para no intervenir a tiempo de evitarlo.

Visité el país de las mil colinas, eufemísticamente “la Suiza africana”, justo entre el precario acuerdo de 1993 en Arusha y abril-1994. Frente a la riqueza en recursos de todo tipo en países del entorno como la República Centroafricana o el Zaire, en Ruanda sólo vi una tierra fértil pero esquilmada por explotación excesiva y un país superpoblado (ocho millones en un territorio poquito más que Badajoz), que no pasaba hambre pero que producía lo justo para el sustento. Aunque durante mi estancia no hubo enfrentamientos, en los mercadillos exponían y vendían sin pudor ni rubor armas de todo tipo, pistolas, fusiles, granadas… y los que serían tristemente famosos machetes del genocidio: entre febrero-1993 y abril-1994, de 150 millones de dólares recibidos en ayuda internacional se emplearon 5 millones en su adquisición, de modo que un tercio de ruandeses consiguieron un machete nuevo en este período…

Hoy tenemos guerra activa en 22 países, pero la de Ruanda fue un hito bélico-humano especial; porque en cien días mataron a machetazos (pagaban por un tiro para evitar ser descuartizados) al 11% de los ruandeses, un millón de personas, especialmente tutsi, eliminados al 80%, y se exiliaron 2,5millones; en segundo lugar, porque como pude observar y después comprobar, fue una eliminación planificada desde integristas del gobierno hutu con la colaboración de miembros de confesiones religiosas; y en tercer lugar, por la indiferencia de la opinión pública y la total inhibición internacional de los países poderosos. No olvido a los misioneros Segundo, Uzkudun, Esnaola, Amunarriz, a la cónsul  Josune Belaustegigoitia o a la enfermera albaceteña Dina Martinez, porque ellos vieron la vesania y el sufrimiento humanos en su manifestación extrema; como decía su compañero Cruz Juaristi: en Ruanda no hay recursos estratégicos a proteger, sólo personas, y salvarlas no fue prioritario para estos países. Indiferencia humana.

Cambio climático, falta de agua potable, inundaciones, reducción de biodiversidad, contaminación…  son catástrofes anunciadas, a no ser que la capacidad tecnológica lo remedie, dicen; pero en realidad la solución a estos desastres o a genocidios como el ruandés no es técnica sino humana, con renuncia explícita a nuestra ambición e indiferencia. Difícil empeño.

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