Chicago 22º, parcialmente soleado. viernes 18/07/14.
Nos abrochamos el billete del Metra y ponemos rumbo a Chicago.
Nuestra primera sorpresa del día nos la dieron nuestros vecinos del bosque que antes de que sonara el despertador se acercaron a la ventana y con los ruidos nos despertaron y claro … ¿ quien iba a pensar que eran las tías de bambi?, abrimos la cortina armadas hasta los dientes con el tropel de guías y mapas de la Route 66 que lanzadas de forma contundente pueden producir uns buena avería … y alli estaban, olisqueando las plantas de nuestras ventanas.
Les gritamos eso de Hello ladies!!! (muy habitual por estos lares) y salieron pitando.
Me da que eran «men», …ellos se lo pierden.
Desayuno con frutas del bosque y coffee que no falte y ya estamos en la Ogilvie Station,
… nuestra estación en Chicago.
Nos encaminamos a la Sears Tower, hoy también llamada Willis Tower, un rascacielos de 442 metros que durante 20 años ha tenido el privilegio de ser el edificio más alto del mundo.
En la actualidad, con esta guerra de llegar hasta el cielo se nos ha quedado un poco chaparrete y ha sido desplazado al día de hoy a un honorable cuarto lugar.
El edificio impone y no es difícil imaginarnos cuando lo inauguraron (se construyó entre 1970-1973) que repercusión fue para Chicago, siendo aún hoy visita obligada si te acercas a la ciudad.
El responsable de esta criatura de 103 pisos fue el arquitecto Bruce Graham.
…Cuenta la leyenda que este hombre fumaba mucho y planteó la construcción con módulos distintos como si fuesen cigarrillos.
Así, desde arriba, la torre es como 9 cigarros formando un cubo de 3×3.
Cada uno de esos cigarros tiene una altura y sólo un par llegan a lo más alto y ahí hemos estado, en la parte del filtro digo yo, porque quemar no quemaba, pero una impresión importante. Han habilitado una especie da balcón de metacrilato totalmente trasparente que te permite salir y estás como en el aire. He de decir que los gritos se oían desde abajo y eso que no ha sido hasta más tarde cuando nos hemos enterado que el pasado junio cuando unos inocentes turistas estaban haciendo el primate como nosotras sonó un cra-cra-cra y empezó a resquebrajares. Cerraron «la terraza del pánico» unos días y dicen los propietarios que soporta 4 toneladas y lo ocurrido tiene que ver con la pintura. Me imagino como estará esta gente todavía, estoy convencida que no se vuelven a asomar ni por la ventanilla del coche.
La entrada cuesta 19 dólares, pasas por una sala donde ves un documental que cuenta la historia de la torre y seguido al ascensor que te sube de golpe hasta el piso 103 (hay que reconocer que esta subida tiene su punto).
Desde arriba una vista panorámica de la ciudad, del lago Michigan a un lado, que eso dicen , pero podía pasar tranquilamente por un mar por su inmensidad, el río Chicago, el resto de rascacielos que desde aquí no parecen tanto, el estadio de los Chicago Bulls …e incluso ellos aseguran que en días despejados se divisan cuatro estados.
Bajamos y nos fuimos caminando por la Michigan hasta la mítica Magnificent Mile, donde nos dimos un homenaje en The Cheesecake Factory y sí, acabamos con una cheesecake de postre, la «Ultimate red velvet cake Cheesecake» que así se llamaba.
Una delicia, contundente, acompañada primeramente de ensalada y pasta a la carbonara.
Todo para compartir, imprescindible para sobrevivir porque las raciones son exageradas y si bien esta opción acaba con tu dieta en el «river», consigues al final «reflotar y no te ahogas».
Luego paseo y mucho ver escaparates que sale muy a cuenta, muchas tiendas, decoración lujosa, … y precios elevados.
Nos visitamos el Puente Michigan que de los 48 puentes que atraviesan el río Chicago en su paso por la ciudad es sin duda el más famoso.
No sólo fue una maravilla de la técnica en su época, sino que su construcción marcó el momento histórico en que Chicago empezó a extenderse hacia el norte. La prolongación de Michigan Avenue a través del puente significó el nacimiento de Magnificent Mile.
Como los demás puentes de Chicago, el de Michigan Avenue es basculante, se abre en contadas ocasiones y dos de ellas es en primavera se abre para dejar paso a los veleros que pasan el invierno en los lagos del interior y en otoño para que hagan el recorrido inverso. Está considerado monumento histórico y es un imprescindible de las visitas.
Y con esto y un no sentir los pies, subimos al tren como los yupis que vuelven a casa y por supuesto, no cenamos.
Tal como estábamos, volvemos a oír «cheesecake» y nos tiramos al suelo, vaya bomba!!!.
Cerramos la luz, mañana último día en Chicago y aún nos queda mucho por descubrir.
Nos vemos.