Gestión de las prisiones, no más

De acuerdo al gran mito cavernario repetido desayuno, comida y cena, la asunción de la gestión de las prisiones de la CAV por parte del Gobierno Vasco se traducirá en la inmediata libertad de todos los presos de ETA internos en Zaballa, Basauri y Martutene. Es obvio que no va a ser así… simplemente, porque no puede ser así. Por mucho que se rasguen las vestiduras los tramposos vocingleros, lo que se consumó el pasado viernes —¡con 42 años de retraso; esa debería haber sido la noticia!— no fue el traspaso de la política penitenciaria, qué más quisiéramos, sino el mero control de cada una de las cárceles. Eso implicará, desde luego, un cambio (ojalá a mejor) en el funcionamiento de los centros y, desde luego, en las condiciones de vida de los reclusos. Pero no más. La legislación básica, la que atañe a progresos de grado y periodos de cumplimiento de la condena, seguirá estando, como hasta ahora, en manos del Estado.

Es importante que lo vayamos interiorizando todos. También destacados portavoces de la autotitulada izquierda soberanista vasca que, empatando con el ultramonte hispano en el discurso, andan vendiendo la especie de que de que la consumación de la trasferencia implicará de facto la amnistía automática de “sus” presos. Y recalco lo de “sus” presos para hacer notar que la población reclusa va más allá de los condenados por terrorismo. Es un agravio comparativo indecible olvidarse del resto de los internos, como si solo fueran una especie de secundarios. Pues no. Salvo que nos estemos engañando en el solitario, la gestión de las cárceles por parte del Gobierno Vasco no hará distingos entre los presos.

Un restaurante no apto para niños

Un restaurante de Bilbao ha conseguido su cuarto de hora de fama y su publicidad gratuita porque, por lo visto, es el primero de la Villa —no sé si de Euskadi o incluso del Estado— que prohíbe la entrada de niños. O para ser más exactos, de menores de 18 años, que no es lo mismo. La justificación del responsable de marketing del local va de lo medianamente lógico a lo peregrino. Por un lado, se supone que se pretende crear un ambiente donde los adultos estén cómodos y, en el doble tirabuzón final, se arguye que los sabores de su carta seguramente no son aptos para paladares infantiles. Como excusatio non petita, se añade que el mismo grupo posee otros establecimientos específicamente dedicados a las familias en los que las criaturas son recibidas con los brazos abiertos.

Si me preguntan qué hay de malo en la iniciativa empresarial en cuestión, les diré que, en principio, nada. Otra cosa es que mi imaginación vuele y les plantee directamente a ustedes qué nos parecerían otras limitaciones de edad. Fíjense que no lo voy a poner fácil preguntando si sería lícito o moralmente defendible un restaurante que no admitiera mujeres, personas LGTBI o inmigrantes. Qué va. Centrémonos solo en los calendarios vividos. Me consta que hay tasqueros que echan las muelas porque en sus garitos se apalancan abuelos y abuelas que pasan la tarde entera consumiendo un café con leche y, además de espantarles otro tipo de clientela, no les salen nada rentables. ¿Sería admisible que impidiesen el acceso a mayores de 65 años? Si nos parece que no, ¿por qué, sin embargo, le encontramos una lógica al veto a los niños?

Un último esfuerzo

Tengo a mi entorno futbolero con un enorme disgusto entreverado de cabreo. Como imaginarán, su rebote viene a cuento de la decisión del Gobierno vasco de mantener vigente la actual limitación de aforos en los estadios, a pesar de que en el conjunto de Estado ya este fin de semana se podrán llenar los graderíos al cien por cien. Lamentan que en los tres territorios de la CAV siempre vayamos por detrás y no son pocos los que se encomiendan a San Cosme y San Damián, es decir, a San Javier Tebas y San Luis Garrido para que vuelvan a tumbar la medida, como la vez anterior. No me cabe la menor duda de que si hay recurso, así será.

Comprendo en lo humano el malestar de los aficionados al llamado deporte rey. Sin embargo, creo que el retraso de unos días para volver a la capacidad completa de los campos es una contrariedad perfectamente asumible. Todos tenemos ganas de recuperar la vida anterior a la pandemia, y si somos medio sinceros, reconoceremos que incluso en el fragor de la quinta ola que tenemos ya cautiva y desarmada, hemos hecho muchas cosas que quizá no debíamos; las cifras del turismo o de la hostelería este verano así lo atestiguan. Los datos actuales y, por encima de todos ellos, la vacunación del 95 por ciento de la población diana, invitan, esta vez sí, a mirar al futuro con optimismo. Pero ni las prisas ni las ansiedades han sido jamás buenas consejeras. Dentro de menos de una semana, salvo sorpresa monumental, el LABI levantará las restricciones que quedan —excepto el uso obligatorio de la mascarilla en interiores— y estaremos en condiciones de decir que lo peor ha pasado.

Un nuevo paso atrás

Cada vez resulta más duro predicar en el desierto, pero alguien tiene que hacerlo. Me consta, de entrada, que el común de mis convecinos no tiene ni pajolera idea de lo que es Gogora, es decir, el Instituto Vasco de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, con todas esas mayúsculas iniciales que, por desgracia, no se corresponden con la importancia que en la calle se le otorga a cada uno de los conceptos. Pronto conmemoraremos a todo a trapo los diez años del comunicado en que ETA anunció con su inveterada querencia por los eufemismos el “cese definitivo de su actividad armada” y haremos como que no vemos que al personal se la trae al pairo todo lo relacionado con un tiempo que da por amortizado. Esa pachorra general es el nutriente básico de quienes no solo no están dispuestos a dar pasos adelante sino que los dan hacia atrás.

Lo estamos viendo, en su versión más hiriente, en el modo en que el despiadado ejecutor de 39 asesinatos se ha convertido en bandera de la defensa de los Derechos Humanos. Y en una versión a escala, lo hemos vuelto a ver en el voto en contra de EH Bildu al plan de actuación de Gogora. Para que se hagan una idea del alcance de ese posicionamiento, sepan que el PP, que también está en el consejo de dirección del instituto, solo llegó a abstenerse. La coalición soberanista se quedó sola, pues, frente al resto de las formaciones políticas (excluida Vox), representantes de las Diputaciones y Eudel y tres personas fuera de toda duda como los hijos de víctimas de ETA María Jauregi y Josu Elespe y el forense Paco Etxeberria. Y luego, que si los relatos inclusivos. Hay que joderse.

Macrobotellones: el problema crece

Ahora que parece que hay datos para confiar de verdad en que nos acercamos al principio del fin de la pandemia, atisbamos también, y con creciente claridad y zozobra, una de sus consecuencias que no fuimos capaces de prever. Porque teníamos constancia de las secuelas físicas y de las psicológicas, del mismo modo que intuíamos que el poso de lo vivido nos acompañaría de forma más o menos inconsciente en los comportamientos individuales y colectivos. Con lo que no creo que contáramos es con el fenómeno de los botellones masivos y violentos protagonizados, ojo, por un tipo de jóvenes que no responde ni remotamente a los perfiles clásicos que identificábamos con nitidez detrás de las conductas agresivas y/o destructivas. Ni son matones procedentes de entornos desestructurados ni chavalería ideologizada o con el coco comido para liarla parda contra el sistema opresor.

Qué va. Son niños y niñas medio bien que quizá no se hayan criado en la opulencia, pero a los que no les ha faltado ni les falta de casi nada. La mayoría, con consola de 400 euros, varios pares de deportivas de marca y, desde luego, móvil chachipiruli con tarifa infinita de datos. Cuentan como aliados con la legión habitual de felicianos que te escupen de partida la melonez del «no hay que criminalizar ni estigmatizar» complementada con la letanía del «es que lo han pasado muy mal» y rematada con las matracas del ocio neoliberal, la falta de alternativas o la razonable pero mal sacada a colación alusión al problema que tenemos con el alcohol. Creo sinceramente que ha llegado la hora de preocuparnos y buscar un modo eficaz de pararlo.

Negacionistas contra Losantos

No sé si se han enterado de la última bronca al fondo a la requetederecha. Es una de esas barrilas que, amén de resultar de lo más entretenidas para quienes las contemplamos con palomitas desde la platea, contienen un retrato fidelísimo de sus protagonistas. Hablamos, en este caso, nada menos que del gran latigador diestro Federico Jiménez Losantos y del caudillín ultramontano Santiago Abascal Conde. ¿En qué pueden haber chocado los dos grandes arietes contra el socialcomunismo separatista? Pues, donde menos se espera: en las vacunas.

Ocurre que, contra lo que pueda indicarnos la intuición, el incendiario radiopredicador turolense es un firme defensor de la inmunización. De hecho, tiene la costumbre de preguntar a sus invitados en estudio si ya ha recibido la pauta completa. Así lo hizo también el otro día con el baranda de Vox, que después de tragar saliva, respondió que esas eran cuestiones personales que no debía revelar. Eso le valió al de Amurrio un chorreo del nueve largo por parte de sus anfitrión, que estuvo a un tris de expulsarlo del estudio. La carambola fue, al otro lado de las ondas, la rebelión de los magufos negacionistas que cada día sintonizan el programa del individuo. Sintiéndose heridos en lo más íntimo por su gurú mediático de cabecera, corrieron a las redes a declarar su resentimiento y a acordarse de toda la parentela del traidor. Como respuesta, Losantos tildó a sus atacantes de “extremistas descerebrados”, “cuatro nazis en paro” y “ultracarcas bebedores de lejía”. A la hora de escribir estas líneas, la gresca sigue. Como en el chiste. ¡Que las lentejas se pegan! ¡Déjalas, a ver si se matan!

La enésima negociación

Vuelve la berrea presupuestaria. En este caso, para sacar adelante las cuentas españolas. Estamos atrapados en un bucle temporal. Esta va a ser la reedición milimétrica de la anterior negociación y, salvo sorpresa mayúscula, acabará con las cuentas aprobadas. Pero hasta el día de la votación definitiva, los participantes de la coreografía nos aburrirán con los amagos de ruptura, los puñetazos de pega en la mesa, los no sabe usted con quién se está jugando los cuartos y toda la palabrería de rigor. Que si altura de miras, que si mano tendida, que si líneas rojas, que si cheques en blanco, que si poner en el centro a las personas.

Por lo que nos toca más de cerca, siento ser tan directo, pero se trata de sacar lo más que podamos. “Hasta los higadillos”, escribí ya hace años, cuando al otro lado de la mesa de ping-pong estaba Mariano Rajoy. Por supuesto que buscamos el bien común, pero no nos hemos caído de ningún guindo. Lo ideal sería un toma y daca lleno de fair play y música de violín. Pero enfrente, como ocurre en el célebre pasaje de las uvas del Lazarillo, tenemos a alguien que pretende dárnosla con queso. Que ya nos la ha dado, de hecho. Así que, pardillismos, los justos. Será excelente que cuando se anuncie el sí se escuche el rugido doliente de la caverna mediática. Cuantos más decibelios lleve la llantina del ultramonte, mejor habrá sido el resultado. Y a ver si esta vez se consigue el pronto pago de las contrapartidas. Soy consciente, no lo oculto, de lo fácil que es pedirlo desde el burladero de una columna de opinión. Pero, leñe, no será recibo que dentro de un año nos veamos peleando otra vez por el IMV.