Lo que «nos» interesa

Grecia ardiendo, los mercados voraces que suben y bajan según les dé el aire, el FMI diciendo arre y so a la vez, la segunda recesión global y la madre que la parió, los test de estrés tan fiables como el método Ogino, una tal agencia Fitch poniendo notas a una economía que no conoce ni de oídas. No hay forma de entender nada, aparte de que todo se resuelve con una tijera y mandando unas toneladas de carne humana al paro cada rato, ¿verdad? Pues a lo mejor es más sencillo de lo que parece. Y no, no es cuestión de hincar codos sobre tochos de economía, paraciencia que ya ha demostrado que vale para hacer autopsias pero no para prevenir constipados. Se aprende mucho más en las revistas del colorín y en los programas de bilis rosa.

Bueno, ahí, y en todos esos periódicos que dicen ser tan serios y que, como han demostrado en masa estos días, tienen alma de Hola, Pronto y Diez Minutos. Qué tremenda declaración de principios, qué autorretrato más certero, el del diario de mayor difusión de este trozo del país, ese al que le filtran los informes trileros de duplicidades, al dedicar ocho décimas partes de su primera de ayer al bailoteo de una señora que si fuera nuestra abuela no sabríamos dónde meternos. “Tal vez es porque, aunque nos duela, es lo que le interesa a la gente”, me contestó alguien en Twitter, donde corrí a llorar mis penas tras el retortijón provocado por la visión de esa portada. Bingo.

Que “eso” sea lo que “le interesa” a “la gente” (y aquí excluyo a los que aún conservan medio tris de visión crítica y otro tanto de sentido del pudor) explica todo lo que enumeraba en el primer párrafo. Si tragamos como cuento de hadas el himeneo de una cacatúa podrida de pasta y títulos con un Espartaco Santoni de quinta, si reímos un descoyunte esquelético en lugar de sentir pena y asco, es que estamos preparados para lo que nos echen. ¿Otro recortito social, Don Camilo? ¡Venga!

Edipo en la política

Si algún día se escribe la Historia universal del resentimiento, debería incluir en sus apéndices la reproducción de la entrevista que le hizo un diario de la acera de enfrente a Miguel Sanz. “El 20 de noviembre iré a votar, pero no voy a decir a quién, el voto es secreto”, proclamaba el de Corella en un titular que bien podía traducirse por “Ahora, de la rabia, votaba a Amaiur o, como poco, a Uxue Barkos”. Ni el cargo de regaliz en Audenasa graciosamente concedido por la ahijada que le salió rana parece bálsamo para su amargura por haber criado y alimentado a la cuerva que, a la primera de cambio, le sacó los ojos y lo negó setenta veces siete. Es probable que en el Ipod del expresidente ya no suene “Y nos dieron las diez”, de Sabina, sino “Una bofetada, Yolanda”, de la Chula Potra.

Con los años que lleva en la arena pública, el de la chupa de cuero tendría que saber en la política Edipo no es un mito, sino la guarnición obligatoria de cada proceso sucesorio. Son excepcionales los hijos predilectos que no acaban dando matarile metafórico a sus mentores, que inevitablemente se quedan con cara de César mirando a Bruto. Ley de vida en un oficio donde el factor humano (principalmente en la parte que toca a miserias) tiene más influjo del que le concedemos.

Ejemplos recientes, mil. Gerardo Iglesias, producto del dedazo de Santiago Carrillo, reventó el carrillismo en el PCE antes de volverse a picar a la mina. Jorge Vestrynge, flecha y pelayo de los ojos de Fraga, se la lió a Don Manuel y anda ahora de maoísta tardío. Sin llegar a tanto, el mismo Rajoy por el que Aznar sacrificó a Rato y a otros de sus fieles centuriones, ha laminado a la chita galaica a toda la vieja guardia y si se cruza con el del bigote, le da los dedos en lugar de la mano. Qué decir de López, sujetavelas de Redondo, al que apuñaló sin esperar a que amaneciera. Los delfines, ay, acaban mutando en tiburones.

Premios malditos

Casi desde que nacieron, los premios Euskadi de Literatura parecen estar destinados a ser piedra o, como poco, chinita de escándalo. Cada concesión ha ido acompañada de su pequeña o mediana bronca. Tengo escuchadas frente a mis narices las amargas quejas de un par de autores que clamaban haber sido víctimas de vergonzantes maniobras de los jurados y ponían por testigo a las musas de que jamás volverían a presentarse. Luego —el ego es el ego— volvían a intentarlo en la siguiente convocatoria porque alguien les soplaba a la oreja que esta vez estaba fulanito o menganito en el comité de selección. Si algo me hace confiar en la normalización de nuestras letras es que manifiestan parecido juego de filias, fobias y camarillas al que se da en cualquier tradición literaria más asentada en el tiempo y/o con una comunidad lectora mayor.

En los años finales del anterior Departamento de Cultura, la cosa degeneró un poco más. Varios de los escritores y escritoras de más renombre que tenemos le pusieron proa a unos galardones en los que veían exceso de mamoneo. Eso los descafeinó y, de propina, nos sembró la eterna duda de si los ganadores lo habían sido por incomparecencia de los otros o por el valor de su obra. La situación no mejoró mucho con la entrada de la dupla Urgell-Rivera. La ceremonia de los primeros Euskadi bajo su mandato queda en los anales como uno de los saraos que mayor vergüenza ajena han producido en los asistentes. Contado a este humilde cronista por tirios y troyanos.

Había, pues, pocas posibilidades de redención. La concesión del premio a alguien cuyo talento, calidad y prestigio está fuera de dudas (resentidos de ateneo de pueblo al margen) era una oportunidad para devolver lustre a un certamen que agonizaba. De nuevo, a los mariachis de López se les ha encogido el codo. Han preferido mirar a Joseba Sarrionandia con ojos de gendarme. Tal vez eso valía en 1985. En 2011, no.

¡Deprisa, deprisa!

Este proceso de nuestras entretelas tiene ritmos caprichosos. Lo mismo se pega una temporada de desesperante calma chicha que, como está ocurriendo estos días, arrea un demarraje que nos deja la cintura hecha un ocho. Vaya jornadas llevamos encadenadas. Recapitulemos: adhesión de los presos de ETA al Acuerdo de Gernika, comisión de verificación del alto el fuego funcionando ya a pleno pulmón y a cara descubierta, órdago a pequeña de Patxi López, harakiri de Ekin a lo Torcuato Fernández Miranda, y, como rúbrica, comunicado de baja intensidad de la banda mostrando su disposición a ser monitorizada.

Normal, que al búnker que lleva decenios viviendo —cada vez, con menos rubor— a la sombra de la serpiente le entren sudores fríos y, oliendo cercana la temida casilla de llegada, clame que todo esto no es más que una estrategia electoralista de un Gobierno que se queda sin telediarios. ¿Lo es? Hombre, ninguno hemos nacido ayer. En la noria política, casualidades, las justas. Es obvio que hay una relación causa-efecto (o viceversa) entre estas prisas de penúltima hora y la proximidad del 20-N.

Lo único que se me ocurre lamentar al respecto es que las elecciones no hayan sido antes. Ese cuidado que nos habríamos quitado. Bendito electoralismo el que tiene como resultado desatascar cañerías por las que ya no esperábamos ver correr el agua. Cuánto mejor eso que andar timando al personal con los tocomochos habituales de creación de empleo o impuestos a no sé qué ricos que seguirán sin pagar.

Otra cosa es que este sprint final desesperado vaya a tener la deseada recompensa de una parte de los que ahora corren como alma que lleva el diablo en búsqueda del tiempo perdido en indecisiones. La Historia es tan cabrita, que a nadie deberá extrañar que los libros de dentro de unos años cuenten que ETA se acabó un martes por la tarde al auspicio de una mayoría absolutísima del Partido Popular.

¿Qué nos preocupa?

Del inútil romper de olas del último pleno de política general en el parlamento vasco, sólo ha quedado la espuma del conejo penitenciario que sacó de la chistera Patxi López. Habrá que reconocer esta vez a sus discursistas la maña para convertir en noticia, trending topic y materia para el blablablá lo que no es más que una voluta de humo. Primero: lo del cumplimiento de las penas en el lugar de arraigo de los penados está desde hace un rato en la legislación; otra cosa es que no se cumpla. Segundo: como se ha recordado profusamente, la cámara de Gasteiz ya pidió hace catorce años esa obviedad. Tercero y fundamental: ni López, ni el Gobierno en funciones de Madrid que dice avalarlo, ni mucho menos un candidato que va a palmar tienen la menor posibilidad de llevar a la práctica la cuestión.

Ahí se debería haber terminado la vaina, pero como se trataba de un charco facilón, nadie ha resistido la tentación de revolcarse. Objetivo cumplido: el resto de lo que se dijo en el maratón parlamentario se fue por el desagüe, empezando por las cosas de comer, es decir, las que tienen que ver con la economía. Lo de la preocupación por la crisis empieza a oler a pose y a conversación de ascensor. Qué mal estamos, esto se hunde cualquier día, dónde iremos a parar, uy, perdón, que este es mi piso, me bajo aquí, hasta mañana.

¿Por qué esa parte, la de la pasta, que ocupó varios turnos de palabra (aunque fueran, en general, vacíos), no llegó a los titulares gordos ni a los editoriales? En la respuesta —yo no la sé, lo confieso— está la explicación de cómo nos luce el pelo o, peor, de cómo nos lucirá cuando la cosa se ponga todavía más jodida. En todo caso, es muy sintomático que cada vez que tenemos una oportunidad de mirar de frente al toro, encontremos una excusa para no hacerlo. Y aun es más revelador que esa excusa nos la proporcione quien, por lo menos nominalmente, gobierna este país.

Escepticismos

Preámbulo número uno: soy partidario de gastar los dineros de la tele pública, antes que en gazmoñadas y potitos ideológicos, en programas como Escépticos, que se estrenó el pasado lunes en ETB-2. Incluso aunque la audiencia fuera discreta —no está el patio catódico de Surio para muchos cohetes—, son estos productos los que dan sentido a un medio que debe distinguirse, sin obcecarse en el share, de los pastelones que nos atizan las privadas. De la TDT cavernaria, ni te cuento.

Preámbulo número dos: muchas de las personas a las que más admiro y de cuya sabiduría suelo abusar con harta frecuencia se autodefinen con la palabra que da nombre al espacio. Son, por vocación y decisión, escépticos militantes grandísimos tipos como Juan Ignacio Pérez Iglesias, Javier Armentia o Félix Ares, por poner sólo tres de entre numerosísimos ejemplos.

Y ahora llega la hora de sacar el estoque, con todo el cariño, por supuesto: me declaro escéptico ante el escepticismo. Ante el científico, digo, que es del que aquí se trata. Nada que oponer a la denuncia de los vendepeines que dicen curarte soplándote detrás de la oreja, a los iluminados que encuentran la cara de San Judas Tadeo en tostadas o a los jetas que te leen el aura en tres idiomas y cuatricomia. Pero no metería en el mismo lote de trileros a quienes defienden que las antenas de telefonía pueden tener efectos perjudiciales sobre la salud o a los que no las tienen todas consigo respecto a las redes wifi. No me parece nada respetuoso despachar como histéricos indocumentados a personas que manifiestan una preocupación que, si la miramos con ojos pura y simplemente humanos, resulta verosímil.

¿No cabe ni una duda razonable? No y punto. Esa suele ser la respuesta escéptica de manual. Yo soy el que sé y tú no. A callar. Es paradójico que una corriente de pensamiento y obra que busca poner en tela de juicio los dogmas se haya vuelto tan dogmática.

Inquisidores en Lakua (II)

Sigo donde lo dejé ayer. No fue un perrenque momentáneo por la pérdida de una entrevista ya cerrada lo que me hizo acordarme de las muelas de los que hacen luz de gas informativa a Onda Vasca . Mis penas por las negativas, tanto cuando voy de paisano como cuando llevo uniforme de piar, me las zampo con patatas. El quebranto causado por un invitado que se cae o no sale es un gaje ínfimo de un oficio en el que vestirse de lagarterana es un aprendizaje elemental. Por lo demás, echar un ping-pong en antena con este o aquel interlocutor gubernamental no figura entre mis placeres inconfesables. Puro curro, no hay más misterio.

Bueno, en realidad, ese es el misterio. Estamos hablando de trabajo, de uno —como casi todos, por otra parte— en que las apetencias personales de quien lo desempeña no tienen cabida. Lo importante es poder hacer un producto que satisfaga al cliente, es decir, al oyente. Y ahí es donde la cerrazón de los porteros de discoteca de López deja de ser una afrenta a un medio o a unos profesionales concretos para derivar en un insulto a decenas de miles de personas. Estamos rondando la prevaricación o, como escribí ayer, el delito contra la libertad de información.

Un estudiante que no acabó ingeniería o un lavacoches tienen todo el derecho del mundo a mandarnos a esparragar si les pedimos una entrevista. Un lehendakari, un consejero (y de ahí para abajo en el organigrama) no lo pueden hacer tan alegremente. ¿Por nuestra cara bonita, porque nosotros lo valemos? Qué va. Simplemente porque les va en el cargo y en el sueldo. ¿y tiene que ser cuando nosotros queramos? No. Somos comprensivos con las agendas.

Antes del punto final, un dato para la reflexión: el PP, que tendría tantos motivos o más que el PSE para enfurruñarse y no respirar, jamás nos ha dado con la puerta en las narices. Aun en cuestiones que invitaban a esconder la cabeza bajo el ala, no nos ha faltado su voz.