Vacunas, vamos mejorando

Como el burro amarrado a la puerta del baile de la canción de El último de la fila, aguardo la llamada o el mensaje para vacunarme. Ya no puede tardar mucho. En apenas tres semanas he visto el fluido descenso de la escalera de edades. 63, 62, 61, 60, 59… Familiares, amigos y conocidos de esas quintas han ido celebrando su primera dosis y, por supuesto, narrando la experiencia con todo lujo de detalles. Los del baby boom —yo prefiero decir “los de la cosecha del 67”— estamos a punto de caramelo. Tampoco es que me consuma la ansiedad. Por fortuna, cada siete días, un test me ha ido confirmando que todo iba bien. Si me he parado a hacer esta reflexión es porque al final resulta que el asunto está avanzando mucho más rápido de lo que creíamos.

Desconozco si se cumplirá el vaticinio de alcanzar la inmunidad de grupo a mediados del verano, pero ya no me parece una quimera. No hace tanto que circulaban agoreros cálculos que cifraban en hasta dos y tres años la fecha en la que recibiríamos el primer pinchazo. Hemos resultado hombres y mujeres de poca fe. Creo que es justo y necesario reconocerlo con la misma firmeza que hemos criticado y seguiremos criticando, por poner el ejemplo más claro, la tremebunda ceremonia de la confusión respecto a la segunda dosis para los menores de 60 años a los que se administró AstraZeneca. Sin duda, las diversas autoridades sanitarias han cometido errores por acción u omisión, pero si vamos al minuto de juego y resultado, nos encontramos con motivos para estar razonablemente satisfechos respecto al proceso de vacunación. Mucho si, como hemos comprobado, sus efectos ya se notan.

Política industrial, según dónde

Hace más de dos meses, el maestro Carlos Etxeberri escribió en las páginas de los diarios del Grupo Noticias lo que, tristemente, se ha confirmado como una profecía cumplida al pie de la letra sobre la frustración del proyecto para reactivar Corrugados de Azpeitia. Lean: “Me da la sensación de que de tanto marear la perdiz, la cuerda se pueda tensionar y acabar rompiendo. Si fuera así, nos vamos a quedar contemplando un cadáver industrial con destino al achatarramiento, la pérdida de una inversión de 50 millones de euros y la generación de 700 puestos de trabajo”. Y, como saben a estas horas, ha ocurrido tal cual. La cerrazón del ayuntamiento gobernado por EH Bildu a cambiar unas cuestiones técnicas del Plan General de Ordenación Urbana ha provocado que el inversor interesado, el Grupo Cristian Lay, tire la toalla. Las condiciones que se le imponían hacían inviable de todo punto el proyecto industrial. Y cabe remarcar esa palabra: in-dus-trial.

No deja de llamar la atención que quien clama con más vigor contra la entrega de nuestra economía al sector de servicios haya impedido la resurrección de una actividad industrial hasta la médula. Se pierden en el camino doscientos puestos de trabajo directos y otros quinientos indirectos. Estaría bien saber qué piensan los sindicatos más combativos del desenlace. Sí sabemos, en cambio, la postura oficial de EH Bildu, que se acoge al comodín de costumbre. Según la coalición soberanista, todo ha sido mentira. Jamás ha habido ningún plan. O sea, que hasta la alcaldesa de su formación ha participado durante meses en una fantasía animada. Es un argumento un tanto endeble.

¿El final de la pandemia?

Evidentemente, la respuesta a la pregunta de arriba es que no. Otra cosa es que se vaya instalando la impresión creciente de que al virus le quedan dos Teleberris entre nosotros. Incluso algunos de los que se han mostrado más prudentes empiezan a dar muestras de cierto optimismo. Puedo citarme como ejemplo. Pese a mi natural cenizo y pinchaglobos, creo intuir la ansiada luz al final del túnel. Y los números también parecen avalar semejante idea. Por de pronto, y aunque ojos más entrenados puedan ver algo diferente, se diría que las últimas cifras de contagios no se corresponden con las que pronosticábamos ante el desparrame que siguió al fin del estado de alarma. Han pasado ya más de dos semanas desde aquella especie de nochevieja en plena primavera y la curva no ha dejado de bajar. Tendrán que venir los expertos a explicarnos los motivos, pero la intuición de este profano le señala a la influencia de la vacunación, incluso estando lejos de la inmunidad de grupo.

Viniendo de donde venimos, arrastrando la carga de privaciones que arrastramos, es perfectamente humano querer pasar la página de la pandemia. ¿Quién no quiere decir adiós a la mascarilla, a las colas para comprar el pan, a no poder tomarse un café de pie en la barra o a la imposibilidad de juntarse sin límtes para celebrar una boda, una comunión o una chufla sin más motivo que pasarlo bien? Todo eso llegará. Ahora sí que me atrevo a escribir que será más temprano que tarde, utilizando las palabras de nuestra sabia de cabecera Miren Basaras. Pero para que pueda ser de verdad, es importante que sepamos correr esta última milla sin ansiedad.

Pfizer o… Pfizer

Decía un anuncio ya viejuno: “La elección es bien sencilla, o Moriles o Montilla”. Y con el segundo pinchazo de los menores de 60 años que recibieron la primera dosis de AstraZeneca parecía que iba a ser algo similar. O repetían con la marca estigmatizada o se cambiaban a la encumbrada Pfizer. Y además, tenían que hacerlo responsabilizándose de su decisión porque las autoridades sanitarias españolas se habían lavado las manos y les conminaban a elegir antídoto, como si se tratara de optar por tortilla con cebolla o sin cebolla. Algún cínico ha dicho que es el ejercicio de la libertad en su máxima expresión. Pero de eso, nada. En todo caso, y como suele ocurrir con cualquier aspecto de nuestra vida en la democracia de andar por casa que gastamos, se trata de una libertad orientada a hacer lo correcto. Y lo correcto en este asunto resulta que es escoger Pfizer.

De entrada, porque quien se líe la manta a la cabeza y solicite AstraZeneca tendrá que firmar un documento en el que asume lo que pueda ocurrirle tras el chute. Eso no lo piden para la otra, lo cual es un modo poco sutil de decirle a quien se va a vacunar algo así como “Usted verá lo que hace”. Ya no es una elección tan libre, por lo tanto. Pero es que, además, hay un elemento que acaba determinando la decisión. Las provisiones de AstraZeneca son notablemente menores que las de Pfizer. Eso supondrá en la práctica, tal y como informaba el viernes el Departamento de Salud del Gobierno Vasco, que quienes prefieran ser fieles a lo anglosueca deberán esperar a que haya suministro. Los que se decanten por la estadounidense se vacunaran antes. En resumen: Pzifer o Pfizer.

AstraZeneca, de mal en peor

La montaña ha vuelto a parir un ratón. Después de semanas arriba y abajo con la solución al sindiós de la segunda dosis de Astrazeneca para los menores de 60 años, la autoridad sanitaria española (supuestamente) competente ha determinado, tachán, tachán, que sean los vacunados los que escojan si se vuelven a pinchar la marca maldita o prefieren Pfizer. Eso sí, asumiendo la toda la responsabilidad, previa firma de un documento de consentimiento informado. Pasándolo a limpio, lo que va a ocurrir es que un ciudadano mondo y lirondo tendrá que tomar la decisión que no han sido capaces de tomar quienes disponen de sobrados conocimientos en la materia. Sssstupendo, que diría un personaje de Forges.

Si eso no es lo suficientemente esperpéntico, tal movimiento implicará lo que puso sobre la mesa anteayer la consejera Gotzone Sagardui tirando de la aritmética más básica: todas las segundas vacunas de Pfizer se restarán de las previstas para las próximas primeras dosis. El santo que se vista será a costa de desvestir a otro. La manta no llega para tapar cabeza y pies.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Porque esta novedad que estamos difundiendo los medios todavía puede quedarse en agua de borrajas. La ultimísima palabra la tendrá el Comité de Bioética, órgano consultivo al que se le ha trasladado la patata caliente. Eso, con la Agencia Europea del Medicamento clamando a voz en grito desde hace varias semanas que, puesto que los beneficios son infinitamente mayores que los riesgos, lo más sensato es que la segunda dosis sea con Astrazeneca. Entretanto, un millón y medio de personas aguardan una solución.

Marcha verde en el siglo XXI

Rabat, tenemos un problema. Y gordísimo. Otra marcha verde, pero en versión siglo XXI. Es decir, utilizando como carne de cañón y a la vez punta de lanza a miles de personas pisoteadas por la miseria. Todo, bajo una excusa tonta a más no poder, lo de la acogida del líder del Polisario para ser tratado en un hospital riojano. El histórico de las relaciones con la satrapía marroquí —tratada por los Borbones y los diferentes gobiernos españoles como hermana de sangre— nos muestra que cada presunta ofensa ha sido satisfecha a base de pasta y vista gorda con las brutales vulneraciones de los Derechos Humanos.

No sé cuál será el precio esta vez, pero mala solución le veo al asunto. A Pedro Sánchez, por más que corra a fotografiarse en el lugar de autos, le va a ser difícil tomar sopas y sorber. Se hace un poco raro prometer la defensa “bajo cualquier circunstancia” de la integridad territorial al tiempo que se asegura que se preservará la dignidad de los miles de seres humanos que han traspasado la frontera. Ahí lo tiene bastante más fácil el mercader de odio Santiago Abascal, que también ha salido disparado hacia Ceuta después de haber vomitado fuego en el programa de Federico Jiménez Losantos. Si ponen la oreja a los comentarios en el metro o en la cola del súper, comprenderán lo que les digo. O quiza ni siquiera haga falta, porque ya se habrán hecho su propia composición de lugar a la vista de las imágenes que no dejan de transmitirnos en bucle las cadenas de televisión y los medios digitales. Al fin y al cabo, aunque pretendan vendernos que esto va de razones humanitarias, todos sabemos que también es espectáculo.

Cachorros desatados

Hay pandemias que no se pasan. La de los ataques totalitarios a los señalados como enemigos del pueblo es una de las más resistentes en este trocito del mapa. Es imposible llevar la cuenta de las olas y los rebrotes. Ahora mismo estamos en la enésima andanada de paredes pintarrajeadas con las pedestres amenazas y bravuconadas de siempre. La novedad, si cabe, es que al spray se le ha unido como elemento de atrezzo el depósito de bozales. Y para que no quepan dudas, con firma, e incluso grabación en vídeo para su distribución como gran hazaña en las redes sociales.

Ernai, es decir, las juventudes de Sortu, es el nombre que aparece en la rúbrica. De entrada, es una muestra del sentimiento de impunidad de quien perpetra semejantes comportamientos. En el escalón siguiente está la falta de la menor reprobación por parte de sus mayores. “No estamos de acuerdo con las pintadas”, es todo lo más que ha llegado a salir de labios de algún representante de EH Bildu. Callan hasta los que presumían de llevar limpia la muda ética. Ojalá fuera sorprendente, pero tan solo es la triste constatación de lo que ya sabemos. Los que presentan un cutis más fino frente al fascismo rampante hacen la estatua —si es que no aplauden y jalean ardorosamente— ante las actitudes fascistas de manual de los cachorros de la manada.