Pederastia eclesial: no hacer política

Leo que el PSOE va a presentar esta misma semana una proposición no de ley para que el Defensor del Pueblo se encargue de la investigación de los miles de casos de abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia española. Probablemente sea una buena vía, no diré yo que no. Es perfectamente compatible, por ejemplo, con la iniciativa que registró ayer el PNV en el Congreso solicitando que la investigación se encargue a un grupo independiente formado por personas expertas. Y, por qué no, también con la primera de las propuestas en orden cronológico, la de EH Bildu, ERC y Unidas Podemos, que se decantaban por el formato clásico de las comparecencias y las interpelaciones de sus señorías.

Puesto que hay tanto acuerdo, lo importante es que se hinque de una vez el diente a la cuestión. Estos prolegómenos están oliendo a lo de siempre. Se diría que se prima el lucimiento y las ansias de anotarse el tanto antes que el esclarecimiento de uno de los peores episodios de nuestra historia reciente. Hablamos de decenas de miles de víctimas a lo largo de un periodo que no sabemos hasta dónde llega. Muchas de aquellas criaturas que fueron impunemente vejadas por religiosos tienen hoy cuarenta, cincuenta, sesenta años y siguen sin ser capaces de hablar de ello. Solo con cuentagotas aparecen nuevos testimonios. Todo, con la jerarquía eclesial y sus terminales mediáticas resistiéndose con uñas y dientes a la investigación bajo el miserable argumento de que «fueron casos aislados» o la excusa de que también se producen en otros ámbitos. Hay una deuda con las víctimas. La política tiene que estar a la altura.

El entrenador del Rayo femenino

El entrenador del Rayo Vallecano femenino, un tipejo que atiende por Carlos Santiso, sostiene que violar a una mujer en grupo es la mejor manera de estrechar los lazos de una plantilla entre sí y con la afición. La declaración está grabada y se refiere a la agresión sexual múltiple de unos jugadores de la Arandina a una joven de 15 años, que según su vomitiva teoría, sirvió para hacer una piña en el vestuario y la grada del club burgalés. En el vergonzante audio, Santiso animaba a sus entonces pupilos de las categorías —ojo al dato— infantiles del propio Rayo, matizando que, eso sí, la víctima debería ser mayor de edad para, palabras literales, “no meterse en jaris”. Este es el minuto en que tal cagarruta humana sigue en su puesto.

Da qué pensar que esto ocurra en un club que es celebrado por toda la progresía ortodoxa como la repanocha del compromiso y hasta del antifascismo. Para ser justos, hay que subrayar que es rigurosamente cierto que una parte de la afición franjirroja ha manifestado su náusea indecible al ver sus colores manchados por un instigador de violaciones. Por lo demás, no deja de ser terrible comprobar la cantidad de veces que el fútbol ampara estos comportamientos. Tenemos a los que jaleaban en el Sánchez Pizjuán a José Ángel Prenda, líder de la manada de Sanfermines, o a quienes llamaban puta en el Benito Villamarín a la mujer que denunció por maltrato al delantero Rubén Castro. Y más vergonzosamente cerca, hemos visto cómo Sergio Enrich recibía tratamiento de héroe en Ipurua, cuando había grabado sin consentimiento y difundido un vídeo sexual que arruinó la vida de una mujer. Cuantísimo asco.

Policías tramposos

Supongo que el origen de la indignidad que vengo a contarles está en lo melindrosos que nos ponemos con las palabras para no llamar a las cosas por su nombre. Esa prevención que daría para un tratado de psiquiatría hizo que hace unos años en una ley aprobada en el Parlamento vasco se denominase “Víctimas de vulneración de derechos humanos en contexto de violencia de motivación política” a quienes en lenguje simple y directo debería haberse nombrado como “Víctimas de abusos policiales y parapoliciales”. Porque se trataba de eso. Una vez que había legislación abundante y clara que reconocía a las víctimas de ETA y otras organizaciones terroristas, hacía falta que se reconociera oficialmente a las miles de personas que habían sufrido la violencia de uniformados o de grupos que actuaban al amparo de estructuras del Estado.

Emboscados en esa ambigüedad semántica y en algún otro agujero del texto legal, 510 miembros de diferentes cuerpos y fuerzas de seguridad han tenido el rostro de solicitar ser reconocidos como víctimas del confuso epígrafe. O, dicho más llanamente, como víctimas de las tropelías cometidas por sus propios compañeros o quizá por ellos mismos. Por fortuna, la comisión encargada de la evaluación y valoración de las peticiones está formada por personas que, además de no haber nacido ayer, tienen acreditados quintales de experiencia y prestigio. Así que no ha colado. Los desparpajudos peticionarios están empezando a recibir la resolución denegatoria correspondiente. Irá redactada, imagino, en la fría terminología burocrática, que no incluirá la mención a su carácter miserable.

Trampas legales en las Cortes

El Gobierno español ha conseguido convalidar en el Congreso el decreto sobre la obligatoriedad del uso de mascarillas en exteriores. ¿Y cómo ha sido posible, si la mayoría de las fuerzas representadas en la cámara baja estaban en contra? Pues, como probablemente ya sepan, valiéndose de una triquiñuela desvergonzada. Ha incluido en el mismo paquete sometido a votación la actualización de las pensiones con el IPC de 2021. Es decir, un chantaje en toda regla porque, lógicamente, a ninguna formación le apetece retratarse oponiéndose a que los castigados pensionistas reciban los eurillos en cuestión.

Más allá de las pensiones actualizadas o las mascarillas de uso obligatorio, lo que me parece tremendo es que el reglamento parlamentario permita trapisondas como la que se dio anteayer. Habrá a quien le parezca una anécdota, una menudencia o incluso quien lo celebre como una pillería que denota astucia. A mí, sin embargo, me parece una descomunal falta de respeto, no ya por los grupos políticos, sino por los ciudadanos y ciudadanos a los que representan. No es de recibo que las trampas estén institucionalizadas y bendecidas. Y mucho menos debería serlo que los partidos hagan uso sin rubor de esas grietas legales. Considero que debería ser preferible perder una votación antes que prestarse a un trile tan turbio. Claro que imagino que una vez más se aplica el clásico “¡Bah, si todos los hacen!”, y entonces sí nos encontramos con el auténtico problema, que es la aceptación del engaño como herramienta política normalizada. Casi prefiero no saber cuántas veces más habrá ocurrido.

De nuevo, jueces epidemiólogos

Sinceramente, aunque no soy ni sabio ni competente, que diría Violeta Parra, tengo la impresión de que el pasaporte covid ya ha cumplido de sobra su función y es el momento de agradecerle los servicios prestados. No se trataba exactamente (o por lo menos, no solo) de limitar los contagios, sino de empujar a darse el pinchacito al personal reticente por egoísmo, insolidaridad y superioridad moral. Eso que expresó tan adecuadamente Macron con el verbo Emmerder, es decir, tocar un poco la zona inguinal a los y las chulopiscinas que, porque ellos lo valen, se habían aliado con el virus incluso al precio de ser los principales damnificados. Ahí están los números: cuatro de cada cinco ingresados en UCI no están vacunados. Y usted y yo, que sí lo estamos, les pagamos a escote el carísimo tratamiento para salvarles el pellejo.

Pero ya digo que el pase de marras (que en realidad dejaron de pedírnoslo el segundo día de vigencia) estaba amortizado. Me costó entender que, en su inveterada prudencia infinita, el Gobierno Vasco solicitara su prórroga. Y daba también por hecho que el Tribunal Superior de Justicia del terruño, con el juez jatorra a la cabeza, se calzaría la petición. Con todo, la previsibilidad de la decisión no es óbice, valladar ni cortapisa para hacer notar que sus ilustrísimas señorías han vuelto a ejercer de virólogos y epidemiólogos del copón. Ni se imaginan los togados el atrevimiento que es decretar por sus santas puñetas que la sexta ola está en retirada cuando las autoridades sanitarias, que algo sabrán de la cuestión, estiman que procede ser cautelosos. Llueve sobre empapado.

Lecciones portuguesas

No se me quita la media sonrisa desde que se confirmó el escrutinio de las elecciones portuguesas con la victoria por mayoría absoluta del socialista Antonio Costa. Y no se trata especialmente de una cuestión de simpatía ideológica. Es verdad que aprecio la trayectoria del primer ministro luso por su perfil pragmático, su talante negociador y, por lo más obvio, haber sido capaz de consolidarse partiendo de una situación endiabladamente precaria. Sin embargo, son otras cuestiones las que provocan mi pequeña mueca sarcástica.

De entrada, considero gracioso e ilustrativo comprobar que otra vez los sondeos han quedado como Cagancho en Almagro. No es que haya seguido la campaña al milímetro, pero sí lo suficiente como para saber que prácticamente todas las encuestas, incluidas las hechas a pie de urna, vaticinaban un empate técnico entre los socialistas y los conservadores del PSD. Ese pronóstico estratosféricamente fallido alentó los sesudos análisis que ahora algunos deberían estar comiéndose. Lejos de eso, los tertulistos a este lado del Miño y el Duero nos aleccionan sobre por qué ha pasado lo que ha pasado.

Por lo demás, la otra moraleja para las fuerzas del estado español a la izquierda del PSOE es que quizá haya que pensárselo dos veces antes de tensar la cuerda. Recordemos que Costa tuvo que convocar estas elecciones cuando sus socios zurdos lo dejaron colgado de la brocha. El resultado de esta jugada es que, además de no ser necesarias para la gobernación, esas fuerzas se han dado un gran castañazo. El ejemplo portugués que llegó a la coalición PSOE-Unidas Podemos puede repetirse a la contra.

La paz, según Otegi y David Pla

Arnaldo Otegi ha dicho que la paz no habría sido posible sin el concurso de gente como David Pla, último jefe de ETA y ahora mismo, ingeniero de la estrategia de Sortu. Vamos a empezar por el principio, es decir, por la vaina esa de “la paz”. Por no embarrar el campo, por no echar los cagüentales que deberíamos haber bramado, hemos aceptado nombrar como paz al hecho de que ETA dejara de matar, secuestrar, extorsionar y perseguir. Pues no, queridos niños ingenuos y/o tramposuelos. Realmente, aquí nunca hubo una guerra. Qué sorpresa, ¿eh? Es verdad que se congregaron varias siniestras violencias de distinto signo, incluyendo una estatal disfrazada de paraestatal. Pero la inmensa mayoría de la población no respaldó ninguna de ellas. Se limitó, nos limitamos, a sobrevivir en medio de lo que, en todo caso, era una sangrienta trifulca entre bandas que, eso sí, nos llevó a una existencia miserable.

Así que va siendo hora de acabar con la falacia de los bandos. Solo hubo agentes que sembraban el terror y que, al margen de lo que dijeran defender, se parecían como dos gotas de agua. Daba igual en nombre de qué asesinasen. Por tanto, del mismo modo que cuando el Batallón Vasco Español o los GAL fueron al cese de negocio por liquidación no les agradecimos su contribución a la convivencia, tampoco cabe hacerlo con ETA. Al revés: como mucho, procedería afear a la banda lo que tardaron en dejar de dejar el asfalto perdido de sangre. En un gesto de infinita generosidad que no merecen los asesinos y los que ordenaban asesinar, podríamos no tratarlos como apestados sociales. Tenerlos por pacifistas es un puñetero insulto.