Somos mayorcitos

Perdonen la zafiedad, pero soy de los que piensan que a unas elecciones se va llorado, meado y aliviado intestinalmente. Vamos, que cada vez se me hace más cuesta arriba aguantar a la creciente panda de anunciadores del apocalipsis que presuntamente seguirá al escrutinio de esta noche. Como en otras cosas, en esto soy muy del lehendakari Ibarretxe, que ante citas con las urnas tan o más decisivas que estas, no se cansaba de repetir que al día siguiente saldría el sol. Y hasta la fecha, los hechos le han ido dando la razón. Hoy también ha amanecido. Verán cómo mañana ocurre igual.

Por lo demás, si de verdad nos creemos nuestras chachiproclamas sobre la soberanía popular, lo que sea que ocurra en esta jornada será responsabilidad de ciudadanas y ciudadanos que libremente han decidido votar a esto, a lo otro o a nada. Las culpas o los aplausos, por lo tanto, para ellas y ellos, incluso aunque sea radicalmente cierto que ha habido quien se ha dedicado a alimentar al mismo monstruo que se llama a combatir.

“¡Ellos votan siempre!”, vociferan con la misma vehemencia e idéntico apremio los unos y los otros. Y a mi, ni por casualidad se me ocurre caer ahí. Presumo de lectores, oyentes y espectadores mayores de edad que saben lo que hay en juego. Ni por asomo dudo de que son conscientes del valor, no ya de votar, sino de votar a una u otra opción. Porque hay votos que serán puñetero confeti efectista vacío, otros que tratarán de evitar el desastre de la triderecha, y otros que, además de asegurar lo anterior, la evitación de la catástrofe, revertirán en hechos contantes y sonantes. A partir de ahí, ustedes mismos.

No es otra campaña

Hala, pues ya estamos de nuevo enfiladitos hacia otra fiestadelademocracia (léase de corrido) que habrá de depararnos el coche, la Ruperta, el apartamento en Torrevieja, la vaca o lo que toque, como en el viejo 1, 2, 3, responda otra vez que tantas veces utilizo como metáfora. Bonitos quince días de campaña nos aguardan, teniendo en cuenta el menú de sapos y culebras que han precedido al que todavía se mantiene —menuda hipocresía— como periodo oficial para pedir el voto de la ciudadanía.

Resulta paradójico pensar que para muchas de las personas más cabales, asistir al navajeo vacío de contenido puede ser una invitación a la abstención. Y eso sí es peligroso. Lo es ante cualquier consulta con las urnas, pero más ante una en la que parece que está en juego algo más que en otras. Ahí queda, sin ir muy lejos, el precedente andaluz. Espero con toda mi alma no ver el 29 de abril manifestaciones como las que en la Bética y la Penibética siguieron a la victoria que sumaban las tres derechas.

Votar es, por lo tanto, la mejor forma de no tener que recurrir al berrinche. La otra cuestión es escoger la papeleta correcta. Lógicamente, esa parte se la dejo a ustedes, aunque sí me permito recordar que en la caprichosa aritmética electoral, no todos los sufragios se cuentan igual. Los hay —y ojalá no tengamos que lamentarlo en Navarra— que se van por el desagüe de los porcentajes mínimos, la ley D’Hondt y me llevo una. Y no acaba ahí la perversión de las matemáticas. Una vez convertidos los votos en escaños, los habrá que sirvan para sumar o para restar, como comprobamos en la moción de censura a Rajoy o en los presupuestos.

Manifiestos

No va a ser por la falta de garantías, ejem, por lo que embarranque el referéndum. Ni por la aplicación del 155, del 156 o del 33. Ni por la asfixia económica que ha decretado el furriel Montoro. Ni por los tricorniados incautando a destajo hasta el último folleto. Ni siquiera por el encarcelamiento —supongo que, como poco, en el castillo de Montjuic— de los alcaldes y las alcaldesas desobedientes ordenado por un Rajoy que cada vez se está gustando más en su papel de aprendiz de Erdogan. Nada de eso. Lo que convertirá las urnas del día 1 de octubre en cautivas y desarmadas será el efecto demoledor de los manifiestos llamando a no participar.

En el momento de escribir estas líneas hay dos, a cada cual más topiquero, grotesco y argumentalmente cipotudo. El primero lo publicó —juraría servidor que incurriendo en ilícito penal, puesto que no deja de ser propaganda sobre una consulta proscrita judicialmente— el diario El País el pasado domingo. Con maquetación notablemente mejorable, y bajo el título “1-O, Estafa antidemocrática. ¡No participes! ¡No votes!”, lo suscribían una recua de tipos que se presentan no solo como intelectuales, sino además, “de izquierdas”. ¿Ejemplos? Paco Frutos, Miguel Ríos o Mónica Randall. Y alguno con bastante más pedigrí y currículum digno de admiración, eso también es verdad. De la otra proclama, aventada en su versión original por 228 profesores universitarios, solo les diré que la firma número uno es la de Fernando Savater, ese predicador al que vimos presumir entre risas de haberse divertido mucho luchando contra ETA. Puigdemont, Junqueras, Forcadell, ríndanse.

‘No’ es… abstención

Enorme estreno ante las alcachofas de la recién investida (la que lo sigue lo consigue) portavoz del ¿neo? PSOE en el Congreso de los Diputados, Margarita Robles. Para que digan del defenestrado e indultado Antonio Hernando, en la misma mañana, la jueza a tiempo parcial dijo tres cosas diferentes sobre la postura de su grupo respecto al traído y llevado CETA. Primero, que no, porque el tratado es súper-mega-maxi de derechas y, como es sabido, su partido ahora es la vanguardia obrera rediviva. Luego, que ya se vería, que tampoco había tanta prisa y no era cuestión baladí, blablablá. Y por fin, tras recibir el guasap correspondiente del re-ungido Secretario general, que bueno, que igual, a lo mejor ya si eso, se decantarían por la abstención.

¡Sí, por la abstención! Hasta el menos sutil olió la ironía. Tanto dar la brasa con el NoEsNo, para salir por esa petenera. Porque aquí, idiotas, los justos. A todos, empezando por Iglesias Turrión, nos da el cacumen para notar que, a efectos prácticos, la abstención asegura que se apruebe el convenio con Canadá. Como con la plurinacionalidad monosoberana y la alianza materialmente imposible con Podemos y Ciudadanos para echar a Rajoy, Pedro Sánchez juega triple en la quiniela. Y es verdad que, como sabemos por experiencias recientes y cercanas, la política permite ir a setas y a Rolex o frenar y acelerar al mismo tiempo, pero si te recreas en la suerte, el sopapo es inevitable. Diría uno que los que le dieron su voto en las primarias creyendo sinceramente que por fin iba a tomar las riendas con la mano izquierda tienen que andar un tanto perplejos. O quizá no.

El precio de la conciencia

Socialistas díscolos. Lo veo una y otra vez en los titulares y sigue sonándome a grupo de música indie, como Love of Lesbian o Supersubmarina.

Perdonen que me lo tome a guasa. Ya sé que debería ser algo serio, incluso grave. ¡Joder, que estamos hablando de la conciencia, la sagrada facultad del ser humano de permanecer fiel a sí mismo! Buen intento, y quizá hasta colaría si no fuera porque el precio de la cosa no alcanza ni al de un Iphone 7. Cotiza —y eso, por la banda alta— a 600 euros, que es la cantidad máxima que el Grupo Parlamentario Socialista, supongo que a falta de autoridad mayor en el desvencijado partido, podría imponer a los quince jabatos que el otro día gritaron ‘No’ donde la partitura decía Abstención. Si lo comparan con los emolumentos de sus revoltosuelas señorías, estamos hablando de una ganga. Eso, sin mencionar los baños de ego que se han pegado a cuenta de su gesta. El o la que menos, tres docenas de entrevistas y su careto a todo trapo en esas composiciones fotográficas para señalar, según cada medio, a los héroes o los felones del día. Ofende que algunos vayan mentón en alto diciendo que volverían hacerlo. Si fueran dependientas de una tienda de Amancio y cobrasen al mes la cuantía de la multa, ya veríamos.

Todo es muy poco creíble. Por el lado de los castigadores, porque si de verdad la actitud es tan inadmisible, lo menos que cabe es la patada sin más contemplaciones al Grupo Mixto del Congreso. Y por la parte de los castigados, porque si tan zaheridos se sienten, ellos mismos y ellas mismas deberían haber tomado la puerta. Pero claro, fuera hace mucho frío y 600 pavos son un chollo.

Mariano gana todo

Pues ahí lo tienen. Para que luego digan de la estrategia de la estatua. Una vez más, el ganador es… ¡Mariano Rajoy Brey! Y se lo lleva todo todito todo. Como obsequio preliminar, el mordisco al polvo de Pedro Sánchez en forma de renuncia al acta de diputado para no tener que votar lo que no quería; pobre desgraciado, no ha caído en la cuenta de que al irse ha hecho automáticamente que el número de abstenciones necesarias pasara de 11 a 10, lo que ha sido tanto como abstenerse. Luego, y conforme a guión, el Tancredo galaico se ha alzado con el teórico premio principal, la investidura que convalida y deja impunes mil casos de corrupción y otros tantos recortes, golpes de rodillo y, por lo que nos toca más cerca, tantarantanes al autogobierno. Además, con diez meses de gobierno en funciones de regaliz.

Pero no se acaba ahí el lote del triunfo. Incluye haber dejado al PSOE como un bebedero de patos, bien es cierto que con la colaboración imprescindible de las direcciones anterior y actual, ejemplo en lo sucesivo en materia de autolesiones. A ver qué hacen, por cierto, los mandarines interinos con los quince culiparlantes que, más cerca de lo patético que de lo épico, se mantuvieron en el inútil ‘No’. Si acaban en el grupo mixto, se materializará lo que en cualquier caso ya iba a ocurrir a efectos prácticos: que los galones de formación principal de la oposición recaerán en Podemos. Eso también forma parte del botín de Rajoy. Le viene de perlas tener enfrente a Pablo Iglesias, un tipo que fuera de sus fieles transmite una nada seductora mezcla de histrionismo e histerismo. Ha hecho pleno. Y sin moverse.

De votos y conciencia

Tiene su gracia el ansia de los derrotados en el Comité Federal del PSOE por salvar la honrilla echando mano del comodín del voto en conciencia. Es verdad que es humanamente comprensible su vergüenza por tener que someterse al digodiego público y, desde luego, su rabia por el modo en que han sido chuleados por los susánidos. Pero parafraseándoles a ellos mismos en su días de farruquería irresponsable, cabe preguntarles qué parte de la abstención no entienden.

Sí, también me consta que, visto con ojos de espectador, son los buenos y las buenas de la película. Su postura —el empecinamiento en la negativa a Rajoy— es la más simpática. Sin embargo, salvo que queramos hacernos trampas al solitario, no podemos dar por aceptable su conducta de pésimos perdedores. Mal que nos (y les) pese, participaron voluntariamente en una votación y la palmaron por una diferencia (139-96) que en basket es una señora paliza. La única traducción de la derrota es acatar lo que ha salido y actuar de acuerdo al mandato de la mayoría vencedora. Jode, claro que jode, pero no queda otra. ¿O es que, en caso de que el resultado hubiera sido al revés, sería de recibo que los perdedores anunciaran su intención de abstenerse? Y tampoco es una gran excusa aludir a las mañas trileras de los que se han llevado el gato al agua. Desde el momento en que no se rompe la baraja, no hay más tutía que apechugar.

Por lo demás, tal y como se hacen las listas electorales, y por mucho que la Constitución prohíba el mandato imperativo, el voto en conciencia es pura filfa… salvo que se entregue el acta de diputado inmediatamente después de ejercerlo.