Diario del covid-19 (20)

Se comprende la necesidad de buenas noticias, pero no puedo evitar que me resulte obsceno celebrar una porrada de muertos y otra de contagios bajo el argumento de que es la menor cifra desde no sé cuándo. Soy el primero en mirar con ansiedad los datos cada mañana buscando una señal, pero creo que no está de más una gota de contención. Las grandes derrotas se cimentan demasiadas veces en levantar los brazos prematuramente.

¿Que el bicho me está haciendo más cascarrabias de lo que ya era? No lo niego. Y anoten otra muestra de acidez gástrica y mental: tampoco entiendo el milagro a punto de obrarse de la multiplicación de los panes y los peces, o sea, de las mascarillas y los test rápidos. En cuanto a los preciadísimos tapabocas, y al margen de los vaivenes sobre su efectividad real o no, ya quisiera uno saber cómo se las va a maravillar el gobierno español para obligar a su uso, como dice que estudia hacer, cuando, simplemente, es imposible conseguir una.

Claro que aun es más alucinógeno lo de las pruebas. Hasta hoy, ni siquiera se las practican a sanitarios que han tenido contacto estrecho con pacientes o compañeros que han dado positivo. Sin embargo, de repente nos anuncian que se las van a hacer a todo quisque, y de modo especial, a las personas asintomáticas. Estoy deseando verlo.

Diario del covid-19 (19)

Dos semanas más de confinamiento. “Pero relajando medidas», titulan algunos. “Sin descartar que haya que alargar el periodo hasta finales de mayo”, apostillan otros. Y seguro que lo uno y lo otro salió de los labios del presidente del gobierno español, con esa curiosa facultad para anunciar cosas diferentes en medio párrafo de distancia. Qué curioso ejercicio mental, por cierto, imaginar qué pasaría si el de las comparecencias oficiales tuviera gafas, barba blanca y un peculiar modo de pronunciar las eses. Como poco, las cañas serían lanzas y las lanzas, cañas. O sea, los que ahora echan espumarajos y tildan de inútil al jefe del Ejecutivo andarían pidiendo altura de miras y llamando a remar en la misma dirección. Y viceversa, claro. Los que aplauden con las orejas al líder máximo y tachan de antipatriotas a los que osan emitir cualquier crítica estarían exigiendo la dimisión inmediata.

A mi, francamente, me da lo mismo que me sermonee uno que otro, aunque agradecería un poco de consideración. Vamos, que no me tomen por más idiota de lo que ya me siento. De igual modo, no me pilla por sorpresa la prórroga del encierro, como tampoco me asombrará que vuelvan a largarlo. Temo que lo peor vendrá depués. Es decir, presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga. Adiós, Aute. Gracias por tanto.

Diario del covid-19 (11)

Sigue imparable la carrera vertical de la curva. Cada rueda de prensa de las autoridades nos llena de zozobra y de congoja. Y no porque se estén inventando nada o pretendan dar más miedo del que ya nos recorre el cuerpo. Simplemente, porque la realidad no se puede edulcorar. Queda muchísimo hasta que intuyamos que escampa. E incluso cuando eso ocurra, quedará lo otro, el páramo social y económico que deberemos hacer frente durante años.

Son y serán tiempos de sacrificio. Estoy convencido de que la inmensa mayoría alberga esa terrible certidumbre y que, en la medida de lo posible, está dispuesta a arrimar el hombro desde donde les toque, que en general es desde su casa, acatando la obligación de no salir. Si hace apenas unos meses nos hubieran dicho que el confinamiento domiciliario iba a ser respetado con tanta diligencia y hasta entusiasmo, no hubiéramos dado crédito.

Pensaba que esa disciplina era digna de aplauso general, pero empiezo a ver desmarques clamorosos. La penúltima moda entre la vanguardia moral de Occidente es tachar de fascistas de ventana o balcón a quienes tienen el atrevimiento de afear la conducta de los individuos que se pasan el encierro entre las ingles. No negaré alguna extralimitación o error de juicio, pero me aterra que en una situación como esta se defienda a los jetas.

Diario del covid-19 (10)

Me siento James Stewart apostado en mi ventana indiscreta. Pero no veo crímenes. Como mucho, soy testigo de algún acto flagrante de insolidaridad y de incivismo. Anteayer, por ejemplo, los dueños de un par de chuchos se sentaron en un bordillo y ahí estuvieron tres cuartos de hora de picnic y rajando. Para nota, el chisgarabís que me llamó chivata y portera (sí, en femenino, cual gran autorretrato) por contarlo en Twitter. No son los únicos memos literalmente ambulantes con que se cruza mi mirada estos días, pero debo decir que constituyen una minoría del peculiar ecosistema en que nos toca movernos en estos días de encierro.

Me quedo con el octogenario que recorre pasito a pasito, vuelta y vuelta, su diminuto balcón. Con los muchísimos que han colgado globos o carteles artesanales de repisas y barandillas. Con el que baila frenéticamente a través de unos visillos. Con los chavales que, como mi propio hijo, de tanto en tanto se asoman y gritan “¡Me aburroooo!”. Incluso, siempre y cuando no se pasen de hora, con los pinchadiscos espontáneos que ponen desde Camela al himno del Athletic pasando por Ken Zazpi o Mariah Carey. Y por supuesto, con las y los que aplauden con toda su alma a las ocho de tarde, provocándome irremisiblemente una lágrima que me dice que no soy el tipo duro que pretendo.

Diario del covid-19 (9)

La curva no es una curva. Pasará tiempo hasta que podamos llamarla así. De momento, sigue siendo casi un muro vertical que avanza imparable de día en día. Las comparaciones son escalofriantes. En el estado español ya se ha se ha superado el mismo número de casos que tenía Italia en el mismo día de la crisis. La cuestión es que no podremos decir que no fue porque no nos lo advirtieron. Y hago precio de amigo con esa primera persona del plural. Me aterra, me descompone, me encabrona enormemente pensar que los que ahora lideran los linchamientos a los memos irresponsables que se saltan de uno en uno el estado de alarma son los que hace dos semanas despreciaban las conminaciones urgentes a tomar medidas desde los lugares donde el virus ya hacía estragos. ¿De qué se quejan, qué denuncian hoy esta patulea de ventajistas?

Estoy de acuerdo. Seguro que esta no es la actitud en un momento como el presente, pero intuyo que tampoco lo es exhibir impúdicamente unos principios cambiantes y de conveniencia. Especialmente, cuando sabemos, y ya no solo de oídas sino por cercanía, que hay personas que se van quedando en el camino. Por no hablar de las heroínas y los héroes que siguen luchando hasta la extenuación y más allá por combatir la cruel pandemia. Qué balsámico sería, por lo menos, pedirles perdón.

Diario del covid-19 (7)

Un rey diciendo nada mientras buena parte de la ciudadanía confinada en sus casas le muestra el más estruendoso de los desafectos. Saldremos de esta, bla, bla, bla, requeteblá. Discurso de aliño pergeñado a base de topicazos aventados con una sobreactuación que no les habrá colado ni a los más convencidos. Por mucho que el tipo se empeñara en marcarse un Churchill, viéndolo y escuchándolo era imposible no pensar en los turbios negocios de su padre, que no dejan de ser, renuncias impostadas aparte, los de toda la real familia. A ver si es verdad, como dice el meme al uso, que de esta salimos sin virus y sin corona.

Lástima que en el ínterin crezca la conciencia de que nos va a costar mucho más de lo que somos capaces de imaginar y de que nos quedan quintales de titulares que nos helarán la sangre. 8 muertos en una residencia de personas mayores de Gasteiz. 17 en otra de Madrid. Suma y sigue, mientras los más espabilados del lugar se saltan el estado de alarma, millonarios con casuplones se hacen los héroes por su ganduleo o compañeros de mi gremio compiten por el Ondas del narcisismo con exhibiciones impúdicas desde su domicilio. Claro que los peores son los negacionistas de anteayer poniéndose como hidras cuando se les recuerda que si llevamos retraso en esta batalla es por su puñetera culpa.

Diario del covid-19 (5)

No sé si ha sido maldad o casualidad. En algún sitio informan sobre el cierre de fronteras decretado por el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, con una foto del susodicho a pie de pancarta en la manifestación del 8 de marzo. Para mi, que estoy obsesionado con la relatividad del tiempo desde que se aceleró todo esto, es una prueba irrefutable de la elasticidad del calendario… y, siento anotarlo, una muestra de la desidia que junto a otro millón de factores nos ha situado donde estamos ahora.

Como me tengo por un ciudadano concienciado y responsable, acataré las órdenes que vayan llegando, desde el toque de queda al confinamiento domiciliario obligatorio, pero no aceptaré lecciones de quienes no tuvieron el cuajo de actuar cuando ya era un clamor que teníamos los cuernos criminales del bicho en nuestro culo. Y ojo, que no lo digo solo por las manis. También por los partidos de fútbol y el resto de concentraciones multitudinarias que no se suspendieron en la esotérica creencia de que se obraría un milagro. No puede ser que un domingo te llamen a bañarte en una masa y al siguiente persigan a un runner solitario.

O bueno, sí, claro que puede ser. De hecho, es. Uno de los aprendizajes de estas jornadas alucinógenas es que la capacidad de sorpresa resulta superada en décimas de segundo. ¿O acaso se habían imaginado dirigiendo una mirada asesina a un congénere que se les acerca demasiado en el pasillo de supermercado con los anaqueles llenos de calvas? Por no hablar de la necesidad de circular con un salvoconducto y el temor a ser requerido a enseñarlo. Tremendo. Y aun así, ya verán cómo lo superaremos.