El Concierto PLUS

Confesémoslo: la mayoría nos situamos a favor o en contra del Concierto —lean también Convenio— en función de nuestras simpatías, por pura intuición o, en el mejor de los casos, a partir de media docena de nociones pedestres. No es poca cosa esta última, teniendo en cuenta que para el común de los mortales de las demarcaciones autonómica y foral de Euskal Herria, el instrumento que tanto influye en su día a día es un perfecto desconocido.

La buena noticia para partidarios, detractores y, especialmente, ignorantes —en el sentido más neutro de la palabra— es que Pedro Luis Uriarte nos acaba de proporcionar, literalmente gratis et amore, el modo de cubrir esa falla. Desde hace una semana, cualquiera que lo desee puede descargarse una magna obra titulada El Concierto Económico vasco: mi visión personal, fruto del trabajo de dos años de quien hace más de tres décadas negoció la recuperación de la herramienta clave para ser lo que somos. Quizá les parezcan inabordables sus 2.685 páginas divididas en 11 tomos, pero no se asusten. En el índice hallarán lo que busquen e, incluso, se verán tentados por lo que no busquen; PLUS sabe cómo captar la atención, se lo aseguro.

Y si, pese a todo, no encuentran tiempo o presencia de ánimo para enfrentarse a tan copioso material, tienen la esencia en cualquiera de las entrevistas que está concediendo su autor estos días. Lógicamente, les recomiendo que empiecen por lo que se ha publicado en los diarios del Grupo Noticias y, de un modo más egoísta, por la lección magistral que impartió el viernes en Euskadi Hoy de Onda Vasca. Les prometo que lo tendrán más claro.

Albert y Pablo, desconcierto

Qué enternecedor a la par que revelador: en esa papillita televisiva hecha al gusto de la retroprogresía hispana pero que arrasa en Euskadi más que en ningún otro sitio salen Zipi Rivera y Zape Iglesias echando la tradicional meadita sobre el Concierto vasco. Me imagino que, de rebote, también sobre el Convenio navarro, pero como no se menciona específicamente —así me dicen mis informantes; yo ni jarto me trago esa pelea amañada y edulcorada con sorbitol—, cabe pensar que la pareja yeyé y el que preguntaba no tienen ni pajolera idea de la existencia de tal cosa. En consonancia, tampoco nos asombremos, de los conocimientos que manifiestan sobre lo otro. Se ve en los entrecomillados que ambos tocan partituras ajenas.

El figurín de moda, al que hay que reconocerle que la esencia de su chiringuito siempre ha sido el centralismo cañí, ejecuta la que le hayan soplado alguno de los economistas de cabecera del Ibex 35. A programa pasado, dijo el lunes que hay que subir el cupo un 25 o 30 por ciento. Y por qué uno doscientos, no te jode. Por su parte, el intelectual (cada vez más) orgánico, fiel a su estilo, se apuntó a la tesis más en boga, esa de aluvión que sostiene, sin saber de qué narices se está hablando, que “hay que revisarlo”.

Pues, ¿saben lo que les digo? Que me alegro. Porque así quedan las cosas más claras si cabe, pero también porque esto nos da esperanzas para salir de la modorra plácida en la que nos movemos de un tiempo acá. Les daré pelos y señales en otra columna, pero les avanzo que nada nos haría mayor favor que vinieran en serio a por el Concierto y el Convenio. Ya me entienden.

¿Qué tal ‘modular’ el PER?

Conforme a pronóstico, mi columna anterior me ha procurado media docena de pescozones procedentes del sur de la península, bien es cierto que algunos de ellos, ejecutados con cariño por manos amigas. Menté, casi literalmente, la bicha, el gran tabú sobre el que hay mandato de guardar silencio o, mucho peor, defenderlo contra toda evidencia. Hablo del Plan de Empleo Rural, por sus siglas, PER, que me reitero en calificar como escandaloso artefacto para la compra de sufragios.

Tiene su gracia que al referirse a la vergonzosa situación creada por esta suerte de sopa boba, se emplee la expresión voto cautivo, cuando los encadenados no son quienes la reciben, sino los políticos que, sabiendo que la cosa no tiene medio pase, no se atreven a tocarla. Al contrario, alguna formación que empezó protestando ha terminado entrando en la habitual subasta electoral que consiste en prometer que se reducirá el número de peonadas necesarias para cobrar lo que en no pocos casos es un chollo.

Sí, eso he escrito, chollo. Nada tendría que decir si se tratase de un mecanismo de redistribución que persiguiera de verdad reducir las desigualdades y acabar con la miseria. No pongo ninguna objeción a que las personas que lo necesiten reciban una renta —el sistema vasco es un buen modelo— que evitara su exclusión. Eso bien poco tiene que ver con un sistema que, lejos de luchar contra la injusticia, profundiza en ella al fomentar el subsidio eterno como modo de vida. No se me ocurre filosofía más reaccionaria que esta cacicada del siglo XXI. Pero como en gran medida subsiste gracias a ella, Susana Díaz no querrá modularla.

Dar y recibir

Tengo escrito aquí mismo que ignorancia y maldad no son carencias excluyentes. Al contrario, lo frecuente es que la una se apoye en la otra —y viceversa—, formando una sociedad de consecuencias letales para quien se ponga a tiro. Acabamos de ver una vez más el fenómeno en la chorripolémica respecto al Concierto y el Convenio que se han maravillado por centésima vez los tiñosos tocapelotas del centralismo cañí, incluyendo en semejante concepto a pajes periféricos como ese tal Miquel Iceta, cuya talla política es, y así lo muestra al mundo sin vergüenza, la del cuñado piripi que se viene arriba en una boda; algún día, alguien analizará que toda su aportación al debate catalán sea un bailoteo.

Con todo, el chistezuelo (también de cuñado, subsección más gracioso que la puñetera eme) que hizo el secretario general del PSC convirtiendo cupo en cuponazo no es la mayor de las desventuras que hemos oído desde que empezó la martingala de marras. Peor fue, entre otras cosas, por la reincidencia, el par de veces en que la nulidad sideral que atiende por Susana Díaz metió la pezuña en el charco y habló —insisto: dos veces— de modular el cupo. La muy zote piensa, y parece que ningún conmilitón se ha preocupado en sacarle del error, que la cosa funciona exactamente al revés. Es, literalmente, el ladrón creyendo a todos de su condición. Como la comunidad que gobierna sí recibe de la cacareada caja común un pastón que se va en corruptelas y/o en la compra desparpajuda de votos a través de ese escándalo intocable llamado PER, Díaz está segura de que el cupo consiste en recibir. Pues no, calamidad, es dar. Y mucho.

Desconcierto en si bemol

Quién le iba a decir al tal Pere Navarro, político de talla champiñón y carisma cercano al de un zapato, que su necedad sobre el Concierto y el Convenio iba a dar para tanto. Tiene que sentirse un hombrecito viendo cómo la bocachanclada que soltó desde la más osada de las ignorancias se ha convertido en algo parecido a debate público. Un chisgarabís liliputiense que no ha empatado en su vida con nadie marcando las agendas, manda pelotas. Pero es lo que hay, y no merece la pena malgastar bilis por el enésimo síntoma de la mediocridad imperante entre los que, queramos o no, nos representan.

Nos aprovechará más si hacemos de la necesidad virtud y rescatamos dos o tres aprendizajes que han venido de carambola con la soplapollez de Navarro. El primero es que en los territorios afectados, esos supuestamente privilegiados e insolidarios, hay un notable consenso sobre la validez del instrumento jurídico —no otra cosa son el Concierto y el Convenio— cuestionado por el líder accidental del PSC y otros voceras. No sé a ustedes, pero a mi ver a UPN y al PP vasco defendiendo las peculiaridades me provoca tanto gustirrinín como a Gila afeitarse con Filomatic. Y también tienen su qué otras adhesiones, bien es cierto que matizadas y como quien no quiere la cosa, de quienes nombraban el asunto en diminutivo despectivo. Fuera de concurso, la reacción del PSE, queriendo nadar en casa y guardar la ropa en Ferraz, destino ansiado ya saben ustedes por quién. Sopas y sorber, no va a poder ser, señor López. Vaya optando por las setas locales o por el Rólex español.

Por lo que toca al partido que gobierna en Gasteiz, bien haría en bajarse de la defensa historicista, que aparte de oler a rancio, implica aceptar una u otra forma de vasallaje. El pacto vale no porque lo firmaran los antepasados sino porque lo respaldan los contemporáneos. Si desde el otro lado quisieran romperlo, ya sabríamos qué hacer, ¿verdad?