DUI o no DUI, he ahí el dilema que, salvo no descartable intervención de las fuerzas del orden españolas, quedará resuelto hoy mismo en el Parlament. No hay lugar para las medias tintas. Solo hay dos respuestas posibles: o se declara unilateralmente la independencia de Catalunya o no se hace. Dirán que me he quedado calvo detrás de las orejas, pero con la de perdices que llevamos mareadas y las hojas de ruta convertidas en papel mojado, resulta procedente aclarar hasta lo más obvio. Y en este caso, lo más obvio es que ya no vale (o no debería valer) amagar y no dar. O bueno, sí que vale, pero sacando las conclusiones oportunas y asumiendo el significado del enésimo aplazamiento de lo prometido, que no es otra cosa que la desconexión de España. Por las buenas o por las malas.
No, no digo que yo sea partidario de tirar ya mismo por la calle de en medio. Creo, como el mismo Artur Mas en la largada al Financial Times con posterior reculada, que hay requisitos de la independencia real que todavía no se han conseguido. Pero, puesto que una y otra vez se ha asegurado que todo estaría listo para ponerlo en marcha en cuanto se terminase el recuento, se entenderá muy mal que no se cumpla la palabra dada.
Por supuesto que queda agarrarse a la voluta de humo del pie de la letra de la Ley de Transitoriedad, que no pone un plazo claro y bla, bla, bla, requeteblá. Allá quien, después de haberse partido literalmente la cara para votar el 1 de octubre, vuelva a aceptar la especie de que sigue sin tocar. Estará, eso sí, en su legítimo derecho de hacerlo. Como los demás de dudar que esto vaya a llegar a buen puerto.