No son solo las redes

Me preguntan hasta qué punto es noticia o materia de columna y/o tertulia que una actriz abandone una red social después de una mala experiencia. Dependiendo de los casos, intuyo entre los signos de interrogación curiosidad genuina o mal disimulada antipatía por la protagonista del incidente, a la que se arrumba flojera de espíritu por no saber encajar una buena manta de hostias gratuitas. A los segundos les dedico mi sonrisa más socarrona antes de mandarlos a esparragar. A los primeros, a los que de verdad plantean el asunto como asunto para la reflexión, empiezo devolviéndoles la pregunta: ¿Noticia, comparándola con qué?

Quiero decir que si hacemos un somero repaso de la infinidad de chorradas que alcanzan las portadas o entran en los menús de las diversas francachelas opinativas, el episodio de la claudicación de Bárbara Goenaga me parece un asunto de suficiente envergadura para dedicarle unos párrafos. Más allá de la anécdota concreta y hasta de los nombres propios implicados, la sucesión de hechos supone un retrato muy preciso de los tiempos que nos toca surfear. ¿También de las pérfidas redes sociales? Pues fíjense que sin negar que cada vez son estercoleros más hediondos, diría que en sí mismas no deben considerarse las culpables últimas de la derrama de bilis incesante. Son los humanos que las utilizan quienes ponen el vitriolo y la ponzoña. Desde luego, con la ayuda de los gestores de las plataformas —Twitter, Facebook y demás—, que no acaban de poner coto a los incontables hijos de la peor entraña que las usan para provocar incendios por pura maldad, porque sale a cuenta o por lo uno y lo otro.

No se hable del tiempo

Anoten la penúltima del manual del perfecto progre: informar sobre la ola de calor es una forma sibilina de colaboracionismo rastrero con el sistema. Con el neoliberal-capitalista, con cuál va a ser. O de entreguismo puro y duro. Como lo están leyendo. Sostienen las almas de inmaculada pureza que la proliferación de noticias sobre las altas temperaturas obedece a un plan perfectamente diseñado para evitar que el populacho —que es tonto y traga con lo echen— se entere de las cuestiones candentes, palpitantes y hasta sangrantes. ¿Cómo cuáles? Cualquiera de las del catecismo habitual, qué sé yo, desde el TTIP o el CETA a la heroica huelga de estibadores pasando por las corruptelas sin cuento del PP, la cuestión catalana o los 60.000 millones de euros del rescate a los bancos que se dan por perdidos definitivamente.

Un momento, dirán ustedes, de todas esas cuestiones se habla a tutiplén por tierra, mar y aire. Hasta el aburrimiento en algunos casos. Bueno, pues da igual. Más se tenía que hablar, no se me pongan cuñados. A ver con quién han empatado para discutir la superioridad moral de los que decretan sobre qué se debe piar y sobre qué no. Y hasta nueva orden se ha decidido que es de mala nota y baja estofa que los medios de comunicación convencionales contemos a nuestra clientela que los termómetros andan desbocados y el personal va por ahí sudando la gota gorda. Se supone que incurrimos en una obviedad innecesaria pues todo el mundo con la cultura mínima sabe que en verano hace calor y que en invierno hace frío. Cosa distinta sería aprovechar el viaje para dar una teórica sobre el cambio climático.

De buena tinta

¿Así que Iñigo Martínez al Athletic por un pastón y Garbiñe Biurrun, candidata a lehendakari de Podemos, eh? Con estos ojitos y estos oídos que se van a merendar los gusanos lo leyó y escuchó aquí su seguro servidor. Lo proclamaban a todo trapo los grandes visionarios de este oficio de tinieblas tirando de su proverbial suficiencia de agáchate y hazme una churrupaíta.

No hablo solo de las primeras páginas donde ambos pronósticos fallidos —ofrecidos, ojo, como hechos consumados— han quedado para los restos como monumentos al fiasco anticipatorio. Si cabe, me encabronan más esos y esas colegas (por mentarles de algún modo) que recorren los corrillos impostando gran misterio antes de soltar con soniquete de orgasmo clitoridiano lo que el dúo Gomaespuma llamaba elsupernoticiónquetecagas.

Fui testigo de refilón de cómo varios de estos Nostradamus de lance iban contando a quien les saliera al encuentro que la candidatura morada de la jueza Biurrun era cosa hecha desde el pleistoceno inferior. En su versión, se estaba dejando pasar el tiempo para disimular. Me recordaron un huevo a aquel otro clarividente del copón que la víspera del atentado de ETA en la T4 me aseguraba, citando contactos “de muy dentro”, que la tregua era irrompible. Ni una semana después del bombazo, el tipo presumía de haberlo anunciado. Siguiendo idéntico patrón, hoy es el día en que los difusores del chauchau de la magistrada van con el mentón enhiesto y sonrisa picaruela alardeando de haber tenido noticia antes que nadie del rechazo de la oferta para encabezar las listas moradas al parlamento vasco. No hay quien pueda con ellos.

Lo que no es noticia

La noticia de un perro maltratado por su dueño se convierte en un dos por tres en la más leída de las ediciones digitales de los periódicos. Nada que oponer. Hace falta ser de piedra para no sentir una mezcla de ternura hacia el indefenso animalito y rabia hacia el hijoputa con pintas que lo ha torturado. Imposible no acabar la lectura con el estómago encogido y lágrimas en los ojos. La pena es que toda esa humana emotividad se nos quede en el congelador a la vista del enésimo coche bomba que ha despanzurrado a cincuenta o sesenta personas en un lejano conflicto del que tenemos una noción voluntariamente difusa porque hay cosas que es mejor no saber.

No señalo, no acuso, no quiero provocar más incomodidades añadidas a las que ya arrastramos. Simplemente constato y, de hecho, si tratara de buscar responsables de esta sensibilidad brutalmente asimétrica, debería mirarme primero el ombligo. Aunque sea en una parte infinitesimal, yo, que trabajo haciendo centros de mesa con la actualidad, también tengo algo que ver. Cuando decides qué cuentas en el informativo o de qué hablas en la tertulia, también estás determinando lo que dejas fuera. La omisión es otra forma de elección, nada inocente, por cierto.

A fuerza de excluir de la alineación inicial de lo contable o comentable ciertas cuestiones, que tienden a ser las mismas, acabas siendo cómplice de una especie de división en castas de la realidad. La clasificación es tan caprichosa que el perro maltratado, la bocachanclada de tal o cual político o hasta el último video chorra que triunfa en Youtube merecen honores de portada y, sin embargo, sólo rastreando entre la escarabilla informativa se entera uno de que [Enlace roto.]. Media docena de párrafos en una fría nota de agencias casi invisible es todo lo que mereció la noticia. Lo normal, ¿no?

Volver

Ya adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno. No son, como en el caso de Gardel, las mismas que alumbraron hondas horas de dolor, sino, más prosaicamente, las que dejé encendidas antes de embutirme en las bermudas y calzarme las chanclas reglamentarias de veraneante. “Te has perdido un agosto intensísimo”, me dio la bienvenida el lunes alguien que se había quedado de retén atornillado al teletipo mientras este arribafirmante holgaba a 96 kilómetros de Babia, esa Ítaca de los que durante once meses nos empapuzamos de actualidad sin tiempo para retirar la cáscara ni el hueso. Había cierta convicción en el tono de mi bienintencionado interlocutor pero, por supuesto, no tragué.

La gran cura de humildad de las vacaciones de un periodista es constatar que uno mismo es capaz de pasar treinta días de espaldas a lo que durante el resto del año cuenta con los pulsos acelerados como si fuera una revelación definitiva. Rebajada la adrenalina por un termómetro que marca treinta grados y un vermú acompañado de una tapa, las noticias de las que no te va a tocar dar cuenta empequeñecen hasta parecer intrascendentes. La duda que uno no llega a plantearse hasta el momento de vuelta a la noria -o sea, tal que este preciso instante- es si eso no ocurrirá porque, efectivamente, cuatro quintas partes del material que servimos a nuestra clientela es perfectamente prescindible. Y a veces, más.

Ni se molesten en reflexionar sobre ello. Les va a dar lo mismo. Una vez recuperada la aceleración, hasta quienes en momentos de debilidad proponemos estas filosofías vanas, volveremos a disfrazar cada información con ropajes de acabose y no va más. Pasada por nuestra túrmix, la más insignificante declaración o el dato con menos sustancia lucirán cual si nadie pudiera seguir respirando sin estar al corriente de ellos. Hagan el favor de no contárselo a nadie o se descuajeringa el invento.

La agenda informativa de Surio

El periodista en excedencia que rige los destinos de la llamada radiotelevisión pública vasca dijo el miércoles en el parlamento de Gasteiz que el sanedrín directivo de la cosa se basta y se sobra para decidir la agenda informativa. No hacía falta ser Cal Lightman para notar bajo el soniquete petulante de sus palabras (el gato es mío y hago con él lo que quiero) la escasa convicción que en su fuero interno las respaldaban. Bien sabe Surio que ni él ni ningún otro de sus vecinos de la planta noble del rancho grande marcan nada que no haya sido previamente bendecido por quienes los pusieron de guardeses. Otra cosa es que, como la mayor parte del repertorio de consignas está perfectamente interiorizado y se conocen al dedillo los gustos del señorito, no sea necesario llamar todos los días para preguntar con qué se llenan los teleberris. Para facilitar la tarea y evitar versos sueltos, como es sabido, hay resoluciones parlamentarias que indican de qué se puede hablar y de qué no.

Lo que es noticia

Estaba de más, pues, esa lección de periodismo que, por añadidura, tampoco se ajustaba al manual. Nos llevaría a muchas discusiones deontológicas establecer quién impone la agenda informativa de un medio o un grupo de comunicación privado. En uno público, sin embargo, no hay la menor duda: es la propia actualidad, tamizada por el criterio profesional honrado, la que sitúa en las escaletas los acontecimientos dignos de ser contados. Cabe el error en la valoración (yo me acuerdo de mis ancestros cuando me doy cuenta de que he ordenado mal el material o me he comido noticias del tamaño de una catedral), pero no es de recibo la censura arbitraria, que es lo que se viene practicando respecto al caso Urchueguía en EITB.

Estoy absolutamente convencido de que si preguntáramos a cien profesionales del ente, incluidos editores y directores de programa, la inmensa mayoría vería noticiables los detalles que se han ido conociendo sobre las andanzas de la Delegada del Gobierno López en Chile y Perú. Quienes vacilaran al primer bote porque parecía cosa de un determinado grupo de comunicación -recelo comprensible-, lo tendrían claro cuando el asunto llegó a dos instituciones: el ayuntamiento de Lasarte-Oria y el propio Parlamento vasco, en la inolvidable sesión en que el lehendakari repartió estopa a mansalva. Lo uno y lo otro daban, como poco, para cuarenta segundos con o sin corte de voz, aunque fuera, según la costumbre, tras dos minutos dedicados a Lady Ga-Ga o al campeonato de tiro de rana de Bollullos del Condado.