Minuto a minuto, Patxi López se va pareciendo más al clásico sablista que aligera los bolsillos del personal y, con un par de palmaditas, promete que la semana que viene devolverá el préstamo actual y los veinte o treinta pasados. Si en lugar de para ingeniero, hubiera estudiado para sacamuelas o vendepeines, seguro que habría terminado la carrera y hasta un postgrado. La práctica, desde luego, la domina. Y como prueba, su actuación en el comité nacional -palabrita del niño Jesús que se llama así, “nacional”- del PSE, que fue una completísima exhibición de todas las mañas del chalaneo y la trapacería.
Comparecía ahí en calidad (es un decir) de secretario general de un partido que en apenas tres años ha pasado de la cresta de la ola a lo profundo del pozo. El último desmorre, ocurrido el 22-M, sobrepasó lo escandaloso para situarse en lo vergonzante. La debacle de su formación nodriza, que perdió todo lo que le quedaba en España, fue casi una broma al lado de la hemorragia de votos que tuvo la sucursal del norte. Lo menos que debía a los suyos era una explicación.
En lugar de eso, el chamarilero López colocó a su parroquia una teórica sobre la crueldad del neoliberalismo que nos asola y los malos tiempos que corren para la lírica socialdemócrata. Lo soltó él, que se ha hecho siamés del partido neoliberal por excelencia y que no distinguiría a un socialdemócrata de un bidé, ni aunque los viera juntos. Y algún medio afín todavía tuvo el cuajo de titular no sé qué de una autocrítica.
Allá cada cual y las trampas que se haga al solitario. Quienes escucharon in situ el racimo de excusas de gurú de Amway son personas que llevan decenios en política. No pocos de ellos y ellas recibieron en sus traseros la patada que este pueblo quiso darle a López por haberse dejado arrastrar por la codicia y el ego para montar el desgobierno que padece la CAV y, en el mismo viaje, ha hecho una ruina del PSE.