Qué enorme sorpresa, ¿eh? Los dirigentes soberanistas indultados han salido de la cárcel sin haber abandonado sus convicciones. No sabe uno si llorar o reír ante el enfado de la derecha cavernaria española por la actitud de los ya exreclusos en el momento de dejar atrás tres años y pico a la sombra. Manda narices que hubiera quien esperase que se mostrasen arrepentidos, humillados y eternamente agradecidos a la magnanimidad de quien ha procurado su liberación. Todos sabemos que esto no va así. Aparte de la importancia de la puesta en escena, aquí estamos ante unos indultos que no tienen que ver —por más que recite el guión Pedro Sánchez— con la concordia, sino con sus necesidades aritméticas. Si hubiera tenido otra mayoría para completar la legislatura, Junqueras, Cuixart, Carme Forcadell y los demás seguirían a estas horas entre rejas. Pero como tampoco es cuestión de dar vueltas a la noria ni de enquistarse en el rencor, procede el pragmatismo. Como tantas veces he dicho, estas medidas de gracia son un parche deficiente a una injusticia que ya tiene poco remedio. Toca pasar a la siguiente pantalla, y ahí es donde yo tengo más dudas que esperanzas. Quisiera creer que, esta vez sí, la cuestión va a tener un cauce político y solo político, pero todos los indicios apuntan a que el actual gobierno español seguirá con la estrategia que, de momento, le ha dado buenos frutos: hacer como que hace. Por ruidosas que hayan sido, las concesiones de Sánchez no han tocado nada de lo sustancial que está en juego. De hecho, hoy el soberanismo no está ni un milímetro más allá de donde estuvo el 1 de octubre de 2017.
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Junqueras cambia la partida
Oriol Junqueras ha roto muchos guiones a ambos lados del tablero. El unionismo español cavernario se ha quedado con el molde. Ya no puede decir que el líder de ERC desprecia el indulto. Ni que volverá a intentar lo del 1-O. En su carta desmiente uno y otro extremos y, de propina, lo hace de un modo que deja lugar a pocas dudas. Otra cosa es que los discursos trillados vayan a cambiar. Por supuesto que no lo harán, y menos, a seis del botellón rojigualda en Colón. Conociendo el pañi, apuesto sin temor a palmar, que el ultramonte en pleno va a salir con el comodín de la mentirijilla para engañar a Sánchez. Y hasta pueden citar como argumento a su favor esas grabaciones de la Guardia Civil a un independentista de segunda fila que asegura el inquilino de La Moncloa es el primo perfecto para dársela con queso.
Doy por descontada esa reacción, al tiempo que confieso que me provoca mayor curiosidad por dónde saldrá el sol en las filas del soberanismo que se tiene por más ortodoxo. Por de pronto, la CUP ya ha echado las muelas, lo que tampoco resulta sorprendente. La clave va a estar en la reacción de los socios de gobierno de Pere Aragonès y, particularmente, en su líder indicutido e indiscutible, Carles Puigdemont. La bofetada que les ha atizado el todavía interno de Lledoners no puede ser considerada una mera anécdota. Si pasan a limpio su carta publicada por LaSexta, el mensaje es nítido: se ha acabado el ‘procés’ tal y como lo concebíamos hasta ahora. Sin renunciar al objetivo último, que tarde o temprano se conseguirá, ha comenzado una nueva partida. ¿Cómo continuará? Pregunten a cualquiera menos a los profetas que hasta ahora no han dado una.
Un puñetazo en la mesa
Esta no es la columna que iban a leer ustedes. En la original, que ya estaba enviada y presentada en página, les hacía partícipes de mi curiosidad sobre el modo en que el Gobierno español iba a obligar a cumplir sus últimas disposiciones político-sanitarias a las comunidades que habían manifestado su intención de no bajar la cerviz. Celebro tener el trabajo de extra de teclear estas líneas de sustitución, porque el BOE me ha ofrecido la satisfacción a lo que tanto me intrigaba. La firmeza de la inconsistente ministra Carolina Darias amenazando con dar tastás en culo a las autoridades locales díscolas era pura impostura. Al final, lo que ha ido negro sobre blanco al órgano que recoge las disposiciones normativas es que la CAV se las puede pasar por la sobaquera en atención a su situación epidemiológica específica. Y ojo, que tampoco es privilegio particular, porque se les deja el mismo libre albedrío al resto de autoridades locales que no estaban por la labor de comulgar con la rueda de molino evacuada por el Consejo Interterritorial de Salud, ese organismo que, como bien dibujaron Asier y Javier, es una versión cutre y sin gracia del camarote de los Hermanos Marx. Desconozco si esta golondrina hará verano. Ojalá el presidente español, al que cada vez más gente conoce como “Su Persona”, haya recapacitado y caído en la cuenta de que no puede seguir maltratando por más tiempo a sus socios más leales cuando se ve de minuto en minuto su precariedad aritmética para mantenerse en Moncloa. Me alegro infinitamente del puñetazo encima de la mesa del lehendakari advirtiendo de que no acataría el edicto del desahogado Sánchez. Ese es el camino.
Marcha verde en el siglo XXI
Rabat, tenemos un problema. Y gordísimo. Otra marcha verde, pero en versión siglo XXI. Es decir, utilizando como carne de cañón y a la vez punta de lanza a miles de personas pisoteadas por la miseria. Todo, bajo una excusa tonta a más no poder, lo de la acogida del líder del Polisario para ser tratado en un hospital riojano. El histórico de las relaciones con la satrapía marroquí —tratada por los Borbones y los diferentes gobiernos españoles como hermana de sangre— nos muestra que cada presunta ofensa ha sido satisfecha a base de pasta y vista gorda con las brutales vulneraciones de los Derechos Humanos.
No sé cuál será el precio esta vez, pero mala solución le veo al asunto. A Pedro Sánchez, por más que corra a fotografiarse en el lugar de autos, le va a ser difícil tomar sopas y sorber. Se hace un poco raro prometer la defensa “bajo cualquier circunstancia” de la integridad territorial al tiempo que se asegura que se preservará la dignidad de los miles de seres humanos que han traspasado la frontera. Ahí lo tiene bastante más fácil el mercader de odio Santiago Abascal, que también ha salido disparado hacia Ceuta después de haber vomitado fuego en el programa de Federico Jiménez Losantos. Si ponen la oreja a los comentarios en el metro o en la cola del súper, comprenderán lo que les digo. O quiza ni siquiera haga falta, porque ya se habrán hecho su propia composición de lugar a la vista de las imágenes que no dejan de transmitirnos en bucle las cadenas de televisión y los medios digitales. Al fin y al cabo, aunque pretendan vendernos que esto va de razones humanitarias, todos sabemos que también es espectáculo.
Cien días es demasiado
Pedro Sánchez ha entrado en bucle. No deja de repetir que las Comunidades tienen quintales de herramientas jurídicas para luchar contra la pandemia y, sobre todo, que ahora toca mirar al futuro porque dentro de cien días alcanzaremos la inmunidad de rebaño. Respecto a lo primero, lo de la capacidad normativa, ya se ha visto que no es así ni de lejos. Ahí están como prueba las bofetadas recibidas desde las instancias judiciales superiores. En el caso de Nafarroa, con la propina añadida de tumbar los topes horarios además del toque de queda. Si no querías arroz, toma dos tazas.
Y en cuanto a la machacona apelación a tener paciencia porque nos quedan menos de tres meses, hay que contar hasta un millón. De entrada, porque ni los epidemiólogos más optimistas se atreven a dar el virus por vencido incluso tras la vacunación masiva. El presidente español osa, sin embargo, a cantar una victoria aún en duda. Pero es que además, como escribía ayer en DEIA Iñaki González, a Sánchez se le ha borrado el presente de la ecuación. Fiel a su natural escapista, ha decretado el olvido de las decenas de miles de muertos de los últimos catorce meses. Y no contento con ello, se fuma un puro con los contagios y los fallecimientos que vaya a haber hasta que llegue el día que ha marcado en rojo en su feliz calendario.
Sánchez vuelve a desentenderse
Ya sabemos qué habrá después del estado de alarma. Nada entre dos platos. O, menos finamente, una boñiga pinchada en un palo. El decreto de transición anunciado por la vicepresidenta Carmen Calvo con su ineptitud expresiva habitual no llega ni a mal parche. Bien es cierto que, una vez jurado en hebreo todo lo jurable por la enésima deslealtad del inquilino de Moncloa con quienes lo mantienen donde está, la jugarreta es perfectamente coherente con lo que llevamos visto y padecido desde el principio de la pandemia. A Sánchez y a sus susurradores se la bufan un kilo las muertes de decenas de miles de personas y la ruina económica. Especialmente, si pueden pasarles el marrón a los gobiernos locales, que es lo que vuelve a suceder con este esputo legaloide que se han sacado de la entrepierna.
A partir del domingo se van por el desagüe todas las medidas que nos habían jurado que eran imprescindibles para luchar contra el virus. Si las comunidades pretenden mantenerlas deberán pasar por la doble humillación de recibir el aval del Superior de Justicia correspondiente y de suplicar clemencia al Supremo es-pa-ñol en el muy probable caso de que un juez jatorra se ponga estupendo; precedentes tenemos. Los cuantopeormejoristas del terruño, que ya juran que estamos peor que en India, se van a dar un festín.
Sin prórroga ni alternativa
Yo también albergaba cierta esperanza de que Pedro Sánchez cambiaría de opinión sobre la no prórroga del estado de alarma cuando pasaran las elecciones madrileñas. Es de sobra conocida, hasta el punto de ser marca de la casa, la querencia del inquilino de Moncloa por los digodiegos. Nadie como él ejecuta los giros de 180 grados. Y en esta ocasión, todo parecía apuntar por ahí. Resultaba lógico pensar que el aperturismo de la campaña podría cambiarse por la prudencia responsable una vez contados los votos, incluso independientemente del resultado.
Sin embargo, viendo la insistencia casi machacona del propio Sánchez y de los diferentes portavoces del ejecutivo español, tiene toda la pinta de que se han quemado las naves y, pase lo que pase, no habrá marcha atrás. El 9 de mayo decaerá el estado de alarma y ni siquiera se contempla mantenerlo en aquellas comunidades donde la situación sanitaria fuera más delicada. Ni ocho horas tardó en quedar desautorizada la vicelehendakari segunda del Gobierno vasco, Idoia Mendia, que fue quien deslizó esa posibilidad. Todo hace indicar que, pese a los horribles números que tenemos en las demarcaciones autonómica y foral, quedaremos en manos del buen, mal o regular criterio de las instancias judiciales. Los precedentes no invitan precisamente a la confianza.