Montoro rescata a Monedero

Aunque al primer bote parezca exactamente lo contrario, Montoro y la desorejada prensa cavernaria le están rindiendo un notable servicio al (no sé si) atribulado número tres de Podemos, Juan Carlos Monedero. En el caso del ministro de la voz de flauta travesara desafinada, su grosera persecución, pura inquisición basada en el desvergonzado uso de recursos públicos para fines propios, está proporcionando una perfecta vía de salida a unos cuantos que ya se veían en la tesitura de tener que afear la conducta a quien no se atreven. Para llorar un río con un ojo y descogorciarse de la risa con el otro, esas columnas o intervenciones tertulieras de los progres de guardia bajo la tesis “Igual lo de Monedero está algo feo, pero lo de Montoro es peor, ¡ande va a parar! ”.

En lo que toca a los medios del ultramonte, la paradójica ayuda al rey Midas de la asesoría internacional consiste en echar sobre los datos ciertos toneladas de toscas exageraciones o, directamente, burdas mentiras. El resultado es que todo lo que hay de verdad en el asunto, que es mucho y bastante gordo, acaba diluyéndose entre la ponzoña baratera y malintencionada o, simplemente, siendo indistinguible del cúmulo de calumnias y fantasías animadas.

Obviamente, ni San Cristóbal el vengador ni los plumíferos diestros pretenden ese efecto. Simplemente se dirigen a su parroquia, capaz de creer a pies juntillas, si es menester, que el toro que mató a Manolete pertenecía al Círculo de Podemos en Linares. Y mientras tanto, el protagonista de la vaina, que es un tipo de astucia probada, sonríe pensando que de esta también sale bien librado.

¿Pachorra social?

No es la primera vez y supongo que tampoco la última que traigo a estas líneas la disposición (o no) de la sociedad vasca para embarcarse en un proceso que concluya con la profundización de su autogobierno. Fíjense que lo nombro con semejante ambigüedad para abarcar todo el espectro que va desde la simple chapa y pintura al Estatuto de Gernika (¿qué pasa con el Amejoramiento?) hasta la consecución de la soberanía plena y, en el centímetro siguiente, la declaración de independencia. Y no hago el planteamiento en el vacío ni en hipótesis. Es decir, que no me refiero a lo que anide allá en el fondo de los corazones, sino a la presteza para ponerse manos a la obra aquí y ahora, con todo lo que implicaría. Pisar mucho —muchísimo— la calle, por ejemplo.

Doy por hecho que hay un número nada desdeñable de personas que están por la labor y se aplicarían a la tarea sin perder un segundo. Dudo mucho, sin embargo, que se acerquen a la cantidad mínima para articular un movimiento, no ya con garantías de éxito, sino con el músculo suficiente como para no embarrancar en el primer risco. Insisto en que esto no es cuestión de unas pegatinas pintureras ni de ponerse las zapatillas tres o cuatro días al año.

Añado inmediatamente que el hecho de que ahora mismo ni siquiera se atisbe lo que describo no implica que mañana o pasado no sea una realidad. Catalunya y Escocia —o el mismo fenómeno Podemos en España— nos han enseñado que en un puñado de meses se puede pasar de una aparente pachorra social a ser un gran quebradero de cabeza para los amos del calabozo. ¿Acabará ocurriendo algo similar aquí? No hago apuestas.

Cambios y recambios

He renovado el carné las veces suficientes como para recordar con nitidez los carteles con el careto de un joven Felipe González mirando al horizonte con arrobo sobre el lema “Por el cambio”. Tampoco he olvidado lo pronto que quedó claro que aquello no fue otra cosa que —nótese el matiz semántico— un cambiazo de tomo y lomo. Más talludito y con el concepto de decepción aprendido y hasta aprehendido, como gustaba decir a los pedagogos progres de mi época, he ido asistiendo a un sinfín de anuncios que llevaban como reclamo la magnética y resultona palabreja. El penúltimo que me viene a la memoria sin esfuerzo alguno, porque fue anteayer como quien dice y todavía padecemos no pocos de sus efectos, es el “gobierno del cambio” que trapisondaron PSE y PP en la demarcación autonómica de Vasconia. Y aún habría de llegar el mismísimo Mariano Rajoy, hace tres años, dos meses y nueve días a arramplar su (letal) mayoría absoluta a lomos de la divisa “Súmate al cambio”.

Aplicando la filosofía de las tapas del yogur —“Siga jugando; hay muchos premios”—, Podemos, ha proclamado 2015 como el año del cambio de verdad de la buena. Decenas de miles de personas, una inmensa multitud sin matices, participaron ayer en Madrid en lo que en la terminología clásica se denomina “una jornada festivo-reivindicativa”, quizá más lo primero que lo segundo, bajo la consigna “Empieza el cambio”.

Son de sobra conocidos mis recelos hacia la indiscutible formación emergente y también mi escepticismo congénito. Pues fíjense que aun así, tengo el pálpito de que esta vez sí cambiarán media docena de cosas, y no necesariamente para mal.

Bipartidismo, según

El gran profesor de Ciencia Politica y más que notable investigador de la misma materia, Pablo Iglesias Turrión, tendrá para varios tomos cuando se ponga a darle media vuelta a sus propias andanzas o las de su formación, valga la redundancia. Seguramente, le encantará explicar el rotundo y demoledor éxito en la implantación social y, en el mismo paquete, las expectativas electorales. En apenas un año (el pasado sábado se cumplió), salto de la casi nada al casi todo, y con perspectivas favorables, que anotaría una agencia de calificación de activos financieros. Quizá mi memoria esté como un queso de Gruyere, pero soy incapaz de nombrar un precedente cercano de semejante irrupción. Puede haber algún caso con dos o tres concomitancias, pero nada que se parezca al fenómeno de los redondeles morados.

Bien es cierto que junto al récord de difusión, conocimiento y simpatía, habrá que citar otra plusmarca también sin parangón. Díganme qué formación ha sido capaz, en doce de meses y sin alcanzar el gobierno, de incumplir tantas promesas solemnes de primera hora. Empezando por lo de la organización horizontal y casi etérea que va camino de un centralismo jerarquizado que ríase usted del PCUS o el Movimiento Nacional, siguiendo por la renta básica universal, el impago de la deuda y, junto a otro puñado, la claudicación más reciente: la derrota del malvado bipartidismo.

Sí, eso ya no solo no está entre los objetivos, sino que se aspira exactamente a lo contrario. Proclama Iglesias que en las próximas elecciones generales las dos únicas opciones serán PP y Podemos. Y eso no es bipartidismo, qué va.

Pablo arregla lo de Catalunya

(Sí, estoy obsesionadísimo, mis pesadillas son en color nazareno y con circulitos candentes impactando a todo trapo sobre mis nalgas. Reconocido lo cual, yo a lo mío, que es teclear, y que sea lo que Gramsci quiera.)

Miren quién le va a solucionar el problema catalán a Mariano. Cual Mesías redivivo, Pablo Pueblo (y que me perdone Rubén Blades por el robo) se llegó al territorio hostil para llevar a sus revoltosas gentes la buena nueva, que no era tan nueva, sino un calco de lo que lleva diciendo, por ejemplo, Patxi López desde antes de irse de Ajuria Enea. Las hemerotecas, o sea Google, les confirmarán que en más de dos y en más de tres mítines, el portugalujo ha soltado que hay que tender puentes en lugar de levantar muros, sin que se vinieran abajo los pabellones ni conseguir que a la prensa diestra —la de la casta con más solera— se le hiciera el tafanario Pepsicola… bien es cierto que no tanto como con la otra frase que al unísono eligieron para titular: “No quiero que Cataluña [sic] se vaya de España”. Desde su tumba, Josep Pla se descogorciaba de la risa pensando lo atinado que estuvo al sentenciar que lo más parecido a un español de derechas era un español de izquierdas.

Hablando de izquierdas, me pregunto si la que se apellida autodeterminista, soberanista o independentista ha terminado de caerse del guindo respecto al fenómeno de la formación emergente. Tantas Fantas pagadas al simpático rapaz en tiempo no muy lejano, para que en cuanto se hace un hombrecín, le atice un cachete de escándalo al líder de la CUP, David Fernández, afeándole que un día se abrazó, qué delito, con Artur Mas.

El caso Errejón (2)

Los estajanovistas defensores de Errejón no se dan cuenta del tremendo mensaje que incluye de serie su cerril negativa a aceptar lo poco presentable del comportamiento de su protegido. Nos están diciendo, sin más y sin menos, que cuando se ponen verdes y les salen espumarajos por la boca clamando contra la corrupción, se refieren únicamente a la que perpetran los demás. Peor que eso: al buscar y dar por buenas las excusas más peregrinas, están reivindicando con un par de narices el derecho inalienable al trapicheo que tienen los prójimos ideológicos.

Ya dije, y vuelvo a repetir, que es una barbaridad acusar al número tres de Podemos —qué gracioso, también se ordenan jerárquicamente— de la muerte de Manolete o del hundimiento del Titanic. Pero no lo es menos convertir un chamarileo de pícaro en una especie de malvada conspiración de los poderosos contra el Robin Hood que les hace frente. Se mire por donde se mire, se coja por de donde se coja, el contrato de marras fue el regalo (hoy por ti, mañana por mi) de un colega de cañas y siglas. “¡Eh, oiga usted, que el puesto salió a concurso público!”, protestarán los ciegos voluntarios a la evidencia. Nos ha jodido mayo; a un concurso al que solo se presentó un aspirante. ¿Nadie ve sospechoso eso? ¿Es que entre miles y miles de titulados en paro el único que se siente capacitado para hacer un curro sobre vivienda en Andalucía es el tal Errejón, cuya especialidad académica ni siquiera es esa? Claro que se ve, pero se opta, exactamente igual que hacen los de la casta, por comulgar con la rueda de molino e invertir la carga de la prueba. Qué triste.

El caso Errejón

Al lado de las chorizadas que vemos cada día, el contrato-flete que le agenció a Iñigo Errejón un amiguete y conmilitón podemista de la Universidad de Málaga parece pecata minuta, más chanchullo que corrupción reglamentaria. Es obvio que apañarse un bisnes de mil ochocientos pavos para ir tirando hasta que se tome el palacio de invierno no tiene la misma gravedad que embolsarse chopecientas veces esa cantidad al tiempo que se está hundiendo un banco al que luego habrá que rescatar con una millonada pública. Quiero decir que me parece exagerado pedir que por ese trapicheo se pase por la quilla al tercero de abordo de Iglesias Turrión. Personalmente, me habría bastado con un reconocimiento público de que la cosa estuvo un poco fea, la devolución de la pasta y un propósito de enmienda pronunciado en ese tono tan convincente que el gachó gasta en las tertulias de teleprogre uno y dos.

Lo que no me vale es que ante la indiscutible pillada con el carrito del helado, el tipo se atrinchere tras la colección de disculpas de tres al cuarto que farfullan los que él llama casta cuando los agarran en flagrante renuncio. Me subleva especialmente el “todo es legal”, que es exactamente lo que dijeron, uno detrás de otro, los que cobraron dietas dobles y triples de Caja Navarra o los de las tarjetas milagrosas de Bankia. E igual con lo de “el trabajo está hecho”, que es en lo que se emperran los que reciben un pastizal de la administración por un informe de media docena de folios sobre cualquier chorrada. Claro que lo peor es el victimismo ramplón del “nos atacan porque vamos ganando”. Y la cosa es que cuela.