Calma, derrochadores

Un figura, este Cristóbal Montoro, que viene ahora amenazando con las rejas a los manirrotos de la cosa pública. Nos daríamos con un canto en los dientes simplemente con que no se fueran de rositas los que han metido la mano en el cajón. Pero ya les podemos echar un galgo a la mayoría. Hay ochocientos casos de corrupción en el Estado español. De cada cien que pillan en mangada flagrante, sólo llegan ante sus señorías un par de cuitados y hasta eso cuesta Dios y ayuda hacerlo. Un picapleitos enredador o una cantada del instructor, y el tipo que todos sabemos que es un estafador y un ladrón vuelve a su poltrona levantando el mentón. Otro doloroso cantar es que en las siguientes elecciones, el sabio pueblo le cubre de votos y le regala con una mayoría no ya absoluta, sino asfixiante.
Tranquilícense los derrochadores compulsivos de lo ajeno. Este Gobierno español no les va a tocar un pelo. Primero, porque como ha dicho con gracia y tino Patxi López (hay que reconocérselo), una medida así dejaría al PP en el chasis. Y suerte que está prohibido legislar con carácter retroactivo, que si no, veríamos a algún neoministro en Carabanchel. Pero es que, además, no hay forma humana de llevar la vaina al BOE ni al código penal. En caso de agujero, ¿a quién habría que emplumar? ¿Al presidente o presidenta, al titular del departamento donde se ha producido, al pobre diablo que firmó la orden de gasto, al funcionario que la selló, al bedel que la llevó de un despacho a otro?
Nadie va a atar esa mosca por el rabo, y el locuaz ministro lo sabía cuando pegó la largada. Sólo buscaba anotarse un titular para empatar con su encarnizado rival en el gabinete, Luis de Guindos, que le había tomado ventaja en el marcador con otro par de bocachancladas. Mucho ruido y ninguna nuez. Es una pena, porque ya nos habíamos imaginado a algunos que lo merecen con pijama de rayas. ¡Y molaba mucho!

Matas… y los demás

Como ya no ponen ninguna teleserie que me guste, estos días le estoy echando unos cuantos minutos tontos al juicio a Jaume Matas. Ex President balear y exministro de Aznar, ahí es nada, o sea, prácticamente todo, una prueba de cargo casi tan definitoria como las escobillas de baño de trescientos y pico euros que gastaba el gachó en su palacete de marajá provinciano. Este era de los que apenas anteayer nos daba lecciones de ética, señorío y buenos modales en la mesa, junto a otros con idéntico bronceado de solarium y parecidos Rolex en la muñeca. Lo mismo te metían en una guerra por sus bemoles que te cerraban un periódico o escupían con desdén sobre lo que habías votado.
Bastantes de esos individuos que ahora presiden bancos, apoyan el culo en sillas millonarias de pomposos consejos de administración o vuelven a sujetar una cartera de cuero noble tenían boletos y bibliografía presentada para haber acabado como Matas. Pero fueron menos tontos, tuvieron más suerte o las dos cosas a la vez. A alguien le tenía que salir la pajita más corta, y resultó que se la llevó el pardillo que peor supo disimular su paleta avaricia, que además era el maillot amarillo de la chapuza en sus trapicheos. No vale cualquiera para robar a mano desarmada.
De las penas que le van a caer por su torpe codicia, la menos dolorosa será la que le impongan los jueces. Media docena de años en la trena pueden ser hasta un regalo, teniendo en cuenta las fechorías y su pésima factura. Más jodido será sobrellevar el despiadado abandono de sus antiguos compañeros de pádel y canapés de caviar. Qué tiempos, cuando el hoy inquilino de Moncloa, Mariano Rajoy, decía: “Jaume Matas es un amigo. Tiene personalidad, coraje, determinación y valentía”. O cuando profería lo que en este minuto suena a amenaza: “Vamos a intentar hacer en España lo que Jaume y todos vosotros hicisteis en Baleares”. Triste sino, el de los apestados.

Un comienzo penoso

Se le nota disperso y torpón al PP en sus primeros pasos tras la reconquista de Moncloa. La parroquia propia y ajena esperaba que fueran elefante en cacharrería y de momento se han quedado en pulpo en garaje. Como escribirían los cronistas deportivos, ni los más viejos del lugar recordaban un comienzo de mandato tan ramplón. Apenas anteayer tenían media docena de soluciones infalibles para cada problema, pero lo único que han mostrado hasta ahora es la abismal diferencia entre predicar y dar trigo. Un par de consejos de ministros tan aguachirlados como los de estreno, y a Zapatero le empezará a crecer aura de estadista mientras se rasca la barriga en su nueva vida de supervisor de nubes.
Resulta enternecedor ver a los neogobernantes reclamar los famosos cien días de gracia, como si ellos los hubieran respetado alguna vez, como si cualquiera en la oposición lo hubiera hecho, o como si de verdad hubiera tanto tiempo. Eran ellos los que, en plan abuela de la fabada Litoral, iban acogotando al personal con que no había ni un día que perder y ahora piden tres meses de prórroga, más los penaltis. No cuela.
Como la cofradía de la gaviota me queda bastante lejos ideológicamente, debo reconocer que no me urge lo más mínimo que se pongan a la faena, es decir, a lo que literalmente será el tajo, o sea, el corte y el recorte. También sé, como todos, que lo que harán será lo que diga la rubia de Berlín y/o lo que les ordene el Señor de los Mercados. Sin embargo, albergaba una curiosidad tirando a malsana por cómo se las iban a arreglar con el morlaco los que tan estupendamente toreaban de salón. Ni por el forro esperaba un espectáculo tan patético como el que están ofreciendo los maletillas recién investidos. Una mala tarde la tiene cualquiera, de acuerdo, pero es que ya van media docena en las tres tristes semanas que llevan en el machito. Y por si faltaba algo, Mariano Rajoy sin aparecer.

Urquijo, virrey

Los jóvenes turcos del Partido Popular del País Vasco, esos que algún siglo de estos empezarán a quitar las telarañas de su formación, se han quedado con un palmo de narices por el caramelo gordo que le han dado al sangilista y mayororejista pata negra Carlos Urquijo. Nada menos que Virrey de Madrid en la irredenta Vasconia o, en la terminología oficial, Delegado del Gobierno central en la CAV. Del ostracismo por ser talibán y además parecerlo a un puesto que, por mucho que algunos tilden de testimonial, tendrá mucho bacalao que cortar en el trozo largo de camino que nos queda hasta la normalización.
¿Un pirómano declarado enviado a apagar los rescoldos de la violencia? Aunque no lo dicen porque están muy bien educados, que para eso fueron a colegios de pago, eso es lo que desconcierta a los “pop” del PP. Ahora que el partido parecía dispuesto a sacarse de encima el olor a naftalina y rancias esencias, a alguien de la cúpula se le ocurre poner un lobo a cuidar las ovejas. A freír espárragos el discurso buenrollista y, para colmo, a defender en público otra vez aquello en lo que no creen. Ni Maroto, que ha cogido carrerilla en lo de ir por libre, va a protestar esta vez.
Hay una versión más amable de este jarro de agua fría al aperturismo pepero vascongado. Consiste en la creencia de que lo mismo que algunas medidas económicas se toman para tranquilizar a los mercados, determinadas decisiones sobre pacificación hay que adoptarlas tratando de no incendiar los ánimos cavernarios. En este sentido, el nombramiento de Urquijo, con gran caché en el ultramonte español, sería sólo un cebo para aplacar los ánimos de la fiera. El clásico intermitente a la derecha antes de girar a la izquierda, que en el caso que nos ocupa sería, como mucho, otra derecha con sacarina. ¿Será posible que Basagoiti haya aprendido a rajoyear con tanta pericia? El tiempo nos lo dirá, pero no tiene pinta.

Tener y no tener

Calcando el tono de los que al ver una urna en el 77 se preguntaban si para eso ganaron una guerra, los ultramontanos que gustan de llamarse liberales ladran su rabia por las esquinas ante la trece-catorce que les ha colocado Rajoy. Qué ignominia la del gallego, que antes de las elecciones negó setenta veces siete que subiría los impuestos y cuando aún estaban celebrando su victoria, les atizó en su primer consejo de ministros con un tributazo en el entrecejo. Y para más recochineo, echando mano como argumento justificatorio de la vieja letanía del rojerío a medio desteñir: “se trata de que paguen más los-que-más-tienen”. ¡Hala! ¡Donde más duele!
Es comprensible su cabreo y su decepción con el que barruntan estafador y marxista sobrevenido, pero en el pecado de haberle votado llevan la penitencia. Ya son lo suficientemente mayorcitos para saber que el énfasis con que se avienta una promesa electoral es inversamente proporcional a la intención de cumplirla. Ahí están como pruebas el “OTAN, de entrada no” de Felipe en 1982 o el “no pactaré con el PP ni jarto de grifa” de López en 2009. Toda la vida se ha hecho campaña con poesía y se ha gobernado con prosa. No iba a ser Don Mariano la excepción.
Por lo demás, lo que demuestra el crujir de dientes de los plañideros es que son quieros que no pueden. Si de verdad se contaran entre el selecto club de “los-que-más-tienen”, no perderían un segundo lamentando un mordisco que no les va a rozar ni los calcetines. ¿Alguien ha escuchado quejarse a Botín, Rato, Florentino Pérez o Amancio Ortega? Por supuesto que no, y si lo hicieran, sería aguantando la risa, porque saben que ni aunque les calzaran un 99 de tipo impositivo a sus rentas teóricas les iban a sacar del bolsillo un puñetero clavel. Para algo se inventaron las SICAV y otra media docena de trapisondas financieras con las que defraudar al fisco de manera escrupulosamente legal.

Mucho PSOE por deshacer

Tras quedarse en los huesos electorales y casi sin una miga de poder que echarse a la boca, un peculiar combinado de militantes socialistas han dado el primer paso de lo que se promete una larga travesía en el desierto. Llama la atención encontrarse en el mismo paquete de presuntos renovadores viejas glorias que nunca aportaron nada, aparateros de aluvión, eternos buscadores del sol que más calienta y, seamos justos, honradísimos militantes dispuestos a dejarse la piel por lo que creen. Ojalá sean estos últimos los que tomen la manija y, encomendándose a su conciencia, devuelvan a la sociedad algo que se parezca más a un proyecto político que a un conseguidero de cargos y regalías. Para eso, claro, a alguno de los firmantes iniciales habría que decirles que muchas gracias, pero que pasó el tiempo de las ideas de conveniencia.

No suena mal el santo y seña que han escogido como fetiche. Es de esperar, en todo caso, que ese “Mucho PSOE por hacer” incluya la tarea previa, porque también hay mucho —muchísimo— PSOE por deshacer. Será en vano el viaje si no se comienza por la demolición de la fortaleza de intereses, fulanismos y sumisiones cruzadas con que se ha recrecido en los últimos años el edificio original, que ya nadie sabe cuál es. La mejor piqueta para acometer ese trabajo es la autocrítica. Sujeta firmemente con la mano izquierda, por descontado.

Ahí empiezan los problemas. Demasiado tiempo sin usar la herramienta y, para colmo, el vicio adquirido en el poder de agarrarlo todo con la derecha o, en su defecto, con los dientes. La prueba viva y gobernante de ello está en las dos sucursales del puño y la rosa que nos tocan más de cerca. Para los dirigentes actuales tanto de PSE como de PSN el único objetivo es no ser descabalgados de la poltrona que adeudan, paradojas de la avaricia, a quienes deberían estar combatiendo políticamente. Así no hay manera de enfilar el nuevo rumbo.

A vueltas con el grupo

Que me corrijan los que tienen más canas, pero no creo que en el inicio de las nueve legislaturas precedentes de las cortes españolas la consecución de un grupo parlamentario haya dado lugar a un pifostio similar al que nos está entreteniendo estos días. Aunque siempre ha habido un par de formaciones o tres que han reclamado no ser condenadas al cajón de sastre del grupo mixto, la cuestión se ha dilucidado sin la mitad de ruido mediático que está generando la demanda legítima de Amaiur. En no pocos casos, además, se han alcanzado soluciones que se parecían bastante a aceptar pulpo como animal de compañía.

El dichoso reglamento del Congreso que ahora se enarbola como si fuera la verdad revelada ha sido forzado a modo sin que nadie se rasgara las vestiduras. Los intereses cruzados y el hoy por ti y mañana por mi han pesado más que la letra y el espíritu del manual de instrucciones de la cámara. Si prestar —¿o sería alquilar?— diputados durante un tiempo no es un truco del almendruco que canta a kilómetros, que baje el Dios de los culiparlantes y lo vea. Permitido y bendecido eso, se debería dejar que los ujieres participasen en los debates y votasen.

No descartaría al ciento por ciento que un minuto antes de que comience la sesión de investidura se reconozca a los siete representantes de la izquierda abertzale lo que cualquiera con sentido común sabe que no se les puede negar. Veremos. Mientras, me quedo con un puñado de enseñanzas que podemos extraer de este psicodrama bufo al que asistimos. Para empezar, queda claro que el PP sigue jugando con media docena de barajas y cambiando en cuestión de segundos de poli bueno a poli y malo y viceversa. Deprimente, aunque sólo un poco menos que lo del PSOE, que tiene las narices de abstenerse (que es igual que votar no), para luego salir a ciscarse de su propia decisión como si le fuera ajena. Que se aclaren los unos y los otros.