Todos los pactos

Los presupuestos de Gipuzkoa saldrán adelante con los votos de Bildu y PNV. Los de Bizkaia, con los de PNV y PP. Los de Araba, con los de PP y, según qué flauta suene, PNV y/o PSE. Los de la CAV, con los de PSE y PP. Es mucho más divertido el galanteo político cuando puedes hacer todo el kamasutra en lugar de limitarte al misionero de rigor. Habrá quien venga de moralista y acuse a los demás de promiscuos y viciosos, pero sólo será porque esa vez no ha pillado cacho. En el siguiente viaje tendrá con quien apañarse este proyecto de ley o aquella moción en un rincón oscuro, y se le olvidarán las estrecheces mentales.

Tome nota de esto último el enfurruñado Odón Elorza, que ayer se puso a chismorrear que lo de la izquierda abertzale y los nacionalistas con las cuentas gipuzkoanas era, más que un rollito de una noche, la antesala de una futura boda en Ajuria Enea. Se le olvidaba al exalcalde despechado que el PSE anda haciendo manitas fiscales con Bildu o que su conmilitón José Antonio Pastor, que ha tenido paradas nupciales pactistas múltiples y diversas, tiraba los tejos desde un periódico amigo a los hasta anteayer ilegalizados, que ya no son la fruta prohibida.

Ahora que sabemos que no hay combinación imposible —recuérdense los achuchones de PP y Bildu por el finiquito del Bai Center de Gasteiz o los peajes en Gipuzkoa—, sería deseable dejarse de hipocresías. No va a colar (o no debería) aquello de que cuando pacto yo es porque soy más flexible y responsable que el copón y cuando lo hacen los demás, porque son unos vendidos sin principios que se pasan la vida con los pantalones bajados.

Ojalá no me esté precipitando, pero empieza a parecer que hemos llegado a algo parecido a la edad adulta, que en política es la de los pelos dispuestos a dejarse en la gatera. Lo ideal sería que fuera por el interés común. Aunque se quede en el consabido cambio de cromos, valdrá la pena.

Francamente antivasco

Duda metódica o, mejor expresado, sobre el método: ¿escribir tres columnas en diez días sobre el mismo asunto no es excesivamente reiterativo? Seguramente sí, y en otras circunstancias no lo haría, pero conozco con bastante precisión el mecanismo del sonajero. Los promotores sistemáticos de odio siempre juegan la baza del agotamiento de quienes los denuncian. Piensan, y generalmente aciertan, que su contumacia le da sopas con honda a la capacidad de resistencia de sus opositores. Son como esos cabrones que en la carretera se saltan los Stops sabiendo que serán los demás los que frenen por la cuenta que les trae.

Pues esta vez, este humilde utilitario hecho de palabras acelera y le saca el dedo por la ventanilla al que habría sido perfecto jefe local del Movimiento en La Rioja. Pedro Sanz es, sin lugar a matices, un canalla. No tengo que ir al Aranzadi para cercionarme de que la afirmación no es materia querellable. Me basta el diccionario de esa lengua cuyos primeros vestigios escritos están en sus despóticos dominios. “Gente baja, ruin”, anota la primera acepción. “Persona despreciable y de malos procederes”, afina la tercera. Y hay una segunda que alude etimológicamente a una muchedumbre de perros; esta la descarto porque ya quisiera el oberfhürer de Igea tener la mitad de nobleza que un chihuahua. Que algún perito en epítetos me diga si las otras definiciones no son un retrato —incluso corto— de quien se permite jugar con la salud y la vida de los residentes al otro lado de su taifa.

Lo hace, qué gracia, armado de un etnicismo identitario que siempre nos empluman a los de un poco más arriba. Hasta al Consejero de Sanidad del Gobierno López, el tibio Rafael Bengoa, se le han hinchado las narices y lo ha tildado de “francamente antivasco”. La impotencia que denota esa expresión es tan atronadora como el silencio cómplice de Antonio Basagoiti, conmilitón del satrapilla Sanz.

Tragar y callar

Vayamos haciendo acopio de palomitas, que no nos va a faltar entretenimiento en los catorce meses —sí, todos esos todavía— que quedan de legislatura en la CAV. Lástima que no resultará la pelea igualada y emocionante que nos gustaría a los que apreciamos el buen pugilato político. Tendrá más de pressing-catch amañado donde de antemano están repartidos los papeles de los contendientes. Al PSE, ni lo duden, le toca encajar las guantadas y callar. Mejor, con una sonrisa, como la que exhibieron anteayer José Antonio Pastor e Idoia Mendia al proclamar urbi et orbi que les volvía locos de felicidad tener que comerse con patatas el paletón de enmiendas a sus presupuestos que les había echado encima su socio y sostén.

Ojo, que en el paquete va un caprichoso canon de capitalidad que se le ha ocurrido a la supernova en ciernes Maroto y la fumigación de las ayudas a las víctimas de motivación política. Si lo primero pasa como gamberrada, lo segundo es una tarascada lanzada a muy mala leche contra lo poco en que hemos visto medianamente firmes a los socialistas vascos. Pues ni por esas. Testuz abajo y a seguir tragando quina.

Entre tanto asesor con fluorescente adosada en el entrecejo debería haber por lo menos uno que advirtiera de los beneficios de dar un puñetazo en la mesa de vez en cuando. Cada chantaje pagado es el anticipo de otros dos o tres por venir. Acabará López subiendo a la luna para ponérsela a los pies de Basagoiti, y ni aún así dejará de pedir el agasajado más pruebas de amor, o sea, de sumisión.

Que alguien en Nueva Lakua se detenga a echar cuentas y vea si les sale rentable ir entregando los barcos y, además, la honra. En el ejercicio puede ser de ayuda la tabla con los resultados de las últimas elecciones. Innegable, sí, el batacazo del PSE, pero así y todo, le sacó unas traineras de votos al PP. Es la tercera fuerza vasca. ¿Por qué se deja mangonear por la cuarta?

Pedro Sanz y el odio

Alguien, preferentemente de su propio partido, debería pararle los pies al tiranuelo riojano Pedro Sanz. Antes de que sea tarde, si no lo es ya, que tiene toda la pinta. Su obsesión antivasca, que en su absoluta ineptitud política, es también la forma ramplona que ha encontrado para perpetuarse como mandarín de su taifa, está llegando demasiado lejos. El otro día estuvo a punto de costarle un dedo a una ciudadana cuya culpa consistía en estar censada en la parte de la raya de los que han sido desposeídos del derecho —¿no decían que era universal?— a atención sanitaria. Nos enteramos porque lo contó El País. No es descabellado pensar que otras decenas de casos similares nos pasen desapercibidos. Hasta que muera alguien.

Sin llegar a esos extremos, y más allá de la bajeza humana de utilizar la salud como rehén, el contencioso que se ha hecho a medida el cacique de Logroño tiene otras derivadas muy graves y de alcance imprevisible. Se está atizando uno de los fuegos más peligrosos que se conocen, el de la aversión al vecino. Sólo hay que echar un vistazo a los comentarios que se dejan al pie de estas noticias en los medios digitales o en las redes sociales para comprobar que se ha traspasado el castaño oscuro. A un lado se pide, como poco, el ojo por ojo (“¡Que devuelvan los órganos trasplantados en Cruces!”, he llegado a leer) y el boicot, mientras que por el otro se llama a levantar murallas contra los invasores vascones.

Cuando los sentimientos primarios entran por la puerta, la racionalidad salta por la ventana. Es un hecho desgraciadamente testado en miles de guerras. Nuestra responsabilidad individual consiste en no dejarnos infectar por el virus de la inquina. A los políticos hay que pedirles algo más: que impidan, desde luego, su difusión, pero además, que pongan fuera de órbita a los populistas sin entrañas ni escrúpulos que, como Pedro Sanz, viven de promover el odio.

No hay prisa

Comprobada la cualidad de mis profecías para cumplirse exactamente al revés de lo que anunciaban pero de acuerdo con mis verdaderos deseos, me animo a aventar otra. Va: no habrá elecciones anticipadas en la CAV. Es más que un presentimiento. Hasta tengo algo parecido a una argumentación.

Empecemos por lo obvio. Definitivamente mutado en lapa, Patxi López (¿Dónde estás, corazón? No oigo tu palpitar) se va a agarrar a la penúltima chincheta ardiendo que les queda a los socialistas en el mapa peninsular, teñido casi todo él de azul gaviota. Vale más lehendakaritza en mano, aunque sea con fecha de caducidad, que cien primogenituras volando en un partido que ya de por sí se ha convertido en éter. Váyanse dando zurriagazos barones y fontaneros, que si es caso, el de Portugalete se presentará a cobrar la herencia cuando haya acabado con la última alfombra de Nueva Lakua. ¿Que ha dicho que no aspira a ello? Será por palabras incumplidas.

Basagoiti tampoco va a apremiar por el desalojo. A él plim, que duerme en el Pikolín de la mayoría absolutísima de su nave nodriza y hasta lo mientan (ay, que me da…) como ministrable. Si ya era el que marcaba el paso, ahora se puede permitir poner una correa visible a su tamagotchi y hacerle saltar por el aro —¡hop, hop!— al ritmo de una canción de Pignoise cada vez que esté aburrido o el respetable demande espectáculo. No crean que el otro protestará mucho.

Y si se van al otro lado de la línea imaginaria con el trillo de separar palabras de auténticas intenciones y/o intereses, comprobarán que aunque se pida el anticipo porque es lo que toca, no hay ninguna urgencia. No nos engañemos: el PNV y la izquierda abertzale pueden y (creo que) quieren esperar. Primero, porque dos elecciones seguidas agotan a cualquiera. Segundo, para que López llegue hecho una pasa a la convocatoria. Y tercero, como diría el alcalde Izagirre, ¡kontxo, por razones obvias!

El mérito de Basagoiti

En cuatro o cinco censos de perdedores del 20-N he visto que junto a los fracasados de manual —Zapatero, Rubalcaba, López—, en los capítulos finales figuraba el nombre de Antonio Basagoiti. Si nos atenemos a esa aritmética maleable de la que hablaba ayer, es rigurosamente cierto que los populares vascos han sido la deshonrosa excepción del ascenso gaviotil. En la CAV apenas han rebañado 700 votos más que en 2008 y han mantenido los 3 escaños que le vienen de serie por la normativa electoral. Ha sido gracioso ver cómo culpaban a ese forúnculo llamado UPyD de haberles afanado papeletas, y más despiporrante aun, escuchar a Iñaki Oyarzábal y Laura Garrido que si se miraba el conjunto de Euskal Herria (ahí estaba el chiste), eran la fuerza más votada.

Excusas de pésimo pagador al margen, reitero que el resultado de la sucursal mariana en esta parte del mundo no ha sido, a primera vista, para descorchar txakoli. Sin embargo —aquí viene la paradoja—, eso no le resta ni un solo mérito al líder del PP vasco. Lo mismo que en los equipos de fútbol hay delanteros centro y centrales rompepiernas, en la política hay figuras que tienen la misión de marcar goles y otras, no menos importantes, que deben destruir el juego del rival. Ahí es donde se las pinta solo Basagoiti, que ha convertido en guano no pocos de los 180.000 votos que ha perdido el PSE, su adversario —no lo olvidemos— en estas elecciones.

También es verdad que López y la pléyade de áridos y pastóridos que lo circundan son especialistas en marcar en propia puerta, pero podrían haber obtenido un resultado un poco menos bochornoso si no hubieran metido al enemigo en casa. En estos tres años ejerciendo de sostén con encaje de Nueva Lakua, lo que realmente ha hecho el PP ha sido vaciar la despensa de votos socialistas en Euskadi. Los otros, hipnotizados por la makila, no se han dado ni cuenta. Y aún queda otro año para rematar la faena.

Aritmética inexacta

En cuanto las matemáticas bajan de las pizarras académicas, te das cuenta de que no son una ciencia tan exacta como presumen. Vamos, que dos y dos son cuatro, pero según y cómo. Nótese, por ejemplo, que la apabullante mayoría absolutísima del PP se ha conseguido con cuatrocientos mil votos menos —sí, menos— de los que al PSOE le sirvieron en 2008 para apañar una agónica mayoría simple que lo tuvo mendigando pactos toda la legislatura.

Que no nos timen los cantores de gesta que dicen que Rajoy tiene barra libre para hacer lo que a él, a Merkel o a la agencia Fitch les salga de la sobaquera, porque el de Pontevedra apenas ha rascado unas miles de papeletas más que en su derrota anterior, cuando a puntito estuvieron de mandarlo a casa. Se pongan como se pongan los titulares con la inestimable ayuda de la ley D’Hont y la legislación electoral vigente, en el Estado español no ha habido un vuelco para las antologías. Como mucho, una ramplona alternancia en el poder convertida en apoteosis por el hostiazo del PSOE, que sí ha sido histórico sin matices ni ambages.

Donde de verdad han ocurrido un puñado de cosas que aún no contaban con precedente —y ya llego al puerto que de verdad quería— es en el marcador final del 20-N en Euskal Herria. En una columna (CIS… ¡zas!, se titulaba) que les da derecho a rechiflarse de este escribidor, anoté como el que se pone una venda para una herida futura que en todas las elecciones generales reunían más votos los partidos llamados constitucionalistas que los soberanistas y/o nacionalistas. La norma se quebró, y de qué manera, el domingo.

Que eso se quede en anécdota o acabe haciendo categoría dependerá, en buena medida, de la actitud de las formaciones abertzales que han protagonizado el sorpasso. De entrada, no es buena señal que se enzarcen enseñándose los votos y los escaños. Aquí las matemáticas sí van a misa: sumar es mejor que dividir.