La furgoneta fantasma….

Foto: elgranapagon.blogspot.com

Uno de los muchos productos que han desaparecido del mercado con el paso del tiempo o bien han cambiado de  nombre, ha sido el “blancoespaña”. Recuerdo el arduo trabajo que suponía andar con el pincelito pintando las juntas de los azulejos y esperar a que secase, para limpiar los restos del susodicho.

Esto viene a cuento de un comentario que me hizo mi amigo Jose el otro día al recordar a los charlatanes de La Casilla. Parece ser, que por esas épocas y coincidiendo los domingos con los vendedores, en dicha plaza aparecía una furgoneta con los cristales traseros y laterales pintados por dentro con “blancoespaña”, de forma que no se veía nada de lo que ocurría en su interior. El público expectante, se agolpaba formando corrillos, intentando adivinar quién iba a ser el “afortunado”. El artista, desde dentro de la furgoneta y a través de un agujero observaba a la gente, elegía a uno y comenzaba a pintarle la silueta en el cristal por dentro, el dedo iba dando forma a una cara, el asombro era general, y el juego consistía en adivinar de quién era ese rostro que poco a poco iba apareciendo. El pintor era bueno y la caricatura salía genial, de forma, que una vez descubierto, al “retratado” no le quedaba más remedio que pagar al pintor por la obra de arte entre el regocijo y admiración del resto de concurrencia.

Parece ser que esta operación la repetía con tres o cuatro personas más ya que esa era la cantidad de cristales pintados de blanco que le quedaban. Acabada la faena, el “genio” se marchaba con la furgoneta a otra parte, no sin antes haber vuelto a pintar por dentro los cristales con su “blancoespaña”.

Para que luego digan que la era “digital” es la de ahora, que sabrán estos “txotxolos”.

Agur

Aprender, a base de….

foto: blog80burgos.blogspot.com

Éramos bastante brutos, más que brutos, asilvestrados diría yo. La mayoría de nuestros juegos de niñez tenían que ver con la fuerza bruta. Las guerras de piedras – las piedras no tienen ojos, era frase preferida de nuestros mayores- los combates de espadas, el hinque –para hacerlos, poníamos las varillas en las vías del tren-, etc. resumiendo, para habernos matado.

En la escuela era bastante normal ver brechas en la cabeza, golpes y moratones por doquier, y las rodillas, qué me decís de las rodillas, esa sufrida parte del cuerpo del niño, que junto con la cabeza competían y se disputaban entre ellas el doloroso “honor” de acaparar el mayor número de golpes y heridas. De mi generación creo que no quedamos ninguno con la piel original en nuestras rodillas, la hemos regenerado tantas veces que ha pasado del status de piel a la de pellejo. Qué le vamos a hacer.

El ritual de la curación de las heridas variaba en función de quien te lo hiciese, me explico, si el accidente acaecía cerca de casa de tus abuelos y era la abuela la que te curaba, era muy probable que te tocase sufrir la tintura de yodo y eso escocía un montón, por el contrario, si te accidentabas cerca de tu casa y te curaba tu madre la cosa cambiaba bastante –se notaba la evolución de una generación- entonces ya te aplicaban nueva tecnología, la mercromina, y esta no dolía. Si la avería era muy gorda se acudía al Cuarto de Socorro y entonces estabas los suficientemente “acongojado” como para acordarte de si escocía o no. De todos modos, acudir a ese sitio le daba a tu herida una categoría que no tendría si te la hubieran curado en casa.

Otro modo de tener “galones de guerra” era el número de pintadas de mercromina que llevases a cuestas, eso se valoraba mucho. Siempre se agrandaba el perímetro real de la herida para dar sensación de mayor gravedad. Éramos así. Hace tiempo que la mercromina la fabrican incolora y qué queréis que os diga, un niño sin marcas rojas de guerra es como un jardín sin flores, no?

También jugábamos a las canicas, a la trompa, y a otros juegos menos violentos, pero eso ya lo contaré en otro momento.

Agur

El milagro de la máquina de escribir…

imagen: albertbarra.com

Las mañanas de los domingos tenían bastante de ritual, tras “cumplir” con las obligaciones religiosas, el paseo era todo un clásico. Un punto de encuentro era La Casilla, allí se juntaba mucha gente para ver a los “charlatanes” y ya de paso comprar alguna de sus increíbles y maravillosas ofertas.

Recuerdo la frase: “ni cinco, ni cuatro, ni tres, ni dos, ahora le damos una maravillosa máquina de escribir, último modelo,  por una peseta”. El público miraba entusiasmado aquella generosa oferta, en el fondo sabían que les estaban dando “gato por liebre”, pero quien se podía resistir a tan “suculento” negocio. Una máquina de escribir por una peseta, ¡¡ NADA MÁS!!  Pues sí, había más, el charlatán era hombre generoso, si eras de las cinco primeras personas que adquirías el producto, te regalaba un peine, unas pinzas y una redecilla para el pelo, y si encima le caías bien te daba unas cuchillas de afeitar, vamos, que tiraba el negocio por la ventana. La gente picaba, y de pronto se formaba un corro junto al “artista”. Le quitaban de las manos -a cambio de una peseta, eso sí- el preciado artículo. Un bolígrafo era la tan cacareada máquina de escribir, tampoco les había engañado tanto, lo único que no les había dicho, es que era con “tracción animal”.

El “charlatán” tenía sus ayudantes, eran personas que se colocaban entre el público y empezaban a “desear” con ahínco los productos, y así, por mimetismo, iban contagiando al personal las ganas de adquirir tan buena oferta. Ese sistema ha funcionado siempre, solo había que ponerse en una calle céntrica mirando para arriba y gritando ¡¡no se tire, no se tire!! para que a los pocos momentos hubiese un nutrido grupo de personas haciendo y diciendo lo mismo. Es que hay que ver como somos….

De allí, y con la “máquina de escribir” a cuestas se iban los mayores a tomar un blanco, los niños un mosto, eso sí, con aceituna, que como dice mi amigo Rafa “no perdamos las buenas costumbres”, después y si no habíamos dado mucha guerra, nos compraban unos cromos y a comer,  por la tarde al cine de la parroquia y se acabó el domingo. Mañana más y mejor.

Agur

Si Azkuna los llega a pillar….

foto: motocicletaclasica.es

Iban como locos, el olor a gasolina quemada impregnaba toda la zona y del ruido ni hablamos. Me imagino a nuestro alcalde acompañado de sus concejales y con el talonario en la mano, como se iban a poner… aunque ahora con los radares no necesitan moverse del sillón para recaudar lo mismo, o más.

Al poco tiempo de inaugurar los túneles de Begoña y la carretera “nueva” –así le llamábamos- se celebraron varias carreras de motos. El recorrido iba desde Begoña hasta el cruce de Ibarsusi, justo donde estaba el fielato, allí daban la vuelta y otra vez para arriba, y así hasta acabar la prueba.

Recuerdo que más o menos coincidió con una visita que hizo “Patxi” a Bilbao para conmemorar los famosos “25 años de paz”. En el exterior del túnel de Begoña –mirando hacia Santutxu- pusieron unos carteles enormes que indicaban el motivo de la visita.

Esta carretera sirvió para descongestionar la muy saturada subida a Miraflores, permitiendo la entrada y salida de Bilbao por otra zona que no fuese el Casco Viejo.

Pasado el tiempo seguimos teniendo saturación en todas las salidas de Bilbao, eso sí, saturados pero a 50 por hora, que no se diga que no somos de Bilbao….

Agur

“RHAPSODY IN BLUE” a la bilbaina…

foto: camionesclasicos.com

Por fin, los bilbaínos empezamos a salir del “aldeanismo” y empezamos a recibir los adelantos de la tecnología, sobre todo en el transporte por la villa. Gracias a nuestros mandatarios, empezamos a ver por la calles del botxo unos autobuses muy raros, pequeños, regordetes y encima pintados de azul, cuando todos sabíamos que el color “de toda la vida” era el rojo. Menudo atrevimiento. Muy rápido tuvieron su mote: los azulitos.

No eran para todos los bolsillos, la plebe seguía sufriendo con los trolebuses y autobuses de dos pisos –menuda sensación de libertad se sentía en la primera fila del piso de arriba- pero hay que reconocer que cambiaron mucho el concepto del transporte. Eran un paso intermedio entre el taxi y el trolebús convencional, se podía coger en cualquier punto del recorrido con solo levantar la mano, y lo mismo te podías bajar en cuanto se lo solicitaras al conductor, además , solo podías ir sentado ya que no había sitio para ir de pié –eso era lujo romano-. El conductor era “amo y señor” del invento y encima  pluriempleado, tenía que conducir, estar atento a las solicitudes del personal, cobrar, abrir y cerrar la puerta –solo había una- y mantener en todo momento la actitud de saberse el mejor y más caro transporte de la villa.

Si el haber nacido en Bilbao te otorga un status nobiliario, el ir montado en microbús era un añadido que se apreciaba en las miradas que otorgaban sus usuarios a los transeuntes, por muy bilbainos que fueran.

Había que ver con que soltura manejaban los conductores el sistema de apertura y cierre de la puerta de los primeros azulitos, el invento consistía en un juego de palancas que permitía abrir y cerrar sin moverse del asiento.

El cambio también fue social. Mi primer recuerdo de una mujer conduciendo un medio de transporte fue en estos microbuses, los viejos taxistas de la villa aún recuerdan a la “rubia del azulito”, en torno a su forma de conducir se crearon bastantes polémicas, según contaban algunos profesionales del sector.

Los ciclos se repiten y son parte fundamental en la vida, no hace mucho tiempo ha llegado al Metro, después, ha vuelto el tranvía, ahora el autobús de dos pisos, acaso lo próximo, será ver de nuevo a los “azulitos”? Yo sigo esperando.

Agur