Juntos si, pero no revueltos….

foto:sareantifaxista.blogspot.com

Eso debían pensar los próceres de la época y bien que lo llevaron a rajatabla.

En nuestra escuela había tres aulas dedicadas a los chicos y otras tantas a las chicas. En mi clase estábamos unos 40 niños, de diversas edades y por lo tanto de varios cursos. En mi memoria quedan vagos recuerdos de la misma, la gran altura que tenía la clase, el crujir del suelo de madera, grandes ventanales y sobre todo la estufa; una estufa de hierro fundido con una enorme chimenea hasta el techo, se alimentaba con carbón, pero de un carbón muy poroso y de poco peso, era ideal para fastidiar al compañero pasándole un trozo por la nuca a contrapelo, de verdad que hacía mucho daño.

Los pupitres de madera, inclinados y con dos agujeros en la parte superior para meter los tinteros de porcelana eran ideales para jugar de una forma barata al primer juego tecnológico que recuerdo, el pinball. Con una canica y dos “bolis” éramos capaces de simular el juego, claro, eso tenía contrapartidas, si la clase estaba en silencio solo se oía el rodar de la canica por el pupitre. Si ese leve sonido llegaba a oídos del maestro (vaya oído que tenían) ya conocíamos el veredicto: culpables, y las penas: o “aportar” a las misiones, o sufrir los “reglazos”, y la peor de todas, ir castigados a cumplir la condena a la clase de las niñas. No había mayor humillación que pasar un buen rato (a arbitrio de la maestra) de rodillas y con los brazos en cruz delante de las niñas. Te quedabas solo ante el peligro de las sonrisitas y miraditas, y sin la ayuda de tus colegas, que era lo peor. Vamos, que eso no pasaba ni las torturas de Fumanchú.

Estoy seguro que hubiéramos preferido cualquier otro castigo antes que pasar esa terrible vergüenza. Alguna que otra vez la viví en mis carnes y era muy duro.

Agur

Viva la fiesta….

El "muni" era de verdad.... Carnavales en Bilbao después de la dictadura

Este municipal había aparcado su Sanglas y ese dia seguro que se dejó «olvidado» el talonario de multas. La banda de cocineros hacía buenas «migas» con la autoridad competente. Foto tomada en la calle Mª Diaz de Haro, en los primeros carnavales.

Carnavales de Bilbao 1979

Ir de fiesta no significa dejar de lado las «buenas costumbres». En Bilbao siempre hemos tenido fama de «vestir bien»….

Carnaval de Bilbao 1979

Bueno, bueno, lo de «vestir bien» siempre es discutible y se presta a muchas apreciaciones……

Carnavales de Bilbao 1979

Ese dia le habrian dado permiso en Garellano, digo yo, no?

Con el agua al cuello

En plenas fiestas de ASTE NAGUSIA de 1983 el agua arrasó la Villa dejando atrás un reguero de caos y destrucción. En poco tiempo, la población se repuso del golpe y volvió a la normalidad. Deseo que este vídeo sirva como homenaje a esas personas voluntarias que tanto lucharon y dieron para que todo fuese como antes.

Enlace al video:  VIDEO

A vista de tximbo…

Pista de hielo Nogaro, años 80

Otro entretenimiento para la juventud bilbaina era la pista de hielo de Nogaro, en Artxanda. Cuántos golpes y moratones hasta «aprender» a patinar… y lo que se ligaba, qué?

Enekuri

Desde Enékuri se puede ver la vega de San ignacio, Zorroza y Cruces, años 80. Debajo, la carretera de entrada a Bilbao, con el desguace de coches a la derecha.

Valle de Asua

Hacia el otro lado tenemos el valle de Asua con El Abra al fondo. Destaca el edificio , hoy derruído, que iba a convertirse en hospital cerca de la Universidad de Leiona.

No puedo olvidar aquella mirada..

En nuestra escuela, durante el recreo nos daban un vaso de leche. La leche venía en polvo en unos sacos grandes, mas tarde me enteré que era de los americanos. Esa leche debía ser la parte que tocaba a los escolares del famoso Plan Marshall.

Había un cuarto pequeño que le llamaban almacén, allí era donde estaban los sacos de leche y una estufa que diariamente la encendían los maestros. Cada día tocaba a dos niños hacer la leche. El funcionamiento era fácil, se ponía un puchero grande lleno de agua (no se medía la cantidad) encima de la estufa y cuando el agua estaba caliente (aspecto este que se ejecutaba a “ojo de buen cubero”) se bajaba al suelo y se añadía la leche en polvo (tampoco se medía) se revolvía con un cucharón de madera y ya estaba lista para repartir. Se llevaba el puchero al pasillo que comunicaba la clase con el patio de recreo y a medida que iban saliendo los niños, formados en fila india, pasaban junto al puchero y se les llenaba el vaso de leche. Hasta aquí todo bien.

Uno de los mucho días que me tocaron hacer de “lechero” recuerdo que comenzamos bien con la liturgia, pero, no sé por qué razón la estufa no estaba todo lo caliente que debía estar y por lo tanto el agua no alcanzó la temperatura que debiera. Seguimos con el procedimiento, añadimos la leche en polvo y comenzamos a revolver, pero “aquello” no tenía pinta de leche líquida, mas bien, de una colección de “pelotas blancas de tenis” nadando en un liquido semiblanquecino.

Siguiendo el ritual (no había tiempo para repetirlo) llevamos el puchero al pasillo y colocándolo sobre una banqueta esperamos que fuese la hora del recreo para empezar a repartir “aquello”.

Era costumbre que los primeros en salir de la clase eran los más pequeños y así fue. Se abrieron las puertas y puestos en fila se fueron acercando. El primer niño que se acercó me mostró su vasito limpio y lo puso a la altura del puchero para que se lo llenase de leche. Cogí el cucharón y le vertí su contenido en el vaso, pero, horror, no le llegó nada de leche, solo le cayó una bola de leche en polvo que al ser de mayor tamaño que la boca del vaso hizo de tapón y no permitió que entrase nada de líquido. El niño miraba el vaso y levantando la cabeza me miraba incrédulo de lo que estaba pasando, esta operación la repitió varias veces, tenía cara de no entender nada. No puedo olvidar aquella mirada. Me parece que vi correr una pequeña lágrima por su rostro. El siguiente niño de la fila empujaba, así que no le quedo más remedio que avanzar hacia la puerta del patio. Luego vi deambular al niño por el recreo mirando su vasito con aquella bola encima. Espero que no me guarde rencor.

Desde aquí me gustaría encontrarme con él para pedirle disculpas y perdón.

No quiero pensar que por mi culpa aquel niño haya tenido en la vida problemas de falta de calcio.

Más adelante llegaron los botellines de leche Beyena, pero esos ya son tiempos “modernos”.

Agur