Hambre a la carta

Imaginémenosuna familia de seis miembros donde uno pasara hambre sistémica porque nunca se le diera asiento, ni plato ni vianda alguna. Esta es la situación de nuestra familia humana. Mientras entre los habitantes pudientes de los países desarrollados la obesidad, especialmente infantil, es ya la epidemia del siglo XXI, la malnutrición, la desnutrición, la hambruna puntual y sobre todo el hambre cotidiana son realidades consuetudinarias.

Es bastante probable que inmersos en nuestra propia crisis económica y financiera manifestada con toda su lacerante agudeza social en el ámbito laboral, nos olvidemos de aquellas otras realidades humanas porque nos pillen mucho más lejos que esta.

Cuando hace 15 años Unicef, FAO y los países desarrollados propusieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio esperaban reducir los 800 millones de hambrientos de entonces a la mitad en 2015; hoy, 1.020 millones de personas pasan hambre -2.000 millones si consideramos quienes ingieren menos calorías vitales de las necesarias y sufren malnutrición/desnutrición-, por lo que literalmente debieran rezar a su dios el padrenuestro propio pidiéndole el trozo de pan que les corresponde y no les llega, aunque sí exista, porque en los países desarrollados se desperdicia un tercio de los víveres que se producen, alrededor de 300 millones toneladas. Consecuencia, 24 mil personas mueren de hambre al día, 16 mil de ellos niños/as.

Cambios climáticos, población creciente, gobiernos corruptos, cereales derivados a generar biocombustibles, subida descontrolada de los precios de alimentos básicos… son razones técnicas aducidas para explicarnos una situación crítica. Ciertas, pero a estas explicaciones conviene contraponerles la idea de Ghandi de que nuestra Tierra-GAIA seguramente es capaz de producir lo suficiente para satisfacer todas nuestras necesidades, pero no todas nuestras ambiciones.

Porque el hambre y la pobreza irán de la mano mientras el 20% de la población disponga del 80% de los recursos terrestres. También en nuestro entorno más cercano, donde las tasas de pobreza, de paro, de falta de recursos y de fracaso escolar de inmigrantes y sus descendientes duplica a las de los autóctonos. Porque mientras pensemos en el hambre suyo de cada día, en lugar de un hambre humano sin fronteras y mientras en los países pudientes sigamos adorando el hedonismo, el consumo innecesario y despilfarrador, hasta que no haya una masa crítica de ciudadanos/as pudientes que pensemos que este es también nuestro asunto, el hambre a la carta seguirá siendo un jinete desbocado del apocalipsis.

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