Mariano gana todo

Pues ahí lo tienen. Para que luego digan de la estrategia de la estatua. Una vez más, el ganador es… ¡Mariano Rajoy Brey! Y se lo lleva todo todito todo. Como obsequio preliminar, el mordisco al polvo de Pedro Sánchez en forma de renuncia al acta de diputado para no tener que votar lo que no quería; pobre desgraciado, no ha caído en la cuenta de que al irse ha hecho automáticamente que el número de abstenciones necesarias pasara de 11 a 10, lo que ha sido tanto como abstenerse. Luego, y conforme a guión, el Tancredo galaico se ha alzado con el teórico premio principal, la investidura que convalida y deja impunes mil casos de corrupción y otros tantos recortes, golpes de rodillo y, por lo que nos toca más cerca, tantarantanes al autogobierno. Además, con diez meses de gobierno en funciones de regaliz.

Pero no se acaba ahí el lote del triunfo. Incluye haber dejado al PSOE como un bebedero de patos, bien es cierto que con la colaboración imprescindible de las direcciones anterior y actual, ejemplo en lo sucesivo en materia de autolesiones. A ver qué hacen, por cierto, los mandarines interinos con los quince culiparlantes que, más cerca de lo patético que de lo épico, se mantuvieron en el inútil ‘No’. Si acaban en el grupo mixto, se materializará lo que en cualquier caso ya iba a ocurrir a efectos prácticos: que los galones de formación principal de la oposición recaerán en Podemos. Eso también forma parte del botín de Rajoy. Le viene de perlas tener enfrente a Pablo Iglesias, un tipo que fuera de sus fieles transmite una nada seductora mezcla de histrionismo e histerismo. Ha hecho pleno. Y sin moverse.

Judas Hernando

De todos los personajes y personajillos de la tragicomedia del PSOE, pocos resultan tan patéticos y a la vez miserables como el Judas de las gafas de montura azul. Hasta ahora, para distinguirlo del otro pájaro con acta de diputado con que comparte apellido —el repelente Rafa del PP—, se le nombraba como el Hernando regular en oposición al Hernando malo. Tras sus últimas fechorías acreditadas, la cosa no está nada clara. Procede foto finish en la línea de meta de la ruindad. Suerte tuvo, en el tenso cruce con Pedro Sánchez en la bancada socialista, de que el objeto de su traición se conformara con darle una mano de mantequilla y mirarlo con desprecio. Alguien menos templado que el descabalgado secretario general le habría calzado una hostia. Y seguro que el otro, cobarde de cuna y formación, se la habría quedado sin rechistar.

Qué bochornoso papelón, el de Antonio Hernando Vera, arlequín al servicio de quien sea que tenga el poder. Portavoz a grito pelado y con cara de cistitis del ¡No es No! cuando mandaba el de las camisas blancas inmaculadas, vocero de la abstención responsable y testicular en el interregno de la gestora susánida. Siempre, en todo caso, sumiso, ovejuno y lamelibranquio, como corresponde a esa clase de individuos, desgraciadamente extensa, que no tienen más fin en la vida que salvar el culo propio al tiempo que trepan por el organigrama clavando el piolet sobre las cabezas de sus congéneres. Lo que no calculan muchos de ellos, y algo me dice que será el caso del perillán que nos ocupa, es que en cuanto dejan de ser útiles a sus barandas, son expedidos a la nada sin compasión.

Hartura infinita

Necesito que alguien competente me diga ante quién he de rendirme porque lo haré. Con armas, con bagajes, con la promesa de portarme bien en los próximos milenios, con lo que me exijan. Lo que sea, con tal de dejar de padecer esta inmensa tortura que me acosa desde que abro un ojo hasta que cierro el otro. Y aun en los sueños más profundos, la maldición está ahí, llenándome de desasosiego, envenenándome el alma, sumiéndome en una sombría impotencia que no superaré así me harte de Prozac y Jabugo.

¿La inevitable investidura de Rajoy tras casi un año de tracatrá? ¡Ja! Eso lo llevo perfectamente. Una broma inofensiva al lado de la persecución por tierra, mar y aire con cada ínfimo detalle del rodaje en Zumaia de la omnipresente serie televisiva cuyo título no pienso escribir. Qué hartura, oigan, en este y otros dignísimos medios con las idas, las venidas, los dimes, los diretes y lo que se tercie de los protagonistas de la cosa. Bueno… De ellas y ellos, y hasta de los primos segundos del penúltimo figurante. Que si han comido acá, que si han cenado allá, que si han merendado acullá… Falta, y espero no estar dando ideas, la lista de deposiciones —incluyendo cantidades, tonalidades y texturas— de los tales Jon Nieve, Khaleesi, Tyrion y resto del reparto y/o equipo técnico hasta quinto grado de parentesco.

Ahora en serio. Comprendo totalmente la relevancia económica, turística y, desde luego, informativa que implica haber sido elegidos como escenario del fenómeno audiovisual del momento. Asumo que es un hecho comunicativo de primera magnitud. Pero juraría que nos estamos pasando un par de pueblos.

De votos y conciencia

Tiene su gracia el ansia de los derrotados en el Comité Federal del PSOE por salvar la honrilla echando mano del comodín del voto en conciencia. Es verdad que es humanamente comprensible su vergüenza por tener que someterse al digodiego público y, desde luego, su rabia por el modo en que han sido chuleados por los susánidos. Pero parafraseándoles a ellos mismos en su días de farruquería irresponsable, cabe preguntarles qué parte de la abstención no entienden.

Sí, también me consta que, visto con ojos de espectador, son los buenos y las buenas de la película. Su postura —el empecinamiento en la negativa a Rajoy— es la más simpática. Sin embargo, salvo que queramos hacernos trampas al solitario, no podemos dar por aceptable su conducta de pésimos perdedores. Mal que nos (y les) pese, participaron voluntariamente en una votación y la palmaron por una diferencia (139-96) que en basket es una señora paliza. La única traducción de la derrota es acatar lo que ha salido y actuar de acuerdo al mandato de la mayoría vencedora. Jode, claro que jode, pero no queda otra. ¿O es que, en caso de que el resultado hubiera sido al revés, sería de recibo que los perdedores anunciaran su intención de abstenerse? Y tampoco es una gran excusa aludir a las mañas trileras de los que se han llevado el gato al agua. Desde el momento en que no se rompe la baraja, no hay más tutía que apechugar.

Por lo demás, tal y como se hacen las listas electorales, y por mucho que la Constitución prohíba el mandato imperativo, el voto en conciencia es pura filfa… salvo que se entregue el acta de diputado inmediatamente después de ejercerlo.

Después de la abstención

Lo más triste —o lo más divertido, según se mire— del sofoco emitido en tiempo real que unos cuantos malvados conocemos ya como el octubrazo del PSOE es que la abstención no va a ser suficiente. Es decir, sirve para salir del paso y evitar ir a las urnas en los días de los villancicos y los polvorones. También para que el BOE reconozca oficialmente la reválida presidencial de Rajoy, o para que el mentado nombre un gabinete. Pero no para que gobierne. Ahí los números van a seguir sin darle a Don Tancredo.

Llegará, sin ir muy lejos, el momento de sacar adelante unos presupuestos recortados en un porrón de millones de euros, al gusto de Bruselas. ¿Qué hacer? “¡Se los cambiarán en Sabin Etxea por alguna transferencia de chicha y nabo!”, vocearán los mismos Nostradamus de todo a cien que la pifiaron al vaticinar en cuatro ocasiones sucesivas que el PNV acabaría apoyando, qué te apuestas, a  Mariano. A la (vana) espera del reconocimiento de su cantada, cabe explicar a tan desahogada parroquia que los cinco escaños jeltzales no alcanzan por sí solos.

¿Y entonces? Pues tampoco es que servidor sea la releche haciendo quinielas, pero tiene toda la pinta de que volverán a reponer la entretenida serie Comité Federal. Vamos, que los mismos capos locales que acabamos de ver en acción con la inestimable ayuda de los dinosaurios de costumbre blandirán de nuevo la cantinela de la estabilidad, la responsabilidad, el bien común y letanías del pelo. Atendiendo a los hechos recientes, lo más probable es que asistamos a la enésima humillación. Pero quién sabe. Hasta los más mansos pueden acabar hartándose.

Franco ha vuelto a morir

#SaMataoPaco, caray con el gracejo… ¿español? En un segundo toda la indignación hirviente por una exposición (o así) en el Born de Barcelona sobre cómo las gastaba el bajito de Ferrol se torna en una torrentera de chistacos —tal se dice ahora— a cuenta del derribo y posterior (casi) desguazado de la estatua ecuestre y decapitada del dictador. Como estamos en la era de la imagen vírica, digo viral, las gracias venían pertinentemente ilustradas con vídeos y/o fotografías de la heroica gesta de los aguerridos partisanos que echaron abajo… lo que estaba puesto ahí justo para eso. Anda que no se notó cuando el concejal del ramo, en ausencia de la alcaldesa porque la nueva política también sabe de escaqueos, calificó como “comprensible” el final de la efigie del Sleepy Hollow cañí, también bautizado como El Caídillo por alguno de los activistas de la guasa.

Vamos, que todo se ha tratado de una performance de tomo y lomo. Quizá un tanto ida de madre en su desenlace, pero al fin y al cabo, con un propósito catárquico, que diría un psiquiatra argentino de los de estereotipo. 41 años después de su muerte en la cama (repito para despistados: en la cama), se hacía necesario el exorcismo postrero, el asesinato simbólico, el gesto final (ejem) empoderador, liberador y la hostia en verso, buah chaval.

Pues bravo bravísimo, pero déjenme anotar en uso de la libertad de expresión recobrada ahora que sabemos que Franco ha muerto de verdad de la buena, que tarde andamos. Si ya en los ochenta del siglo pasado era viejo el antifranquismo retrospectivo, en el año 16 del tercer milenio debería resultar extemporáneo.

Boicot a Janli e Isidoro

Gran entretenimiento, leer y escuchar las venidas arriba a cuenta de la bronca que les montaron unos niñatos en la Universidad Autónoma de Madrid a Felipe González y Juan Luis Cebrián, también conocidos como Señor Equis y Janli, respectivamente. Qué verbos incendiados, qué adjetivos escalibados —aquí tampoco somos menos en materia de florituras, ojo—, qué prosopopeya casi guerracivilista… y qué poco verosímil todo. Ni los propios boicoteados se creen que haya para tanto rasgado ritual de vestiduras. Como si el par de caraduras no imaginaran desde el momento en que les contrataron el bolo que aquello iba a acabar en happening y materia para el cotorreo. ¡Como si hubieran nacido ayer Isidoro y el hijo del director del diario Arriba!

¿Que fue feo y nada edificante? Por supuesto, pero si hacemos la lista de motivos de denuncia o de pérdida de sueño, el episodio no está ni entre los mil primeros. Y sí, lo confieso antes de que me lo afee cualquiera que conozca mis martingalas: aquí echo mano de esa doble vara sobre la que tanto despotrico. Es del todo cierto que si les hubiera ocurrido lo mismo a (casi) cualesquiera otras personas, incluyendo la mayoría de mis antípodas ideológicas, habría denunciado el hecho como un intolerable ataque a la libertad de expresión y bla, bla, requeteblá.
Pero con estos dos no hay modo, lo lamento. Soy incapaz de sentir la menor pena, indignación o leve cabreíllo al ver que se quedan sin soltar la chapa un rato unos tipos por encima del bien y del mal, dueños o usufructuarios de chopecientos medios de comunicación y activos promotores de mordazas varias. Allá les zurzan.