¿Matan las ideas?

El otro día, en el homenaje a Isaías Carrasco, asesinado por ETA hace seis años, Patxi López volvió a tirar de brocha gorda. O de repertorio, tanto da. Llamó a sus compañeros y compañeras “a ganar la batalla a las ideas que hicieron que jóvenes vascos se convirtieran en terroristas”. Es decir, que si no llega a haber sido por las tales ideas, los jóvenes en cuestión habrían acabado siendo probos ciudadanos. Peculiar relación causa-efecto que llevada a sus últimas consecuencias libraría de responsabilidad casi a cualquier criminal. Rousseau de chicha y nabo: el hombre es bueno por naturaleza pero hay unos entes perversos que se dedican a llenar las cabezas de pájaros y luego pasa lo que pasa. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Pues no, ni siquiera ha empezado. Esa simpleza sonrojante no explica por qué hay miles y miles de personas que, teniendo convicciones no muy distantes a esas a las que López atribuye la condición de semilla de mal, jamás han tocado un pelo a nadie. No solo eso: la inmensa mayoría de los contaminados están —o sea, estamos— en primera fila de la denuncia de los que abogan por el uso de la violencia.

Teniendo en cuenta que según el auditorio, el momento y sus aspiraciones, el secretario general del PSE cambia de discurso como de corbata, no es fácil establecer cuáles son exactamente sus ideas. Sean cuales fueren, las doy por absolutamente legítimas y respetables. Incluso teniendo la constancia de que ha habido quien las ha utilizado como excusa para dar matarile al prójimo. Ni en broma se me ocurriría sugerir que él, por pensar como piensa, puede ser un asesino.

11-M, no olvidar

Mi primer recuerdo del 11-M es la voz estupefacta de Xabier Lapitz dando paso a la corresponsal de Radio Euskadi en Madrid, Ainara Torre. De conexión en conexión, aumentaba el número de muertos a un ritmo que escapaba a lo humanamente asimilable. Los detalles caían en tromba y sin filtrar. Tantas explosiones en tantos trenes en tantos lugares. De fondo, un aullido incesante de sirenas, que aun a quinientos kilómetros y pese a llegar por vía telefónica, no le dejaban a uno pensar con la mínima claridad. Siento no ser uno de esos sabios retrospectivos que juran —o sea, perjuran— que desde el minuto cero albergaban la certeza de que aquello no había sido obra de ETA. Prefiero no preguntarme sobre el alivio que produjo la constatación de que la autoría apuntaba hacia otro lado.

Claro que es bastante peor la miseria moral de los que se empeñaron en que sí contra toda evidencia y buscando un provecho nausebundo. Y no lo hicieron durante un día, una semana o un mes. Todavía entre el diluvio de material conmemorativo que nos ha caído coincidiendo con el aniversario, buena parte de las versiones se refocilaban, como poco, en la duda. El jefe de los troleros, José María Aznar, sigue alimentándola sin rubor, con la ayuda de su propagandista mayor, Pedrojota, y toda la patulea de canallas que, en su indecencia sin límites, se convirtieron en abogados de los asesinos e insultaron a las víctimas con una saña inaudita.

Bienvenidas las flores, los pebeteros, los minutos de silencio, los montajes de imágenes con músicas emotivas para cerrar el telediario. Nada, sin embargo, como el propósito de no olvidar.

Lecciones del marzazo

A estas alturas del marzazo creo que está escrito, dicho o vomitado casi todo. No abundaré demasiado —o procuraré no hacerlo— en la mala uva, los (terapéuticos) chistes biliosos ni en el análisis de lo que podría o debería ocurrir aún, que es algo que simplemente me resigno a contemplar, una vez comprobada las escasa utilidad de hacer quinielas y quimeras. Y ahí les apunto ya una de las enseñanzas que, más allá de la lectura puramente navarra, deberíamos extraer de la enésima repetición de un fiasco telegrafiado: en política los deseos no deben imponerse a los tercos hechos.

La candidez en las expectativas multiplica exponencialmente la decepción cuando estas no se cumplen. El cabreo infinito y la sensación de estafa son, en buena medida, el resultado de haber dejado que el corazón se ocupase de asuntos que debían ser de la cabeza. Me hace una gracia más bien triste cuando escucho a los representantes de los grupos que se han quedado compuestos y sin moción de censura asegurando que ya se olían la pifia. En la mayoría de los casos, bastaría que repasasen sus propias declaraciones de los días previos para comprobar hasta qué punto ellos y ellas también contribuyeron al embeleco. Que sí, que esta vez parece que va en serio, decían. ¿Eran intentos de provocar que su feliz profecía se autocumpliese? Sirva como atenuante, pero ojalá también como aprendizaje y recordatorio de una frase que está llena de verdad: la primera vez que me engañas es culpa tuya; la segunda es culpa mía. Fiarse de quien ha dado sobradas muestras de no ser de fiar conduce a consecuencias desastrosas. A la vista está.

Arantza contra Quiroga

Al habla, el penúltimo quiroguista vivo, con Fito poniéndome la banda sonora: hay que ver qué puntería, no te arrimas a una buena. Quién me mandaría a mi, habitante de las antípodas ideológicas, meterme a cantaor de las virtudes de la sombra de una sombra que está batiendo plusmarcas de torpeza política. Una detrás de la otra, siempre empeorando la anterior y dejando margen para que la siguiente metedura de cuezo sea más profunda. La excelencia aplicada a la ineptitud, y me llevo una, tal es el camino que parece haber emprendido la presidenta digital del PP vasco en las semanas previas a la que debía haber sido su consagración y puesta en órbita ya sin las muletas heredadas de su (ínclito) antecesor. No es improbable —más bien al contrario— que a pesar del bochornoso espectáculo, aún salga elegida a la búlgara. Pero aunque la refrende el setecientos quince por ciento, hasta el que reparte las cocacolas sabe que su liderazgo será de blandiblub. Una pena.

Dirán ustedes que ya son ganas de meterme en casa ajena y de enternecerme con lo que debería alegrarme, como muestra que es de la debilidad de quien representa buena parte de las cosas a las que me opongo. Ocurre que uno es raro, y aunque solo sea por puro fair play, desearía tener enfrente un adversario con cierta solvencia. Palabra que leyendo entre líneas determinados discursos y actitudes de Arantza Quiroga anteriores a su comportamiento autolesivo, llegué a pensar que era la persona adecuada para encarnar la derecha españolista civilizada que entiendo que necesita el ecosistema político vasco. Ahora mismo tengo mis más que serias dudas.

Violencia relegitimada

Sigo con el episodio del lunes en Bilbao porque lo que pasó trasciende ese día y ese lugar. Tristemente, en esos hechos y en las correspondientes interpretaciones hay algo más que el retrato de un instante o de unas circunstancias concretas. Está el minuto de juego y resultado de todos estos años que llevamos engañándonos con los discursos melifluos de la paz, la convivencia, la reconciliación y demás letanías tan biensonantes como huecas. Siento escribirlo con semejante crudeza, pero creo que es mejor despertar de golpe que seguir haciendo castillos en el aire. Si verdaderamente queremos que todas esas palabras recobren su sentido, quizá deberíamos volver a la casilla de salida para enfrentarnos a la asignatura que muchos no han aprobado: la deslegitimación de la violencia. Mientras siga pendiente, el resto sobra.

Si algo quedó claro el otro día, y más en los relatos que en los propios acontecimientos, es que hay un amplio sector —que ni me atrevo a cuantificar ni a identificar porque nos llevaríamos alguna sorpresa— que defiende el uso de la violencia. Y ya ni siquiera como medio para obtener determinados fines. Qué va, peor todavía: la defiende incluso sabiendo que es ineficaz y hasta contraproducente, es decir, porque sí y bajo coartadas tan (conscientemente) pobretonas como que hay violencias peores. ¡Pues claro que la que ejerce el FMI es mil millones de veces más dañina que romper cien escaparates de la Gran Vía o el Casco Viejo! Pero manda narices devolver los golpes en el lomo de los que están entre las primeras víctimas del FMI. De justificar tan cenutria actitud, mejor ni hablamos.

Un día de furia

En las páginas no impresas del programa del Bilbao Global Forum constaba que mientras los encorbatados piaban a cubierto sobre la eficacia con que joden al planeta, en las calles de más allá del cordón de seguridad se liaría parda. La destrucción estaba presupuestada y, por supuesto, amortizada, con la ventaja añadida de que los participantes en este bolo de provincias no iban a sufrir el menor quebranto de bolsillo ni de conciencia. Ahí nos las den todas, podrían pensar, si siquiera tuvieran un segundo que dedicar al paisaje después de una batalla que ni les va ni les viene. Ya se encargará quien corresponda de restituir las cristaleras, las persianas, las farolas, las señales o los sufridos contenedores. A tanto la pieza o el servicio, faltaría más, que el capitalismo también —o sobre todo— escribe derecho en renglones torcidos. Si será así, que hasta hay un nombre técnico para esto de descojonar las cosas y sustituirlas en espiral: demanda agregada.

Menudo compromiso, explicar a estas versiones pedestres de Atila que son tan esbirros del sistema como el que más. No lo van a entender, primero porque no les da para ello la cagarruta de oveja que tienen por cerebro, y segundo, porque aunque les diera, no les saldría de entre las ingles atender a razones. Lo suyo es la gresca por la gresca, darse un buen chute de adrenalina a costa de un escaparate o, si es el caso, de una dependienta que no llega ni a mileurista, y que luego venga el pisamoquetas acomplejado de turno a componerles un cantar de gesta. Entretanto, los que tenían algo por lo que protestar, a seguir pringando, los muy idiotas.

Deshojando la rosa

Tuiteé con cierta ligereza el pasado sábado que parecía que esta vez el PSN no se iba a arrugar. Más tarde, leyendo ese comunicado de 636 palabras y no menos de tres patadas en la espinilla de la gramática castellana, regresé a mi escepticismo inicial. O quizá me instalé en un grado superior del cabreo. Ya de niño me jodía que el balón fuera del tonto de la clase y que —por una paz una avemaría— hubiera que jugar con sus caprichosas y estúpidas reglas sin rechistar. Me asombra en ese sentido la paciencia franciscana, por no decir la pachorra indolente, con que el resto de las formaciones que quieren descabalgar a Barcina se están tomando las interminables tribulaciones de Roberto de Pitillas y su cofradía de mareadores de perdices. Hasta Bildu parece que acepta de buen grado su papel de apestado oficial y se presta sin mayores aspavientos al ninguneo sobreactuado, seguramente calculando que tragar ricino ahora tendrá como recompensa encabezar la mayoría alternativa el 25 de mayo a las diez de la noche.

Se entiende que haya que extremar la prudencia cuando se roza con la yema de los dedos el momento largamente soñado de derribar el infausto gobierno de la Doña, pero sorprende y encorajina la infinita comprensión hacia la indecisión de la dirección socialista. Como después de tanta espera marzo se convierta en marzazo, no va a haber abasto suficiente de lágrimas negras de Cortes a Urdazubi. Y la cosa es que la amarga llantina sería más que merecida por haberse dejado llevar al huerto una vez más por ese calientabraguetas políticas que ha demostrado ser el PSN. ¡Leñe, que es para hoy!