Proceso… ¿de paz?

Proceso de paz. ¿Realmente estamos inmersos en algo que merezca tal nombre? A riesgo de recibir una buena collejada, les confieso que a mi se me hace excesiva la expresión y que cada vez me resulta más artificial cuando la leo o la escucho. Incluso si quienes la escriben o pronuncian lo hacen inspirados por las mejores intenciones, tengo la impresión de que un día nos vinimos demasiado arriba y no acabamos de descubrir cómo regresar a ras de suelo. Quizá hubo un momento en el que era procedente tal bautismo, pero en el actual, incluso con sus tiras, sus aflojas, sus bloqueos y sus provocaciones, no encuentro nada que justifique mantener la denominación. Aparte de dos docenas de recalcitrantes de Tiria o de Troya, ¿tiene alguien la sensación de vivir una cotidianidad muy diferente de la de cualquier lugar oficialmente en paz? Hecha a la inversa, la pregunta aclara más: ¿Se parece algo nuestro día a día al de, pongamos, Siria?

Se diría que planteo una cuestión puramente semántica y que tanto da si le llamamos Pepe o Juan, siempre que la cosa acabe bien. Anotemos, sin embargo, que las trampas del lenguaje suelen contribuir más a enmarañar que a solucionar. Como prueba del nueve, la dichosa ponencia del Parlamento vasco, varada en una simple coma. Y eso, después de haber ordeñado los circunloquios al máximo para que estos, aquellos o los otros no arrugasen el morro.

Igual que ocurre con la cacareada reconciliación, sospecho que estamos marcando un objetivo tan inalcanzable, que tenemos muchos boletos para acabar frustrados. Estamos lejos de la situación ideal, pero no diría que estamos en guerra.

¿Quién ganó?

La ya celebérrima patraña de Évole sobre el 23-F es una broma escolar al lado de otras que nos cuelan —vale, yo también me acuso— a diario sin provocar el menor revuelo ni despertar sospecha alguna. Las encuestas, por ejemplo. Fíjense qué prodigio: la de Metroscopia para El País sostiene que Pérez Rubalcaba ganó por poco el Debate sobre el estado de la nación, mientras que la de Sigma Dos para El Mundo proclama que el vencedor, también por poco, fue Rajoy. Fuera de concurso, la del chiringo NC Report para La Razón, que cacarea que Mariano no solo apalizó al Rasputín de Solares, sino que consiguió encandilar —les juro que es la palabra que utilizan— a la concurrencia.

Todo esto que les cuento va tal cual a los titulares correspondientes con marchamo de verdad verdadera, y ya pueden ustedes dejarse los ojos entre la letra pequeña, que no encontrarán una nota al pie aclarándoles que les han tomado el pelo. Lo más aproximado a eso es una apostilla que deja caer el redactor de la pieza de El País. Los resultados se han obtenido, nos dice, tras consultar telefónicamente a quinientas personas que “no necesariamente vieron el debate, sino que se guían por comentarios de personas en quienes confían o las informaciones de los medios”. Vamos, una credibilidad de tres pares de narices.

Les he revelado la parte más evidente del timo. Hay una segunda que solo se detecta con el microscopio. Aunque pueda parecer que la intención de estos sondeos es arrimar el ascua a la sardina predilecta, hay otro objetivo no menos perverso: alimentar la martingala de que la política es cosa de dos. Y ahí traga todo quisque.

Rajoy defiende a Barcina

Cómo degenera la especie ultramontana. Hemos pasado del “Antes roja que rota” al actual “Mejor corrupta que lo que sea”. Rajoy defendiendo a Barcina es la reedición en el tercer milenio de los apaños de la CEDA, Mola, el Conde de Rodezno y demás carcunda que bañaron en sangre la tierra que tanto decían amar. Esta vez, por fortuna, no hay riesgo de paseíllos, cunetas, ni grilletes en San Cristóbal. Permanece prácticamente igual, eso sí, la coartada ideológica encapsulada en el santo y seña clásico: Navarra, cuestión de Estado, foral (o así) y por pelotas, española.

Pero tampoco nos engañemos demasiado ahí. Ni tan mal, si fueran unas ideas o unas convicciones, por muy rancias que resulten, las que estuvieran en juego. Habría una cierta dignidad en ello o, qué sé yo, por lo menos, unos gramos de coherencia. Poco de eso hay, sin embargo. Como señalaba la genial viñeta de El Roto anteayer, si a un patriota español le rascas el bolsillo, descubres que en realidad es suizo. Y esto vale igual para el navarrista más furibundo. Su gran pesadilla no es tanto que su nación sentimental se vaya por el desagüe, como que con ella desaparezcan su pecunio y, más importante todavía, su poder sobre casi todas las cosas que se mueven en lo que queda del viejo reino. Desafío a cualquiera a encontrar en la península un lugar donde la palabra régimen tenga tanto sentido como en Navarra. No es algo que venga de hace treinta años como en Andalucía o de hace veintipico como en Castilla-León. Hablamos de un siglo largo, y habrá quien pueda documentar que hasta de alguno más. Ojalá estos que vivimos sean sus últimos días.

Mi gurú me tima

Pido perdón por llegar al humo de las velas y cuando probablemente ya se ha dicho todo sobre el falso documental —o lo que fuera— con que Jordi Évole hizo morder el polvo a millones de espectadores el pasado domingo. Soy incapaz de resistirme a meter la cuchara en tan suculenta e ilustrativa polémica. Creo que es justo anotar de saque que el solo hecho de que el programa haya levantado semejante polvareda es la prueba irrefutable de su éxito, incluso más allá de la espectacular audiencia que cosechó. Habrá que dar tiempo al tiempo, pero no me extrañaría que dentro de equis se recuerde Operación Palace como hoy evocamos La cabina de Mercero o algunos capítulos de ¿Es usted el asesino? de Ibáñez Menta. Y será cosa de comprobar también cuántas de las trolas sobre el 23-F que se colaron en el espacio se dan por buenas.

Sostienen los enfurruñados críticos que es precisamente ahí, en la difusión de falacias que un día pueden ser tenidas por verdades, donde reside lo intolerable de la emisión de la crónica fulera del Tejerazo. Se comprende la prevención, pero me parecen mucho más graves las fantasías animadas de las versiones oficiales, que ni siquiera incluían un epílogo aclarando que todo era bola. ¿Qué más da que se líe un poco más la madeja?

No es la discusión ética la que más me interesa en este caso. Lo que le aplaudo a Évole, del que no soy fan ni de lejos, es que haya demostrado a sus propios parroquianos lo relativamente fácil que es que se la metan doblada. Sobre todo, si están dispuestos a creerse cualquier cosa que les plante ante los ojos su gurú catódico. Diría que esa es la lección.

Lo del viernes (2)

Vaya, parece que tengo que pasar a limpio lo que quería decir con ‘lo del viernes’. Como supongo debí anticipar, me han caído airados pescozones de esa parte del patio de butacas que no necesitaría ir al cine porque ya tiene la película en la cabeza. Aunque sea de romanos, te porfiarán que es de vaqueros y cualquier intento por razonar se zanjará con el argumento definitivo: ¡Fascista! Bueno, mucho más divertido en este caso, porque el escupitajo por atreverse a señalar que el género en cuestión era la comedieta bufa consistía en apostrofarte como “enemigo de la paz”. De miccionar y no echar gota, que te suelte eso un tipo que hasta hace dos días ha tirado de pipa u otro más cagueta que, sin haberla llevado, aplaudía con las orejas a los que daban matarile o silbaba a la vía.

Lo bueno y a la par triste del caso, como he anotado tantas veces, es que estas vainas solo nos ocupan a unos cuantos entusiastas. Y mejor que eso es que el debate se queda en cuatro yoyas dialécticas. Todos, desde COVITE a Etxerat, tenemos la certeza de que los días del plomo no volverán. Salvo para una pequeña minoría que sí ve en riesgo su presente y su futuro, el debate es de fogueo.

No tiene sentido alargarlo innecesariamente. De ahí mi mal cuerpo por ‘lo del vienes’, cuando se dio una curiosa paradoja: si bien el desarme que vimos fue de chiste, lo cierto es que ETA entregó toneladas de munición… a la otra parte. Munición argumental que, entre otras consecuencias, sirvió para continuar la chirigota con la lisérgica llamada a declarar de los verificadores en la Audiencia Nacional. Y mientras, la casa sin barrer.

Lo del viernes

Lo llamaré ‘lo del viernes’. No porque no se me ocurran formas mejores de etiquetarlo. Simplemente, me quedo con la más neutra y, salvo que ustedes me sorprendan, con la que resulta irrebatible. Todo lo que tenemos de cierto respecto a la cuestión es que ocurrió un viernes. El resto está sujeto a la interpretación y es altamente opinable. A tal punto, que las versiones oscilan entre la releche y la renada. Ese es, de hecho, el fenómeno que inspira estas líneas y donde diría que se esconde la madre del cordero. Que algo tan clamorosamente evidente como lo que sucedió ante nuestros ojos, oídos y entendederas dé lugar a lecturas no ya distintas, sino antagónicas, merece una reflexión. Una que no estamos dispuestos a hacer justamente por el mismo motivo que provoca que sumando dos y dos, a unos les salga cinco y a otros tres.

Sería grave que eso fuera así porque andamos peces con las matemáticas, pero tendría remedio a fuerza de echarle codos. Lo que no hay manera de arreglar es que la diferencia de resultados se explique por la obstinación en ver lo que nos sale de las narices. Ustedes, yo, el de la moto, la del descapotable y cualquiera que prestara una gota de atención somos perfectamente conscientes de que ‘lo del viernes’ sumaba cuatro. Quizá en otras ocasiones cabían dudas o había margen para la discusión de matices, pero en esta, todos y cada uno de los ingredientes hacían imposible la discrepancia. En el salón Imperial del Carlton y en el vídeo emitido por la BBC no había más cera que la que ardía. Sabrá cada quién por qué ha decidido tirar, como de costumbre, por la calle del autoengaño.

Atraco al Eibar

Ninguna buena acción queda sin castigo. Al Eibar, que además de liderar heroicamente la tabla de Segunda, es uno de los poquísimos equipos que no deben un céntimo, las sanguijuelas del Consejo Superior de Deportes [Enlace roto.]. Así, con precisión al segundo decimal. Si no consigue cubrir ese pastón antes del 6 de agosto, todo el sudor derramado en el terreno de juego se irá por el desagüe: condena eterna al pozo de la Segunda B, que es la tierra balompédica del irás y quién sabe si volverás, pero ahí te pudras.

Manda muchas narices que el Depor, inmediato perseguidor de los armeros en la desigual lid, esté en concurso de acreedores y tenga un cañón de más de 150 kilos, 97 de ellos, con la Hacienda española. Por lo visto, para los mandarines de la cosa pelotera es el ejemplo a seguir. La prueba es que según los cálculos más amables, el pufo total de los clubs profesionales anda por los 3.600 millones de euros —la sexta parte lo adeudan al fisco— y el chiringuito sigue en pie sin escándalo. Sale por un pico la farlopa del pueblo, pero como escribía ayer sobre los verificadores, la calidad se paga. Mantener al rebaño entretenido con si tal lance fue fuera o dentro del área mientras se le esquila —o sea, se le esquilma— no tiene precio. Y tampoco la foto de rigor con los millonarios prematuros (Copyright Bielsa) que acaban de ganar lo que sea.

No dudo que la misma épica que se demuestra en el césped obrará el milagro de reunir a tiempo la desorbitada cantidad, ojalá para ver al Eibar en Primera la temporada que viene. Pero seguirá siendo una injusticia.