Vienen los verificadores

Esta no vez no esperamos a Godot, sino a los verificadores internacionales, que traen un mensaje de ETA. Concretamente, mañana a las dos de la tarde en el hotel Carlton de Bilbao, lugar de enorme poder simbólico y al tiempo, con el lujo suficiente para satisfacer los gustos de los portadores de la nueva, que no son gentes fáciles de ver en hospederías de tres al cuarto. Y ya, díganme, como me soltó con bastante razón Juan Mari Gastaca el otro día en Gabon de Onda Vasca, que así hablaba Basagoiti. Pero yo ya me entiendo, y creo que muchos de ustedes también, aunque no sean cosas que se pregonan en público, en parte por no parecer cavernarios y en parte para que no se diga que no somos rumbosos. Por lo demás, tampoco queda claro quién afloja la mosca, y uno ya imagina que este curro de la mediación y tal no lo puede hacer cualquier baldragas. No podemos racanear cuando está en juego el cierre de esa página que arrastramos como un baldón desde hace tanto tiempo. Lo importante es que se cumplan las expectativas.

¿Será así? Vaya cuestión más delicada, partiendo de un hecho que debemos dar por cierto de saque: no pocas de las reacciones al anuncio están listas sin aguardar a su contenido. Nos conocemos lo suficiente para saber que habrá quienes saludarán lo que sea como el recopón de la baraja y quienes bufarán que es una mierda pinchada en un palo. Confieso que, aunque tiendo por naturaleza (y experiencia acreditada) al escepticismo, en estas horas previas a que se abra el sobre lacrado, me permito fantasear con que escucharemos algo una gota convincente. ¿Pero qué? Hasta ahí, sinceramente, no llego.

Brocha gorda

Viene de perlas tener un ministro de interior mentiroso e inhumano como ha vuelto a demostrar ser el ínclito Fernández. Sus fácilmente desmontables trolas y su asquerosa falta de sensibilidad respecto a la tragedia de Ceuta —“perdón, técnicamente fue en Marruecos”, llegó a decir— es la coartada perfecta para que un tremendo problema se convierta en pimpampum de chicha y nabo. ¿Nos remangamos, tomamos aire y vamos a la cuestión de fondo? No sea usted iluso ni tocapelotas, columnero. Y avisado queda de que como vuelva a llamar tragedia al vil asesinato fascista de quince desgraciados, le pintamos una F de facha en la frente y le ponemos mirando a Cuenca. Disfrute del momento, cándido plumilla, y súmese al pelotón de acollejamiento, que aparte de ser divertido, se saca una pasta, McLuhan bendiga las tertulias; las que pagan bien, no como la que conduce usted en la radio, menuda birria y menuda ruina.

Llevo días mordiéndome los dedos para evitar una descarga de bilis como la precedente. El remedio ha sido peor que la enfermedad porque el sulfuro se me ha disparado más allá de lo recomendable para escribir y me sale el tono desabrido del que pretendía huir en esta cuestión. Pero como no soy de mármol, soy incapaz de evitar el cabreo ante quienes se tiran en plancha a lo mollar del asunto y evitan las espinas. Que sí, que hace falta ser desalmado para no denunciar ese macabro tiro al negro que perpetró la guardia civil en El Tarajal. Sin embargo, quedarse ahí y únicamente ahí es apuntarse a la ley del embudo. También hay que preguntarse cómo evitar que vuelva a ocurrir. Eso, como diría Rajoy, ya tal.

Para no olvidar (2)

Miren, no escribí la última columna porque me apeteciera ir de enfant terrible, de retorcedor de argumentos para epatar, ni mucho menos de defensor de Azkuna, a quien respeto pero no creo que llegara a votar jamás. Tampoco lo hice con las manos vacías. Llevo en la mochila vital y profesional centenares de entrevistas, reportajes o programas especiales sobre la recuperación de la memoria histórica. No diré que soy la hostia en bicicleta ni que me inventé el género, pero puedo presumir de haber dado la tabarra con la cuestión cuando era inimaginable que se convirtiera en una moda que hizo de oro a mucho vivillo. Gentes de buena, mala y regular intención se me descojonaban a la cara por la obcecación en dar voz a los perdedores de una guerra que les sonaba a pleistoceno. “¿A qué momia nos desentierras mañana?”, me han preguntado más de una vez.

Vamos, que conozco lo suficiente el paño como para diferenciar entre quienes actúan guiados por la honestidad y quienes chapotean en este barro del pasado porque son unos guays, unos jetas, unos indocumentados o, lo más común, intrépidos medialeches que se atreven a meter el pie con la seguridad de que no hay cocodrilos. Hasta las mismísimas de antifranquistas retrospectivos, así se lo digo. No acaba de entender uno que con tanto héroe, el bajito de Ferrol la diñara en la cama. Más aun, se me escapa que con la tremenda cantidad de partisanos que disfrutamos, este régimen, heredero del anterior, no haya echado rodilla a tierra. Será —empiezo a atar cabos— porque las batallas se libran contra cuadros de malnacidos que crían malvas desde hace buen rato.

Para no olvidar

Malas noticias: perdimos la guerra de 1936, nunca fuimos capaces de derribar el régimen que la sobrevino y aún seguimos comiéndonos con patatas su secuela levemente edulcorada, sucesor a título de rey incluido. Recordarlo, perdóneseme la obviedad, forma parte de esa memoria que tanto vindicamos y que con frecuencia confundimos con la recreación del pasado que nos hubiera gustado. Una de las mil formas del infantilismo en que nos engolfamos en esta posmodernidad o lo que sea es creer a pies juntillas que es suficiente cerrar los ojos para que desaparezca la fealdad que nos rodea. Pues no, el sol no se tapa con un dedo, ni la Historia se cambia metiendo la tijera a las partes que nos desagradan. Anoto, de hecho, que fabricarse un ayer a medida es la tentación a la que nunca se han resistido los totalitarismos.

Viene esto a cuento de la bronca innecesaria por la retirada o no de los retratos de los alcaldes franquistas de Bilbao que pueblan cual fantasmas los pasillos del consistorio. Comprendo que al primer bote joda un rato la idea de que esos diez tipejos retengan unos centímetros cuadrados del espacio que ocuparon ilegítimamente y a la fuerza. La sola mención de Areilza me provoca erisipela, y la de Lequerica, Oriol o la infecta Careaga, politraumatismos neuronales. Pero por más que me envenenen la sangre, ni puedo, ni quiero, ni debo olvidarlos.

Quien haya visto los monigotes de esta panda de fachas en la galería de primeros ediles de la villa sabe que no hay nada laudatorio en su exhibición. Y si cupieran dudas, bastaría una placa que los apostrofara como los siniestros personajes que fueron.

Recado de Ferraz

Los meses del calendario navarro se nombran en aumentativo. Febrerazo, marzazo, abrilazo, mayazo… Incluso después de unas hipotéticas elecciones, y especialmente si la Señora no encabezara las listas de UPN, no sería pequeño el riesgo de que se cumpliera la regla onomástica. O lo que es lo mismo, el de repetir el capítulo de la historia reciente que tantos tenemos grabado a fuego, cuando aquel furriel apellidado Blanco mandó parar el cambio de régimen. Lo grave no fue que el motejado Pepiño dictara esa orden, sino que sus subalternos locales, gentes de docilidad borreguil que no distinguirían la dignidad de una onza de chocolate, la obedecieran como si hubiera sido de cosecha propia. Y de entonces acá, el PSN no ha perdido una sola oportunidad de abundar en la fechoría, aun sabiendo que estaba acumulando boletos para el desastre. Tan de mal en peor, que si la primera desautorización la perpetró un mindundi de la política como el visitador de primos y amigos en gasolineras, esta la ha cacareado la versión más conseguida de Belén Esteban que mora en Ferraz. Que no es que Jiménez sea un Willy Brandt, pero uno imagina pocas humillaciones tan bochornosas como que te venga a enmendar la plana Elena Valenciano, oh, oh.

Triste sino el de Roberto de Pitillas, condenado a ser eterno calzonazos, ora lamiendo los zapatos de Doña Barcina, ora poniendo el lomo para que se lo caliente a fustazos una inane dominatrix como la susodicha. “El PSOE en Navarra soy yo”, se le escuchó proclamar ayer, en plan rey sol de la foralidad. Tardía y escasamente creíble sublevación a la vista de su hoja de servicio a Madrid.

Dos demagogias

Pierdo la cuenta de las veces que recuerdo que el infierno está empedrado de magníficas intenciones. Son intachables, seguramente, las que han inspirado la creación de una suerte de brigadillas para combatir los rumores negativos sobre la inmigración. La edición digital de Deia del pasado martes [Enlace roto.]. Completísima, como siempre, la información que aportaba Olga Sáez, pero como viene ocurriendo desde que internet nos obliga a compartir la autoría de lo que firmamos con cualquier lector que tenga a bien (o a mal) apostillarla, la noticia cobraba una nueva dimensión en los comentarios. Hasta cincuenta llegué a leer antes de agotar mi cupo de sapos y culebras. Con alguna excepción que era abrasada a votos negativos, la inmensa mayoría destilaba vitriolo contra la iniciativa, sus impulsores, los agentes que participan en ella y, por descontado, la comunidad foránea.

Me evitaría problemas, incluso de conciencia, si achacara ese torrente de glosas sulfúricas a media docena de trols ociosos que gastan mala baba, disfrutan embarrando el campo y de ningún modo son representativos de la opinión general. Ocurre que no aceptar la existencia de un problema es contribuir a que siga creciendo y, muy posiblemente, a convertirlo en definitivamente irresoluble. Ya apunté que en esta cuestión vamos camino de eso. La demagogia criminalizadora de toda la inmigración sin matices se da la mano con la demagogia buenrollista de los que niegan a los demás la realidad que viven día a día. ¿Seremos capaces de abandonar el trazo grueso?

Valenciano, oh, oh

Tiembla, Europa de los mercaderes y los recortadores: allá por mayo florido y hermoso, las urnas subpirenaicas se llenarán de votos cual pétalos de alhelí conteniendo el nombre de quien te ha de doblegar de una vez por todas. ¡Loor y gloria a María Elena Valenciano y Martínez-Orozco, Bolívar de los Madriles, Cheguevara de Ferraz, Pasionaria de Cibeles, que en un gesto de abnegación sin precedentes abandona su condición de musgo que dormita en el árbol moribundo —léase Pérez Rubalnada— para liderar la rebelión contra los fenicios desde lo más alto de la lista del PSOE! Tremendos lagrimones nos brotaron al oír de sus heroicos labios el anuncio de su partida a la lid: “Esta vez va en serio. Esta vez se trata de cambiar la mayoría en la Unión Europea. Y por eso el Partido Socialista ha decidido poner a su cabeza a su segunda en la dirección a nivel nacional. Es un gesto que quiere mostrar la importancia que le damos a estas elecciones”.

Aquí es donde se me acaba el sarcasmo. O sea, que esos comicios son tan transcendentales, que se afrontan empaquetando a Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo a una de las mayores nulidades políticas que han conocido los tiempos, y miren que es difícil establecer ese ranking. ¿Alguien es capaz de citar tan solo medio logro, que no sea puertas adentro, de esta escaladora de organigramas de oceánica incultura general? ¿Con quién ha empatado en casi treinta años de zascandileo por el aparato y colocaciones cojonudamente remuneradas, incluyendo casi un decenio pasando desapercibida en el mismo europarlamento que ahora dice que va a revolucionar? Un respeto a los votantes.