El gorro de Iñaki

Los que opinamos casi todos los días sobre esto, lo otro o lo de más allá recibimos ayer en las páginas de Deia una lección demoledora sobre lo urgente y lo importante. [Enlace roto.] nos sacó de la bulliciosa actualidad para devolvernos después a ella con la capacidad para mirarla de otra manera. Esos asuntos de los que peroramos con mejor o peor fortuna tienen, qué duda cabe, su relieve y su transcendencia, pero adquieren una dimensión diferente, la de la escala humana, al lado de cuestiones verdaderamente fundamentales como la que nos puso Iñaki frente los ojos.
Su texto emocionante e intuyo que emocionado nos narraba cómo hace dieciocho años, en su primera sesión de quimioterapia, el significado de la palabra “cáncer” impactó contra él e invadió de lleno su cuerpo, donde ya anidaba desde tiempo atrás la enfermedad. Cualquiera que haya pasado por lo mismo o tenga casos cercanos (me temo que no hay una sola excepción) se reconocerá en ese relato que parte del shock y continúa en la determinación firme de hacer frente a lo que venga por más que se sea incapaz de imaginar lo que será.
Y eso es sólo el principio. La batalla de verdad es el día a día, el hora a hora, el minuto a minuto en que se debe asumir el tono amarillento de la piel, la pérdida de pelo o una voz que ha dejado de ser la tuya. Todo ello, mientras se reservan fuerzas para intentar que los que te quieren no se derrumben antes que tú —aita, no te quites el gorro, por favor— y se sigue apostando por que después de mañana llegue pasado mañana.
Iñaki lo consiguió. Fue atravesando el calendario hasta que un día dejó de ser necesario cubrirse la cabeza para no preocupar a su hijo. Ayer, al cumplir su segunda mayoría de edad, fue él quien nos hizo el regalo de contarnos su experiencia. En el mismo paquete venían unas gafas para enfocar la realidad de otra manera. Eskerrik asko.

Matas… y los demás

Como ya no ponen ninguna teleserie que me guste, estos días le estoy echando unos cuantos minutos tontos al juicio a Jaume Matas. Ex President balear y exministro de Aznar, ahí es nada, o sea, prácticamente todo, una prueba de cargo casi tan definitoria como las escobillas de baño de trescientos y pico euros que gastaba el gachó en su palacete de marajá provinciano. Este era de los que apenas anteayer nos daba lecciones de ética, señorío y buenos modales en la mesa, junto a otros con idéntico bronceado de solarium y parecidos Rolex en la muñeca. Lo mismo te metían en una guerra por sus bemoles que te cerraban un periódico o escupían con desdén sobre lo que habías votado.
Bastantes de esos individuos que ahora presiden bancos, apoyan el culo en sillas millonarias de pomposos consejos de administración o vuelven a sujetar una cartera de cuero noble tenían boletos y bibliografía presentada para haber acabado como Matas. Pero fueron menos tontos, tuvieron más suerte o las dos cosas a la vez. A alguien le tenía que salir la pajita más corta, y resultó que se la llevó el pardillo que peor supo disimular su paleta avaricia, que además era el maillot amarillo de la chapuza en sus trapicheos. No vale cualquiera para robar a mano desarmada.
De las penas que le van a caer por su torpe codicia, la menos dolorosa será la que le impongan los jueces. Media docena de años en la trena pueden ser hasta un regalo, teniendo en cuenta las fechorías y su pésima factura. Más jodido será sobrellevar el despiadado abandono de sus antiguos compañeros de pádel y canapés de caviar. Qué tiempos, cuando el hoy inquilino de Moncloa, Mariano Rajoy, decía: “Jaume Matas es un amigo. Tiene personalidad, coraje, determinación y valentía”. O cuando profería lo que en este minuto suena a amenaza: “Vamos a intentar hacer en España lo que Jaume y todos vosotros hicisteis en Baleares”. Triste sino, el de los apestados.

Hello, New Hampshire

Si hoy vuelve a ser martes y todos nos hemos hecho tan sobrinos del Tío Sam como parece, toca aplicarse en New Hampshire, allá en la esquinita superior derecha del mapa del Imperio, concretamente en la región de Nueva Inglaterra. Su capital es Concord, con unos poquitos miles de habitantes menos que Portugalete y unos cuantos más que Errenteria. Como en USA cualquier ente animado o inanimado debe tener un apodo, lo llaman “el estado del granito”. Además de por eso, es conocido porque en las matrículas de sus coches se puede leer el lema “vive libre o muere” —una exageración como otra cualquiera— y, sobre todo, porque es el trocito del paraíso de las oportunidades que abre las primarias en año electoral.
Vaya, veo manos levantadas. ¿Eso no era en Iowa, donde los dichosos caucus que nos metieron desayuno, comida y cena la semana pasada? Pues no, aquello fue, digamos, el aperitivo o si lo prefieren, el ensayo general. Las primarias, lo que se dice primarias con todos sus sacramentos, arrancan hoy en este lugar donde en enero el termómetro está siempre en negativo. Luego vienen Carolina del Sur, Florida, Nevada, Maine, el supermartes a primeros de marzo y todo un no parar hasta agosto, que es cuando los partidos —en este caso, sólo el Republicano— nombran al verdadero candidato y ahí empieza la segunda parte de la chapa, que será el cuerpo a cuerpo entre el designado y Obama.
No se preocupen si se han se han perdido. Hasta el 6 de noviembre tienen diez meses por delante para sacarse el cursillo con sobresaliente. Y ahí es de donde partía y adonde quería llegar yo. Por alguna razón que no termino de explicarme, a los medios de comunicación nos ha dado cansina con lo de las elecciones en Estados Unidos. ¿Acaso no hay asuntos más urgentes y, desde luego, más cercanos a los que dedicar los menguantes recursos informativos de que disponemos? Parece que no y así nos luce el pelo.

Un comienzo penoso

Se le nota disperso y torpón al PP en sus primeros pasos tras la reconquista de Moncloa. La parroquia propia y ajena esperaba que fueran elefante en cacharrería y de momento se han quedado en pulpo en garaje. Como escribirían los cronistas deportivos, ni los más viejos del lugar recordaban un comienzo de mandato tan ramplón. Apenas anteayer tenían media docena de soluciones infalibles para cada problema, pero lo único que han mostrado hasta ahora es la abismal diferencia entre predicar y dar trigo. Un par de consejos de ministros tan aguachirlados como los de estreno, y a Zapatero le empezará a crecer aura de estadista mientras se rasca la barriga en su nueva vida de supervisor de nubes.
Resulta enternecedor ver a los neogobernantes reclamar los famosos cien días de gracia, como si ellos los hubieran respetado alguna vez, como si cualquiera en la oposición lo hubiera hecho, o como si de verdad hubiera tanto tiempo. Eran ellos los que, en plan abuela de la fabada Litoral, iban acogotando al personal con que no había ni un día que perder y ahora piden tres meses de prórroga, más los penaltis. No cuela.
Como la cofradía de la gaviota me queda bastante lejos ideológicamente, debo reconocer que no me urge lo más mínimo que se pongan a la faena, es decir, a lo que literalmente será el tajo, o sea, el corte y el recorte. También sé, como todos, que lo que harán será lo que diga la rubia de Berlín y/o lo que les ordene el Señor de los Mercados. Sin embargo, albergaba una curiosidad tirando a malsana por cómo se las iban a arreglar con el morlaco los que tan estupendamente toreaban de salón. Ni por el forro esperaba un espectáculo tan patético como el que están ofreciendo los maletillas recién investidos. Una mala tarde la tiene cualquiera, de acuerdo, pero es que ya van media docena en las tres tristes semanas que llevan en el machito. Y por si faltaba algo, Mariano Rajoy sin aparecer.

Urquijo, virrey

Los jóvenes turcos del Partido Popular del País Vasco, esos que algún siglo de estos empezarán a quitar las telarañas de su formación, se han quedado con un palmo de narices por el caramelo gordo que le han dado al sangilista y mayororejista pata negra Carlos Urquijo. Nada menos que Virrey de Madrid en la irredenta Vasconia o, en la terminología oficial, Delegado del Gobierno central en la CAV. Del ostracismo por ser talibán y además parecerlo a un puesto que, por mucho que algunos tilden de testimonial, tendrá mucho bacalao que cortar en el trozo largo de camino que nos queda hasta la normalización.
¿Un pirómano declarado enviado a apagar los rescoldos de la violencia? Aunque no lo dicen porque están muy bien educados, que para eso fueron a colegios de pago, eso es lo que desconcierta a los “pop” del PP. Ahora que el partido parecía dispuesto a sacarse de encima el olor a naftalina y rancias esencias, a alguien de la cúpula se le ocurre poner un lobo a cuidar las ovejas. A freír espárragos el discurso buenrollista y, para colmo, a defender en público otra vez aquello en lo que no creen. Ni Maroto, que ha cogido carrerilla en lo de ir por libre, va a protestar esta vez.
Hay una versión más amable de este jarro de agua fría al aperturismo pepero vascongado. Consiste en la creencia de que lo mismo que algunas medidas económicas se toman para tranquilizar a los mercados, determinadas decisiones sobre pacificación hay que adoptarlas tratando de no incendiar los ánimos cavernarios. En este sentido, el nombramiento de Urquijo, con gran caché en el ultramonte español, sería sólo un cebo para aplacar los ánimos de la fiera. El clásico intermitente a la derecha antes de girar a la izquierda, que en el caso que nos ocupa sería, como mucho, otra derecha con sacarina. ¿Será posible que Basagoiti haya aprendido a rajoyear con tanta pericia? El tiempo nos lo dirá, pero no tiene pinta.

Tener y no tener

Calcando el tono de los que al ver una urna en el 77 se preguntaban si para eso ganaron una guerra, los ultramontanos que gustan de llamarse liberales ladran su rabia por las esquinas ante la trece-catorce que les ha colocado Rajoy. Qué ignominia la del gallego, que antes de las elecciones negó setenta veces siete que subiría los impuestos y cuando aún estaban celebrando su victoria, les atizó en su primer consejo de ministros con un tributazo en el entrecejo. Y para más recochineo, echando mano como argumento justificatorio de la vieja letanía del rojerío a medio desteñir: “se trata de que paguen más los-que-más-tienen”. ¡Hala! ¡Donde más duele!
Es comprensible su cabreo y su decepción con el que barruntan estafador y marxista sobrevenido, pero en el pecado de haberle votado llevan la penitencia. Ya son lo suficientemente mayorcitos para saber que el énfasis con que se avienta una promesa electoral es inversamente proporcional a la intención de cumplirla. Ahí están como pruebas el “OTAN, de entrada no” de Felipe en 1982 o el “no pactaré con el PP ni jarto de grifa” de López en 2009. Toda la vida se ha hecho campaña con poesía y se ha gobernado con prosa. No iba a ser Don Mariano la excepción.
Por lo demás, lo que demuestra el crujir de dientes de los plañideros es que son quieros que no pueden. Si de verdad se contaran entre el selecto club de “los-que-más-tienen”, no perderían un segundo lamentando un mordisco que no les va a rozar ni los calcetines. ¿Alguien ha escuchado quejarse a Botín, Rato, Florentino Pérez o Amancio Ortega? Por supuesto que no, y si lo hicieran, sería aguantando la risa, porque saben que ni aunque les calzaran un 99 de tipo impositivo a sus rentas teóricas les iban a sacar del bolsillo un puñetero clavel. Para algo se inventaron las SICAV y otra media docena de trapisondas financieras con las que defraudar al fisco de manera escrupulosamente legal.

Apocalipsis 2012

Las profecías, especialmente las catastrofistas, tienen la extraña habilidad de cumplirse. Si al abrir los ojos por la mañana pensamos que va a ser un mal día, ya podemos darnos por jodidos. Ocurra lo que ocurra, lo será. Invadidos por la negatividad, cualquier minucia cotidiana —esa cafetera que siempre gotea, el termostato de la ducha que pasa en un segundo del punto de ebullición al de congelación— nos parecerá un signo confirmatorio del desastre anunciado y a partir de ahí todo rodará por la cuesta abajo que nosotros mismos hemos trazado. Nuestro trocito racional mirará hacia otro lado y no querrá contarnos que lo que nos disponemos a vivir como una epopeya contra un destino cruel sólo es una jornada más.
Si sólo se trata de 24 horas, la cosa es medianamente llevadera. Basta una noche de sueño y un primer pensamiento menos cabrón al despertar para que la fatalidad se vaya por donde ha venido. Lo malo es cuando la premonición nefasta alcanza un periodo más largo. Pongamos un año. Pongamos… este año. Apenas lo hemos sacado de su envoltorio y ya hemos decidido sin dejar un cuarto de resquicio a la duda que nos procurará una sucesión de calamidades sin pausa para respirar. Cada desgracia que nos traiga será el anticipo de una mayor que, a su vez, lucirá como una broma comparada con la siguiente, que encadenará otra y otra y otra.
Para que el infortunio resulte aún más devastador, el negrísimo augurio no ha salido de nuestras temerosas mentes de simples mortales. Las trompetas del apocalipsis suenan desde Berlín, París o Bruselas y las tocan quienes, como no tienen ni pajolera idea de por dónde sopla el aire, se dedican a prepararnos para que asumamos como inevitable lo que ellos ni quieren ni saben cómo evitar. Abandonada toda esperanza de cambiar las cosas, desechada por inútil la menor intención de pelear, seremos un pasto mucho más fácil para lo que se les vaya ocurriendo.