Basagoiti y la batasunología

Con su habitual gracejo de aspirante a subcampeón de concurso de chistes escolares, Antonio Basagoiti se jactaba el otro día de que no pensaba hacer una campaña electoral de batasunólogos como las que, según él, nos van a atizar PNV y PSE. Apenas dos frases más allá, demostraba la firmeza de su promesa enredándose -también jocosamente, cómo no- con “estos de Bildu, Sortu o como se llamen”, y recitando de carrerilla el potito ideológico de su freudiano padre político (te quiero / te odio) Mayor Oreja: “Hay que impedir que Batasuna esté en las elecciones y bla, bla, bla”.

Eso, en el transcurso de un mismo acto. De aquí al 22 de mayo -¿hay algún pardillo en la sala que se apueste algo en contra?- diecinueve de cada veinte bocachancladas del líder del PP vascongado que veamos entrecomilladas incluirán las palabras ETA, Bildu, Sortu, Batasuna o cualquiera de los neologismos chisporroteantes paridos por el ínclito (Batasortu, Batabildu...). Si el programa de la formación gaviotil en España es igual a conjunto vacío con plumas de faisán, en Euskadi la nada es todavía más evidente. Les sacas a los malísimos de la ecuación y los mítines les duran lo que se tarda en decir hola y adiós. Que levante la mano quien conozca media propuesta vascopopular -en economía, educación, vivienda, da igual- libre de mojopicón identitario.

Otra campaña igual

No nos venda, pues, la moto, don Antonio, que la seguirá necesitando para hacerse reportajes melosos en la revista Telva o para poner de los nervios a López cuando acude a verlo dando el cante por la AP-68 cual Ángel del Infierno vestido de Tucci y cuero. Si algo va a haber en su cuestación de votos de cara a las municipales y forales va a ser batasunología. Hondonadas, que diría el gallego de Airbag, y en su versión más parda, además, que es en la que tiene el doctorado y los postgrados. Tampoco tiene que avergonzarse por ello. No va a ser, ni mucho menos, el único. Todos los partidos morderán el mismo polvo otra vez. Llevamos ya media docena de campañas fotocopiadas.

¿Cómo se corta con esta espiral de “no quiero hablar de ti pero hablo al decir que no quiero hablar de ti pero…” y así, ad infinitum? Sencillo: se deja de una pajolera vez que la izquierda abertzale ilegalizada se presente y se acaba la vaina. Los que tengan necesidad de pasar por dignos, pueden patalear un par de días, pero al tercero, se hacen a la idea de que ha empezado un tiempo nuevo y salen a la calle, como todo quisque, a tratar de camelarse al personal con propuestas. Si las tienen, claro.

Elogio de una República imperfecta

Resiste el recuerdo de la República. Hoy, ochenta años ya. Confieso que hace diez o hace cinco, en los últimos aniversarios redondos, estaba convencido de que la evocación se iría diluyendo hasta convertirse en un simple epígrafe de los libros escolares de Historia, un puñado de datos que memorizar sin emoción alguna como pasaporte para aprobar un examen. Me alegra que, de momento, haya sido posible burlar ese destino y que ocho décadas después, con la mayor parte de sus testigos y protagonistas ya ausentes, la mención de aquellos días siga moviendo algo -no sabría definirlo- en nuestras cabezas y en nuestros corazones.

No me engaño ni me dejo llevar por el sentimentalismo facilón. Sé que esa imagen casi idílica que ha resultado de destilados sucesivos en el alambique del tiempo se corresponde lo justo con lo que ocurrió verdaderamente entre el 14 de abril de 1931 y la promulgación del último parte de guerra de los vencedores. La realidad no fue tan maravillosa como luce en nuestra reconstrucción mental y en algunas revisiones edulcoradas que obvian los detalles incómodos. Hubo imprevisión, titubeos, arbitrariedades, un navajeo político equiparable al actual o superior y, por descontado, violencia. Pretender negarlo o pasarlo por alto porque nos estropea el ensueño nos sitúa a apenas medio metro de la última hornada de reescribidores del pasado -César Vidal, Pío Moa, Stanley Payne-, conjurados para ganar por segunda vez y por goleada de mentiras lo que para ellos sigue siendo una santa cruzada a la que se alistarían mañana.

El legado de los perdedores

Si no nos hacemos trampas cuando hablamos de memoria histórica, no tiene por qué asustarnos reconocer las (abundantes) imperfecciones que tuvo la República. El paso siguiente es asumirlas y, venciendo la tentación de justificarlas, incorporarlas con naturalidad al relato general. El balance seguirá siendo favorable -y por mucho- a lo que quiso ser aquella época. De hecho, la herencia que debemos tomar los que nos reconocemos como sucesores del bando perdedor no es solamente lo que llegó a ocurrir, sino lo que se pretendía que ocurriera. Lo que nos han legado tanto quienes se quedaron en las cunetas como quienes han muerto hace dos días sin el debido reconocimiento es, en realidad, una deuda.

Nos corresponde seguir construyendo todo lo que aquellas mujeres y aquellos hombres apenas tuvieron tiempo de esbozar. Y es aquí donde sus errores se vuelven valiosos, porque conocerlos y, más importante, reconocerlos, nos ayudará a tratar de no cometerlos de nuevo.

Un banquillo para Baltasar Garzón

“Garzón será juzgado por las escuchas de Gürtel antes que los corruptos”, titulaba ayer El País. El chirene presidente de Cantabria, siempre dos corcheas más arriba, mejoraba el enunciado: “me asombra que pase por el banquillo antes que los chorizos”, se hacía el sorprendido el comercial de anchoas de Santoña. Cualquiera diría que acabamos de descubrir cómo las gasta la llamada Justicia en la piel de toro. A estas alturas ya deberíamos saber que no es nada extraordinario que sus togadas señorías diriman sus cuitas y sus celos profesionales emplumándose mutuamente. Se da la circunstancia, además, de que en esta ocasión no parece ser ese el caso.

Salvo que quisiese ser juzgado él mismo, el instructor del Tribunal Supremo no tenía modo de hacer la vista gorda sobre la colección de irregularidades (dejémoslo ahí) cometidas por el de la voz de flauta en sus chapuceras diligencias del pufo gurteliano. No suena a moco de pavo lo de “delito continuado de prevaricación y de uso de artificios, de escucha y grabación con violación de las garantías constitucionales”, que es lo que se le imputa esta vez al juez que veía amanecer. Nada que no resulte dolorosamente familiar, por cierto, a decenas de víctimas -muchas de esta parte del mapa, como es sabido- de sus instrucciones patateras, labradas a mayor gloria de las cámaras y de futuras medallas y distinciones de foros de irreprochable (¡ja!) conducta democrática.

De su propia medicina

No es fácil decidir si reír o cogerla llorona ante la dolida reacción del jienense, que clama que la decisión que acerca su culo al banquillo es absolutamente arbitraria. Él, que lleva decenios administrando la justicia como si fuera el jamón que le tocó en una tómbola, sale ahora con esas. Y añade, quejumbroso, que se siente condenado de antemano. Mira tú, igualito que tantos y tantas que un día tuvieron la mala potra de ser encausados en una de sus timbas judiciosas.

Me pasma que una parte de la izquierda con la que yo puedo sentir que tengo bastante en común lo haya adoptado y elevado a la categoría de mártir. Nadie que conozca mínimamente sus andanzas puede atribuirle ni en broma a Baltasar Garzón la condición de valeroso luchador por la verdad y la libertad. Si ahora no está al otro lado de la barricada, no es porque se haya venido por su propio pie. Es, sencillamente, porque las fuerzas más reaccionarias, a las que sirvió con tanto denuedo, se lo han quitado de encima. Pensar que puede tener un ideal diferente a su propio ego es hacerle un favor que no merece.

Un rechazo inequívoco

Un tiroteo entre miembros de ETA y gendarmes franceses era una situación absolutamente previsible. De hecho, el del sábado no fue el primero y, desgraciadamente, hay boletos para que no sea el último. ¿Nadie había contemplado esa posibilidad y tenía preparada una respuesta instantánea para el caso de que se produjese? A juzgar por cómo se han desarrollado los acontecimientos, parece que no. La reacción en dos tiempos de Bildu, que todo el mundo sabe que es la liebre a seguir en este minuto del partido, careció de la contundencia necesaria en momentos como los que estamos, donde el lenguaje debe ser directo y sin ambages. La de la izquierda abertzale tradicional, impecable en sus términos –aunque seguirá sin ser suficiente para algunos-, se hizo esperar demasiado.

No se debe dejar el mínimo resquicio para la duda en el rechazo. Primero, porque la acción es rechazable de saque y sin otras consideraciones. Segundo, porque la famosa lupa de Rubalcaba y Ares no es doble sino séxtuple y el terreno de juego está plagado de piernas dispuestas a zancadillear cualquier avance a la normalización. Los zapadores del ‘no’ aprovecharán la menor oportunidad para lanzarse a degüello, y la prueba está en la primera página de El Mundo de ayer, que titulaba a todo trapo y con indisimulada felicidad “El alto el fuego de ETA permite tirotear gendarmes, según Bildu”. Una vileza y una absoluta patraña, totalmente de acuerdo, pero facilitada en alguna medida por los hilvanes que quedaron sueltos en la declaración sobre el tiroteo.

Dos varas de medir

Tienen toda la razón Pello Urizar y Oskar Matute al denunciar la injusticia que supone pedir a Bildu (o a Sortu) lo que no se pide a nadie más. Pero ninguno de los dos nació ayer. Saben que esa doble vara va a acompañar cada uno de sus pasos y que su camino va a estar lleno no ya de golpes bajos, sino directamente subterráneos. Muchas de esas tarascadas serán imposibles de prever, pero esta, la de la reacción frente a una acción violenta de ETA -aunque fuera en un encontronazo policial-, era un fijo en la quiniela.

Y no se trata sólo de cerrar las bocas de quienes se afanan por hacer naufragar la construcción de un escenario sin ETA porque no les conviene. En el lado que trabaja por hacerlo realidad hay miles de personas que han empeñado su palabra a favor de la sinceridad del discurso actual de la izquierda abertzale ilegalizada. Su convicción se vería reforzada definitivamente por unas palabras de rechazo sincero e inequívoco. El futuro aparecería más despejado.

Una columna equivocada

Entre mis muchos defectos no está la soberbia. He atravesado los suficientes calendarios para tener la certeza de que a lo largo de mi vida he estado equivocado más veces de las que me gustaría recordar. De ahí nace una evidencia que tengo presente en todo lo que hago y, de modo particular, en lo que digo ante un micrófono o escribo para ser publicado: no es improbable que esté metiendo la pata… aunque aún no lo sepa. Actuando bajo ese principio, no me cuesta nada (dejémoslo en “casi nada”) reconocer mis errores y asumir que lo son, huyendo de la tentación del empecinamiento numantino. Por eso no tengo el menor empacho en poner aquí negro sobre blanco que mi columna del miércoles pasado, titulada “Huelga de bolis caídos”, fue una especie de menú-degustación de yerros de bulto inaceptables en un trabajo periodístico.

El resultado de tal cúmulo cantadas fue -el precio del pecado incluye el IVA de la penitencia- que no fui capaz de expresar ni de lejos lo que estaba en mi cabeza antes de sentarme ante el teclado. Y mira que era simple. Se trataba, ni más ni menos, de decir que anunciar que no se iban a poner multas (o que se iban a poner menos) no me parecía una forma adecuada de reivindicar los derechos de los agentes de la Ertzaintza. Ni siquiera dejé claro que tales derechos me parecen absolutamente legítimos, lo que, por ingeniería inversa, implicó que diera la impresión de todo lo contrario: que, como me apuntó alguien con bastante gracia en Facebook, me había tomado una pastilla de Rodolfina y por mi pluma estuviera escribiendo el espectro del de Ourense. Leyendo lo que garrapateé es innegable que se llega esa conclusión, qué bochorno.

Argumentación ausente

Para empeorarlo más, en lugar de argumentar mi discrepancia con la medida de presión, me pasé de frenada con los adjetivos, las metáforas y las cargas de profundidad. Fui innecesariamente hiriente y tiré de alusiones biliosas que estaban de más, de modo que los razonamientos hicieron mutis y sólo quedó a la vista una especie de anatema global del cuerpo. Eso me desasosiega especialmente, pues aunque los lectores saben que no suele faltar vitriolo en lo que escribo, me empeño en separar el grano de la paja y trato de evitar las odiosas y siempre inadmisibles generalizaciones.

Como atenuante, que no como justificación, sólo puedo alegar mi hipersensibilidad a cualquier cosa que tenga que ver con las carreteras, su seguridad y con lo que yo no dudo en llamar violencia vial. No faltarán momentos para hablar de ello. Espero que con más tino.

Eurodiputados de primera clase

Esta vez no podrán decir sus selectas señorías europeas que se trata de una campaña orquestada por los malvados hijos de la Gran Bretaña que no tienen ley a las sagradas instituciones comunes. Han sido ellos y ellas con sus deditos quienes han tirado una propuesta que pretendía congelarles el sueldo y -hasta ahí podíamos llegar- que viajasen en turista en lugar de en First Class. Confiaban, seguramente, en que como ocurre con 199 de cada doscientos asuntos, asuntazos y asuntillos sobre los que votan, nadie iba a llegar a enterarse. Pero alguien se fue con el cuento a Twitter, penúltimo reducto del derecho al pataleo que nos queda, y en lo que se tarda en teclear 140 caracteres, internet se convirtió en un clamor bajo la etiqueta #eurodiputadoscaraduras.

Ataque de histeria”, según UPyD

Como no estamos ni en Túnez ni en Egipto, lo habitual cuando estalla una torrentera de indignación así en las redes sociales es que el desfogue vaya perdiendo intensidad hasta extinguirse o ser relevado por la siguiente cuestión candente que caiga del cielo. A saber por qué -a lo mejor es que ya hemos pasado el castaño oscuro en materia de hartazgo-, en esta ocasión el personal se mantuvo durante horas poniendo a caldo a los parlamentarios europeos en particular y, por elevación, a toda la clase política en general. Ayudó bastante al encocoramiento general que el cofundador de UpyD, Carlos Martínez Gorriarán, saliera en apoyo del conmilitón que había votado en Estrasburgo por la preservación de los privilegios al grito de “Esto es un ataque de histeria progre colectiva”. Anoten la frase para cuando les venga Rosa Díez a pedir un euro por ir a verla a un mitin.

A partir de ahí, ardió Troya y tuvieron que salir a escena los bomberos de las ejecutivas de los partidos que habían quedado retratados como cofradías de marajás. Cómo sería el apuro que llevaban, que, contra costumbre, cortaron por lo sano desautorizando a sus representantes en Bruselas y Estrasburgo y ordenándoles que cambiaran su voto. Sí, por lo visto, eso se puede hacer; democracia reversible, se debe de llamar el invento. Eso sí, la marcha atrás anunciada parece que es sólo para la cosa de los billetes, que es la que ha causado gresca. Lo de congelar los sueldos queda exento.

Quedan para la antología de las tomaduras de pelo las justificaciones de los obligados a rectificar. Desde “no nos dimos cuenta de lo que se planteaba” hasta “creíamos que era una cosa no vinculante”, pasando por “fue un error de gestión de la directriz del voto”. Sí, seguro que fue eso.

Urchueguía o darse contra una pared

Renuevo públicamente mi admiración por los compañeros de Grupo Noticias que se están currando a pie de obra y a pulmón el serial sobre la Delegada del Gobierno López en Chile y Perú. Respiré aliviado al escuchar ayer a Xabier Lapitz con el tono alto habitual, y también me confortó la tranquilidad y el buen ánimo de Guillermo Nagore en la charla que mantuvimos con él en Gabon de Onda Vasca apenas un par de horas después de la alucinógena comparecencia en el Parlamento vasco. Me preocupaba el estado de ambos -igual que el de Ana Úrsula Soto, Arantza Zugasti y los demás- porque yo, que vivo esto desde boxes, donde no hay ni una cuarta parte de presión, empiezo a estar a diez minutos de izar la bandera blanca, inclinar la cerviz y asumir que hay fuerzas contra las que no se puede luchar.

Prietas las filas

Supongo que me pierde mi ingenuidad. Aunque tengo documentado que la verdad y la justicia son sólo dos palabras para hacer discursos y que siempre salen hostiadas cuando alguien las usa como herramienta contra los poderes del lado oscuro, esta vez pensaba sinceramente que el gol iba a subir al marcador de la decencia. La abrumadora elocuencia de los datos recogidos sobre las andanzas de Ana Urchueguía me hacía creer que no habría una desvergüenza lo suficientemente grande como para dar un paso al frente con el detergente y la lejía. En apoyo de mi cándida teoría había un hecho más: no hay un solo cargo del Partido Socialista de Euskadi que, aun no estando al corriente de los detalles, desconociera que entre Lasarte-Oria y Somoto se estaba cociendo algo que cantaba a pútrido a leguas. Lo esperable, aunque no fuera más que para evitar que la bazofia les salpicase, era que, una vez puesto a la vista el pastelón, abjurasen de quien llevaba años haciendo mangas y capirotes con los principios éticos del partido. La respuesta, sin embargo, ha sido apretar las filas y cargar sañudamente contra el mensajero.

Corolario de todo esto fue el docudrama estomagante del martes en el Parlamento vasco, con la compareciente ataviada de Dolorosa y clamando -hace falta carecer de sentido del pudor- que la están abriendo en canal (sic) por ser mujer (sic más bochornoso que el anterior, si cabe). No cuela ese victimismo cocodrilero en quien hemos visto advertir con voz de trueno y maneras de sargento de hierro a los que ella toma por desharrapados que Roma no paga traidores. Mejor dicho: no debería colar. Por desgracia, y vuelvo a la desazón que expresaba al principio de esta descarga, no las tengo todas conmigo.