Quedó escrito en estas líneas hace un par de semanas: todos con todos contra todos. Basta dedicar diez minutos al marcador que nos ha dejado la constitución de los nuevos ayuntamientos para concluir que, como en el dicho, se ha investido capador al que más ha podido. Cada quien, claro, contará la feria según le ha ido, y unos proclamarán que se ha interpretado con justicia la voz del pueblo mientras otros jurarán haber sido víctimas de maniobras orquestales en la oscuridad. Lo divertido es que ambas posturas se apoyarán en los mismos chalaneos. Los que se quedan con la vara de mando lo atribuirán a la higiene democrática y los desposeídos, a la putrefacta manipulación de la voluntad popular.
Si la política no fuera cada vez más descaradamente puro forofismo donde los míos son los mejores y los demás, una panda de cabrones a los que hay que hacer morder el polvo, cada cual podría hacer un examen de conciencia y ver que las actitudes han sido manifiestamente mejorables. Pero no hay lugar para tal. Lo que vale es el corto plazo y el pájaro en mano. Gero gerokoak. ¿Quién piensa en construir un proyecto común para pasado mañana, cuando tienes la posibilidad de pillar cacho durante los inmediatos cuatro años, aunque no sepas muy bien para hacer qué? Ya nos quitarán -o no- lo bailado más tarde. Mientras tanto, vamos tirando.
Es, por lo que parece, nuestro sino y nuestro instinto. Se acepta, pero lo menos que se puede pedir es que ninguna sigla venga dando lecciones de moralidad ni vindicándose virgen y mártir en exclusiva. El nuevo mapa nos enseña que los navajeados aquí o acá se han vengado allá o acullá en un galimatías de tocomochos cruzados donde las minorías, tan dignas ellas, se han ido con el mejor postor.
En resumen, que hoy hay más cuentas pendientes que ayer, pero menos que dentro de dos semanas. Arrieritos somos, dirán algunos. Traición, clamarán otros. Y volveremos a empezar. Qué lata.