Algo es algo. Victoria Abril dice que lo siente si ha ofendido “a las personas que han perdido a sus seres queridos” con sus bocachancladas de la semana pasada. Por lo demás, y pese a que aseguró llevar el discurso escrito “porque el patio no está pa’ ruidos”, sus palabras al recoger el premio Feroz vinieron a ser una versión dulcificada de las que tanto escándalo justificado provocaron. Sigue en sus trece y no se bajará de ese burro mientras vea que su comportamiento tiene como recompensa la atención pública que ya no consigue con su trabajo, cuya calidad nadie pone en duda. Pocas veces en los últimos años habrá alcanzado tanto relieve, incluyendo entrevistas en horario de máxima audiencia y columnitas menores como esta que tecleo ahora mismo.
Se debate en mi gremio si la actitud más correcta ante un caso como el de Abril —o Bosé, Bunbury, Iker Jiménez, Alaska…— consistiría en no contribuir a difundir las melonadas. Me pregunto hasta qué punto es evitable hacerlo, especialmente, en un periodismo como el de hoy, que busca sumisamente la atención de los consumidores. Pretender salirse del carril implica, así de claro, perder cuota de mercado. Quizá el motivo para la reflexión esté, como tantas veces, justamente ahí, en la cantidad de congéneres dispuestos a comprar este tipo de mercancía.