Gilipolémicas

El jueves a las 10 de la mañana ya se sabía que era de todo punto imposible que la final de Copa se jugase en San Mamés. Lo contó José Manuel Monje en Onda Vasca. El motivo se caía de obvio. El 30 de mayo, tres días después de la fecha fijada para el encuentro, el estadio bilbaíno acogerá un concierto de Guns N’ Roses, anunciado, si no me falla la memoria, desde primeros de diciembre del año pasado. No estamos hablando de una verbena de pueblo. Un montaje así requiere varias jornadas, como confirmaron los promotores de la actuación del legendario grupo.

Mientras duró, fue bonito fantasear o especular con la idea del Alavés disputando el histórico partido frente al Barça a 65 kilómetros de casa. Y sí, sin olvidar el resto de ingredientes picantones añadidos: lo de la rivalidad entreverada de franca antipatía por un lado, y el hecho de acoger una competición española que, para colmo, lleva en su nombre al rey. Pero una vez demostrado que materialmente era inviable, el asunto debió haber quedado zanjado.

¿Por qué no fue así? Respondan los medios —y particularmente, el que se cascó un titular de primera amarillo chillón metiendo al lehendakari y al Sursum corda por medio— que, con todos y cada uno de los datos en la mano, siguieron enmerdando el patio. No pasa de moda el clásico: que la realidad no te joda un titular. Ahora, además, unos miles de clics, y a la mínima ética que le vayan dando. Pues nada, sigamos para bingo, que las finales futboleras surten de muchas broncas de diseño. Pasada esta que explota el provincianismo local, enseguida llega a sus pantallas la de la pitada al himno y al monarca.

Liberad a Messi

En materia de infamias, no hay límite; siempre se puede caer más bajo. Como enésima prueba, ahí está el Barça promoviendo una desvergonzada campaña con el incalificable lema “Todos somos Messi”. Hace falta un desparpajo inconmensurable para reivindicar a voz en grito y con el mentón enhiesto el buen nombre de un fulano al que acaban de condenar a 21 meses de cárcel por haber despistado más de cuatro millones de euros a Hacienda.

Fíjense que uno le concede al tipo el beneficio de la duda. Probablemente, es verdad (o no mentira del todo) que no tenía gran idea de lo que su viejo le daba a firmar. Puesto en su piel, hasta resulta humanamente compresible la codicia que lleva a ahorrarse unas migajas a un individuo que ha ganado lo que no podría gastarse en dos docenas de vidas. Pero hasta ahí. Lo que no cabe ni como hipótesis de una tarde tonta de canícula es hacerlo pasar por víctima de no se sabe qué inmensa injusticia perpetrada por la voracidad del Estado y convertirlo en objeto de la solidaridad tuitera de pijama y pantuflas.

Me consta el bochorno indecible de muchísimos culés de buena fe que se apresuraron a desmarcarse de la ruindad, y así lo anoto. Inmediatamente después, añado el número nada desdeñable de forofos blaugranas que se sumaron con los vellos erizados y echando espuma por la boca a esta versión caspurienta y morruda de Liberad a Willy. De entre la jarca de cínicos irredentos, destaco a esa caricatura con hábito que atiende por Sor Lucía Caram, que reclamaba clemencia para el descuidero de impuestos utilizando como abracadabrante eximente su calidad futbolística. Hay que joderse.

Pitar o no pitar el himno

Pitar o no pitar el himno español mañana en el Camp Nou, he ahí el dilema. Anoten, de saque, la profundidad de tal preocupación. Anoche soñé que todas nuestras cuitas eran así. ¿Dónde hay que firmar? Pero nada, ya que la cuestión artificialmente palpitante está ahí, entremos al trapo. Eso sí, reconozco que yo lo tengo que hacer en zigzag y con traje de neopreno porque he inventariado tantas razones a favor como en contra. O bueno, por ahí; tampoco las he contado, porque ya les digo que a mi el asunto ni mucho fu ni poco fa más allá de lo que puede amenizar una sobremesa tonta o una charleta de barra. Y vale, también como material de aluvión para una columnita al trantrán, avisando al respetable que esta vez —y supongo que otras— no se pierden gran cosa si abandonan aquí mismo la lectura.

Empezando por los argumentos favorables, me inclino por silbar la Marcha real porque sí, (o porque por qué no), por los beneficios de soltar adrenalina y el ensanchamiento de pulmones. Por el cabreo sulfuroso que se van a pillar un montón de tipejos y tipejas. Por el mal rato que pasará el Borbón joven, al que le pagan también por comerse estos marrones. Por ver cómo se las ingenia Telecinco para tapar el sol con un dedo. Y por la puñetera calavera de los jetas de la comisión antiviolencia, que amenazan con hacer pagar a los clubs la verbena.

En cuanto a los motivos para mantener silencio, los resumo en uno: si yo tuviera querencia por un himno, me cogería un rebote del quince si una multitud se ciscara sonoramente sobre sus notas. Respeto, creo recordar que se llama la vaina. Pero haga cada cual lo que quiera.

Esperanza se va de copas

Atención a la soberana estupidez: “Un equipo de fútbol puede ganar o intentar ganar la Liga, que es una competición profesional con sus reglas y sus trofeos, pero que no representan al conjunto de los españoles. Pero debe abstenerse de competir en el Campeonato de España”. Lógica literalmente aplastante, como corresponde al peso intelectual del ser humano con orejas y nariz que regüelda tal anacoluto, que no es sino esa ladilla en las partes marianas que atiende por Esperanza Aguirre. Pueden ustedes pasarse tres días volteando a derecha e izquierda el par de frases, que no encontrarán la relación entre los dídimos y comer trigo. De hecho, si nos tomáramos al pie de la letra la gachupinada, resultaría que, dado que no nombra a ninguno en concreto, la doña estaría farfullando que todos los equipos tienen que renunciar a disputar lo que nombra, imagino que con los pelos del sobaco como escarpias, “el Campeonato de España”.

Antes de que les sobrevenga un ictus, me apresuro a ofrecerles la clave para desentrañar el galimatías. Como los más perspicaces ya habrán adivinado, aunque la lideresa insumergible habla de “un equipo” en genérico, en realidad se refiere a dos clubes muy concretos. Vean: “Sobre todo si, como ha ocurrido con el Barça y el Athletic de Bilbao las últimas veces en que han llegado a la final, sus seguidores han aprovechado la lógica solemnidad del acto para dar una exhibición de odio al resto de los españoles”.

En resumen, que la tiparraca está pregonando que los pérfidos vascos y catalanes tienen la obligación de regalar la copa al Madrid o, en su defecto, al Atlético. Pues tararí.

Calentando la pitada

Hace unos años, Barbra Streisand le montó una pajarraca de pantalón largo a un fotógrafo que había tomado imágenes aéreas de su mansión en la costa californiana para una campaña publicitaria. Todo lo que consiguió fue que las instantáneas que iban a ver un puñado de ojos acabaran siendo la comidilla mundial y que su casuplón secreto fuera conocido de uno a otro confín. Desde entonces, ese fenómeno que por aquí llamábamos “dar tres cuartos al pregonero” quedó bautizado oficialmente como Efecto Streisand. La lección no puede ser más simple: si no quieres que se enteren de que tienes un callo, no chilles cuando te lo pisen.

Parece mentira —o no— que con los trienios en la política que lleva a cuestas, la lideresa matritense Esperanza Aguirre desconozca el mentado Efecto Streisand y los peligros de apagar el fuego con gasolina. “Si hay parte de los aficionados que quieren silbar el himno en la final de Copa, pues mire usted, el partido no se va a celebrar, así de claro”, se engoriló ayer la señora de la Villa y Corte y alrededores. Un buen titular, de eso no hay ninguna duda, pero también una invitación en toda regla para que los hinchas del Athletic y del Barça se sientan aun más inclinados a enterrar el chuntachunta a grito pelado. El más irredento de los independentistas no habría cosechado tal éxito en su llamamiento a poner una pica en el Calderón, que ya puede estar construido a prueba de decibelios, porque tiene pinta que lo del viernes va a hacer época.

Cabe otra interpretación, más retorcida y por eso mismo, más verosímil. ¿No será que Aguirre y las plumas cavernarias que se rasgan ritualmente las vestiduras patrióticas por la que se avecina arden en deseos de que sus profecías apocalípticas se cumplan? Por ahí sospecho que va el envite. Cuanto peor, mejor. Sé que es una tentación darles gusto y liar la de San Quintín que ya están soñando. Pero sería un tremendo error.

Una final sin principios

Por mi, Florentino se puede meter el Bernabéu por donde le quepa. Y como sobrará, que se lleven también su ración Mourinho, sus legionarios rompetobillos, los ultrasur y, en general, la piara de caballeros del honor —así se autodefinen en el himno— que se pasaron todo el partido del domingo berreando desde la grada “¡La final de Copa no se juega aquí!”. Que les ondulen con la permanén, que diría el Pichi del madrileñísimo chotis.

Pero debo de ser de los pocos que piensa así. Para mi pasmo, asisto a una especie de rogativa vergonzante ante el señor de los ladrillos y de Chamartín para que nos conceda la gracia de dejarnos pacer en su césped. El otro, que no y que requeteno, y la comisión petitoria, humillándose hasta el corvejón insistiendo en la súplica y nombrando —tócate las narices— a Basagoiti como embajador de buena voluntad para que el conseguidor Rajoy achuche al anfitrión que no quiere serlo. Y si no traga, que dicte otro de sus decretazos, ¿no?

Es curioso ver cómo los orgullos indomables pueden plegarse hasta adquirir el tamaño de un kleenex. A ver con qué cara reclamamos a partir de ahora la otra cuestioncilla que tenemos pendiente. Y a ver también cómo explican los sociólogos que ese ardor identitario que suele buscar coartada en un balón sea capaz de evaporarse ante la perspectiva de encontrar un local bien comunicado donde quepan más bufandas con sus respectivas gargantas. Luego, para ahuyentar las contradicciones y que no se diga, una buena pitada al rey, una foto para el Facebook con la ikurriña y la senyera como si hubiéramos conquistado Cibeles, y tan anchos. Gora Euskadi y Visca Catalunya, rediez.

Una pena, que fuera un bulo lo del ofrecimiento de la federación francesa para jugar en Saint-Denis. Habría sido una salida perfecta para este espectáculo que ha pasado de chusco para situarse en lo patético. Yo, que soy un romántico incurable, apuesto por Anduva.